El sujeto, el acto y “el Diego”
“El equipo se está desorganizando bastante,
pero justo ahí es cuando… la emboca.”
Esta
reflexión de un analizante, me lleva a pensar en la cuestión del sujeto del psicoanálisis, como sujeto de
la falta es decir, nada que ver con un yo-conciencia integrativo, dueño de sí:
cuanto más “desorganizado” aparece desde el punto de vista de una coherencia
que le sería prometedora, más potente se torna en cuanto a la concreción de su deseo inconsciente. Por el contrario,
toda la otra vía - la del saber, la del robustecimiento narcisista (camino
hacia “el liderazgo”) y la de lo emblemático -, encalla en los atolladeros más
comunes por cuanto persiste en el desconocimiento de la antinomia acto/
consistencia. El acto va de la mano de una insistente inconsistencia o de
una inconsistencia insistidora. La inhibición es el detenimiento inoperante
provocado por la autoafirmación exaltadora, que promueve una subjetividad identificada
al lugar fálico de la excepción.
El
acto, por su parte, sitúa la vertiente de la ignorancia acentuada, como
correlato de un movimiento in-calculado, fuera de lo esperado. Ningún partido
de fútbol es igual a otro. En eso radica la dimensión de la singularidad de la situación. La
posición del sujeto, luego del acto, cambia pero en relación al Saber. Como si
dijéramos que se produce algo así:
A/
$ ◊ a → (acto) → Ⱥ/ a ◊ $
◊ ?
Por
“delante” del sujeto del deseo, podrá venir cualquier a. Lo interesante es que se reubica la causa. Hay una certeza respecto de que se es sujeto del deseo, eso que
decimos “entusiasmo”. Además hay una
sustracción de saber y una pérdida de consistencia ontológica, lo que podría
escribirse de la siguiente manera: (- S2).
Los
goles, serán tanto más genuinos cuanto que más contingentes resulten o cuanto
más recorrido lleve al balón antes de
entrar. Ese placer previo del que hablaba Freud, como un ir calentando el
motor, para que al acaecer el instante,
no decepcione tanto y transmute al sujeto. El penal alivia, pero no deja de
jugar dentro de cierta lógica de homeostasis, que sosiega más de lo que euforiza.
A no ser que sea uno de esos penales que definen el partido. Podría decirse
que, en el fútbol, valen casi por igual el gol más preciso y excelente así como
la carambola que, de casualidad, fue a parar dentro del arco, no sin indignar
al rival pero a su vez no sin arruinarle el partido (y eso moviliza un goce,
una satisfacción). En ciertas situaciones, esta carambola puede aún ser más
valiosa.
La
picardía maradoniana en los goles a los ingleses allí por el año 1986, fue
crucialmente singular y altamente ponderable desde el punto de vista futbolero.
No sólo comete la piadosa travesura – cuestionable desde el punto de vista
normativo, por cierto – de hacer un gol de manera “antirreglamentaria”, lapsus ético si los hubo, sino que
retrosignificando semejante hazaña, deja huella de no ser ningún monedero, acometiendo
una tremenda obra de la más fina delicia de potrero, ay Diego… semejante
anotación perfora cualquier sentido común. Es una pieza de artesanía
inigualable cuyo peso está dado además por la situación del Mundial y por haber
sido hecho ni más ni menos que contra Inglaterra, hasta hacía pocos años enemigo
bélico en la controversia por las conocidas islas septentrionales
pertenecientes a nuestra soberanía.
Psicoanálisis de las masas: amor,
goce, deseo.
Es
fácil apelar a Psicología de las masas.
Pero aún así, lo haré. Allí Freud analiza la estructura del amor, pensando la
relación de este con el funcionamiento del yo
en el psiquismo humano y de la grupalidad en general. El yo es función de enamoramiento y, en este sentido, el elemento a
cuyo través el sujeto conoce los
objetos del mundo, “amándolos”. La grupalidad apela al yo en su articulación con
los otros como pares, aquellos con quienes el sujeto se identifica
imaginariamente, sosteniéndose dicho acto psíquico en una regulación simbólica
a la que llamamos Ideal del Otro. Punto de identificación simbólica, introyección
de un “rasgo unario” [ein einziger zug].
