Toda introducción no
deja de tener siempre un hálito de respuesta a una demanda de sentido, a un
pedido de explicación. Si el acto es acto,
lo es en la medida en que, por serlo, no se deja seducir por la pretensión de
tener que justificarse ante nadie. De todos modos, esto no quita que sobre un
acto no se pueda conversar. A fin de cuentas, pensar que por hablarse del acto
se estaría tratando de justificarlo ante alguien, no es más que un prejuicio. Uno de esos que cada cual
arrastra individualmente consigo. Por el contrario, puede sostenerse la idea de
que hablar sobre los actos sea hasta algo necesario para que estos queden
sancionados como tales (o entren en la vía de serlo). Por eso no creo vana la
empresa de conversar sobre este acto de
publicar, para poner en circulación aquello que durante cierto tiempo me he
estado preguntando y pensando, conversando, masticando, reelaborando,
cuestionando, produciendo.
“Cada cual cree que no
cambia y que cambian los demás…”[1], decía el poeta Atahualpa Yupanqui. Valdría
agregar: hasta que de repente un rayo misterioso desciende desde una nube y nos
despierta abruptamente, poniéndonos al corriente de que las circunstancias han
cambiado (léase: nosotros mismos). Un
rayo que sacude la modorra de nuestros autoengaños y nos desvela para situarnos
de cara a lo que ha sido una transformación. El tiempo no pasa solo, sino que
al pasar el tiempo pasan muchas otras
cosas con él. Y en este pasar va jugándose un verdadero pasaje, del que uno puede enterarse o hacerse el desentendido (non
arrivé). Por su
parte, este acto – el de la publicación de estas líneas bajo el concepto de un
“libro” - tiene precisamente el carácter de ese rayo sacudidor. O, tal vez, más precisamente, el haberme
confrontado con su posibilidad. Porque ahí el rayo se vuelve, entonces, pregunta. Pregunta como momento de
decisión donde debe arriesgarse, o no, una jugada.
«¡De modo que
realmente existe esa serpiente marina en la que nunca quisimos creer!»[2] De modo que existe. ¿Qué cosa? Diría esa
posibilidad, la de ser partícipe del diálogo epocal con otros pensadores,
interesados, “colegas”, en definitiva, con aquellos con quienes se comparte una
comunidad en el interés (decir “en el
deseo” sería demasiado. Sobre todo, demasiado histérico). Entonces, este acto de publicación no sólo aparecería
como un modo de sancionar y resignificar un trabajo que ya se ha venido
haciendo sino que además aparecería como una puerta de apertura al diálogo crítico y constructivo con otros. La
publicación bajo el concepto de libro como instrumento de lazo social. Y
también de potenciación y de apuesta. De apuesta por el psicoanálisis como - y
por el – pensamiento crítico, vale
dejarlo claro. Suena interesante y, en gran medida, es mi intención que esta
sea la movida. Lo común sería caer en la trivialidad habitual en donde algún
mengano escribe alguna trillada y archiconocida futilidad para que la letra
quede muerta y haya consecuencias de repetición acrítica, puesto que nadie va a
decir nada sobre lo que se produjo, puesto que ninguno va a tomarse el trabajo
de problematizar lo dicho, de repreguntar, de reformular, de repensar. Pasa
habitualmente, estimo, sobre todo con los “autores consagrados”, allí donde de
lo que se trata es de consumir la novedosa mercancía que nos obsequian sin un
mínimo de pausa crítica.
¿O sea que los escritores mismos tenemos una
cuota importante de responsabilidad en esas consecuencias de achatamiento, de
reiteración banal y recurrente? Recuerdo algo en el final de un número especial
de la revista Sudestada, dedicado a
J. L. Borges y R. Arlt, en donde se citaba a este último, quien decía:
“La mayoría de los que
escribimos, lo que hacemos es desorientar la opinión pública. La gente busca la
verdad y nosotros les damos verdades equivocadas. Lo blanco por lo negro. Es
doloroso confesarlo, pero es así. Hay que escribir. En Europa los autores
tienen su público; a ese público le dan un libro por año. ¿Usted puede creer,
de buena fe, que en un año se escribe un libro que contenga verdades? No, señor.
