“La modernidad no sólo necesita
la colonialidad sino que la colonialidad fue y continúa siendo constitutiva de
la modernidad. No hay modernidad sin colonialidad…”
WALTER MIGNOLO
“Hay subjetivaciones ante las cuales sería preferible quitarse la vida
inmediatamente antes que entrar en ellas.”
DELEUZE
“La máquina de guerra nunca ha
tenido un funcionamiento impersonal, incluso cuando parece funcionar
automáticamente, dado que “los burócratas y los tecnócratas” son siempre
adyacentes a los automatismos técnicos o sociales, listos para intervenir en
caso de que “falle”, política o económicamente. Políticos, tecnócratas,
periodistas, soldados, expertos, fascistas, etc., son las subjetivaciones de la
megamáquina, actúan como reguladores, guardianes, sirvientes, restaurados del
gran flujo de dinero, de capital, de tecnología, de guerra, pero también como
“gobernantes” de las divisiones de sexo, raza y clase, garantes de las
servidumbres y sometimientos implicados por estas divisiones.”
LAZZARATO, El capital odia a todo el mundo: fascismo o revolución
Con la intención de
pensar el lazo psicoanálisis ◊
decolonialidad, me propongo situar algunos lineamientos que permitan
esbozar articulaciones en relación a un psicoanálisis por-venir (que no es lo
mismo que hablar del porvenir de psicoanálisis, temática que requeriría otros
desarrollos y otras discusiones). En este sentido, parto de la siguiente
reflexión que el peruano Alejandro Moreano hiciera en ocasión del Foro
Social de las Américas en Quito, durante el año 2004:
"La caída de los regímenes del ´socialismo real´ lo liberó [al
pensamiento crítico] de la hipoteca del estalinismo y el profundo diálogo con
otras corrientes críticas tales como el psicoanálisis lacaniano, ciertas
tendencias del posestructuralismo y aún del llamado posmodernismo, le han
abierto perspectivas insospechadas de renovación (...) La riqueza de las
formulaciones teóricas que ocupan la escena intelectual de la teoría crítica,
en el vacío provocado por la ausencia del marxismo, tales como las tesis de
Foucault, Deleuze, el lacanismo, la crítica feminista y ecologista han abierto
el horizonte de una variación de corrientes críticas, cuyo diálogo está siendo
ya extremadamente positivo."[1]
Los tres ejes del
pensamiento foucaultiano que Gilles Deleuze rescata en sus cursos son: el saber, el poder y la subjetivación.
De la misma manera, dentro del pensamiento decolonial como teoría crítica desde América Latina (y que no es
“poscolonial” dado que no considera que la colonización euro-moderna-patriarcal
y blanca haya cesado sino que hoy en día hablamos de una “colonialidad global”[2]) pensamos que, justamente, la
modernidad trajo aparejada tres colonialidades específicas (estructura
triangular de la colonialidad):
• La colonialidad
del poder
•La colonialidad
del saber
• La colonialidad
del ser (o del sujeto)
Con respecto al
primer ítem, Aníbal Quijano, establece:
“La globalización en curso es, en primer término, la culminación de un
proceso que comenzó con la constitución de América y la del capitalismo
colonial/moderno y eurocentrado como un nuevo patrón de poder mundial. Uno de
los ejes fundamentales de ese patrón de poder es la clasificación social de la
población mundial sobre la idea de raza, una construcción mental que
expresa la experiencia básica de la dominación colonial y que desde entonces
permea las dimensiones más importantes del poder mundial, incluyendo su
racionalidad específica, el eurocentrismo.”[3]
Es decir, el
concepto biológico de «raza» según el cual las especies se subdividen en
función de aquellos caracteres diferenciales que se perpetúan por herencia, no
sólo se traslada al tejido y al corpus social, sino que además se lo utiliza
para jerarquizar y disciplinar el plexo civilizatorio. De esta manera, ciertas
etnias o poblaciones se ven desvalorizadas y, en cambio, se establece la
supremacía de otras (o de otra: la “raza” blanca). El mismo autor, especifica
el acontecimiento histórico en cuestión y sus efectos:
“… fue establecida una relación de dominación directa, política, social
y cultural de los europeos sobre los conquistados de todos los continentes. Esa
dominación se conoce como colonialismo.”[4]
En cuanto al eje
del poder foucaultiano, Deleuze introduce la cuestión del “afuera” al que
define como el diagrama en tanto relación de la fuerza con la fuerza.[5] Se trata de lo informal donde ya no
hay fisura, ni abertura (como a nivel del saber). Esto llevó a Foucault a
ocuparse especialmente de los griegos, por la singularidad de su diagrama de
fuerzas y por el pliegue singular que se produce en aquella civilización
con respecto a la línea del afuera (la línea de la muerte): “El diagrama, la
relación de las fuerzas que corresponde a la ciudad griega, es una relación
agonística entre agentes libres, pongamos entre hombres libres”.[6] Retomando la cuestión del colonialismo, entonces, tenemos que
entre las fuerzas afectantes (europeas) y las fuerzas afectadas (de todos los
continentes), se impuso finalmente la fuerza primermundista (dominación).