De
esta manera, lo que sostiene el grado de agrado del “objeto” por parte del
sujeto – lo que lo hace deseable -, es esa referencia simbólica que se llama el
Ideal. Cuanto más próximo al Ideal esté el objeto, tanto más amable resultará
para el sujeto. Lo más alejado del Ideal, aparece como causa de rechazo, degradación
y repulsa por parte del sujeto, lo cual no quita que allí algo de su deseo se
articule y, en particular, de su goce – de lo cual se deduce un desfasaje entre
amor, goce y deseo. El objeto del primero es total; el del segundo, parcial; el
del tercero, una falta o una pérdida que inaugura la posibilidad de los otros
dos. La masa está sostenida en una solidaridad de goce, velada por una
comunidad en el objeto amado (“Ideal”) pero frente al vacío que supone la
inexistencia del objeto del deseo, corre el riesgo de desarmarse. El análisis
de las masas, tendería hacia el terror. El terror de sucumbir frente a la carencia
de un Amo, regulador de todo destino para esas subjetividades.
Yendo
al territorio del fútbol, si el Ideal es el Club del que se es hincha, eso
delimitará una congregación de fieles que amarán incondicionalmente esos
colores, fidelidad que sostendrá, por otra parte, el odio hacia quienes no compartan
dicho sentimiento (“verdad”). Este odio puede manifestarse en goce verbal (“insultos”,
“cargadas”, “cantitos”) o, directamente, pasar al salvajismo de la acción
colérica.[1]
Asesinatos, linchamientos, emboscadas, robos de banderas, ajustes de cuentas, etc.,
todo esto que forma por así decir, el aspecto más conocido de las trifulcas
futboleras y que denigra el así llamado folclore
de la situación deportiva (recuérdese que el fútbol es un deporte).
Los
feligreses se amontonan en torno a un Ideal que los mantiene preservados de lo
ignoto, dándoles una consistencia de ser que puede ser desgraciada con el
diario del Lunes en contra, o excelsa, con el diario del Lunes a favor.
.
Irrupción de singularidades sociales vs. disrupción social
Metámonos
en una temática controversial. La violencia futbolera: ¿beneficia a alguien? Quizá
no haya que caer en la simple creencia de que porque hay Ideales contrapuestos
se caería en la barbarie, necesariamente.
Quizá existan otros factores que hagan a que todo desemboque en el descontrol. Pero
esto, quizá, merezca un análisis social más preciso. Por mi parte, creo que los
mass media, cultivan una poderosa
virtud: la de ser gestadores activos de subjetividad en forma permanente. En
este sentido, establecen marcas certeras que estructuran y objetivan los
cuerpos humanos, tornándolos casi autómatas predefinidos sin posibilidad alguna
de romper el círculo del sentido común.
Obvio que está también lo que cada uno elige, la así llamada responsabilidad subjetiva. Sino,
realmente seríamos robots.
La
televisión muestra modelos a los cuales asemejarse para, identificándose a tales
estereotipos, sentirse-parte. La no coincidencia con el yo ideal, fragmenta al yo
quien pasa a sentirse disgregado, poca cosa, inferior, marginal, desecho, palea. La contracara de sentirse-parte
es querer destruir aquello que, por no poder ser, me desposee de mi dignidad
ontológica. “El yo o el otro” de Lacan, va en la línea de acentuar esa estructura
de odioenamoramiento con el semejante/
rival. Quiero ser eso que no puedo, por consiguiente me invade la impotencia de
sentirme alejado de un Ideal que pasa a mortificarme. Esto genera violencia, a
toda escala.
La
tevé, vende un mundo ideal, fantástico, donde todo parecería ser posible: desde
lo más fabuloso y genial hasta lo más cruel o vil. Extremos que hacen a una
misma lógica, la de renegar de la castración simbólica como respeto por la
singularidad del sujeto en sus diferentes vertientes: de amor, de deseo, de
goce. Como lo sostuve en otra oportunidad, creo que el barrabrava es el ente más “adecuado al medio” puesto que desde su coherencia
para con el Ideal al que suscribe, despliega una manera de estar ligada a una existencia ideal igual a sí misma,
racional, siempre redonda. Tan execrable como naturalizada.
