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"Breve relato de un encuentro" (*)



1

"Eran alrededor de las nueve de la mañana en ese Bar de la calle Irigoyen al tres mil cuando terminó de irse la última nube de una brumosa manada de algodones. Resplandeció intenso, así, el sol matutino y estival, encandilando a los interlocutores, uno de los cuales optó por correrse hacia la silla contigua para, como más no sea por unos escasos minutos, evadir los calientes rayos que daban en su frente.  
- ¿Viste cuando prendés la tele y están dando la misma película otra vez pero, a pesar del fastidio que te genera, aún así, te la quedás mirando? – le preguntó Esteban a Sofía. – Bueno, así me siento yo a veces.
Esteban, un joven periodista oriundo del porteño barrio de Flores (donde aún vivía), leía vaga y apresuradamente Página/12, deteniéndose apenas en la parte de Política Internacional. Por momentos, sus ojos se mantenían absortos en un punto indefinido de la escena que definía el marco de la ventana. Estaba angustiado, quizá triste. Si bien trataba de tomárselo con humor, por momentos su malestar era más fuerte que él.  
- No sé. Siento que es más fuerte que yo. Ayer me encontré con Darío. Está hecho un pelotudo. En la charla que tuvimos no me dio ni bola. Le conté lo de Lucía. Apenas atinó a decirme que ´me deje de romper las pelotas con lo imposible´ y que ´viva la vida´. Es un pelotudo – insistió Esteban. - Creo que la falopa lo está haciendo mierda. Le está yendo mal en el laburo, la ex mujer le hace problema con los pibes. Encima ahora se peleó con los chicos de la banda. No está tocando más. Si sigue así, encima con el trato que me dio ayer, se va a quedar más solo que Hitler en el ´Día del amigo´.
Su interlocutora, Sofía, se rió un poco y respiró profundo. Luego, exhaló al mismo tiempo que orientaba su mirada al celular para ver la hora. Volvió a mirar a Esteban, con cierta cara de preocupación, pero no dijo nada.    
Sofía, petisa y morocha (había perdido los risos castaños de esa hermosa niña que alguna vez había sido), vivía dedicada a trabajar en un laburo que poco le gustaba, además de tener la costumbre de pasarse los atardeceres paseando a su perro por el Parque Rivadavia, solía juntarse de vez en cuando con Esteban, este amigo de la infancia de quien había sido novia hacía más de diez años. Relación que duró unos… trece días. Berretines de otros tiempos.
Ahora yacía cautiva, por propia elección, de las tristezas de su compañero. Era muy susceptible a las vicisitudes emocionales de Esteban. Creía que él era muy –extremadamente - sensible. Más de una vez llegó a sospechar que, de no ser por su escucha, Esteban ya se habría desmoronado acabadamente, cayendo destrozado en lo que ella imaginaba “una profunda crisis emocional”. De algún modo, aquí cifraba cierta vanidad. Tal vez, juntarse con Esteban, era un modo indirecto de sostenerse entera así misma, sin tener que confrontarse de lleno con ese aburrimiento existencial que la acechaba sigilosamente todas las mañanas de su repetitiva vida.
- Anteanoche la llamé. Me dijo que lo nuestro no va más, que se terminó definitivamente acá y me remarcó toda una serie de cuestiones que me cayeron como el culo. Tiene razón, fui un idiota en un montón de aspectos. Pero quiero cambiar: ¿será posible que cada vez que me engancho con una mina me pasa lo mismo?
El silencio de Sofía hizo que, con posterioridad, la pregunta adquiriera un peso mucho mayor del que Esteban creyó sentir al esbozarla. La misma quedó resonando en su cabeza varios segundos. Al final, terminó respondiéndose a sí mismo. - Y, evidentemente, sí. Es posible.   