Recordemos que para el Foucault el poder no es algo que solamente
prohíba, reprima, es decir, algo “negativo”.[7] El poder también es positivo: anima,
incita, demanda. Las preguntas respecto de qué es el poder o quién lo ejerce,
para Foucault, son inseparables y a la vez dependientes de esta otra: cómo.
En este sentido, es esencial entender las estrategias, las redes, los
mecanismos del poder; en suma, la forma de racionalidad gubernamental en cuestión (que siempre implica posibilidades, grupos, puntos y zonas de resistencia,
de desobediencia y de oposición). Entonces, la conquista del espacio (categoría
esencial en cualquier ejercicio del poder) y el triunfo de una etnia sobre
otra, no se hizo sólo mediante la violencia física o militar (concepción del poder
muy limitada al estar de Foucault, como ya vemos) sino a través de otros
métodos y estrategias como lo fuera la elaboración y la formalización un modo
de producir conocimiento que diera cuenta de las necesidades cognitivas del
capitalismo en ciernes:
“… la medición, la cuantificación, la externalización (objetivación) de
lo cognoscible respecto del conocedor, para el control de las relaciones de las
gentes con la naturaleza, y entre aquellas respecto de ésta, en especial
de la propiedad de los recursos de producción. Dentro de esa misma orientación
fueron, también, ya formalmente naturalizadas las experiencias,
identidades y relaciones históricas de la colonialidad y de la distribución
geocultural del poder capitalista mundial. Ese modo de conocimiento fue, por su
carácter y por su origen eurocéntrico, denominado racional; fue impuesto
y admitido en el conjunto del mundo capitalista como la única racionalidad
válida y como emblema de la modernidad. Las líneas matrices de esa
perspectiva cognitiva se han mantenido, no obstante los cambios de sus
contenidos específicos, y las críticas y los debates…”[8]
Esta extensa cita
nos lleva meternos en el segundo eje: la colonialidad del saber. Hablar de la colonialidad del Saber en
relación a la modernidad/ colonialidad y desde el punto de vista del pensar
decolonial, supone introducir la noción de “hybris del punto cero”[9]cuya consecuencia principal será la
“sistemática reproducción de una mirada del mundo desde las perspectivas hegemónicas
del Norte”.[10]La hybris o desmesura del punto cero significa el predominio
epistémico de la mirada colonial del mundo. Para poder entender la colonialidad
del saber hay que remontarse a fines del Siglo XV, específicamente al periodo
que se inicia con el “descubrimiento” de América en 1492. Castro Gómez
establece que es allí cuando:
“Se impuso poco a poco la idea de que la naturaleza y el hombre son
ámbitos ontológicamente separados, y que la función del conocimiento es ejercer
un control racional sobre el mundo. Es decir que el conocimiento ya no tiene
como fin último la comprensión de las “conexiones ocultas” entre todas las
cosas, sino la descomposición de la realidad en fragmentos con el fin de
dominarla.”