Para escribir un libro por año hay que macanear. Dorar la píldora. Llenar
páginas de frases. Es el oficio, “el métier”. La gente recibe la mercadería y
cree que es materia prima, cuando apenas se trata de una falsificación burda de
otras falsificaciones, que también se inspiraron en falsificaciones.”[3]
Es muy dura su
posición. Quizá no sea para tanto. Pero vale la pena traerlo a colación, para
problematizar algo que puede pasar y que, de hecho, pasa. Esta introducción
algo distendida en su discurrir, discúlpeme el lector, es parte del proceso
mismo de hacerse la pregunta. ¿Cuál? La de si acaso publicar es un acto genuino
– significativo - o un punto de alienación a una demanda epocal, muy instituida
entre los psicoanalistas contemporáneos. Tal vez haya un nudo de contradicción
insalvable en términos morales (del bien y el mal) y cuya superación esté dado
únicamente por la introducción de una mirada ética sobre la acción misma. En
ese sentido, si uno va alienarse para pujar por un acto de separación, es
decir, si uno va a entrar en el espacio para interpelarlo realmente (“desde
adentro”), entonces, bienvenida esa tensión y ese nudo. Porque ahí el asunto
que se plantea es desde dónde intervenir y para qué (no si está bien o si está mal).
Recuerdo una frase de
Lacan muy interesante y ligada a esto que vengo planteando:
“La comunicación
desinteresada, en última instancia, no es sino un testimonio fallido, o sea,
algo sobre lo cual todo el mundo está de acuerdo. Todos saben que ese es el
ideal de la transmisión del conocimiento. Todo el pensar de la comunidad
científica está basado en la posibilidad de una comunicación cuyo término se
zanja en una experiencia respecto a la cual todo el mundo puede estar de
acuerdo.”[4]
Si hay algo que puede
pensarse como provocando el trabajo de este escribir es, siguiendo la lógica de
la cita, el desacuerdo. El desacuerdo como un intento de ruptura
con lo estatuido y el des-interés. Estar en desacuerdo como un modo de apostar
por el estilo, genuino punto de
referencia a la hora de pensar en la enunciación
de un discurso cualquiera (o sea, de pensar si efectivamente alguien está
diciendo algo o solamente está haciendo señas en busca de aprobación).
Entonces, en cierta medida, aquel que haya obtenido este libro con la idea (tal
vez inconfesada) de conseguir una sumatoria intrascendente de “monografías”
pseudocientíficas (desinteresadas, eruditas, prolijas y armónicas) -
francamente - perdió. Pero, ojo, no
deja de ser una pérdida que quizá haya que poner a la cuenta de una eventual
intervención para con la subjetividad del lector y que, dejo oír una esperanza,
puede que devenga causa del interés
de proseguir con su lectura
(genitivos subjetivo y objetivo). Esto tampoco significa que quien hubo de
adquirir el libro sin aquellas expectativas (tal vez inconfesadas), vaya a
tener asegurada una ganancia. Es que
todo plus nunca deja de ser a
posteriori de una jugada. Porque no soy de los que creen que puede haber
genuina producción sin algún esfuerzo, como más no sea el de la lectura. Y vaya esfuerzo si los hay.
Si tuviese que ser
directo y claro, diré que la tesis central de este libro es que el pensamiento crítico constituye una
verdadera «ética», entendiendo por tal, un estilo de vida aceptado y asumido
como propio, tanto en sus beneficios y conquistas así como en sus contrariedades
y derrotas.