Hacía unos pocos días que Esteban y Lucía se habían peleado, luego de una relación de cuatro años. La escena de la última discusión fue terrible. Estaban en la casa de ella y, lo que parecía un simple planteo de diferencias, devino una profunda batalla de insultos y reproches en el momento en que uno de los dos lanzó un dardo demasiado venenoso como para que la cosa caducara sin mayores consecuencias. El otro redobló la apuesta y la vorágine de ataques se convirtió sin más en una avalancha torrencial de agresiones. Tanto fue así que un vecino terminó llamando a la policía porque creyó que él la estaba cagando a palos. Es cierto que Esteban era un calentón de aquellos, pero, no obstante, en su vida le había tocado un pelo a nadie. Era incapaz. Pero los gritos casi delirantes de Lucía, entremezclados con llantos y sardónicas risotadas, hacían sentir que, en ese departamento¸ había un festín del diablo. No era para tanto, tal vez. Pero la policía vino igual. Esteban se fue a su casa y desde ese día no volvieron a hablar hasta anteanoche, día en que Esteban la llamó para tantear cómo estaban las cosas. Las cosas estaban como se habían encargado de dejarlas el día de la pelea: mal, muy mal.
Finalmente, Sofía tomó la palabra.
- Vos tenés que entender que las mujeres somos así. Hay algo en nosotras que nos lleva a querer un poco más de lo que la pareja nos da. Quizá, a veces, no se trate de darnos eso que pedimos, sino de que la persona que está a tu lado te dé al menos un gesto que exprese la intención de darlo. O sea, un rotundo no, una negativa, es una buenísima manera de cagar la relación. Y a vos, Esteban, si hay algo que no te cuesta, es decir que no. Cuando aparece algo por fuera de tus cálculos, enseguida mandás todo al carajo.
A medida que Sofía opinaba sobre el asunto, Esteban empezó a mirarla con mayor atención. En realidad, hacía rato que no la miraba así, con ese singular detenimiento. De repente, sintió que en sus palabras había mucha verdad, aunque la misma fuese demasiado incorpórea e inaprehensible para su tozudo entendimiento, casi imposible de encerrarla en un punto preciso. Estaba identificado con lo que ella le decía. Al darse cuenta de cómo su discurso lo envolvía lenta y sigilosamente, comenzó a conjeturar por qué esas palabras lo tomaban tanto. “Debo estar muy mal. Cualquier frase más o menos armónica, más o menos coherente, me hace ver la luz de la más gloriosa Sabiduría”, pensó. Pero este argumento se le reveló muy pobre e infantil. Probablemente, nunca antes como hoy le había prestado atención con tanta sinceridad a Sofía y a lo que ella tenía para decirle. Siempre subestimó su opinión y su palabra. En las cotidianas conversaciones que habían tenido durante tantos años, él la había utilizado como un mero instrumento para desplegar un extenso y aburrido monólogo donde la conclusión siempre estaba cantada de entrada. Cual si se tratara del bello arte de autoconvencerse de que se tiene la razón, no difería en absoluto de la hipótesis inicial, a pesar de sus infructuosos intentos por superar la misma. El problema, los recursos para solucionarlo y la solución misma, el autosuficiente Esteban, contaba de antemano con todo eso. Sofía era, entonces, un mero espectador de un conflicto interno de pronta resolución. Pero, en buena hora, así terminaban las relaciones amorosas de Esteban. Así terminaban y así, terminaban. Fracasaban una tras otra. Y las conversaciones entre Sofía y Esteban eran de una acuciante redundancia adormecedora.
Pero esta vez, algo cambió. Esteban, por vez primera, tomaba la palabra de ella en serio. Evidentemente, esto daba cuenta de que el conflicto con Lucía había movilizado algo en él. Algo que hasta entonces yacía silente.
- ¿Vamos a caminar por el Parque? – le preguntó Esteban a Sofía. – La verdad, tengo ganas de ver si consigo un par de libros que estoy necesitando para la tesis de la Maestría. De paso seguimos charlando un poco. ¿Hace cuánto que no me hablás de vos? ¿Seguís con Martín? ¿Lo volviste a ver a Luis?