Igualmente,
aquí la pata económico-política no deja de tener su valía y no me refiero sólo
a la economía política del goce. No pocas, pues, son las veces que nos
enteramos de la connivencia entre “los violentos” y las clases dirigentes. Estas
últimas, “violentos de la esquina del ring”, ajenos a la sangre derramada en el
cuadrilátero pero responsables de fomentar la presencia, el lucro y la
satisfacción de quienes han optado por mantenerse tan estultos como nocivos
para la Cultura. La Cultura tanto como acumulación de cambios e intercambios humanamente
significativos así como ese temblor simbólico
tendiente a la irrupción de singularidades sociales.
Gran
parte de los así denominados barrabravas son, en rigor de verdad, almas en pena
sin deseo, aferrados a un Destino vacío, intrascendente, chato, común,
mediocre. Quedan expuestos y a disposición de algún inescrupuloso presto a
valerse de ellos con algún fin. También está el hecho, además, de valerse del
fútbol como una situación para descargar
las propias frustraciones personales sin poder darles una elaboración más
acabada a esas conflictivas personales, por lo general, del orden de la
mortificación actual o tal vez de lo edípico.
Pero en
este momento del escrito me pregunto cómo generar una lectura que sea
diferente, para no caer en la habitual. Hasta aquí no creo estar aportando nada
nuevo. Veamos.
Mística en la grupalidad y el peligro de la incondicionalidad
En
este número de RNV, ha sido publicado un artículo acerca del “amargo sabor del
fútbol” (ver sección Ensayos) en
donde, partiendo de algunas citas precisas, se gira en torno a las execrables
cualidades del deporte en cuestión. En primer lugar, no creo que la Psicología de las masas sea reductible a
la numerosidad social, ya que la estructura que allí Freud establece es
aplicable al sujeto mirándose al espejo. Hacemos masa inclusive con nosotros
mismos, independientemente de la cantidad de personas que estén presentes. De
la misma manera, no todo en una grupalidad es reductible a la vertiente
imaginaria-narcisista o fantasmática. También están los deseos, el inconsciente
como cadena significante, la palabra y la situación de intercambio con los
otros que, si bien puede estar sostenida en un Ideal otorgando consistencia yoica,
desde otro punto de vista, puede implicar también la posibilidad de trascender el sentido dado en un
movimiento místico que desborde la realidad individual haciendo lugar a un goce
extático que sea excéntrico a la (in)tensión agresiva.
Vale
destacar por lo demás que, a través del fútbol y de lo que el fútbol representa
para el conjunto social, muchas subjetividades logran hacer un lazo social o, en otras palabras, una
conexión simbólica subjetivante donde la libido logra desplazarse más allá del
propio ser. No es lo mismo estar encerrado consumiendo cocaína, pasta base o
estar delinquiendo impulsivamente poniendo en riesgo la vida propia y la de los
demás, que tomar un vino tinto o una cerveza con pares en cierto marco dado por
el espectáculo deportivo, por más cuestionable que nos parezca esta costumbre,
desde algún punto de vista.[2]
El fernet con coca, el chori, la previa. Forma parte casi de un ritual que tiene
su mística si es elaboración del autismo mortificante al que conduce la
disgregación social fomentada por el sistema poscapitalista imperante.
Lo
interesante es que el sujeto no quede petrificado en esos moldes que se imponen
como lo que hay que hacer, porque ahí
sí se pierde toda la magia, cuando predomina el imperativo del goce y no la Ley
del deseo.
El problema
es la incondicionalidad, es decir, cuando no se puede ir más allá de una
adherencia ferviente fanática, por la que se es capaz de matar. Cuando se
reproducen acciones de manera casi mecánica, cercenamiento de la capacidad de
pensar críticamente, mediante. Recuperar el espíritu crítico es salirse de esas
andanzas de exposición riesgosa (y religiosa).
Las marcas del pasado. La violencia futbolera. El poder.
Si para
Borges “el fútbol es popular porque la estupidez es popular”, quizá sea porque
para tal ingenioso y admirable escritor lo popular en sí mismo era una
estupidez. No creo que la estupidez, el futbol y lo popular sean necesariamente tres cosas que vayan de
la mano, a no ser que estén articuladas por algún cuarto eslabón (leáse agente de poder ya sea gubernamental, ya sea
mediático, ya sea empresarial) que anude dichas consistencias gestando un
borromeo.
Yo
creo que el fútbol puede ser pensado también como un sello de argentinidad,
como un rasgo singularizante de nuestros lares que hace a cierta identidad pero
que no por ello brinda una consistencia que sería amenazante. Insisto en que lo
amenazante deviene en la articulación de la situación deportiva en todas sus
implicancias con algún poder de turno que haga uso de dicha situación con fines
determinados.
