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“DEL MALESTAR EN LA CIUDADANÍA (Y DE OTROS MALESTARES)”



“Las ideas son hoy el instrumento esencial en la lucha de nuestra especie por su propia salvación. Y las ideas nacen de la educación. Los valores fundamentales, entre ellos la ética, se siembran a través de ellas.”

(Fidel Castro, 07/02/2003)

Introducción

¿Qué pueden aportar el psicoanálisis en particular y el pensamiento crítico en general al combate frente al malestar en la ciudadanía (CULLEN, 2007)? Nótese la cercanía con el título archiconocido de Freud. Pero en este caso, nos compele la cuestión cívica, no tanto la universalidad de la “Civilización” o de la “Cultura”, sino el espacio acotado de la articulación entre un Estado de Derecho y aquellos que permanecen sujetos a sus obligaciones y – justamente - derechos, que dicha Institución define y engloba (tratando de pensar también en quienes quedan «forcluidos» del sistema establecido). No creemos, no obstante, que la condición ciudadana esté únicamente otorgada por la entidad estatal. La así llamada “carta de ciudadanía”, más bien, está sobre-determinada por un conjunto de factores o, lo que es lo mismo, existen diversos modos de entender el concepto de ciudadanía más allá de la lógica estatista (cuestión que veremos en breve).

Ciudadanía involucra una de las aristas que colocan al hombre en su conexión con el corpus social en tanto tal. Se trata de un cuerpo societal elaborado, padre de normas e hijo de mandatos transmitidos. Un social Ideal del yo pero también fácilmente convertible en superyó. La ciudadanía puede volverse cruel en tanto plantea un costo que puede ser difícil de pagar (o, hasta diríamos, imposible) por grandes cantidades de individuos que quedan precisamente por ese hecho excluidos (forcluidos, en nuestros términos, como decíamos más arriba) de la economía ciudadana entendiendo a ésta como algo más que un simple fluir de intensidades monetarias o comerciales, sino también como una intensidad dada en una superficie (los cuerpos, los espacios, el territorio; en suma, toda la geografía cívica) sobre la que circulan afectos, pasiones, deseos, saberes, goces, síntomas, identificaciones, pactos, secretos, decires, etcétera. Discurrir de transacciones subjetivantes de la que el sujeto de la necesidad queda privado (“objetivación”). Para el caso, el pobre. ¿Qué hacemos con los pobres, es decir, con esos seres del conjunto de ciudadanos que están al límite del engranaje societal articulado y funcional? Esta pregunta ostenta una sobredosis de fascismo importante, empero. Convendría cuestionarse, en cambio: ¿Qué hacemos con la pobreza? Inclusive, mucho mejor que esta: ¿Qué se hace con la desigualdad? (que no lo real de la diferencia en tanto irreductible).

En este punto, y para no desviarnos tanto del asunto que articula este Capítulo, diremos rápidamente que el quid de la cuestión pasa por qué hace cada cual con su pobreza. Y no entiéndase únicamente por pobreza, la carencia material (de dinero, de propiedades y bienes en general), sino que también es la chatura (no la tachadura, mucho más interesante), la mediocridad galopante de los conformistas envidiosos de siempre (incapaces de alegrarse por el logro ajeno y defensores acérrimos del empate), en definitiva, la pobreza de miras, esa incapacidad tan neurótica de soslayar el pequeño ego, de llevar todo hacia el plano de lo común, de lo medible, de lo comparable, de «lo Uno». O sea, del falo en su vertiente imaginaria como significación residual cuya resonancia contamina las acciones ulteriores al Edipo reprimido, imposibilitando que se desplieguen actos verdaderos, foráneos a una lógica reduccionista y cosificante. El estulto está en el fantasma, gozando como cerdo, comprometido a nivel de un deseo aletargado e intoxicado que lo sujeta de manera determinante a repetir mecanismos – y a reproducir lógicas - sin poder salir del, y sin poder cortar con, el circuito del goce. Ese del que tanto se queja.

El psicoanálisis aporta las herramientas para que la subjetividad pueda reencontrase consigo misma. El pensamiento crítico supone un agente que, pese a estar supeditado a fuerzas que le son decisivas y excedentes, se responsabiliza creyendo que algo es posible de transformar. Esta es la definición misma del pensar críticamente: ir más allá de lo dado, de lo que se creía inconmovible, aún en el propio ser (llámese “destino”, “esencia” o “fatalidad”).

