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"Introducción al pensamiento de Friedrich W. Nietzsche, una mirada desde el psicoanálisis" - Segundo encuentro

La «confrontación generacional» como conditio sine qua non del despliegue subjetivo


Durante el segundo encuentro de nuestra aproximación al pensamiento de Friedrich W. Nietzsche, se parte de una cita de Freud, ubicada en su texto "La novela familiar del neurótico" (1908) donde el maestro vienés señala: 


"Cuando el individuo, a medida de su crecimiento, se libera de la autoridad de sus padres, incurre en una de las consecuencias más necesarias, aunque también una de las más dolorosas que el curso de su desarrollo le acarrea. Es absolutamente inevitable que dicha liberación se lleve a cabo, al punto que debe haber sido cumplida en determinada medida por todo aquel que haya alcanzado un estado normal. Hasta el progreso mismo de la sociedad reposa esencialmente sobre esta oposición de las generaciones sucesivas." (subrayado nuestro). 

¿Qué podemos decir respecto de dicha reflexión freudiana? Se plantean diferentes cuestiones que hacen a la lectura singular que realiza el Grupo. Exogamia, Duelo y Ley son los términos que se destacan al respecto en la misma. La Exogamia, por cuanto de lo que se trata es de la ruptura para con lo familiar constrictivo y psicotizante, esto es, el corte para con la objetivación originaria a la que todo cachorro hablante está sujetado en el origen. Duelo, en la medida en que es justamente a cuyo través como dicho corte se despliega. Esta cuestión del duelo se articula íntimamente con la cuestión de la interpretación ya que al pensarla como una y no como LA, es precisamente una pérdida de ese LA aquello que se juega en última instancia. Finalmente, Ley hace referencia a la dimensión misma que posibilita este pasaje. Para el psicoanálisis, la Ley es la castración simbólica, cuestión que implica hablar de un orden que va más allá de la mera confrontación especular. La degradación de la confrontación simbólica como la falla en lo Ideal del Otro, empuja a la confrontación pero en el sentido más banal del término y menos interesante, en el sentido de que de allí ninguna transmutación genuina es posible. La detención, la parálisis de la voluntad, la inhibición son todas consecuencias de una verdadera confrontación no desplegada. Una verdadera confrontación apunta a lo que de uno mismo se presenta como vicio, oculto placer en la disminución del poder. Y este placer, halla una estricta relación con el sentimiento inconsciente de culpabilidad. El sujeto no quiere traicionar a los padres idealizados, no quiere ir más allá de ellos, ya que para poder hacerlo debe situar un límite, es decir, asumir su falta. 

Freud habla del "progreso de la sociedad". Ni Freud ni Nietzsche eran progresista, desde luego. Pero esto no implica, no obstante, que uno pueda tildarlos sin más de pesimistas culturales o de contra-culturales. Nada más alejado del espíritu de estos pensadores. Una cuestión es reconocer la falla humana irreductible en lo atinente a la construcción de un orden civilizatorio perfecto, sin fisuras, pero para estimar que algo mejor es posible de estatuirse, y otra cuestión es caer es un nihilismo pasivo sin consecuencias, hacer de la falta humana razón de melancolía, esto es el gran cansancio schopenahueriano, la mortalidad existencial, el pesimismo hecho Ideal de culto. De lo que se trata el planteo freudiano es, sin mayores preludios, del movimiento de agenciamiento de las Instituciones del Hombre. El sujeto debe hacerse cargo, asumir la responsabilidad de continuar la obra civilizatoria pero desde un lugar siempre nuevo en tanto no existe la posibilidad de calcar la obra del otro sin que esto conlleve un empobrecimiento radical tanto para la cultura como para ese sujeto mismo. Esta exigencia de invención nos interroga fuertemente en tanto queremos apropiarnos del decir de Nietzsche, de su filosofía, de su espíritu.      




Frente a la decadencia del Ser la potencia del Devenir 






Dice Nietzsche en El Anticristo:  


"¿Qué es bueno? - Todo lo que eleva el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo en el hombre.
¿Qué es malo? - Todo lo que procede de la debilidad.
¿Qué es felicidad? - El sentimiento de que el poder crece, de que una resistencia queda superada.
No apaciguamiento, sino más poder; no paz ante todo, sino guerra; no virtud, sino vigor (virtud al estilo del Renacimiento, virtù, virtud sin moralina).
Los débiles y malogrados deben perecer: artículo primero de nuestro amor a los hombres. Y además se debe ayudarlos a perecer.
¿Qué es más dañoso que cualquier vicio? - La compasión activa con todos los malogrados y débiles - el cristianismo..."