El humor de Esteban giró ciento ochenta grados. Sofía lo veía contento y entusiasmado. Sinceramente, no entendía nada. Lo único que había hecho era repetir casi con exactitud frases que, en otras ocasiones, habían ido de su boca al tacho sin escala en aeropuerto alguno de la persona de Esteban. Inmediatamente se le vino un refrán a la cabeza: “Menos pregunta Dios…”


2

- ¿De qué es la tesis que estás preparando? – preguntó Sofía, mientras desordenaba libros y revistas viejas en un cajón de un puesto del Parque Rivadavia.
- Es sobre la Maestría en Periodismo que estoy terminando - contestó, tomándose su tiempo, Esteban. - Tengo que presentar una tesis para que me den el título. Vengo muy atrasado. No me puedo concentrar y con esto último que pasó, peor. Tengo bloqueo de escritor, me parece. O alguna boludez parecida. No sé. Necesito despejar mi mente para poder laburar más tranquilo. Siento que soy una persona que vive preocupándose todo el tiempo por un millón de cosas y me cuesta disfrutar de lo que hago. Lucía siempre me dijo lo mismo: “Sos una persona que vive preocupándose todo el tiempo por un millón de cosas y te cuesta disfrutar de lo que hacés… Sos una persona que vive preocupándose todo el tiempo por un millón de cosas y te cuesta disfrutar de lo que hacés… Sos una persona...” ¡Ya lo sé! Pero ¿qué carajo querés que haga, flaca? ¡Es tan fácil opinar de la vida de los demás! Si pudiera ser el “súper-gozador” de la vida en toda su plenitud, lo sería. Pero no me sale. Me compenetro en muchos asuntos, así soy yo. Supongo que es genético o está en mi sangre. Mi viejo era igual. No sé.
Mientras caminaban, alejándose un poco de los puestos, la expresión de Esteban cambió fuertemente al recordar cómo era su papá. Nuevamente su humor se trocó, regresando un poco a ese estado anterior de angustia y tristeza. Al notarlo, Sofía decidió sacudir un poco su dramatismo.
- No creo que lo que una mujer quiera de un hombre sea un tipo “súper-gozador” – dijo, riéndose con sinceridad (ya que la expresión le daba mucha gracia), pero también con ánimos de descomprimir un poco a Esteban, de sacarlo de ese remolino. – Me parece que te vas demasiado a los extremos, Esteban.
- Eso también me lo decía Lucía…
- Bue… como sea. En todo caso, que puedas disfrutar de lo que te gusta. No de “todo”. ¿Quién disfruta de “todo”? ¿Qué sería “todo”, además? Nada es todo. Son chiquilinadas. Ahora, vos y yo acá en este Parque, hoy. El sol, esa nube, nuestros pasos, esos pajaritos, estos libros que llevamos… Quiero decir… Yo sólo veo algo, “algos”, muchos algo. Ahí hay un algo, ahí hay otro algo. Fragmentos, azar, contingencias. Quizá muchas de tus preocupaciones estaban justificadas, ¿por qué no? El tema es cuando esas preocupaciones se hacen “todo”. Si un hombre quiere ser todo para mí, lo primero que hago es meterle una patada para que desaparezca. O desaparezco yo. ¡Que se vaya con su “todismo” a otra parte!
Nunca antes Esteban había oído a Sofía tan compenetrada en su decir. Entendió, o creyó entender (que, para el caso, es lo mismo), el por qué de su nombre. “Sofía” quiere decir “Sabiduría”. Ella era una mujer sabia, ¿cómo no se había dado cuenta antes? Se reprochó no haberla escuchado durante tanto tiempo. Su palabra, su modo de caminar, sus labios, su mirada. Todo eso se le volvió infinitamente superior a como lo había percibido antes. Volvió a preguntarse por qué ahora, qué pasaba en él, en el mundo mismo o en Sofía que ahora él era atravesado como con una espada por cada una de las argumentaciones de su amiga.
