“Me he perdido en la tierra de la muerte. Una soledad infinita cuyo límite es el desaliento. Digo que la llevo dentro como un carbón encendido. A veces despierto en la noche. El estar casi dormido no me impide sentir cómo el sufrimiento se desliza a mi lado. Sé que en breve comenzará un nuevo día, que en mi recuerdo reproduciré todas las costumbres de su amanecer, sé que al mediodía la recordaré llegando a casa con su cabello recogido en la nuca, que cuando caiga la tarde la veré en mi memoria yendo conmigo por una calle de árboles oscuros. Y otra vez vendrá la noche… y el alarido…”
(EL DESIERTO ENTRA EN LA CIUDAD, Roberto Arlt)
“… el acto instituyente se juega en la relación entre lo imposible y lo contingente, y la institución se juega entre lo necesario y lo posible.”
(HORIZONTES NEOLIBERALES DE LA SUBJETIVIDAD, Jorge Alemán)
Estas dos citas que tomo como epígrafes de mi coloquio, me servirán de pie para desarrollar las siguientes reflexiones.
En principio, diremos que el poeta relata la herida del amante que no da con la causa de su deseo; a saber, una mujer. La sombra del objeto ha caído sobre el yo. La melancolía da cuenta del sujetamiento letal del sujeto por el superyó en tanto ceder en el deseo es alimentar la culpa, es decir, el goce que mejor no. La subjetividad neoliberal transita una depresión globalizada porque rechaza lo femenino, o sea, la causa del deseo. Pienso en este ideal posmoderno del “reciclado”. Una versión cool del rechazo de todo resto, residuo, desecho. Eso retorna volviendo mierda al producto en sí. Si no hay un resto, TODO es resto. El achatamiento del sujeto da cuenta de una eficacia imaginaria feroz donde ´me veo´ y luego existo. Si no me miro, si no estoy en el espejo, no soy. Los gadgets epocales funcionan como micro-espejos que me devuelven un ser alienado gratificante pero insatisfecho porque siempre quiero más. Como el ser nunca se realiza, ansío más consistencia. Me inflo por la vía de la auto-explotación, por ejemplo, aunque crea que estoy siendo “útil”, “productivo”, “solvente”.
Por otro lado, ¿cuál es la institución humana por excelencia? El lenguaje, lo simbólico. Este implica el automaton significante como lo que no cesa de escribirse y a la vez lo que cesa de escribirse. Van articulados. Pero la estructura no es sólo S. También están lo real y lo imaginario. La estructura lacaniana es erresí, herejía. Sin ese nudo borromeo no hay sujeto del deseo inconsciente. Este se juega allende la determinación lenguajera como contingencia garantida en la imposibilidad de un recubrimiento total. El sujeto es la falta misma en la estructura. Se trata de un orden abierto.
A lo largo del SEMINARIO hemos tratado por diferentes vías de cernir la diferencia entre la impostura-mascarada fálica que pretende recubrir todo lo tocante al deseo del Otro y lo femenino como un más allá. Un más allá del falo como significante y su goce idiota. Otro rostro de Dios dice Lacan y nos habla de los místicos. Se trata de una ruptura para con el pensamiento calculador, controlador, obsesivo. También de un cuerpo-otro no tomado por la conversión histérica que pone el lenguaje en sí, sino más acorde al poeta que pone su pulsión-pasión en lalengua. Porque de lo que se trata en psicoanálisis, a diferencia de la lingüística (estudio científico del habla), es de lalengua. El inconsciente es un saber-hacer con ella, de manera que la singularidad entra a jugar fuertemente en este planteo. Ya no se trata de soluciones generales para todo hablante posible sino que cada uno tendrá que aprender a hacer con el trauma que significa ser-para-la-muerte y ser-para-el-sexo. La falta en ser.
La propuesta de “el repudio de lo femenino” es una crítica al sentido común. Para este, todo ya es sabido, evidente, obvio. Es decir, no cree que existan hilos subrepticios que manejen eficazmente la escena. El sentido común rechaza que haya otra escena y que esta tenga encima más relevancia que el pensar despierto. El sentido común es narcisista y fantasmático, por eso tapa, opera renegatoriamente. Todo tiene que tener un significado o una representación. Nada puede quedar por fuera del plano yoico. El positivismo lógico es racionalista y acorde a estas pretensiones narcisistas de explicación, que se dejaron oír aún en asistentes de este Seminario, lo cual nos lleva a pensar que no estamos exentos de este síntoma de la época. El racionalismo desconoce que pretender explicar determinadas cosas ya es arruinarlas. Por eso Lacan dice que a la mujer se la “difama”. En castellano diríamos, que se la mal-dice. La neurosis, el fantasma, el falo, etc., mal-dicen a la mujer, necesitan degradarla al complemento del macho, reduciéndola a un objeto postizo que no es el objeto a real, que causa el deseo porque está perdido. El objeto a lacaniano es parcial, no especular y pulsional. En la fantasía cumple una función distinta. Pierde contingencia, se torna absoluto y, en definitiva, se especulariza. Obviamente, es un falso a. Es lo que la tecnocracia construye como remedios ante el Malestar en la Cultura que implica el deseo.
El atravesamiento ético de la clínica psicoanalítica está ligado al límite, al No, al corte, a la Ley. Cualquier cosa que acote el goce pulsional desenfrenado funciona como nombre del padre. Cualquier cosa que atempere al caprichoso deseo de la madre. La madre encubre su femineidad en la captación narcisista del niño como falo deseado. Pero el niño no es ingenuo, a no ser que sea un futuro débil mental, y avizora que no es él lo que la completa y que entrar en ese juego no es conveniente pues conlleva el peligro de la pasividad, de pasar a no ser más que un apéndice del arbitrio ajeno. Por eso se retira y da un paso al costado a través del juego, por ejemplo. Admite, en el mejor de los casos, la derrota edípica gracias a la presencia paterna que lo ayuda en ese sentido. El amor al padre le brinda la recompensa de ceder justamente aquello que le impedía ingresar al orden del deseo, donde reinan la palabra, el juego, el soñar. Es la dimensión de la Cultura, donde prima el lazo social, los otros, el discurso. Los intercambios significativos que posibilitan no sólo ser parte sino además ser partícipe. No algo sino alguien. De objeto del goce del Otro, se pasa a ser sujeto. El sujeto no es un diagnóstico, ni una estructura psicopatológica. El sujeto es subversión es sí mismo, porque supone una caída de cualquier pretensión determinativa absoluta y el psicoanálisis no pretende localizarlo más que indirectamente, en el recorte de esos dichos que marcan que hay un decir, una enunciación. El sujeto del inconsciente es ese poeta efímero que irrumpe: en la agudeza con la que el yo cae pasmado sin comprender, al fin; en la angustia que nos recuerda nuestro estar-ahí o en el síntoma cuya función, operancia y política deberemos investigar el Año próximo.
Buenos Aires, Noviembre de 2017
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