El
estilo argentino, dependiente desde luego de cada región, está marcado por el
fútbol mal que nos pese, y no creo que esto deje de ser así en alguna ocasión. Por
eso quizá sea preciso, sustraerse del lugar común que sitúa al mismo en un
terreno de marginalidad y/o fanatismo violento ya que esto, sin estar
totalmente por fuera del campo en cuestión (no desconozco la violencia recurrente
que atraviesa al deporte, pero restará allí realizar una investigación más
acabada desde un punto de vista económico, político y sociológico), es no-todo
lo que acaece dentro de dicho campo.
La
experiencia de llevar al hijo por primera vez a la cancha, es un acontecimiento casi poético que marca un
antes y un después en la vida de un padre argentino. Cito algunas palabras de
Colette Soler que, a los fines de lo que vengo desarrollando, creo que pueden
resultar de interés:
“Las marcas del pasado no son todas traumáticas, entendiendo que,
en el psicoanálisis, el trauma es el nombre de las primeras experiencias de
espanto de las que luego el sujeto ya no podrá deshacerse. Muchas cosas
resultan fijadas en la infancia y son constituyentes de nuestra singularidad,
no sufrimos de ellas y sin embargo se nos graban en la piel. Comprenden todas
las sensaciones cotidianas, según el lugar, con su clima, sus paisajes, y
también todo lo que es del registro del habitus – como diría Bourdieu –,
incluyendo los rituales del cuerpo, las prácticas alimentarias, higiénicas,
etcétera; toda la relación con la realidad a la que uno se adaptó, ya sea
urbana, rural, culta o inculta; es todo lo que fabrica las preferencias propias
de cada quien y que comparte en mayor o menor medida con una colectividad.
Dicho de otro modo: los gustos, individuales o colectivos. Pongo aquí bajo el
término “gusto” todas esas prácticas que son, a la vez, corporales y
subjetivas, y que constituyen lo que puedo llamar las sensibilidades
existenciales. Estas son el resorte más habitual de las empatías y simpatías, y
fundan el sentimiento de tener o no – como se dice – cosas en común: visiones,
olores, canciones, hábitos. También fundan las nostalgias cuando alguien se
exilia, las emociones del regreso, el placer de reencontrar lo que se llamaba
un país, para designar algo que viene del mismo lugar. Es impactante constatar
hasta qué punto la mayor parte del tiempo uno está abrochado a eso como a sí
mismo, incluso sin darse cuenta, como si fuera muy natural. Ese registro que se
fija en la infancia es el de las satisfacciones reguladas por el principio del
placer, siempre homeostáticas y temperadas. Es con la noción de discurso como
orden social como Lacan dio razón de esos goces producidos en cada lazo social,
que no están más allá del principio del placer y que son constituyentes, a la
vez, del sentimiento de pertenencia social y de la identidad. Estos goces
tienen una particularidad: parecen poco propicios al conflicto.”[3]
Entonces,
desde el punto de vista del psicoanálisis, evidentemente, el conflicto viene de
otro lado. Hay un elemento en más,
que viene a transformar la situación social en una escena de violencia. Ese
elemento en más, ¿de qué se trata?
En
principio, la estulticia, podríamos
decir, es algo que está planificado, como la desesperanza. Hay una serie de premisas
que sostienen al sistema en función de que se produzca, legitime y reproduzca
un circuito hermético de sometimiento popular, el cual no es sin la aceptación
acrítica de una gran mayoría de mortificados. Habría que pensar que la
mortificación, como el flagelo de la droga, excede la mirada meramente clasista
ya que hay mortificados de clases elevadas. Mortificados quizá no en el punto de
las necesidades básicas pero sí atrofiados en su deseo y en su capacidad de
reflexionar críticamente. Paralíticos del pensar distinto, inválidos del sentimiento
de empatía social. Discriminadores crónicos que, en su micro-fascismo cotidiano,
hacen tanto mal como el sistema mismo hace con ellos, a cambio de “prestigiosas”
posiciones en el juego.
