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"Pensamiento crítico y conocimiento"

Por Eugenio del Río*

          El concepto de crítica, a partir del siglo XVII, adquirió un sentido peculiar. Para Pierre Bayle significaba sopesar los puntos fuertes y los débiles de una idea o de un razonamiento. En el siglo XVIII, Hume la entendió como examen y discernimiento. En Kant, purificación y catarsis. A través de la crítica, era la razón misma la que se sometía a examen. La crítica desbordó las fronteras anteriores: dejó de detenerse, como sucedía con Bayle, ante la religión o ante la política.

          El Informe Delphi define el pensar críticamente como un proceso que, de manera decidida, regulada y autorregulada, trata de llegar a un juicio razonable. Se caracteriza por ser el resultado de un esfuerzo de interpretación, análisis, evaluación e inferencia, y por la posibilidad de que sea explicado y justificado por consideraciones conceptuales, contextuales y de criterios (1).

          El pensamiento crítico no es una suma de ideas; es una actitud intelectual, una tensión, una exigencia, y unos procedimientos. Está sujeto a normas tales como:
  1. Tratar de obtener un conocimiento tan objetivo como sea posible;
  2. Formular las ideas y las teorías con claridad y precisión;
  3. Cultivar el escepticismo sobre las concepciones ajenas y propias, y tratar de desvelar en todos los casos sus puntos débiles.
  4. Prestar especial atención a la superación de los prejuicios y a desvelar las falacias
          El pensamiento crítico, para serlo cabalmente, precisa ser autocrítico, estar expuesto al debate; necesita del contraste con los puntos de vista contrarios, quedar sujeto a la reflexividad autocrítica.

          Quienes, además de situarse en una perspectiva intelectual crítica, pretenden contribuir a mejorar las realidades sociales, afrontan la peliaguda cuestión de la relación entre pensamiento crítico y compromiso social.

          Por un lado, se proponen adquirir un conocimiento de esas mismas realidades tan riguroso como sea posible.

          Pero, por otro lado, el pensamiento crítico, al vincularse con los empeños de transformación social, se ve sometido a unas presiones que condicionan su calidad. Éste es el punto de partida y el hilo conductor del que no podrán zafarse estas páginas desde su comienzo hasta el final.

          La problemática a la que me estoy refiriendo resulta de una dinámica en la que intervienen las tres siguientes necesidades.

          La primera es alcanzar un conocimiento de calidad, una visión realista de las cosas; la segunda consiste en propiciar la movilización social contra aquellos males que se desea eliminar; la tercera se relaciona con su dimensión colectiva: se requiere motivar a las personas, favorecer su agrupamiento y su cohesión.

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          De la dinámica que resulta de esas tres necesidades se sigue muchas veces una tendencia a presentar torcidamente la realidad para perjudicar al contrario, así como la complementaria de alterar los hechos en beneficio propio (mostrarse más fuerte o mejor de lo que se es). Esto se traduce en una disminución de la calidad de la teoría en beneficio de la eficacia en el plano propagandístico.

          Las tres piezas son necesarias pero su relación no es armoniosa sino altamente conflictiva. Esta encrucijada está en la entraña de los problemas tratados en el presente libro.
Hablemos ahora unos momentos de los estilos de conocimiento.
          El sociólogo Georges Gurvitch publicó en 1966 una de sus obras más sugerentes: Los marcos sociales del conocimiento (Caracas: Monte Ávila, 1969). El trabajo se encuadra en  la sociología del conocimiento, dedicada al estudio de las relaciones entre las sociedades, su organización, los grupos sociales, y las formas de conocimiento.
          Entre sus objetos figuran lo que el autor denominó los sistemas cognitivos de las diversas sociedades: las patriarcales, las feudales, las democrático-liberales, las del capitalismo organizado y dirigista, las del fascismo tecno-burocrático, las del estatismo colectivista centralizador y otras. En su libro examinó también los sistemas cognitivos de los Estados y de algunas clases sociales (el campesinado, la burguesía, la clase virtual de los tecnoburócratas, la clase proletaria).Al sistema cognitivo de la clase obrera (pp. 123 y ss.) le atribuyó un carácter políticotécnico (relacionado con el trabajo), subjetivo y emotivo, una débil atención cognoscitiva hacia los otros y muy fuerte respecto al nosotros.
          Desde hace muchos años me ha venido rondando la idea de ocuparme del estilo de conocimiento de los sectores que, en lo tocante a los problemas sociales, se muestran más inconformistas.