La Tabla de Valores que introduce Nietzsche fulmina de un martillazo la perspectiva metafísica que enjuicia lo real desde el Verdadero Ser. Dionisio, en tanto pagano dios de la ebriedad mundana, representa la antinomia del crucificado. Este es el mártir que deprecia lo que es en pos de un más allá del mundo que, para Nietzsche, no es más que quimera enfermiza. La compasión, el amor al prójimo, la fe en un Dios supraterrenal, etc., son para Nietzsche síntomas de decadencia vital en lo tocante a una subjetividad particular que busca apelar a la universalización consoladora, haciendo de su pobre existencias la norma general a la que debería adecuarse todo humano posible. Es el despotismo de la debilidad, que apela a su última voluntad tratando de debilitar a los seres fuertes, bellos, enteros que se quieren a sí mismos y, más precisamente, que desean su propia superación, ir más allá de sí, es decir, que se admiten imperfectos dado que son capaces de ir por más. El cuerpo que no puede más, que sólo desea su ocaso, es aquel que gesta deformes Teorías y Saberes en los cuales quede elevada su derruida condición y degradada o enjuiciada la existencia altiva, el verdadero Señor, que es quien es capaz de autodeterminarse más allá de los dioses de turno eventuales (Dios, La Razón, El Progreso, La Ciencia, etc.).    
  
El texto que se trabaja en este punto es El sin-sentido de la tierra de Jacobo Muñoz. Dice el autor en cuestión: "... en la tesis de que la verdad, lo verdadero, no son las cosas reales, tangibles, las cosas con las que hay que habérselas en la vida, sino lo que sobre ellas puede decirse en una teoría coherente sobre las mismas. Esta sobrevaloración del acceso lógico o teorético a lo «verdadero» significa, a la vez, una minusvaloración del mundo de la vida sensible y accesible. Una minusvaloración que pensada hasta el final lleva (...) a la depreciación de la vida y a la negación de este mundo nuestro, asumido y condenado como meramente «aparente» en nombre de un mundo suprasensible o «mundo verdadero»...".     
      


Nietzsche, Lacan... pensadores controversistas  


Dos citas nos ayudan a ubicar a estos autores como verdaderos polémicos del pensamiento crítico. Primero Nietzsche, quien dice, en El crepúsculo de los Ídolos:



"El problema obrero. La estupidez, que, en la última instancia, no es más que la degeneración de los instintos, y que hoy es  la causa de todas las demás estupideces, consiste en el hecho de que haya un problema obrero. El primer imperativo del instinto es que hay ciertas cosas que no se cuestionan.
Yo no logro entender qué es lo que se  pretende hacer con el obrero europeo, después de haber hecho de él un problema. Ese obrero se encuentra demasiado bien para no ir cuestionando cada vez más cosas, para no cuestionar cada vez de una forma más descarada. En último término, cuenta con el gran número. Ya no cabe de modo alguno esperar que los obreros constituyan una capa social compuesta por un tipo de hombres modestos y satisfechos de sí mismos, similar a la de los chinos, que es lo que habría tenido una razón de ser, lo que se habría necesitado realmente.¿Qué es lo que se ha hecho? Todo lo necesario para eliminar de raíz hasta la condición previa para ello. Con la falta  de reflexión más irresponsable, se han aniquilado los instintos en virtud de los cuales los obreros pueden convertirse en un estamento, pueden llegar a ser  ellos mismos.  Se ha declarado al obrero apto para el servicio militar, se le ha otorgado el derecho de asociación, se le ha dado el derecho al voto en el terreno político. ¿Cómo nos puede  extrañar entonces, que el obrero esté empezando ya a considerar su existencia como una situación miserable, como una 
injusticia,  por decirlo con un término moral. Pero, ¿qué es lo que se quiere?, volveremos a preguntar. Si se quiere un fin, hay que querer también los medios. Si se quieren esclavos, es de idiotas educarlos para amos."