Hablé de enunciación. Pues bien, ese es el punto
de conexión que me parece válido para pensar en lo que podría darle cierto dejo
de “unicidad” a este libro. Lo cual no quita que podamos preguntarnos
libremente: ¿por qué un libro tendría que ser algo unificante, integrado,
sensato, razonable, armónico? ¿Serán las pretensiones del ego y de la Razón? La razón encarcela la palabra y la vuelve
impotente para llegar a su cúspide, el efecto de transmisión de un decir que
desfallecería en una hiperracionalización significante. Lo cual no excluye
tampoco que uno tenga que ser claro en ciertas ocasiones. De hecho, creo que en
varias de las cosas que comparto a través de esta publicación lo soy. Pero hablando
de la lógica que enlaza los diferentes trabajos agrupados, pienso directamente
en una enunciación común. Lo cual no deja de quedar a criterio del lector,
quien a fin de cuentas es el que va a sancionar si hubo o no alguien diciendo
algo o meras gesticulaciones asemánticas. Tengo que aceptar, a pesar de mi
renuencia a que algo quede incalculado, que se me escapan cuáles podrían ser
las consecuencias de este acto de publicación.
Retomo algo que se me
ocurrió en esa ocasión: “Aquellos a quienes menos les importa el arte, quizá
sean los propios artistas”. O sea, bajémoslo un poquito a todo esto. Que el
psicoanálisis nos enseña que no estamos hechos de un alma celestial perfecta
sino estructurados como un chiste, que nuestro espíritu está henchido de pasiones
oscuras, triviales y absurdas y que nuestras miserias - esas que no queremos
ver ni mostrar - nos singularizan hasta tal punto que el mejor camino termina
siendo el aceptarlas, y reír. Del mismo modo, “Tal vez, aquellos a quienes
menos les interesa la escritura no sean sino los propios escritores.” Y
entonces, así, el libro cae de ese lugar pesado, sublime y divino en el que
solemos ubicarlo para transformarse ahora en una simple y terrenal publicación
de cierto volumen y seriedad (dije seriedad para no decir: rigurosidad) a cuyo través logramos realizar nuestro anhelo de
expresar algo de lo que pensamos y de
lo que sentimos, y de un modo muy personal. El libro como un espacio de posible
encuentro entre dos subjetividades (no necesariamente unificantes) en donde se
pellizcan, se acarician, se pelean, se interceptan, se sacuden, se seducen las
ideas, los pensamientos, las sensaciones, los sentidos, los afectos, los
deseos, el espíritu. El libro como publicación inquietante y viva, tanto más provocadora cuanto menos
responda al criterio de tener que “satisfacer al cliente”. Al contrario, un
libro que venga del psicoanálisis, debería saber decepcionar al “cliente”, es
decir, saber dejarlo insatisfecho. Creo que estas líneas que me propuse
agrupar, pueden ir tranquilamente en el sentido de ese promover alguna
insatisfacción.
Pero el que primero
aceptó que el libro tenía que jugar más en esa dirección que en la dirección de
un complacer, fui, indefectiblemente, yo mismo. Yo mismo tuve que aceptar que,
fuere como fuere, el producto final jamás iba a ser exactamente aquello que
hubiese soñado. Entonces, estas Palabras
iniciales, son un poco también la crónica
de un duelo personal. Ahí hay, ciertamente, una degradación operatoria que
es muy amiga de la lógica de una cura en tanto tal, donde se le falta un poco
el respeto a las solemnidades admitidas, perdiéndose así las ilusiones
sujetadoras. La pregunta que da título a la publicación, en absoluto es ajena a
semejante movimiento, por cierto. Puesto que el pensar crítico necesariamente
conlleva una exigencia de degradación, en el sentido de una terrenalización de lo cuestionado y
también del cuestionador y de su instrumento mismo. Mas todo duelo no deja de ser, en su ambigüedad,
un desafío. Y, como anticipo del desarrollo
posterior, afirmo que el pensar crítico conlleva fuertemente esa vertiente del
desafiar. Ante todo, del desafiar-se. El duelo no es la pérdida, sino su
aceptación, el trabajo de asunción de esa falta. “Los hombres son dioses muertos, de un templo ya derrumbao”, decía
nuevamente Don Ata. Templo ya derrumbado de los paraísos ideales, en donde se
resquebraja la completitud de la sublimidad y en donde pueden emerger la
hombría - y la femineidad -, como posición inédita para aquel andrógino ángel
inmaculado, que yacía a la espera. El duelo es el desafío de aceptar que uno
está presto a devenir. A devenir otro. Porque hay delgadas líneas que son harto
delgadas, es cierto, finísimas como una línea de sal derramada sobre la mesa.