Esta mirada
racional del mundo y del Otro, conllevó también una clasificación de seres
humanos con su consecuente jerarquización entre etnias. Como los individuos de
la etno-clase que controlaban el conocimiento eran blancos y cristianos, surge
de allí un concepto de raza que
se entrecruza con la fe, el conocimiento y el color de la piel. Es de esta
manera que, como sostiene Walter Mignolo, “el racismo fue una operación
epistémica que institucionalizó la inferioridad de los indios y,
posteriormente, justificó la violencia genocida…”[11]
Hablar de
colonialidad del saber implica afirmar que, en Latinoamérica, se impuso una
perspectiva teórica y científica por sobre otras. Una perspectiva foránea,
colonial, eurocéntrica, patriarcal, blanca. Latinoamérica fue estudiada y
dominada como tal por LA ciencia –positivista, cartesiana, moderna. La ciencia
verdadera (episteme) vino a derribar con todo “pensamiento mágico-animista” y
con toda creencia (doxa) supuestamente primitiva o bárbara. “Dios ha muerto”,
al estar de Nietzsche, representó el triunfo de la Razón y de la idea del
progreso[12], esto es, del SABER en tanto
racional (y dialéctico, ya con Hegel) por sobre cualquier otro modo de
conocimiento posible. Lo real pasó a ser propiedad privada de los científicos,
de los ilustrados hombres del Saber, únicos privilegiados en acceder de manera
genuina a lo desconocido, mediante el método científico. Pero es imposible
separar el saber de poder. Con lo cual, estamos hablando de una verdadera
colonización discursiva, cultural, psicológica. Es por ello que, entre los
supuestos y a prioris del discurso moderno/ colonial, merece destacarse, el utilitarismo como filosofía moral del
capitalismo en auge.
Tal como lo plantea
Paulo Martins, “el neoliberalismo no es un simple sistema de dominación de base
económica sino, sobre todo, la expresión pragmática de una filosofía moral: el
utilitarismo, que se produjo como fetiche para justificar la explotación y el
consumo ilimitado como esencias de la condición humana”.[13]El utilitarismo en una filosofía
moral que se basa en el cálculo racional cuantitativo de las ideas de felicidad
y buen vivir dentro de una sociedad. Según esta concepción, los individuos son
pensados en tanto motorizados por el cálculo egoísta de los placeres a
conseguir y de las penas a evitar. Lo que predomina, a los fines de cualquier
deontología ética, es la Ley de la felicidad (individual o de un conjunto de
individuos).[14]Es de aquí de donde extrae su fuerza
el individualismo posmoderno y el profundo sentimiento anti-solidario, cruel e
indolente que caracteriza a nuestras sociedades capitalistas. Esta última
reflexión sobre el eje del saber o la colonialidad del saber, nos remite
directamente al tercer eje foucaultiano y también decolonial que es la subjetivación
o la colonialidad del ser.
Antes de entrar
directamente en el tercer eje en cuestión, recapitulemos para pensar los
primeros dos desde el campo psicoanalítico. Y en este sentido, quisiera
establecer dos preguntas: ¿qué puede aportar el pensamiento psicoanalítico al
pensamiento decolonial? ¿Qué puede aportar el pensamiento decolonial al
psicoanálisis? La respuesta a estos dos interrogantes no va de suyo. Intentar
contestarlas es parte de una gran apuesta contemporánea, dado que estimo que de
este depende, en parte, ahora sí el porvenir de psicoanálisis, al menos
en estas pampas latinoamericanas. Es decir, ahora me atrevo no solamente a
hablar del psicoanálisis por-venir, sino también del porvenir de psicoanálisis.
Y, a la vez, el pensamiento decolonial por-venir y el porvenir del pensamiento
crítico decolonial no puede ser sin los
aportes del discurso freudo-lacaniano. Tanto en lo referente a sus conceptos
así como en lo tocante a su experiencia, a su práctica, a su praxis.
