“Y
a ese conflicto que en realidad lo era entre su amor y el continuado efecto de
la voluntad del padre, lo solucionó enfermando; mejor dicho, enfermando se
sustrajo de la tarea de solucionarlo en la realidad objetiva. La prueba de esta
concepción reside en el hecho de que una pertinaz incapacidad para trabajar,
que le hizo posponer varios años la terminación de sus estudios, fuera el
principal resultado de la enfermedad. Ahora bien, aquello que es el resultado
de una enfermedad está en el propósito de ella; la aparente consecuencia de la
enfermedad es, en la realidad efectiva, la causa, el motivo de devenir
enfermo.”
(Sigmund
Freud, 1909)
“La
fase que se ha de atravesar pone al sujeto en posición de elegir. Pongan este elegir entre comillas, pues aquí el
sujeto es tan activo como pasivo, sencillamente porque no es él quien mueve los
hilos de lo simbólico.”
(Jacques
Lacan, 1957-8)
Introducción
En
esta nota vamos a escribir sobre la noción de elección desde nuestra óptica singular, apoyándonos obviamente en
la perspectiva analítica según esta es formulada y formalizada – aunque quizá
no de un modo tan claro, como sucede con varias nociones del pensamiento
analítico - en esa herencia simbólica que representan la obra de Sigmund Freud
y el pensamiento de J. Lacan. Desde el inicio, dejamos en claro el carácter
ensayístico-crítico de las líneas que aquí se desarrollan, situando la apuesta
implícita por el decir novedoso cada
vez que se elige tomar la palabra, para interpretar un discurso.
Elección: ¿qué elección?
Cognitivamente
“elegir” sería hacer uso de la capacidad de discernimiento, estando esta
facultad afectada en determinados sujetos a causa, por ejemplo, de un
traumatismo cerebral. Estaríamos allí en la dimensión de un elegir concebido de
una manera orgánica y cognitivamente, lo que reduce al ser hablante a un mero yo-conciencia,
dueño de sí, conocedor de sus actos y decires. Lo inconsciente no sería más que
lo “subconsciente” y en absoluto un sistema psíquico separado (regulado por una
legalidad propia). La idea de un “libre albedrío”, tan denostada por Nietzsche,
supone un sujeto-agente, percipiens
unificante que haría uso del lenguaje en un sentido descriptivo-referencial, es
decir, no poiético, como instrumento
de interpretación/ construcción de la realidad independiente de la creencia en
un referente unívoco y definitivo para el símbolo. En Nietzsche, la cuestión
del conocimiento y de su subjetividad están atadas a un sustrato no neurológico
- más o menos sano, más o menos enfermo -, sino a lo pasional, eso que él llamaba voluntad
de poder. El conocimiento (como la verdad) no tiene nada en sí mismo de
valioso para el ser humano sino en la medida en que incrementa su potencia de
vivir, al riesgo de caer en un gran desconocimiento de aquello que va quedando
como “sombra” de lo actualmente iluminado (ello o Sí-mismo).
Desde
el psicoanálisis, el conocer es un hecho del orden de lo imaginario. El “yo” cogita tanto a los objetos como a sí
mismo y, a partir de eso, “elige” presuponiendo que elegir sea, no tanto un movimiento diferencial (“diferenciación primaria”
en términos de Daniel Lagache) orgánico-natural en relación al enviroment sino la realización de la
libertad del Ego ahora dueña del goce del esclavo (si todo puja por la
concreción de esa apropiación dominante, más bien se cree elegir, en tanto hay
una profunda sobre-determinación del deseo). Ambas concepciones se aunarían en
el pensamiento de un Henry Ey, no obstante, quien “identifica al Yo con la
síntesis de las funciones de relación del organismo”[1],
vinculando “la ilusión organicista con una metapsicología realista”[2]
y postulando aquello que “el gran secreto del psicoanálisis” desestima, a
saber, la existencia de una psicogénesis.[3]
Ambas
concepciones, articuladas en el pensamiento del otrora colega de J. Lacan,
evaden el desarrollo de una tercera, que es precisamente lo que trae el
psicoanálisis de nuevo a la Cultura y su malestar.