La segunda de Jacques Lacan:

"De los homosexuales, se habla. A los homosexuales, se los cuida. A los homosexuales, no se los cura. Y lo más formidable es que no se los cura a pesar de que sean perfectamente curables." (Seminario V).  

Estas cuestiones son trabajadas y discutidas, en miras de ilustrar cómo, más allá de lo políticamente correcto, el pensar crítico se sustrae de las derivas endebles del sentido común y nos confronta con lo impensado. 

¿Qué más?

Poder pensar lo que se resiste a ser pensado, eso implica un costo que no cualquiera está dispuesto a pagar. Implica, en principio, ese desasimiento de la autoridad del Otro que, en psicoanálisis, pensamos como castración simbólica. Operatoria que hace a lo real del padre y que supone un quiebre en el pegoteo imaginario con la trama fantasmática materna. Hablamos del Otro y de su castración, que conmueve nuestra "ontología". Si nuestro ser está entramado en el hecho mismo de pensar, pensar verdaderamente entonces será enjuiciar nuestro propio ser y estar abierto a cierta tranformación. La transfiguración del ser se presenta como conditio sine qua non para el advenimiento de un pensar Otro. Esto va en la línea de la toma de la palabra y del desprendimiento de la versión heredada. 

Dice algún poeta:

"Hay que pagar un precio en esta vida y quizá ese precio sea vos. Son tus creencias y tus convicciones, tus fábulas y también tus mitos. Hay que saber renunciar a tiempo a las verdades que nos creímos. La vida está atrás de todo eso y sólo así habrá transformación."


Más allá del fantasma

“En otro tiempo también Zaratustra proyectó su ilusión más allá del hombre, lo mismo que todos los trasmundanos. Obra de un dios sufriente y atormentado me parecía entonces el mundo”, así nos cuenta Nietzsche en De los transmundanos[1].Sueño me parecía entonces el mundo, e invención poética de un dios; humo coloreado ante los ojos de un ser divinamente insatisfecho.” Zaratustra al igual que los metafísicos en otro tiempo creyó que este mundo era aborrecible, denigrable copia de “un mundo más allá del mundo”, siendo este no más que apariencia y ficción, a diferencia de ese otro mundo, el verdadero, el mundo de las esencias y de las Ideas, del Ser: inmutable, perfecto, eterno. 

“Este mundo, eternamente imperfecto, imagen, e imagen imperfecta, de una contradicción eterna - un ebrio placer para su imperfecto creador: - así me pareció en otro tiempo el mundo. Y así también yo proyecté en otro tiempo mi ilusión más allá del hombre, lo mismo que todos los trasmundanos. ¿Más allá del hombre, en verdad?”  Pero Zaratustra concibió que su proyección a lo post-humano no era sino un humano remedo frente a la falla del humano mundo: “¡Ay, hermanos, ese dios que yo creé era obra humana y demencia humana, como todos los dioses!” De las propias miserias hizo un Paraíso, tal como la histérica hace de su práctica autoerótica bellas escenas y fantasías destinadas a enaltecerla.[2] Y continúa Zaratustra: “Hombre era, y nada más que un pobre fragmento de hombre y de yo: de mi propia ceniza y de mi propia brasa surgió ese fantasma, y ¡en verdad! ¡no vino a mí desde el más allá! ¿Qué ocurrió, hermanos míos? Yo me superé a mí mismo, al ser que sufría, yo llevé mi ceniza a la montaña, inventé para mí una llama más luminosa. ¡Y he aquí que el fantasma se me desvaneció!” 

Y nosotros: ¿estamos dispuestos a "llevar nuestra ceniza a la montaña"? 

Buenos Aires. Mayo de 2012.




[1] Así habló Zaratustra.   
[2] Dice Freud en “Historia del movimiento psicoanalítico” (1914): “Si los histéricos refieren sus síntomas a traumas por ellos inventados, habremos de tener en cuenta este nuevo hecho de su imaginación de escenas traumáticas, y conceder a la realidad psíquica un lugar al lado de la realidad práctica. No tardamos, pues, en descubrir que tales fantasías se hallaban destinadas a encubrir la actividad autoerótica de los primeros años infantiles, disimulándola y elevándola a una categoría superior.” 












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