Con respecto al eje del poder, desde el punto de vista
analítico, esta noción es inseparable del concepto freudiano de superyó dado
que esta instancia es la introyección de la ley, de la autoridad parental en el
sujeto. Ahora bien, al ser el heredero del Complejo de Edipo, también porta
rasgos de ello pulsional. En este sentido, el superyó es de donde parte una
demanda esencial que atraviesa toda la cadena significante más allá de los
anhelos imaginarios del yo narcisista. Esa demanda originaria es: ¡Goza!
Ahora bien, este goce pulsional inconsciente, para Lacan, no necesariamente se
confunde con el placer. Al contrario, tiene que ver con su más allá. Por
eso, hablamos de tendencias auto y hetero-destructivas. Filosóficamente,
diríamos con Nietzsche que existe en el hombre una voluntad de poder originariamente sádica y/o masoquista. De esta
manera, pensando críticamente el colonialismo, no podemos caer sin más en una
concepción ingenua al estilo “víctima-victimario”. Aunque suena fuerte
escucharlo y sea difícil decirlo, no necesariamente el colonizado quiere “su
propio bien”, es decir, su libertad. No necesariamente el esclavo desea
acabar con la opresión que lo sujeta. Inconscientemente, en tanto sujeto del
lenguaje, el colonizado puede estar sujetado de tal manera al Ideal
(significante-amo) que representa el Hombre Blanco en tanto lo Otro, lo
diferente, lo desconocido, que de ese modo quiere parecerse a él. Esta
reflexión, de todos modos, resulta insuficiente porque no explica qué es
exactamente lo que podría producir esa “hipnosis”, ese “enamoramiento” en la
relación colonizado-colonialista.
Más allá de la
fuerza bruta, que obviamente es innegable en todo proceso de colonización, y
del miedo asociado a ella, es preciso situar si acaso no hay algo más. Acá
aparece la siniestra figura del capataz, del “capanga”. Es decir, del centinela
cipayo que abre las puertas desde adentro. Es el niño edípico que ve en el
europeo a un nuevo Padre. Establezcamos un mito de origen: el indio traiciona a
su hermano y se vende por una “promesa de goce” que es correlativa de la
estructura del lenguaje (algo que se perdió se podría recuperar). Con lo cual,
el mito para pensar en el origen del capitalismo ya no sería exactamente el
freudiano de la Horda primitiva sino el mito de Caín y Abel, tal como lo
trabaja de manera excelente Mauricio Kartún en su obra de teatro Terrenal (2014):
el asesinato del hermano.
Rita Segato aporta
una reflexión interesante en este punto que quisiera intercalar antes de
continuar. Hablando de la existencia o no de una organización patriarcal en las civilizaciones pre-coloniales, ella
por su parte habla de “un patriarcado de baja intensidad”, en el orden
comunitario, al que se le agregó históricamente uno de “alta intensidad”
proveniente de la sociedad colonial-moderna. Y agrega: “Y hablo del hombre
indígena, en su proceso de acriollamiento, como un sujeto bisagra, debilitado
ante el blanco y violento ante los suyos. Hubiera resulta imposible la
conquista sin un orden de género que permitiera la captura del hombre no-blanco
por la lógica del hombre blanco.” (SEGATO, 2018, p. 56) Al estar de esta
pensadora, existe un orden preexistente que ubica a ciertos sujetos amerindios
en una posición de prestigio que los vuelve más vulnerables a la seducción
colonial y que los expone a asociarse corporativamente con la masculinidad blanca.
