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“Decir de nuevo o hacia un nuevo decir. Psicoanálisis ◊ pensamiento crítico”

                         
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Cada vez que tratamos de decir de nuevo la clínica psicoanalítica, corremos el riesgo de des-decirla. Lacan supo definirla como aquello que se dice en un psicoanálisis, no sin considerar lo imposible de decir. Para Freud, un tratamiento analítico no suponía mucho más que una conversación entre un analista y un paciente… ni mucho menos. Ahora bien, ¿qué podemos aportar nosotros? Esta es la genuina dificultad de la cuestión. Porque de lo que se trata es de agenciar y transmitir sin alterar el discurso que, supuestamente, estamos queriendo abordar. Desde nuestro punto de vista, la historia del psicoanálisis es el desarrollo de los impases que involucra este complejo acto de implicación en un campo que, por definición, no puede pretenderse definido – clausurado, “sabido”. No tiene dueños, ni líderes, ni especialistas. Esa es la ilusión de la modernidad (y de la pos también sólo que potenciada por la tecno-ciencia). ¿Habremos alguna vez de soportar lo que significa un pensar sin amo?
Un camino sencillo, a la hora de definir las cosas, es ir por la vía de la negación. La clínica psicoanalítica no es… Pero esto suele escuchárselo con cierta frecuencia. Ya se sabe que no somos cognitivistas, sistémicos, gestálticos. También es cosa sabida que no aplicamos los criterios médicos tradicionales o la astrología. Pues, entonces, tenemos que decir de qué se trata nuestra acción. Si no, somos oscurantistas o – cosa propia del neoliberalismo contemporáneo – estafadores. Esa lógica del silencio pulsional llevado al cénit social. Callar para que nadie sepa, qué demonios se pretende.
Quien escribe podría bien no haberlo hecho, pero eligió tomarse el tiempo de hacerlo. Suele decirse que cuando uno tiene tiempo, no tiene dinero y que cuando posee este último le falta aquel otro. Así, vamos siempre en la vertiente de un deseo postergado, inhibido o insatisfecho. Aquí es donde debemos acentuar el hecho electivo fundamental. Porque no alcanza con tiempo y dinero para acceder a tal o cual cosa – categoría dentro de la cual entra el análisis -, sino que es menester un acto, una decisión (paso ahora a hablar en primera persona ya que sólo así, estimo, puede decirse algo mejor sobre aquello de qué va un psicoanálisis o de qué debería ir).
Elegir analizarse es, ante todo, elegir elegir. Dejar de ser elegido, determinado, objeto del inconsciente. Es cuestionar la repetición, a sabiendas de que no será sin ella, la cosa. Así como la elección neurótica se define por preferir la no-elección, la clínica psicoanalítica invierte este direccionamiento reubicando al consultante en lo tocante a su ser electivo. A su ser en falta, incompleto, deseante. Cualquier tecnología suplementaria que pretenda ocultar esta dimensión de la responsabilidad subjetiva – y ubicamos dentro de ella el exceso teórico de muchos lacanianos que se enriedan en los nudos, se vanaglorian del manejo “top-ológico” o se encubren en la erudición – es resistencial al punto crítico de ser-para-el-deseo.

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Lo que atraviesa la obra de Freud es una formulación de carácter eminentemente ético. Jacques Lacan se ocupó de subrayarlo, allí donde el posfreudismo se extravió en los distintos callejones sin salida que conocemos (estándares, nociones ajenas al pensamiento del fundador, burocracias, lecturas objetivistas de una disciplina subjetiva, luchas por el prestigio y el poder, etc.). Después, el lacanismo reprodujo el síntoma. Hoy por hoy, asistimos a un espectáculo donde muchísimo del espíritu del maestro francés ha sido violado, ultrajado, profundamente degradado. Todo decae en ver quién es más lacaniano que el otro. Nihil novum sub sole… Pareciera que todo lo que se matan trabajando en sus psicoanálisis, a la hora de pisar la institución se borrara de un plumazo. Politiquerías baratas, invisibilización de determinantes más duros.  
La universidad ha tomado la posta de la transmisión lacaniana, los grupos pasaron de ser de lectura a “de estudio” – gran diferencia -  y se terminó cayendo en la pantomima de la graduación, con tesina incorporada y horas de asistencia certificadas. Ya estamos en la época del especialista en tal o cual aspecto de la obra de J. L. Las escuelas de psicoanálisis (o circo-análisis) devinieron incestuosas, endogámicas, papistas, reaccionarias - como muchas cátedras de la Facultad. También hay bandas, con sesgos de mafia italiana o individuos meritócratas deseosos de poder y reconocimiento. Los posgrados se erigen como un Otro fiel, que sabe, tiene, puede, etcétera. Son garantes de que “no hay Otro del Otro”, pero ¿desde qué lugar? Tamaña contradicción. La extensión es pura tensión y la intensión decae del deseo a la intención. En el grafo del deseo, se vive en busca de un Autre completo que signifique el propio pensamiento como “válido”. Usted está aprobado para ejercer el psicoanálisis. Se repite la historia. En fin…