Pero cuyo pasaje marca una transformación radical en la subjetividad que allí
elige.
Un primer acto
de publicación, representa para quien opta por escribir, un pasaje mutativo
cuya verdadera (más nunca “última”) significación siempre está por verse en un
futuro por venir. Pero no creo que esté demás poner al tanto al lector de lo
que representa para mí – en este
momento - compartir estas líneas que son de mi autoría. Y que son de mi autoría tanto más cuanto que, al
publicarlas, más me autorizo de ellas en su circular, porque las suelto para
que sean (y quizá regresen algunas
vez, tan iguales y tan distintas, en el transitar de un boomerang que sacuda a un dueño desprevenido, taciturno y
olvidado). No deja de ser parte del trabajo de uno mismo con su propia palabra
todo esto y, en ese sentido, una parte del propio análisis. Publicar un libro,
en este caso, además de ser la materialización de un sueño muy personal e
intenso, va en la orientación de cuestionar a EL libro, como idea pesada y aplastante, henchida de moho, de
polvillo, de saber, de superyó. Es
una toma de posición frente a la severidad del pensamiento
incondicional-demandante, por la vía del corte y en donde se pone a jugar la
condición absoluta del ser-en-acto como desasimiento (cuestiones estas a
desplegar en el libro, desde ya).
Quisiera
insistir en un aspecto no subrayado con tanta firmeza y que tiene que ver con
esto del corte, más precisamente en tanto que punto de capitón. Se trata también de un hacer justicia a toda una producción jugada efectivamente que viene
desplegándose desde hace varios años y en donde, al ser encarada seriamente, se
han provocado consecuencias de formación, de transmisión, de creación, de
crecimiento verdaderas. Grupos de
lectura sobre psicoanálisis y otros pensadores; interés por conversar y
repreguntar sostenidamente sobre lo supuestamente obvio, promoviendo siempre la
participación particular en miras de dar cabida a la emergencia de posiciones
singulares; clases individuales o grupales sobre autores psicoanalíticos;
atención clínica propiamente dicha; análisis personal; participación en una
Cátedra universitaria; dedicación a la escritura de lo trabajado (cuya cúspide,
hoy por hoy, pretende ser esta publicación, pero como un paso inicial), etc. Así, pues, en sintonía con la idea del duelo como aceptación de la pérdida, uno
tiene que aprender a aceptar y a justipreciar lo efectivamente jugado y vivido,
inclusive más allá de sus propios prejuicios y temores. Entonces, este publicar
no sólo tiene un carácter prospectivo en el sentido de “lo que vendrá” junto a
él, sino que tiene un profundo carácter de resignificación que da un peso muy
especial a todo lo acontecido durante estos últimos años, en donde, para
decirlo claramente, le estuve poniendo el cuerpo al psicoanálisis.
El autor
Buenos Aires, Febrero de 2014.
[2]
Freud, S. (1936); UNA PERTURBACIÓN DEL
RECUERDO EN LA ACRÓPOLIS -1936(Carta abierta a Romain Rolland en ocasión de su septuagésimo
aniversario). Sería la expresión de aquel que, paseándose por el Lago Ness de
Escocia, de golpe se cruza con el cadáver del famoso monstruo.
[4] Lacan, J. (1955-56): “El Otro y
la psicosis” en El Seminario, Libro 3,
Las Psicosis. Paidós, Buenos Aires, 2007. Clase III. Punto 3. Pág. 60.
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