          ¿Existe algo parecido a un estilo de conocimiento en estos sectores, que, por cierto, suelen manifiestar muy vivamente sus percepciones y opiniones? ¿Hay un modo de conocercaracterístico de estos activistas sociales y políticos?
          Si tomamos estilo de conocimiento colectivo en un sentido amplio (2), como un conjunto de inclinaciones cognitivas especialmente acentuadas y habituales en un grupo determinado, la respuesta no es sencilla.En las personas que constituyen el campo social e ideológico al que me estoy refiriendo se registran variadas tendencias de conocimiento. En muchos casos, incluso, una misma persona muestra un estilo de conocimiento en los asuntos corrientes de su vida cotidiana o en su labor profesional y otro estilo de conocimiento cuando entra en juego la dimensión social, activista, comprometida de su vida. 
          Además, no es inusual que una persona de izquierda tenga un conocimiento deficiente de ciertas cosas (por ejemplo, los estados de opinión de las mayorías sociales, la situación en Cuba o en Venezuela, el hambre en África...) y que, al mismo tiempo, dé muestras de notable realismo cuando se trata de asuntos muy próximos y concretos, como es la labor en una concejalía o en una alcaldía, las negociaciones sindicales o el trabajo ordinario de una organización no gubernamental. Esta dualidad se observa a menudo en personas que tienen responsabilidades de gestión.
          Aún no tratándose de una realidad compacta y uniforme, en los sectores socialmente más inconformistas predominan algunas pautas y tendencias en los procesos de conocimiento. En parte coinciden con los del recién mencionado estilo de conocimiento de la clase obrera estudiado por Gurvitch: impregnación política, notable peso de las determinaciones prácticas, viva vinculación con las ideologías y los ideales, emotividad, etc.
          Quien esto escribe conoce de primera mano este estilo de conocimiento. Pertenece y ha pertenecido siempre al mundo social de la izquierda y se mueve dentro de sus preocupaciones.
Además, durante bastantes años, al menos hasta bien entrados los años ochenta del siglo pasado, se pueden apreciar en mis trabajos los defectos que aquí examino, por lo que muchas de las observaciones que se pueden encontrar en este libro tienen un alcance autocrítico.

          Mi propósito es llamar la atención sobre las deficiencias de este estilo de conocimiento con la esperanza de contribuir en alguna medida a superarlas.

          Así pues, he concedido especial importancia a las limitaciones del estilo de conocimiento de las personas más dedicadas a actividades solidarias o más comprometidas con la izquierda social y política o con lo que se viene denominando movimiento contra la globalización capitalista.

          Muchas de las insuficencias de ese estilo de pensamiento, y, más específicamente, de conocimiento, no son privativas de estos círculos. Las comparten a menudo con sectores de izquierda más amplios e incluso con adherentes a los partidos o a las organizaciones de la derecha. Los partidos conservadores no escapan ni mucho menos a los males de un tipo de conocimiento en el que dejan su huella los intereses, los prejuicios y los impulsos ideológicos (3).

          El hecho de que haya una relación tensa y difícil entre el inconformismo social y un buen conocimiento no quiere decir que el conformismo social favorezca un mejor conocimiento.

          De hecho, los problemas a los que he de hacer referencia en este libro con lo que más tienen que ver es con una extremada ideologización, sea ésta de izquierda o de derecha.

          He de agregar que, si diferenciamos los procesos de conocimiento de la difusión de conocimientos, observamos que esta última está saturada a menudo de finalidades políticas o de otro tipo que la empujan hacia la propaganda, con la consiguiente deformación de los hechos.

          En el presente libro no me ocuparé apenas de la difusión de conocimientos, aunque a veces será inevitable mencionarla; tampoco de la masa de conocimientos con la que opera un sector social, sino sólo del acto de conocer, de los procesos de producción de conocimiento.