Sentir
que se es parte-de (y no partícipe), apunta a la consistencia de ser que para
el psicoanálisis está perdida en el plano real y sólo es recobrada en el campo
especular, a expensas de un combate persistente contra los rivales necesarios
para el sostenimiento de la propia ontología narcisista. La neurosis necesita
un modelo a partir del cual rivalizar y posicionarse como “algo” valido. Significantes
emblemáticos sostendrán la contienda, buscando los egos adueñarse de ellos y
ostentándolos como premios a través de los cuales se es Amo, al menos por una
temporada. Pero en el eje del Amo y del esclavo, ambos pierden, ¿qué cosa?: su
capacidad deseante.
Tan
encadenados están Amo y esclavo al movimiento del partenaire, que pierden de vista su castración. Alienados al deseo
del otro, vamos por la vida olvidándonos de eso que somos como antiesencia, es decir, como hechura
subjetivo-histórica tendiente a la realización fallida de una voluntad secreta
que, por más que nos sublevemos y pretendamos reprimirla una y otra vez, allí
silente avanza, irrumpiendo en cada epifánica formación del inconsciente, en
cada acción comprometida e
incalculada, insistiendo en el síntoma como categoría clínico-ética que habla
de una dimensión humana ignorada antes del inicio del freudismo. Lo que Freud
hace es correr el velo que hacía que el hombre pretendiera sentirse una unidad.
Cuestiona al individuo. Volviendo al tema es cuestión, el jugador de fútbol
tiende a ser individualizado especialmente. La estrella de fútbol – el Tevez,
el Messi, el Cristiano Ronaldo – aparece como personajes casi a-subjetivados. Se los vende como si fueran
exclusivamente eso, una imagen atrás de una pelota.
En el
fútbol, lo histórico vivencial va de la mano de un clásico donde canticos y
gastadas no terminan en barbarie. Donde la tarde de domingo es triste o alegre
y punto. “No todas las marcas del pasado son traumáticas”, decía Colette Soler.
Pues bien, démosle la derecha en ese punto. Las marcas son marcas no únicamente
traumáticas de un terreno al que llamamos infancia
y que dice de la constitución de un sujeto. Varias vueltas faltan para que un
sujeto llegue a ser lo es. Posteriormente, la latencia, la adolescencia, la
madurez. Y no termina allí. Nunca se termina de aprender. El movimiento exige
soltar, aceptar perder, la transformación reclama pérdidas. Para salir campeón
hay que bancarse no ganar todos los partidos, no contar con todos los
jugadores, soportar que la gente a veces no va a venir (como nos pasa a los
analistas, con nuestros pacientes).
La
violencia futbolera es producto de un sistema que promueve que está bien cierto
estilo de vida ligado al goce fálico, ver quién es más “poronga”. La mafia va
en la línea de esto. Recuerdo algo que creo que plantea Miller en su lectura
del Seminario 5 de Lacan. Este
hermetismo en el grupo, esa fijeza en las identificaciones, la traición, el
código común. Todos nombres del superyó. El filo del ideal bajando línea. Marcando
cómo, cuándo, dónde, con quién y por qué gozar. El Saber. Por eso es divertido
cuando, de repente, uno se encuentra con cosas que quiebran “lo que es” en su
concreta, chata y mediocre banalidad, como este video que comparto, de los
Monty Python. Los sabiondos, también se embarran en el potrero. A los
futboleros no les vendría nada mal, por su parte, leerse unos buenos libros,
escuchar un buen disco o ir a ver una buena obra de teatro. Creo que, frente a
un momento mundial de aceleración e hiper-liquidez (en los empleos, en las
relaciones, etc.), todos deberíamos parar un poco la pelota y ver bien a dónde
la pasamos y a quién.
Fuente: RNV #9, EL FÚTBOL, Abril de 2015, www.revistanuevasvoces.com.ar
Luis
F. Langelotti.
Miembro
Fundador de Losange: clínica psicoanalítica
[1] El segregacionismo como un “gozar de la
verdad”.
[2] En
una definición tan simple como simplificadora, Colette Soler sostiene que: “Cualesquiera sean las justificaciones que invoque, el
racismo tiene una definición precisa: es la aversión por la modalidades de
satisfacción del Otro, por sus costumbres, y la preferencia por las suyas
propias.” Extracto de su último libro Lo
que queda de la infancia (Letra viva, 2015) que ha sido publicado en Página /12: http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-270594-2015-04-16.html
[3]
Soler. C.; Op. cit.
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