Entonces,
regresando sobre el interrogante respecto de qué es aquello que el indio
traidor podría haber envidiado del hombre blanco y por eso traicionado al
hermano y entregado a la hermana, mi hipótesis lacaniana es, entre otras cosas:
el saber como medio de goce. Lo
que la modernidad/colonialidad trae es una ciencia compacta y una analítica de
la verdad que promete una verdad absoluta. Es decir, una cosmovisión superadora
de todas las antiguas tradiciones, una “explicación” omnisapiente de lo real que
destierra la angustia primordial ante el misterio de la vida. Y también, no es
un detalle menor, una religión monoteísta que fue implantada de manera salvaje
y brutal. El saber-hacer nativo fue sustituido por el saber abstracto racional
europeo y las creencias autóctonas fueron subsumidas a la religión “verdadera”
(como la llama Lacan). Es decir que Europa trajo la Razón y el Sentido. Pero
con ello, el nativo perdió el Ser. La colonialidad
del Saber produce una forclusión del ser aborigen irrecuperable. No
quedará más lugar que para la identificación.
Ahora bien, ¿con
qué orden de ser se identifica el indio arrasado, maniatado, torturado y
vencido? Con el ser en tanto eurocentrado. Heidegger establece que el ser en
tanto distinto del ente, se reveló en Grecia. Son los griegos quienes dirigen
la fuerza contra sí misma, plegando la línea del afuera, creando la
subjetividad y una primer forma de interioridad. ¿Implica esto afirmar que en
Latinoamérica no había subjetividad alguna? ¿Es el sujeto un invento moderno y
europeo? En cierta medida sí. Al menos, cierto tipo de sujeto y de
subjetividad, como hemos visto, atados al poder colonial y al saber abstracto.
También al Dios del cristianismo. La voluntad
de poder eurocentrada, blanca, patriarcal, machista, racionalista e
individualista se expande como un virus letal por el resto del mundo acaparando
para sí, desde un egocentrismo fenomenal, al Otro.
Retomemos el camino
que veníamos trazando, esta vez, a través de las palabras de Nelson
Maldonado-Torres, quien reflexiona:
“… si la colonialidad del poder se refiere a la interrelación entre
formas modernas de explotación y dominación, y la colonialidad del saber tiene
que ver con el rol de la epistemología y las tareas generales de la producción
del conocimiento en la reproducción de regímenes de pensamiento coloniales, la
colonialidad del ser se refiere, entonces, a la experiencia vivida de la
colonización y su impacto en el lenguaje.”[1]
La colonialidad del ser lleva a pensar en
la existencia, el lenguaje y la historia. Se trata del eje foucaultiano de la
subjetivación o de lo que, lacanianamente, llamamos constitución subjetiva.
Para el psicoanálisis lacaniano, el Otro como tesoro del significante es
fundamental en la producción del sujeto. Lo simbólico es “en última instancia determinante”.
La teoría psicoanalítica tiene poderosas herramientas para explicar y entender la emergencia del ser en lo real viviente de
una entidad biológica a secas. Y el concepto clave en este punto es el
término «deseo» como potencia a-orgánica capaz de subvertir la máquina colonial
que es el Otro (en cualquier parte del mundo). ¿Por qué creer que las lenguas
nativas carecían de esta potencia única que es el deseo? ¿Solamente porque
carecían de las innovaciones técnicas y tecnológicas que el ser “civilizado”
traía consigo? Si bien el sujeto del psicoanálisis es “el sujeto de la
ciencia”, ¿no es pensable un sujeto del deseo inconsciente en las poblaciones
pre-modernas? El deseo está articulado pero no es articulable, dice Lacan. Esto
implica que, en toda cadena significante, hay un equivalente al deseo como
motor de la vida. En este sentido, concluyendo con estas reflexiones, el ser
europeo si hay algo que no le trajo al ser nativo fue el deseo. Pero sí tenemos
elementos para pensar que trajo innumerables medios para gozar, que se siguen
reproduciendo hasta la fecha de manera más masiva y enloquecida que nunca.
Buenos Aires. Marzo
de 2019
Notas:
[1] Maldonado-Torres, Nelson. 2007. “Sobre la colonialidad del ser:
contribuciones al desarrollo de un concepto”. En: Santiago Castro-Gómez y Ramón
Grosfoguel (eds.), El giro decolonial. Reflexiones para una diversidad
epistémica más allá del capitalismo global. pp. 127-167. Bogotá:
Iesco-Pensar-Siglo del Hombre Editores.