          Forzando un tanto las cosas, se puede hablar de una epistemología de izquierda, o contestataria, o anticapitalista, no en el sentido de que, dentro del ancho campo de la epistemología, haya algo semejante a una escuela de izquierda; tampoco dando por buena la suposición de que toda persona de izquierda, al serlo, se encuentra adscrita a una corriente epistemológica.

          Pero lo que sí podemos detectar con facilidad es un conjunto de querencias gnoseológicas que aparecen reiteradamente en los ambientes a los que estoy aludiendo.

          Son múltiples las relaciones entre esa identidad ideológica y el estilo de conocimiento.

          Una actitud contestataria, o solidaria, o socialmente crítica, puede motivar un interés por ciertas cuestiones, estimular procesos de conocimiento, acompañar a esfuerzos por iluminar realidades variadas, muchas veces ocultas.

          Esa fuerza cognitiva activa puede interesarse por objetos de conocimiento que merecen poca atención de las instancias más poderosas: sectores sociales más desfavorecidos, las clases trabajadoras, las mujeres, las poblaciones indígenas, etc., y puede promover procesos de conocimiento valiosos.

          Hallamos también con llamativa frecuencia factores que presionan sobre los procesos cognoscitivos para que produzcan unos resultados acordes con los intereses y con los deseos de dichos sectores.

          Puesto que la realidad sólo en ocasiones y en cierta medida es favorable a tales intereses y a esos deseos, los resultados obtenidos se ven influidos a menudo por la falsa conciencia y el autoengaño, inspirados tantas veces por las mejores intenciones. Se ve minada la necesaria autonomía y el rigor de la actividad cognoscitiva, al ser impelida a desembocar en unos resultados beneficiosos.

          Irrumpe asiduamente una pulsión voluntarista, derivada de una toma de partido o de la adhesión a una causa, noble y valiosa en tanto que tal causa, que puede impedir un buen entendimiento del mundo real.

          Dado que este veredicto es aplicable a una parte de mi vida, puedo asegurar que mi propia experiencia durante los años setenta y buena parte de los ochenta del siglo XX así lo confirma.

          En el último período del franquismo, en el Movimiento Comunista (MC), al que pertenecí mientras existió y en el que tuve funciones de responsabilidad, se dio una paradójica relación con el mundo real.

          Por un lado, el MC actuó con evidente realismo en diversos aspectos. Por ejemplo, supo construir unas estructuras clandestinas eficaces, que le permitieron resistir frente al aparato represivo, lo mismo que acertó a realizar una labor social vinculada con problemas sociales reales, especialmente en las fábricas. Asimismo, acertó a percibir los signos que anunciaban la reforma política en el último período del franquismo. Pero, a la vez, en esos años, se movía en la perspectiva de una revolución colectivista, al tiempo que albergaba la idea de que en el largo proceso que desembocaría en esa revolución podía llegar a desempeñar un papel determinante, cosas ambas que no denotan gran realismo.

          Durante los años setenta, especialmente en su primer lustro, el MC sufrió una fuerte influencia de la ideología maoísta, que suministraba artefactos ideológicos muy poco adecuados para entender la realidad de la sociedad española y del mundo.

          Lo que he podido observar durante casi medio siglo corrobora que los colectivos que luchan por una causa en un marco muy ideologizado tienden a conocer el mundo real bajo intensos condicionamientos.

          En los diferentes capítulos de este libro saldrán a relucir problemas y actitudes que afectan a la calidad del pensamiento y, más particularmente, del conocimiento. Desfilarán por estas páginas:
Una frecuente contaminación de los conocimientos por un loable compromiso social o por diversas  influencias ideológicas;
La presión de los colectivos de izquierda para orientar el pensamiento de sus miembros en direcciones acordes con sus intereses;
El influjo de algunas cosmovisiones en la percepción de las distintas realidades;
El peso de diversas ideas sobre los seres humanos  y  sus capacidades a la hora de trazar proyectos de cambio social; 
La aceptación de supuestos carentes de fundamento; 
La tolerancia hacia las informaciones dudosas y el rechazo de aquellas que contradicen los propios puntos de vista; 
Una insuficiente atención a determinados hechos problemáticos o tratar las ideas descontextualizadamente;
La difícilmente resistible propensión a sostener verdades convenientes para la propia causa, con las consiguientes deformaciones del mundo real;
Las reiteradas inclinaciones a concebir los objetos de conocimiento en términos monistas, y también binarios;
Las representaciones falsas, simplificadoras o superficiales;
Un empleo impropio de las palabras;
Los lenguajes grupales, inadecuados para entender el mundo y para comunicarse.
Un uso abusivo de las analogías y las generalizaciones mal fundadas;
Algunas formas de irracionalismo.
          No afirmo que  exista siempre una relación insuperable entre el mantenimiento de un compromiso social y un conocimiento deficiente. Hay casos en los que ambas cosas no están vinculadas. Pero sí puedo asegurar que esa relación es frecuente.

