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“¿Qué significa pensar críticamente? De la estulticia al desasimiento (Parte I)”

Introducción

El destino no consiste en aquello que tenemos ganas de hacer;
más bien se reconoce y muestra su claro, rigoroso perfil,
en la conciencia de tener que hacer lo que no tenemos ganas.”

(Ortega y Gasset, La rebelión de las masas)

La presente entrega forma parte de una elaboración personal ligada a la cuestión del pensamiento crítico, temática de interés para quien escribe en tanto ladera desde la que pensar al psicoanálisis mismo en su relación con otras prácticas y discursos. Lleva implícito este despliegue teórico una conjetura en su intitulación misma, la que buscará ser sostenida a fuerza de ir y venir por los autores y decires que se avengan a incrementar – o no - la verdad de las aseveraciones esgrimidas. La verdad no como cualidad de lo que sería una supuesta “conclusión” (la razón nunca deja de demandar su ración en todo esto), sino tal y como la plantea el psicoanálisis: como un efecto. En este punto, será radical la referencia a la experiencia de cada cual, en su praxis o en su/s análisis.[1] Dejo constancia del carácter de investigación de estos desarrollos.    


“Der Familienroman der Neurotiker”

En su clásico - y de obligada lectura para todo analista – texto de 1909, el padre fundador y agente creador del psicoanálisis, sostenía lo siguiente:

“En el individuo que crece, su desasimiento de la autoridad parental es una de las operaciones más necesarias, pero también más dolorosas, del desarrollo. Es absolutamente necesario que se cumpla, y es lícito suponer que todo hombre devenido normal lo ha llevado a cabo en cierta medida. Más todavía: el progreso de la sociedad descansa, todo él, en esa oposición entre ambas generaciones. Por otro lado, existe una clase de neuróticos en cuyo estado se discierne, como condicionante, su fracaso en esa tarea.”[2]

Tres cuestiones se destacan de esta impresionante cita, las cuales aparecen precisamente subrayadas. En primer lugar, la idea de un “desasimiento” [Ablösung = separación] de la autoridad de los padres. Padres, evidentemente, en el sentido de ciertos tutores primigenios que hubieron de sostener la insignia de lo feliz e inmarcesible, pero que llegada la hora, habrán de prestarse cedibles al campo de lo perdido e irrecuperablemente inhallable. En segundo lugar, Freud apuesta a que la transformación societal misma reposa en dicho doloroso desprendimiento juvenil. Se entiende: la fijeza a las figuras primitivas de autoridad incuestionada, llevaría a una supeditación eterna que congelaría toda tentación de pensar algo diferente y de elucubrar intempestivamente nuevas formas simbólicas verdaderas e instituyentes.[3] Finalmente, hay quienes encuentran un gran obstáculo en poder sostener y llevar adelante tal aventura, esto es, atravesar el drama de la castración simbólica. Valdría agregar, en este punto, que una tercera categoría son quienes ni siquiera lo intentan.[4]

La stultitia en Séneca

Cambiando de autor, pero persistiendo en la trama que buscamos entretejer, Michel Foucault aborda en su célebre “Hermenéutica del sujeto” (Cours au Collège de France, 1982) la cuestión de la stultitia senequiana, presente en diferentes lugares de su obra (como lo son De tranquillitate animi y Epistulae Morales ad Lucilium). El estructuralista francés, realiza una suerte de síntesis de las diferentes particularidades establecidas por Séneca respecto de ese estado del alma (Psyche) situando de esa manera algo que nos resulta de una valía muy fuerte a los fines de esta articulación.

La «estulticia», a fin de cuentas, conlleva un estado subjetivo al que el hombre permanece atado si no realiza el esfuerzo espiritual de convertirse a sí mismo, a través de la práctica de sí, de la espiritualidad, de la filosofía en el sentido de una práctica o, finalmente, a través del psicoanálisis. Veamos cuáles son las características específicas de tal posición subjetiva del ser.

Agitación del pensamiento, irresolución de la voluntad (“voluntad limitada”), incapacidad de detenerse interesadamente en algo, fracaso del placer frente a las cosas de este mundo. El estulto es el hombre pasivizado por el efecto del significante como marea simbólica aportadora de un sentido constrictivo que se articula pulsionalmente a una satisfacción secreta que denominamos goce. La “debilidad mental” sería su extrema y caricaturesca consecuencia, quedando dentro de esa categoría el ser hablante en sí mismo, por estar hechura del sentido:

“… ¿qué es la stultitia? El stultus es quien no se preocupa por sí mismo. ¿Cómo se caracteriza el stultus? Si nos remitimos en particular al principio del texto de De tranquillitate, podemos decir lo siguiente: el stultus es ante todo quien está expuesto a todos los vientos, abierto al mundo externo, es decir, quien deja entrar en su mente todas las representaciones que ese mundo externo puede ofrecerle. Representaciones que acepta sin examinarlas, sin saber analizar qué representan. El stultus está abierto al mundo externo en la medida en que deja que esas representaciones, en cierto modo, se mezclen dentro de su propio espíritu (…), de modo que es, entonces, la persona que está expuesta a todos los vientos de las representaciones externas y luego, una vez que éstas han entrado en su mente, es incapaz de hacer la división, la discriminatio entre el contenido de esas representaciones y los elementos que nosotros llamaríamos, si ustedes quieren, subjetivos, que se mezclan en ella.”[5]