Comprometerse: ¿cómo? Implicarse: ¿de qué manera? Hay vías específicas de acción. Organizarse, unirse, protestar, tomar la palabra (decir), salir (cortar), moverse (cambiar), solidarizarse (deponer o posponer – en el sentido de “hoy por ti…” - el narcisismo). Denunciar. Debatir, ante todo, sin violencia ni agresiones, pero tampoco con claudicaciones o concesiones. Tanto el psicoanálisis como el pensamiento crítico son territorios agresivos en el sentido de combativos y valientes. No son espacios para cualquiera, como ningún tipo de militancia lo es. Esto no invita a interpretar el compromiso como guerra o como pelea permanente. En todo caso, esa batalla es contra las propias insulsas ilusiones, el propio masoquismo y la propia culpa que impiden crecer. En definitiva, el ataque (evitando hablar así de la tan mentada “defensa”) esencial es contra el propio goce en tanto tal. Lacan nos enseñó que lo fundamental de la experiencia psicoanalítica no debe precisarse por las vía de los mecanismos defensivos, siempre fallidos y a fin de cuentas fortalecedores de lo menos interesante del sujeto. Al contrario, no hay mejor defensa que un buen ataque. Y atacar es dirigirse valientemente hacia el deseo.

Involucrarse como ciudadano partícipe de una Sociedad (y no meramente parte), conlleva un beneficio ante todo para sí mismo, en tanto y en cuanto le posibilita al sujeto correrse de los avances despiadados de los ambiciosos y egoístas imborrables. Esos que siempre existieron y que siempre existirán, llegando al extremo de la canallada e inclusive de la monstruosidad (como los torturadores). No dejarse atropellar, ni robar derechos, conquistas, pelearle al oscurantismo ideológico, material, dirigente o empresarial. Como psicoanalistas, concretamente, no nos es dable hacer la vista gorda frente a la orientación de un país en términos derechistas y neoliberales nuevamente, en el sentido de una alienación cultural y nacional que produjo efectos psíquicos graves en nuestra sociedad. Desde el punto de vista de la Salud Mental, el neoliberalismo representa el predominio de la cultura del descarte (que no excluye descartar personas), de la desgracia de la mayoría, la avidez al poder, el goce consumista como imperativo. La castración allí es desmentida porque el emblema mercantilista y toda la pompa de prejuicios que consigo acarrea (ideas falsas como “ser para tener” o “tener para ser”, “felicidad”, “progreso”, “pobreza cero”), se propone suturarla, siendo el capitalismo una utopía de la que no nos podemos desprender. La carencia de referentes simbólicos reguladores, hace que retornen las subjetividades de manera estrambótica (nuevas patologías). Si todo es el libre mercado, la ausencia de nombres no impide que la pulsión maneje los cuerpos a piacere. El neoliberalismo es la anarquía pulsional llevada al terreno de las relaciones inter-económicas. Además, su lógica es inseparable de la de la colonialidad (QUIJANO), porque es moderno como esta última. El planteo es: manda el más fuerte. La moneda más potente, la economía más férrea. Desprotección de los más vulnerables, con efectos de empobrecimiento en todo nivel. La mentira de que “somos todos iguales” y que por eso debe imperar la merito-cracia encubre anhelos subrepticios de que la plutocracia y la aristocracia sean los regímenes dominantes. Somos todos iguales, menos los que son distintos, habría que agregar. Eso es fascismo puro. Pero nosotros estamos del lado de la democracia, único esquema político donde el deseo hace nudo con una concepción genuina (y no ingenua) de libertad.

“Dicen que el peligro nos acecha, pero el peligro son ellos y por eso hay que seguir…”

Nunca mejor dicho, tomando prestada la reflexión de los muchachos de La Mancha de Rolando. Die Gefahr es la tecno-cracia imperante, aliada al ultra-neo-libera-capita-lismo que sostiene una contemporaneidad arrasada y sin destino a niveles individuales y colectivos. ¿Hacia dónde vamos? ¿Alguien se hace esta pregunta? O mejor dicho: ¿vamos hacia algún lado o ya no hay donde ir? El nihilismo tan denunciado por Nietzsche: ¿hasta qué punto lo hemos eliminado los occidentales? ¿Hay algo en qué creer? ¿Qué valor tienen nuestra Nación, nuestra Patria, nuestra Historia? ¿Al servicio de qué estamos? ¿Somos funcionales a qué lógicas o fuerzas sociales – políticas, económicas, ideológicas, religiosas? ¿Tenemos un mínimo de conciencia de qué articulaciones sostenemos? ¿Cuáles son nuestros a priori?

Como podrá captar el lector, muchas preguntas, pocas respuestas. O quizá, estas preguntas sean la respuesta misma de alguien que se atreve a ejercer el pensamiento crítico. Por suerte, sabemos que hay muchos. Esto no nos consuma místicamente en ninguna síntesis definitiva, solamente nos sitúa en una misma dirección, en una comunidad de enunciación o solidaridad en el decir. La de quienes quieren algo mejor no sólo para sí, sino que – honda preocupación antropológica mediante – también para el otro en tanto otro. Ese otro que indirectamente soy yo mismo. La alteridad me interpela permanentemente y el trato hacia el semejante, es real medida del grado de aceptación de mi propia castración simbólica. Porque yo también soy otro para mí, y el otro-otro, el otro real, es siempre un tercero. Pasemos a los desarrollos pensados para la ocasión, sin más demoras.

Buenos Aires, Año 2018

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