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"El Destino y el fantasma"


por Juan Eugenio Rodríguez*
jeuroz@gmail.com


Cuando Oscar Masotta en “Sexo y traición en Roberto Arlt” nos presenta los personajes arltianos, dirá de ellos que tienden hacia la certidumbre de la derrota para rechazar de plano la incertidumbre de la posibilidad de la victoria, y que esos derrotados desde el nacimiento son en verdad los forjadores de la propia derrota. Se quejan de su humillación para no olvidar ni por un instante su condición de humillados. Este carácter de naturaleza terminada que impregna a un personaje se difunde a los otros personajes y el cuadro total de la obra es una colección de personajes estáticos, de seres condenados a ser lo que son, a ser de una sola pieza. 

Para poder producir algún cambio se presenta como necesario, no ser indivisible e inmutable, no ser lo inmóvil. Estos humillados que nos presenta Arlt son naturalezas muertas que se encuentran interiormente vacías. Van de la humillación al silencio y del silencio a la humillación. Cuando en ellos aparece algún episodio de angustia se asemeja a la angustia tóxica de las neurosis actuales descritas por Freud. 

Lacan ubica la apatía, la indolencia, en el camino del hedonismo. El hedonismo es una doctrina que proclama el placer como fin supremo de la vida. Podemos anudar a ésta otro supuesto que consiste en afirmar que el hombre busca fundamentalmente su propio bien. Estas definiciones permitirán algunas reflexiones de las que nos vamos a valer. En los inicios del psicoanálisis lo que regía al aparato psíquico era el principio del placer, recordemos brevemente su definición, se trata de un principio que busca el equilibrio y la armonía entre placer y displacer. Su búsqueda es la de reducir las tensiones, a menor tensión mayor placer. Todo aquello que represente un conflicto se intenta reducir a cero. Sin embargo en 1920, Freud nos presenta el más allá del principio del placer como más originario y por lo tanto predominante. Un nuevo dualismo surge en este escrito freudiano, ahora el aparato psíquico está regido por el par pulsión de vida y pulsión de muerte, aunque la pulsión más originaria sería la pulsión de muerte que destrona al principio del placer. 

La cesación del dolor es lo que estaría en los fundamentos del hedonismo y no la búsqueda del placer como principio absoluto de esa doctrina. La apariencia con la que se presenta es la misma que descubre Freud, el principio del placer busca reducir la tensión del aparato, mantener cierto equilibrio, cierta armonía, al reducir al mínimo la tensión. La descripción de la función sería que el aumento de la tensión provoca displacer en el aparato y éste busca disminuirla mediante la descarga. En las toxicomanías, por ejemplo, en lugar de la búsqueda de placer se busca la cesación del dolor, reducir el conflicto a cero sosteniendo la ilusión de un área libre de conflicto. En la procura de la satisfacción absoluta se encuentra muchas veces la muerte. Lo que encubre el principio del placer es que está al servicio de la pulsión de muerte. 

La afirmación de que el hombre sólo busca su propio bien está cuestionada en sus fundamentos por la búsqueda de un goce ruinoso. En los relatos de algunas personas encontramos vivencias que hacen la impresión de un Destino que las persiguiera, de un sesgo maligno y desde el comienzo el psicoanálisis consideró que ese Destino fatal era autoinducido y estaba determinado por influjos de la temprana infancia que no se abandonaron. Se conocen hombres en quienes toda amistad termina con la traición, amantes cuya relación tierna con la mujer recorre siempre las mismas fases y desemboca en idéntico final, etc. Una compulsión a la repetición que se renueva cada vez, como si lo que se repite cada vez fuera el fracaso. 

De la apatía se puede hacer religión, como los personajes arltianos, una verdadera masa de mortificados que viven una existencia vacía libre de conflicto.
Lo más revulsivo que nos dice Freud en “Más allá del principio del placer” es que la compulsión a la repetición procura un goce que va contra la vida.
Aquí se nos esclarece la definición de mortificación, al pensarla desde esos personajes de Roberto Arlt que están muertos en vida. Para ellos es preferible el saber antes que la incertidumbre, saberse derrotado es más tranquilizador.

Freud sostiene que la resistencia del yo está al servicio del principio del placer, en la búsqueda del supuesto equilibrio, supuesta armonía. La repetición provoca displacer en el yo porque remueve lo reprimido. Lo novedoso es que la compulsión de repetición devuelve vivencias pasadas que no contienen ninguna posibilidad de placer y que tampoco en aquel momento fueron satisfactorias. ¿De donde surgen esas vivencias que no fueron satisfactorias? 

Dirá Freud que el florecimiento temprano de la vida sexual infantilestaba destinado a sepultarse, el sepultamiento del complejo de Edipo. La pérdida de amor y el fracaso dejaron como secuela un daño permanente del sentimiento de sí. Este es el fin del amor típico de la infancia. Lo que se repite en la transferencia es ese amor típico que se fue a pique, que fracasó. 

Aún así se repite. Que el complejo de Edipo estaba destinado a sepultarse nos permite descubrir 

la vinculación entre ese Destino que nos persigue y el fantasma, pues el fantasma va a la cuenta de lo autoinducido. En tanto no se renuncia a la realización de ese amor incestuoso, no se renuncia a la certeza de saberse derrotado. Ese goce nutre el fantasma. Es por ello que, como decía Freud, no se puede enfrentar a esas fuerzas en ausencia, ni en efigie. 

La repetición se verifica tanto en los sueños de neurosis traumáticas como en el juego de los niños. En el juego infantil compulsión de repetición y satisfacción pulsional placentera directa parecen entrelazarse en íntima comunidad, debido a que en el juego infantil se introduce el sujeto como efecto de la operación simbólica, como ocurre en la agudeza. El poeta no nos ahorra vivencias dolorosas, pero nos provoca una satisfacción placentera directa. Sin embargo, para que se introduzca el sujeto debe operar la renuncia. 

“La falta de olvido es lo mismo que la falta de ser, puesto que ser no es más que olvidar. El amor de la verdad es el amor de esa debilidad a la que hemos levantado el velo, es el amor de lo que la verdad esconde y que se llama castración.” Jacques Lacan


Junio 2013
Imagen: El murmurar, Jeuroz 2014
*Psicoanalista
Publicado en: http://www.fuegos-delsur.com.ar/

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