Esteban, casi automáticamente, decidió abrazarla mientras seguían caminando lo cual hizo que Sofía se sonrojara y dejara de hablar. Ella también lo abrazó, tomándolo por la cintura. En ese mismo instante, Esteban sintió una sensación completamente diferente a todas las sensaciones anteriormente vividas. Como si la mano de esa mujer transmitiera una energía especial proveniente de una realidad paralela, no aprehensible por los cinco sentidos. Una realidad paralela pero real, quizá aún más real que la misma realidad de preocupaciones infinitas en la que él había vivido atrapado hasta ese momento determinante. De golpe, sintió que ya no sabía qué le estaba pasando y empezó a asustarse progresivamente. Se soltó de ella, sacándose al mismo tiempo su mano de la cintura, algo torpemente. Se acaloró y comenzó a tener sutiles palpitaciones. Su respiración se hizo lenta, insuficiente. Creyó estar volviéndose loco o al borde de la muerte. Pensó en Sofía, en la tesis, en Lucía, en Darío y en su padre. Se preguntó qué sería de ellos sin él, en caso de que él se volviese loco o se muriera.
- ¿Qué te pasa, Esteban? No me asustes. – le suplicó angustiada Sofía.
- No lo sé, Sofi - contestó Esteban, ahora sentado en un banco del Parque y tratando de recomponerse.- No lo sé. Lo mejor va a ser que me vaya a mi casa. Siento…- Esteban dudo un poco si decirlo o no. - ¡Siento que me estoy volviendo loco!
Esteban se tomó la cabeza y miró el piso. Sentía vértigo y miedo. Miedo a que ese inaudito vértigo nuevamente lo tomara desprevenido. Por momentos atinó a mirar a Sofía quien, ahora, le resultaba algo semejante al demonio. Se reía de este pensamiento, pero al mismo tiempo algo de verdad había en eso. No entendía nada. La escena parecía sacada de una película de ciencia ficción.
- Me parece que lo mejor va a ser que vayamos a un Hospital, a una Guardia para que te den algún tranquilizante, Esteban. Estuvimos toda la mañana hablando de cosas heavy para vos. Estás hasta las manos. Dale, tomemos un taxi y te acompaño. No te asustes. Estás muy presionado y superado por el tema de Lucía. Encima vinimos acá a comprar libros para la Maestría, más presión todavía… ¿no te parece?  
Si bien la palabra de Sofía lo calmaba, su poder seductor y cautivante había mermado notablemente. Lo que ella decía le resultaba coherente y racional, pero distaba mucho de convencerlo. Sus argumentos no llegaban a explicar ese “algo más” que persistía enigmático. Lo conformaba más su delirante idea de una “realidad paralela”, la cual trataba de alojar en alguna lógica una sensación, no obstante, netamente indescriptible. Decidió ir a una Guardia Psiquiátrica a que le diesen unos tranquilizantes, a sabiendas de que las respuestas que allí le podrían llegar a dar eran más pragmáticas que reales. Pero su miedo lo movilizaba tanto más al pragmatismo psicofarmacológico cuanto que más recordaba esa inusitada experiencia de irrealidad.     


3

- “Ataque de pánico” - dijo al salir del consultorio del Psiquiatra, Esteban. – “Ataque de pánico”. Así dice que se llama. Qué sé yo. En fin. Me dio unas recetas y dos o tres comprimidos. Pero me sugirió que consulte a un Psicólogo ya que “lo mío” no es psiquiátrico. Me dijo cosas bastante parecidas a las que me dijiste vos: El tema de Lucía, lo de la Maestría y eso. ¿Para eso estudió tanto tiempo este tipo? ¿Para decirme lo mismo que me puede decir una amiga? En fin.
Juntos salieron del Hospital y caminaron varios metros sin decir palabra alguna. Era pasado el mediodía. En la puerta de una casa dos viejitas parloteaban sobre sus chismes cotidianos. En frente, un grupo de pibes con guardapolvo gritaban pavadas y se reían. En la esquina, dos autos – un taxi y un particular cualquiera - casi chocan, lo cual produjo un encontronazo entre sus respectivos conductores, quienes se putearon unos segundos y se marcharon.   
Sofía no trabaja porque tenía franco. Esteban tenía que terminar algunas noticias para publicar en su blog personal, actividad que le suponía cierta fuente de ingresos.
