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Más allá de la trama: la angustia


Sentir la potencia subjetivante de la negatividad no es sin angustia –única traducción subjetiva del objeto a– en tanto ésta da cuenta de la sustracción de la mortificante alienación del parlêtre a los significantes del Otro de la demanda (completo). Dice Gabriel Levy, comentando el escrito de Lacan L´étourdit:

“Hablar hace aparecer el agujero que olvidamos, en tanto somos sujetos de ese agujero.”[1]

La experiencia de la angustia como ligada al ser-para-la-falta o al sujeto del agujero. La doctrina kierkegaardiana, en este sentido, tiene una posición frente a la filosofía racionalista y absoluta de Hegel que supone un rescate de un sujeto disímil del ser autoconsciente, dueño del objeto (que puede ser el otro) y de sí mismo. Por ejemplo, en El concepto de la angustia, Kierkegaard plantea: 

“En el hombre sin espiritualidad no hay ninguna angustia; es un hombre demasiado feliz y demasiado satisfecho y falto de espíritu como para poder angustiarse. (…) La falta de espíritu es un estancamiento de la espiritualidad y una caricatura de la idealidad.”[2] 

En su planteo, se destaca la antinomia entre satisfacción y posibilidad de angustia. Como si dijese que, mientras todo transcurre dentro del principio de placer, la cosa va perfecta, de modo caricaturesco, claro está, porque el yo ideal es un objeto imaginario con el que el yo se identifica, pero este último siempre está próximo a desestabilizarse o fragmentarse. Por eso, esto no es sin consecuencias, puesto que para el estulto:

“Su extravío total, pero también su seguridad satisfecha, consiste cabalmente en ese no entender nada en el sentido espiritual ni tomar nada a pecho como auténtica tarea.”[3]

Es decir, se trata una vez más de lo que más arriba comenté como estulticia. Esa característica impotencia del estulto en relación a los actos que no se debe, como puede decirse del obsesivo, porque “piensa demasiado”, sino justamente por todo lo contrario. Porque no piensa, sino que es pensado y, allí, goza o más bien es gozado. Remata el autor:

“Para los faltos de espíritu no hay ninguna autoridad, pues saben muy bien que para el espíritu no la hay; pero como ellos, desgraciadamente, no tienen ninguna espiritualidad, helos ahí convertidos en unos perfectos idólatras, y esto a pesar de todo su saber. Con la misma adoración adoran a un tonto de capirote que a un héroe, pero, sobre todo, su auténtico fetiche será siempre el charlatán.”[4]  

Más allá de las creencias religiosas del pensador danés, se puede tomar esta espiritualidad sin necesariamente vincularla con un Dios, es decir, sin que esté referida a algún Otro completo sino más bien a uno agujereado. Por eso, para mí, alude al ´en más´ –que es también un ´en menos´– del $ propuesto por el psicoanálisis según Lacan (como efecto y no como dato primero, como exsistencia y no como consistencia). También, es otro modo de hablar del sujeto que se atreve a pensar críticamente, a ejercer y ejercitar su espíritu, saliendo de la sumisión mortificada a una alteridad incondicional, donde el hombre se reduce a ser un ente calculable y manipulable por el Amo de turno.  


[1] Levy, G.: “Literalizar” en AAVV., L´étourdit: la lectura como política, Letra viva ed., Buenos Aires, 2008. Pág. 77.
[2] Kierkegaard, S.; “La angustia como ese pecado que consiste en la ausencia de la conciencia del pecado” en El concepto de la angustia. Ed. Libertador, Buenos Aires, 2004. Capítulo III, Punto 1: La angustia de la falta de espiritualidad. Pág. 114-5.
[3] Kierkegaard, S.; Op. cit.
[4] Kierkegaard, S.; Op. cit. Badiou diría que el ídolo de esos “faltos de espíritu” siempre será el sofista, como figura opuesta a la del filósofo.

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