Elegir
en psicoanálisis I
Ni
biologicismo, ni idealismo, la aproximación psicoanalítica respecto del territorio
del sujeto para nosotros se plantea a propósito de un factor clave que se llama
responsabilidad. Lo que, en palabras
sencillas y cotidianas, se dice: hacerse
cargo. Otro modo: implicancia. Aun no reconociéndome causa de lo sucedido
y, sobre todo, de lo que me sucede
por la insistencia (no “existencia”) del orden del inconsciente y su fuerza. Sin
embargo, el sujeto no es causa de sí, ni tampoco causa de la cadena
significante, siendo esta su efectora material. El sujeto es consecuencia del
deseo del Otro, hasta por qué no pensar que es puramente su signo – al menos,
en un primer momento. Es un efecto de la articulación de la cadena significante
que lo precede y lo supone (o no), encarnándose dicha cadena en lo que
comúnmente llamamos los padres, adultos hablantes que administran los tiempos y
los espacios del infans. Más
correctamente: el Otro.
Ahora
bien, empero, esos padres o ese Otro (matematizado A mayúsculas, por las
iniciales de Autre en francés), no
son tan totales como el neurótico los legitima y enarbola: están barrados. Es
en la aceptación o no de esa barradura en el Otro, de esa falta (manque) en donde se dirimirá hondamente qué será del sujeto
o, más exactamente, cuál será su posición.
Los tiempos inaugurales – los de las transferencias primordiales - definen esa
axiomática.
Contingencia,
elección, devenir, necesidad. Amalgama de líneas de alienación que no-todo sujetan,
pero que dejan marcas determinantes y sobre las que posteriormente se
desplegará un savoir-faire-avec o
simplemente una acogida narcisizada, esto es, en donde se procede a la
cosmetización del tema inconsciente. En este punto, claramente podría hablarse
de negación.[4]
El sujeto no es una consistencia, es una inconsciencia.
Una inconstante exsistencia sin conciencia ni ciencia que lo bien-diga. En
efecto, el sujeto del psicoanálisis no se deja bendecir - del todo -, por ningún Nombre del Padre ni por ningún Padre
del Nombre. Es escurridizo e
instantáneo. Repele cualquier emblema, traza o signo que pretenda objetivarlo. Y
esta subjetividad tan complicada: ¿además elige?
¿además es responsable? ¿además es vida
o es, pues, pura cadena significante? En la cita freudiana del epígrafe, la
responsabilidad ética queda destacada. Con su autonomía de la dimensión
dialéctica, el maestro francés matiza esa capacidad. Hay un tesoro del
significante precedente y sobre-determinante. Quizá haya que rescatar lo
paradojal: se es consecuencia y autor de una elección. Se está delante y detrás
del acto. El acto es la caída más estimable desde el punto de vista
psicoanalítico que un sujeto puede hacer en su vida, en tanto se articula a un
criterio puramente subjetivo que llamamos deseo.
Una vez vislumbrada la imposibilidad de articular lo inarticulable, la angustia
denuncia la falta en el territorio del Otro. En este sentido, el $ no se sostiene igual una vez acaecido el
paso, sea para el lado que sea.
Elegir
en psicoanálisis II
Somos,
como adultos en exsistencias, derivas
de ciertas decisiones que dieron o que van dando cause o no a deseos reprimidos
inconscientes, a placeres, dolores, goces, fantasmas o a exigencias superyoicas
que recrudecen la represión y el síntoma. Freud sustituye el sentimiento
inconsciente de culpabilidad por la necesidad de ser castigado por un poder
parental. El trasfondo de la demanda de amor, se relaciona con el goce
masoquista erógeno que sitúa a la pulsión en su especificidad: relación
simbólicamente establecida de un modo singular de respuesta al llanto del infans assujet. Un Otro completo es un
Otro siempre dispuesto a dar el golpe, a destrozar mi edificación deseante, con
un mero soplo de capricho. El análisis va en la dirección totalmente opuesta, a
saber, quitar al neurótico de la merced estulta en la que se ofrenda como carne
de cañón para el regodeo de un otro especular con quien se hará un menjunje de
amor y de odio, en forma indefinida. En el marco de ese circuito, huelga el
intercambio crítico, el deseo, la reunión genuina. La participación activa,
poner el cuerpo, hacerse cargo. Eso conlleva un gran esfuerzo por el que no se
pueden hacer gastos innecesarios de libido.
Elegir psicoanalizarse es elegir hacer consciente
lo inconsciente, caer de la ilusión de una armonía y de un saber total (SsS) sobre
sí mismo para confrontarse con el misterio de sí, a saber, la castración
simbólica que pone en juego, más allá del imaginario, los confines de un real.
Lo real del goce no-todo. Lo real que
es carecer de la ultimísima cifra expresiva de mi substancia existencial. Lo
que está al final, está también al principio, en el sentido de que es dicha falta en el Otro, aquello que me exonera
a elegir, teniendo que jugármela cada vez
y cada vez, a no ser que opte por adormecerme plácidamente en los conservadores
rinconcitos que el Complejo de Edipo pre-modela y define.