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A veces me pregunto si alguien lee todo lo que se publica. Me interrogo por cuántos analistas supervisan su práctica e, inclusive, si se analizan. El PENSAMIENTO CRITICO supone volver a resituar los puntos de partida fundamentales que operaron como condición de posibilidad para que tal o cual disciplina vea la luz. Festejo poder escribir apuntando a un público de carácter pluralista, sin vanas hegemonías, a gente interesada en la diversidad de miradas, sin desdén por la producción desconocida de los “sin chapa”. Porque los analistas no ponemos chapita en el mármol del edificio. Ponemos el cuerpo, la escucha y la palabra. Damos humanidad frente a un mundo cada vez más inhumano. Damos la mano o la mejilla (no “la otra”) y agarramos el billete porque nuestra acción tampoco es desinteresada. Nosotros también pagamos, pero no con amor, como hace poco dijo alguien en un diario progresista local, proponiéndose muy vanguardista (síntoma porteño indiscutible). Si algo Freud nos enseñó, es que por la vía del amor sólo fomentamos más neurosis. Veamos esto un poco más de cerca. Decir que la función de la plata en la clínica estaría vinculada al amor que el analista da (ya sea bajo la forma del tiempo, del espacio, etc.), ¿no equivale a afirmar que el paciente está casi como pagando una entrada para poder gozar un ratito de un Ídolo de masa? ¿No es, en cierta medida, situarse y autentificar el lugar del Ideal? “Nos quiere a todos por igual”, dicen los vasallos en la Psicología de las masas o los analizantes y alumnos de ese analista. Además, Lacan definió al amor como el efecto metafórico de sustitución que se juega del lado analizante. Simplemente, hago esta puntuación, para mostrar cómo todavía es posible (y necesario) cierto margen para el disenso, para no estar de acuerdo necesariamente con las voces autorizadas o legitimadas por su prestigio o el de su Apellido.
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Decir, desir, deser… Significantes que anuncian una vía de caída y no de erección. No remiten a la potencia fálica siempre engañosa, emblemática y mortecina sino más bien a esa pérdida que implica el hecho de ser hablante que es el objeto a. El psicoanálisis es un pensamiento crítico porque no parte de una idea de realidad en sí, definida, plena, acabada, realizada ni realizable. La cosa freudiana es del orden de lo no realizado. Y esto es el origen mismo del conflicto. Un conflicto que es de estructura y que repele cualquier intencionalidad del PENSAMIENTO ÚNICO de aplastarlo. Sólo una mirada impúdica y totalitarista puede pretender, desde la locura de la Razón obsesiva, subsumir todo el real de una experiencia en formulaciones teoréticas. La lógica, la racionalización, la matematización y demás vericuetos lacanianos pueden contribuir a que se olvide que toda letra es efecto de discurso, que hay lenguaje pero no UN lenguaje y por eso lalengua. El psicoanálisis es un pensamiento crítico porque al anteponer la singularidad al Universo de discurso – el discurso de las botas, de los gases y de los bastones largos – rescata lo más íntimo de nuestra experiencia hablante allí donde goce, deseo y amor se anudan borromeamente.
La distancia que implica el a es TAMBIÉN la diferencia que sitúa de un lado al sujeto (del significante) y del otro lado, la subjetividad socio-históricamente definida (“de la palabra”). Esta última ya supone ese resto en tanto tematizado. Aquí es donde el sistema hipermoderno busca hincar su diente, acometiendo el crimen perfecto. Pero no lo logra. Porque la subversión del sujeto castra de contenido la subjetividad cada vez que esta es fagocitada por el ego y su palabra vacía, llena de sentido imaginario. Descuidar lo epocal equivale a pensar nuevamente un sujeto-sustancia ahistórico, descontextuado, petrificado al significante sin ninguna relación con la subjetividad. Sin embargo, podríamos decir que sin S2 no hay sujeto barrado propiamente dicho – para que haya síntoma tienen que haber represión primaria y secundaria. El sujeto implica la barradura de la realidad epocal, que es una diacronía, un discurrir que va resignificando, que lo plantea en tanto historizado, es decir, en el fantasma. La realidad es la castración y la castración es la realidad, esa que siempre quiere no verse y de allí la función del velo. Cuesta entender quizá este punto de vista, pero por no tenerlo en cuenta creo que pifiamos mucho nuestra orientación. Se trata de cómo la realidad social define la mitad del sujeto o, si se quiere, un tercio del mismo, dado que su ser está definitivamente extraviado. Si los emblemas significantes – letras de goce, amos – remiten más concretamente a aquel nicho originario que es lo familiar incestuoso el Saber como S2 viene a redoblar esa alienación permitiendo una separación subjetivante. Por eso, el gran inconveniente de quedar pegado al Otro sin barrar. El Nombre-del-Padre – que es también el padre del Nombre - brinda un saber acerca del goce del Otro (una versión) y esto opera desde lo inconsciente. Por eso hay que averiguar de qué se trata. Nuestra subjetividad está entramada en los saberes pulsionales del momento. Aquellos que responden a su manera al no-relación sexual y por eso debemos más bien hablar de los nombres del padre. Todo lo que haga función de corte, es paterno y posibilita el síntoma. Hay épocas oscuras, socio-históricamente hablando, que proponen versiones de la realidad realmente siniestras e in-creíbles. Esto plantea subjetividades que rechazaran la castración que involucra querer participar del Mundo, de la escena. ¿Será que algo en la época busca a través de esta opresión de la subjetividad, anular lo más profundo de nuestra existencia parlante que es el sujeto? La clave está en manipular el objeto a. Pero siempre serán postizos, nunca el Real… y allí se cifra la gran esperanza del psicoanálisis y su clínica. Es importante que advengan nuevos decires – nuevos desvíos – en lo tocante al sentido que define lo social. Ese giro discursivo promueve y sostiene la exsistencia del SUJETO FREUDO-LACANIANO.  

Ramos Mejía, Diciembre de 2017

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