- Bueno, no sé qué querés hacer - dijo Sofía, atándose el pelo y mostrándose un poco cansada.
- Me siento un poco mejor. Si querés podemos ir a comer algo a casa. La verdad, no sé cómo agradecerte, Sofi. Me escuchaste toda la mañana, me aconsejaste, me acompañaste hasta acá. Hoy por momentos me dio la sensación de que nunca te valoré realmente, che. Me siento como el orto, por eso. ¿Siempre fui tan descuidado con vos?
- … - Sofía no supo qué decir.
- Tenés razón, mejor no decir nada. La pregunta es en sí misma la respuesta. Dale, vayamos a comer a casa y de paso me contás un poco de vos.
Sofía aceptó la invitación.  

Al llegar a la casa de Esteban, Sofía recordó que no iba allí desde hacía más de un año. Se preguntó por qué e inmediatamente se respondió: “Lucía”. Nunca se habían llevado muy bien con la novia de Esteban. Como si en cierta forma Lucía sintiera celos de esa amiga tan especial con la cual una vez por semana Esteban compartía el desayuno. La casa de Esteban estaba bastante desordenada y repleta de libros vinculados a su profesión. También había varios cd tirados y una docena de colillas de cigarrillo repartidas entre dos ceniceros y el piso.
- No me contestaste la pregunta, nena – interrumpió Esteban el libre pensar de Sofía. - ¿Seguís con Martín?
- ¿Martín? ¿No te conté nada, no? – Sofía esbozo una sutil sonrisa. - Se ve que es algo que todavía estoy tratando de procesar. Me enteré hace dos semanas que Martín está casado y que tiene dos hijos.
- No… ¿En serio? ¿Y no te dijo nada en tres meses? ¡Qué hijo de puta!
- Te estaban faltando primicias para el blog – señaló Sofía, tratando de minimizar el asunto con un poco de humor. - Ahí tenés una bomba.   
Esteban no lo podía creer. Si bien no conocía mucho a Martín - lo había visto dos o tres veces con Sofía y le había parecido un buen tipo -, jamás se hubiera imaginado lo que Sofía acababa de contarle. Aunque teniendo en cuenta la diferencia de edad entre ellos, no sonaba para nada improbable.
- ¿Cómo te enteraste? – le preguntó Esteban, con curiosidad genuina.  
- Fue muy simple – respondió Sofía. – Simple y gracioso a la vez. Un domingo mi hermana me pidió por favor que llevara a Samanta a un cumpleaños en un pelotero, a unas veinte cuadras de casa. Al llegar al lugar donde se festejaba, nos recibió Martín que, al verme, se puso violeta y me empezó a preguntar, muy poco amablemente, qué carajo hacía ahí. Luego de aclararle que no estaba haciendo nada malo, que simplemente llevaba a mi sobrina a un cumpleaños y al ver que se puso tan nervioso ante mi presencia, cuando hacía dos días nos habíamos visto y todo bien, empecé a interrogarlo poco amablemente yo. Recibió a Samanta y me dijo que en otro momento íbamos a hablar, pero que por favor no la fuera a buscar yo. A la noche nos juntamos a hablar. Me contó cómo es su situación.
- ¿Y qué pasó? ¿Qué le dijiste? – inquirió Esteban.
- Le pregunté cuándo pensaba decírmelo, si es que pensaba hacerlo. Me dijo que sí, que pensaba decírmelo más adelante, “cuando encontrara las palabras y la ocasión”. Pero para mí ya fue demasiado tarde. Si bien siento cosas por él y mucho de lo que compartimos en estos meses representa algo muy importante, aún así la noticia marcó un antes y un después en nuestra relación. Hoy por hoy creo que es un pelotudo.
Esteban se levantó de la silla, se prendió un faso y se tiró en el sillón. Le hizo un gesto a Sofía para que se sentara ahí con él. Sofía se levantó y se sentó a su lado. Luego de darle un par de secas le ofreció y ella aceptó.