Elegir
en psicoanálisis no es algo meramente voluntario. Elegir convoca el misterio
mismo del movimiento de la realidad en su tripartición pasado - presente – futuro, “tres de Freud” que figuran flechados por
el deseo, allí en El creador literario y
el fantaseo. Se articula una elección otra
cuando desde la lógica de la repetición (concepto fundamental del
psicoanálisis, en el que se sostienen las conjeturas freudianas relativas a la
temprana infancia), se despliega la cadena significante, elucubrándose una
escena conocida (por sus elementos), mas para dar lugar a una posible caída, casi pariente del pasaje al acto, pero que en rigor es un
instante de emergencia subjetiva o de destitución más bien, acto de subversión
que transciende la monotonía del Ego posibilitando:
un traspaso del espejo, un vaciamiento del sujeto alienado en S1 – S2
yendo el significado a lo imposible (más allá del fantasma que lo retiene en lo
imaginario) y retornando como objeto a
plus de novedad que motoriza el deseo. Finalmente, es la misma subjetividad la
que cae allí como ese retorno. Es un
retorno subversivo que hace historia.
La historia, además de ser la intromisión de la verdad en lo real, representa a
su vez, la irrupción de lo real en la verdad de la trama fantasmática, mella
que hace hiancia, hiancia que hace eco.
Eco que persiste, por los tiempos de los tiempos, inclusive más allá de las
generaciones. Eco que insistirá como verdad y así indefinidamente. Sexualidad y
dialéctica son inseparables, si del sujeto sujetado hablamos.
El
trabajo del psicoanálisis es fomentar estas caídas sucesivas - inversiones
dialécticas, desarrollos de verdad. Sólo luego de deconstruir metódica y
sistemáticamente la profunda alienación del yo
a los modelos imaginarios demandados por el «Ideal del yo» (garante de su
servidumbre), es como puede irrumpir Otra
cosa.
Concluyendo
Elección
de vida, elección sexual, elección de neurosis. Desde el psicoanálisis, elegir aparece desde muchas ópticas,
todas sumamente complicadas. Simplemente, quisiéramos destacar que elegir
implica necesaria e irreductiblemente, la
pérdida. Lacan armó una serie que fue falta – pérdida – causa. Pues bien, sólo
es posible salir de la falta de sujeto primitiva (por alienación a los emblemas
mortificantes del campo del Otro), gracias a la pérdida, ante todo, de sí mismo.
Aquí es donde, siguiendo al Lacan del Seminario X, entra a jugar el sentido más
profundo del término “autoerotismo”. Es la falta de sí, que debe perderse, apareciendo el sujeto por vez
primera como vacío en el terreno del Otro. Sólo así adviene la función de la causa. En cuanto más perdido me hallo,
más posible me resulta el entusiasmo de la vida. Sobre todo, por la carencia de
rigidez inhibitoria que supone la consistencia
en ser, tan alabada en toda época humana – demasiado humana. El
psicoanálisis es un camino de vaciamiento radical y, en este punto, no hay
medias tintas. O se está de un lado, o se está del otro. O se garcha con el
superyó a todas luces, o se afirma una exsistencia desabonada de las
pretensiones narcisistas y más entregada al ignoto limbo de los inclasificables
deleites, allí donde predominan esos goces cuya ausencia haría ausente la razón
misma de nuestro estar-aquí.[5]
Buenos Aires, Diciembre de 2015.
[3] Literalmente: nacimiento del espíritu. Quizá, el enorme arcano de esta nuestra
disciplina creada por el maestro vienés, en sentido estricto, sea postular gracias
a los avances clínicos desarrollados por el revolucionario Jacques Emile, que
hay una estrecha vinculación entre la lógica antropogénica del pensamiento
hegeliano – en esa vía de lucha a muerte por puro prestigio donde el valor del
deseo es la prestancia y no la autoconservación – y el advenimiento del yo-narcisista (moi), sede de un placer
purificado por los desfiladeros del Ideal del yo. Proyección imaginaria de una nueva
entidad psíquica.
[4] En
donde no hay un levantamiento pleno de la represión.
[5] Lo cual no significa que la propuesta
analítica sea la del exceso. Placeres
singulares tan fallidos e in-totales como el goce neurótico del sufrimiento
repetido. La afirmación de la vida va por la vía de la presencia del resto,
como imposible de ser saturado.
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