          No es inusual que el compromiso con una causa social, con sus consiguientes dimensiones colectivas, más aún si se desarrolla en unos marcos ideológicos densos y rígidos, vaya unido a un conocimiento de baja calidad.

          Es penoso comprobar repetidamente que los mejores sentimientos engendran malas ideas.

          He tenido la oportunidad de discutir sobre estas cuestiones con amigos que, en bastantes casos, pese a admitir que mis opiniones críticas tienen alguna razón de ser, insisten en restar importancia a los hechos aducidos, o bien expresan su temor de que el tratamiento público de estos problemas tenga efectos contraproducentes.

          Entiendo, por mi parte, que una toma de conciencia respecto a las cuestiones a las que haré referencia en este volumen acaso pueda ayudar a mejorar el estilo de pensamiento en los ambientes a los que estoy refiriéndome.

*(Del libro Pensamiento crítico y conocimiento. Inconformismo social y conformismo intelectual, de  inminente publicación por la editorial Talasa).
___________________

(1) Sobre el Proyecto Delphi, véase insightassessment.com. Acerca del pensamiento crítico son muy útiles los materiales editados por criticalthinking.org, así como los títulos correspondientes de la enciclopedia Wikipedia. Esta últimaexpone en los siguientes términos el papel del pensamiento crítico: «Se propone analizar o evaluar la estructura y consistencia de los razonamientos, particularmente de las opiniones o afirmaciones que la gente acepta como verdaderas en su vida cotidiana. Tal evaluación puede basarse en la observación, en la experiencia, en el razonamiento o en el método científico. El pensamiento crítico se basa en valores intelectuales que tratan de ir más allá de las impresiones y opiniones particulares, por lo que requiere claridad, exactitud, precisión, evidencia y equidad».
(2) Alfred Müller-Armack definió el estilo, en la vida social, como «la unidad de expresión y actitud que se manifiesta en las más diversas esferas de la vida de una época» (Genealogía de los estilos económicos, 1959, México: Fondo de Cultura Económica, 1967, p. 28).
(3) En círculos derechistas norteamericanos se ha extendido la idea de que la política exterior de Francia, comparativamente respetuosa con los países árabes, se explica por la cuantiosa población musulmana de Francia, que, según esto, ejerce una presión en favor de tal política. Dos investigadores, uno francés y el otro norteamericano, Justin Vaisse y Jonathan Laurence, han cuestionado esta interpretación, recordando la continuidad de la política exterior francesa desde hace muchos años, cuando la población musulmana en Francia era mucho más reducida, y haciendo notar que la política exterior francesa ha estado siempre, y sigue estándolo hoy, mucho menos influida que la norteamericana por la sociedad civil. Más aún, la minoría magrebí francesa participa relativamente poco (entre un millón y millón y medio) en los procesos electorales y está poco motivada por las cuestiones de política internacional; entre sus preocupaciones, pasan por delante el empleo, la vivienda, las discriminaciones... La situación en Oriente Medio ocupa el puesto 12º (French Morning, 16 de marzo de 2007). El reciente auge del creacionismo en los ambientes conservadores de los Estados Unidos, en contra de abundantes evidencias científicas que abonan un punto de vista evolucionista, nos confirma, asimismo, que el pensamiento de la derecha puede llegar a estar condicionado en alta medida por factores ideológicos que enturbian el conocimiento.



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