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Freud y el pensamiento crítico






Una referencia freudiana de sumo interés para empezar este tercer capítulo aparece en el Capítulo VII de El porvenir de una ilusión (1927), donde el padre del psicoanálisis afirma:

“La conclusión de que las doctrinas religiosas no son sino ilusiones, nos lleva en el acto a preguntarnos si acaso no lo serán también otros factores de nuestro patrimonio cultural, a los que concedemos muy alto valor y dejamos regir nuestra vida; si las premisas en las que se fundan nuestras instituciones estatales no habrán de ser calificadas igualmente de ilusiones, y si las relaciones entre los sexos, dentro de nuestra civilización, no aparecen también perturbadas por toda una serie de ilusiones eróticas.” [1] 

El pensamiento psicoanalítico descubre que las religiones se asientan en una ilusión. Acto seguido, esto conduce, al maestro vienés a preguntarse si, acaso, otros aspectos de nuestro mundo institucional no están precisamente sostenidos también en esa negación, sin excluir aquello que más certeza subjetiva habría de poseer como lo es el terreno amoroso. Sobre todo, se trata del desconocimiento de un origen, a fin de cuentas, pulsional (“bajo”, diríamos con Nietzsche, posición que emparenta a ambos pensadores con Foucault). Pero sigue Freud: 

“Una vez despertada nuestra desconfianza, no retrocederemos siquiera ante la sospecha de que tampoco posea fundamentos más sólidos nuestra convicción de que la observación y el pensamiento, aplicados a la investigación científica, nos permiten alzar un tanto el velo que encubre la realidad exterior.” [2]

Su crítica, no exonera tampoco a la ciencia de caer bajo la lupa de su sospecha. “Observar” es algo propio del método científico positivista, de lo cual se deduce indirectamente un cuestionamiento de ese paradigma epistemológico. Finalmente, el punto que más me interesa destacar:

“No tenemos por qué rehusar que la observación recaiga sobre nuestro propio ser ni que el pensamiento sea utilizado para su propia crítica.”[3]         

Es decir, el pensamiento mismo puede ser objeto de tal enjuiciamiento. Es claro que esta potencia de la crítica atraviesa toda la obra de Freud, apareciendo como un verdadero referente en lo que a la interpelación del sujeto racional moderno respecta. El pensamiento crítico es el arte de la desconfianza llevado a su límite. Obviamente, para quien elige someterse a sus implacables afirmaciones y preguntas, el camino no será sin un costo, sin un precio a pagar. Es que salir del guión fantasmático en el que cada cual se adormece por ser neurótico –la burbuja de las propias ilusiones y creencias-, conlleva confrontarse con la propia negatividad o falta-en-ser.


[1] Freud, S. (1927): “El porvenir de una ilusión” en Obras completas, Biblioteca Nueva ed., Madrid, 1968. Tomo III.
[2] Freud, S. (1927): Op. Cit.
[3] Freud, S. (1927): Op. Cit. Subrayado mío.

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