En la puntuación que Foucault va realizando, además de esta característica esencial del estulto, un rasgo muy fuerte es su dispersión en el tiempo. En efecto, el estulto desconoce su historia (no rememora nada, por consiguiente, diría Freud, no elabora nada[6]). Por otra parte, está desentendido de su presencia actual no como consistencia narcisista sino como subjetividad implicada – valga la redundancia -, descartándose como acción justa en el sentido de un destino imaginado. Por consiguiente, el estulto se dispersa tanto de su presente así como de su futuridad:

“[el stultus]… no piensa en la temporalidad de su vida…”

La implicancia nodal de esta posición frente al devenir o hacia lo perecedero[7], es lo tocante a la dimensión de la “voluntad” del sujeto por ella afectado. De esta manera, Foucault, siguiendo a Séneca, distinguirá entre dos modos del querer: uno, relativo a un querer desasido, libre, justo y absoluto donde el sujeto es allí ético, esto es, coherente en el tiempo con su deseo. Y, por otro lado, una voluntad limitada, cambiante, fragmentada, impotente, esclava de una inercia y debilidad específicas de la estulticia. La stultitia aparece así como un choque de fuerzas entre el sujeto y el deseo, como un desarreglo o una inconexión marcada que deja al individuo en posición casi de objeto. De todas maneras, aquí quisiéramos hacer breve una digresión.
      
Para el psicoanálisis, ese desarreglo, esa escisión o hiancia entre el sujeto y su querer, son intrínsecos a su constitución misma, no existiendo una articulación plena entre el deseo y el sujeto más que a nivel del acto como instante ético de ruptura para con la tendencia sobredeterminada hacia la repetición (automatón). Margen de libertad que el análisis tiende a posibilitar, sin que en ello no insistan las demoras, las detenciones, el azar, lo incalculado, en definitiva, el terreno de lo pulsional haciendo obstáculo a que todo marche acorde al propio querer. Sino, todo sería voluntad de poder, como unaria potencia atómica del cosmos dionisíaco y no habría dimensión ética misma, entendiendo a esta última como errancia, falla, quiebre.[8]




Articulación entre la novela neurótica familiar y la estulticia senequiana

Ligando lo hasta aquí esbozado en relación a la stultitia con lo anteriormente establecido acerca de la novela neurótica familiar, diríamos que aquellos padres idealizados que no quieren ser abandonados, transfiriendo su antigua potencia a nuevas figuras sobre las que se delegará el saber-tener-poder sobre la existencia, constituyen un Otro en relación al cual el sujeto, estultamente, puede quedar atiborrado de (fijado a las) significaciones [s(A)] directivas y ordenadoras que coarten la posibilidad liberadora de preguntarse  por qué. Por qué algo, por qué nada en especial: por qué casi diríamos como categoría ética, otorgadora de una dignidad denegada a los otros seres vivos que habitan el planeta tierra. Si para el poeta, “las copas no son del todo de este mundo”[9], por nuestra parte, nosotros agregaríamos que tomando al mundo como un Unwelt, el sujeto del psicoanálisis a fin de cuentas tampoco lo es.

En nuestra próxima entrega, proseguiremos abordando las implicancias subjetivas de dejarse atravesar por el discurso psicoanalítico, más allá de la tendencia psicopatológica al diagnóstico psiquiatrizante y, por consiguiente, otorgador de un ser que, por estructura, yace perdido. Podríamos detenernos aquí con la siguiente pregunta: ¿Dónde está el sujeto para el psicoanálisis?[10]  

Buenos Aires, Junio de 2015.


[1] Decía el filósofo alemán Friedrich W. Nietzsche: “… las ´verdades´ se demuestran por sus efectos, no por pruebas lógicas, pruebas de la fuerza. Lo verdadero y lo eficaz se identifican…”. Veáse: Sämtliche Werke in 15 Bänden. 19 [43], KSA, p. 433.
[2] Freud, S.; “La novela familiar de los neuróticos” en Obras completas. Buenos Aires, Amorrortu Ed., Tomo IX. El destacado me pertenece.  
[3] Para lo que se requiere, prioritariamente, un proceso de destitución.              
[4] Con respecto a los cuales, tal vez, pueda hablarse de cronificación en el malestar, de regodeo en el sufrimiento o de mortificación consentida.    
[5] Foucault, M.; “Clase del 27 de Enero de 1982” en La hermenéutica del sujeto. Ediciones Akal S. A., Madrid, 2005. Pág. 133.
[6] Freud, S.: “Recuerdo, repetición y elaboración” (1914) en Obras completas. Biblioteca Nueva, Madrid, 1973. T. II.
[7] Freud, S. (1916[1915]); “Lo perecedero” [Vergänglichkeit] en Obras completas. Op. cit.
[8] Para un análisis de la cuestión ética en el pensamiento de Nietzsche, véase: Langelotti, L.; “¿Una ética en Nietzsche?” en Revista Nuevas Voces, N° #5 – EL OTRO, www.revistanuevasvoces.com.ar, Julio 2014.
[9] Celaya, G.; “RECOMENDACIONES PARA CONSTRUIR UN RECINTO” en Los espejos trasparentes, Losada, Buenos Aires, 1977.  Pág. 53.
[10] Al estilo del doblaje de aquella película de Abrahams y los Zucker, Airplane! (1980) que fuera traducida como ¿Dónde está el piloto?  

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