[1] Citado en Walsh, Catherine (2005): “(Re)pensamiento crítico y
(de)colonialidad”. En: Catherine Walsh (ed.), Pensamiento crítico y matriz
(de)colonial. Reflexiones latinoamericanas. Quito: Universidad Andina Simón
Bolívar-Abya-Yala. pp. 13-35.
[2] Castro-Gómez, Santiago y Ramón
Grosfoguel. 2007. “Prólogo. Giro decolonial,
teoría crítica y pensamiento heterárquico” En: Santiago Castro-Gómez y Ramón
Grosfoguel (eds.), El giro decolonial. Reflexiones para una diversidad
epistémica más allá del capitalismo global. pp. 9-23. Bogotá:
Iesco-Pensar-Siglo del Hombre Editores.
[3] https://www.decolonialtranslation.com/espanol/quijano-colonialidad-del-poder.pdf
[4] Quijano, A.: “Colonialidad y modernidad/racionalidad”,
en Perú Indígena, vol. 13, no. 29, Lima, 1992.
[5] Deleuze, Gilles: “El pliegue del
afuera” en La subjetivación: curso sobre Foucault III. CABA, Cactus,
2015. Pág. 9.
[6] Deleuze, Gilles: “La cuestión de la
filosofía en Grecia. Gobierno de sí y subjetivación” en ibíd. Pág. 94.
[7] Foucault, M.(1978): “Sobre el poder”
en La ética del pensamiento: para una crítica de lo que somos. Edición y
traducción de Jorge Álvarez Yágüez. Madrid, Biblioteca Nueva, 2015. Edición
argentina de Walduther Editores.
[8] Castro-Gómez, Santiago y Grosfoguel,
Ramón (comps.) 2007. “Colonialidad del poder y clasificación social” en El
giro decolonial: reflexiones para una diversidad epistémica más allá del
capitalismo global (Bogotá: Siglo del Hombre / Universidad Central /
Instituto de Estudios Sociales Contemporáneos y Pontificia Universidad Javeriana
/ Instituto Pensar). Primera
edición en Giovanni Arrighi and Walter L. Goldfrank (eds.) 2000 Festschrift
For Immanuel Wallerstein en Journal of World Systems Research(Colorado)
Vol. VI, no. 2, Fall/Winter, pp.342-388. Special Issue.
[9] Castro-Gómez, Santiago. 2007. “Decolonizar la universidad. La hybris del punto cero y el diálogo de
saberes”. En: Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel (eds.), ibíd. pp.
79-91.
[10] Lander, Edgardo. (2000).
“¿Conocimiento para qué? ¿Conocimiento para quién? Reflexiones sobre la
universidad y la geopolítica de los saberes hegemónicos”. En Santiago
Castro-Gómez (ed.). La reestructuración de las ciencias sociales en América
Latina. Bogotá: Centro Editorial Javeriano, Instituto Pensar, Pontificia
Universidad Javeriana. Pág. 65.
[11] Mignolo, W.: Desobediencia
epistémica. Lógica de la colonialidad, retórica de la modernidad y
gramática de la descononialidad. Ed. Del Siglo, Buenos Aires, 2014. Pág.
71.
[12] Nisbet, R.: Historia de la idea de
progreso. Editorial Gedisa. 1981.
[13] Henrique Martins, P.: “La crítica
antiutilitarista en el Norte y su importancia para el pensamiento poscolonial
en el Sur” en La decolonialidad de América Latina y la heterotopía de una
comunidad de destino solidaria. Buenos Aires, Fundación CICCUS, Estudios
Sociológicos Editora, 2012. Pág. 67.
[14] Si bien Freud, digamos hasta 1920,
comparte esta definición utilitarista del aparato psíquico hasta cierto punto
mediante su principio de placer-displacer, con el giro que representa el
concepto de pulsión de muerte y la compulsión a la repetición que les inherente
(el famoso “más allá”), se produce una subversión de ese homúnculo utilitarista
que sería el yo-placer de sus primeras formulaciones psicológicas.