- Me quedé pensando en algunas de las cosas que hablé con vos a la mañana y después con el tipo este del Hospital – dijo Esteban, antes de empezar a toser un poco por el denso humo que había inhalado en la última pitada. - Repetí varias veces el asunto de mi viejo, que “él era igual”. Pero, en realidad, creo que tenemos muchas diferencias. Quizá a veces quiera que las mismas se borren para no sentir que, en ciertos aspectos, lo superé. Lo superé en el sentido de que lo trascendí. En una época competía con mi viejo. Pero hoy ya no. Hoy siento que pude llevar adelante un montón de cosas más allá de él¸ más allá de esa estúpida competencia de otras épocas.
- Entonces, más allá de vos, también – intervino Sofía, sacándole el faso de la mano.
- ¿Por qué más allá de mí, también? – Esteban la miro fijamente y algo absorto.
- Más allá de ese “vos” que competía con tu viejo.
Esteban se quedó pensativo, meditabundo. Estimaba interesante la conclusión de Sofía. Nuevamente emergió algo de ese brillo singular que la ataviaba otrora, durante la charla matinal y en la caminata del Parque. Asoció dicho brillo y su entusiasmo correlativo con el vértigo posterior. Pero esta vez se dejó llevar, no tuvo miedo. Pensó que quizá se atrevía un poco más por el faso que había fumado. Se sentía más tranquilo, no tan presionado. Sofía volvió a tomar la palabra, prosiguiendo con su preciso discurso y, de pronto, ambos se vieron capturados en un diálogo apasionante, donde emergían nuevas ideas, asociaciones graciosas, recuerdos, olvidos, tropiezos, silencios, preguntas.
- ¿Te acordás cuando estuvimos de novios? – preguntó Esteban, de un modo arrebatado y con especial regocijo. – ¡Cómo olvidarse!

Sofía, ante la pregunta de Esteban se sonrojó y se puso algo nerviosa. No se esperaba que trajera ese recuerdo. Creía que él ya lo había olvidado. Se puso contenta, pero no supo qué decir. Esteban comenzaba a sospechar que había algo en ella que aún seguía vivo en cuanto a los sentimientos hacia él. De pronto, comenzó a poner en una serie varias cosas que le hicieron pasar a estar convencido de que él le gustaba a Sofía. El silencio, después de tantas palabras y de tanta risa, tomó la escena. Las miradas comenzaron a cruzarse. Esteban dirigió su mano hacia el rostro de Sofía. Sofía no dijo ni hizo nada. Sólo lo miraba. Con la otra mano tomó la mano de ella. Esteban comenzó a acariciarla. Primero el rostro y después el pelo. Dirigió esa mano lentamente hasta su boca, deslizando con una suavidad y una lentitud inigualables sus dedos por los labios de su fina boca. Tomándola de la cintura con firmeza pero con gracia¸ la estrechó y la beso con intensidad. Se besaron con mucho deseo. Esteban continuó luego besándole el perfumado cuello y, sin poder contenerse a pesar de lo atrevido, con una de sus manos acarició su seno izquierdo. Sentía que estaba viviendo una excelsa ficción donde torrentes inimaginables de placer y de éxtasis colmaban su cuerpo haciéndole perder la nimia razón: ¡Jamás hubiera imaginado que perder la razón podía llegar a ser tan exquisito! Un deleite más allá de la razón. No “irracional”, sino allende la pequeñez de la razón. Ella, como si hubiera estado esperando ese arrasador instante desde hacía siglos, no opuso ninguna resistencia al ímpetu varonil de su partenaire, dejándose tomar, por el contrario, por la voracidad de su apetito. Alimentando su fuego, echó brasas a la llama desabrochándole la bragueta y quitándole botón a botón la camisa, mientras con su lúdica e impúdica lengua recorría las orejas, el pecho de Esteban, dirigiéndose con cada vez mayor celeridad hacia otros destinos de su carne, más húmedos y más ardientes que los hasta aquí nombrados."       

Luis F. Langelotti 
(*) Publicado en Revista Nuevas Voces: www.revistanuevasvoces.com.ar  

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