En su
libro Angustia, la filósofa eslovena
Renata Salecl, sostiene que “el capitalismo actual convierte las angustias de las
que hablan los medios en herramientas que utiliza en su propio beneficio
mientras produce nuevas inseguridades…”[1]
¿De qué se tratan esas nuevas inseguridades posmodernas? Son específicas del
hípercapitalismo (posmodernidad o postilustración), están sostenidas en la
ideología del Just do it, la fe en
que Impossible is nothing y remiten a
un paradójico exceso de libertad contemporáneo.
En
primer lugar, esta nueva libertad debe articularse al declive de la autoridad
paterna, ya no es necesario luchar contra las viejas formas de autoridad porque
han perdido su potencia. La declinación del Padre remite a la degradación del
“programa institucional” en términos sociológicos.[2]
Por otra parte, al hundirse la ficción simbólica moderna, sin embargo, no todo
ha sido color de rosa dado que la liquidez de los tiempos ultramodernos pone en
escena lo que otrora aparecía velado, a saber, la ferocidad del superyó como
componente constitutivo e ineliminable del sujeto y de la Civilización. En este
sentido, el sujeto epocal es un ser que se siente permanentemente “inadecuado”,
“en falta”, culpable, etc., con respecto a los mandatos sociales que, gracias a
la era de la tecnociencia, pululan de manera permanente y abarcando casi todo
el tejido social, sin grietas.
Dice
la filósofa mencionada:
“La sociedad de consumo
parece florecer y crecer mejor en un sentimiento particular de inadecuación que
actualmente se experimenta con frecuencia. Para entender el poder de ese
sentimiento, basta con mirar cualquier revista de mujeres o la sección “estilo”
en los diarios. Además de avisos e informes sobre moda, cosméticos y
celebridades, lo que encontramos en esas publicaciones es consejo.”[3]
¿Qué puede
significar consejo, para un
psicoanalista? ¿Es casual esta proliferación actual de counselors (consejeros psicológicos) que han venido a sustituir a
los confesores del catolicismo pero que, en parte, reclaman su espacio en el
terreno de la Salud Mental o, al menos, en el abordaje psicoterapéutico de la
subjetividad? Evidentemente la gente está angustiada y no sabe muy bien qué
hacer. Por eso recurre a “especialistas” para que le digan lo que tiene que
hacer (consejos) o no (prohibiciones), o directamente van a que se les
prescriba el psicofármaco adecuado casi sin mediación conversacional alguna…
Un
consejo, por más que se lo disfrace con el desinterés, siempre tiene una
dirección, orienta al sujeto hacia determinado modo de gozar. Para el caso, el
imperativo de «Ser feliz» (“el lema que parece justificarlo todo”[4]),
el cual tiende a reemplazar la antigua noción ilustrada de autonomía por un
decadente empuje hacia la idea de autosuficiencia: “realizarse libre y
espontáneamente sin un marco público de referencia (…). [Lo cual] Actúa, al
menos, como un cortocircuito de la responsabilidad solidaria; ¡los problemas de
los demás no son mi problema!”[5]
No hay
un aconsejar que no esté sostenido en una “ética del bien gozar” (Moral del
Sistema), en una creencia confesa o no en cierto Bien Universal. Pero es
precisamente esto lo que redobla la angustia existencial irreductible, es
decir, el hecho de que las soluciones que se proponen son peores que el “mal”
que se intenta “curar” (nosotros sabemos que de la castración no se cura). Se
pretende sofocar la angustia por la vía del gozo. Es decir, al haber una
exaltación del Ideal, correlativamente, hay una afirmación del goce. Desde el campo psicoanalítico, pensamos que su
destino debería ser la expulsión
–la exclusión de ese goce que mejor no. Ahora bien, ¿cómo lograrlo?
En
este punto, la ética del psicoanálisis -que es una ética del deseo y no del
goce-, introduce la cuestión de la abstinencia.
Para que un sujeto pueda reposicionarse ante su conflicto, primero tiene que
poder escuchar-se, tiene que salir del significado del Otro en el que está
atrapado (sin saber que lo sabe) y tomar posición frente a las amarras
simbólicas que comandan esa repetición sufriente. Tiene que poder pensar críticamente su situación y eso implica
como condición de posibilidad que no se lo atiborre con respuestas sino que se
le devuelva el derecho a la pregunta, para que así pueda renacer la
curiosidad.
El
estulto es el sujeto de la Cultura de la
Mortificación. Es hijo del superyó más que del corte (castración), por eso
está profundamente expuesto a hacer y/o a que le hagan crueldades. Es decir, el estulto es objeto de maltrato cuando no
maltratador. Pérdida de coraje, de lucidez, de contentamiento en el cuerpo son
los tres componentes que caracterizan al «síndrome de padecimiento» propio de este
malestar hecho cultura.[6]
Creo que también responden a la caracterización de la stultitia. En especial, si se puntúa la antinomia de los términos
señalados como ausentes: hay un predominio de la cobardía, de la torpeza y de
la tristeza corporal. El estulto es un sujeto mortificado. Ahora bien, ¿qué es
la mortificación?
Dice
Fernando Ulloa a este respecto:
“El término mortificación alude al dolor psíquico.
Tiene con frecuencia un matiz mortecino, aquel que propician los estados de
alienación, en los que el sujeto zozobra en la costumbre por efectos de la
renegación. Siguiendo lo planteado por Freud, defino este último concepto como
un negar que se niega, acto sintomático que deteriora la capacidad perceptual del
titular de esa renegación.”[7]
Ante
la inquietante pregunta por el deseo del Otro, por mi perdido e irrecuperable
ser de sujeto y frente al hecho de que el goce todo nunca fue, aparecen ciertas
promesas de completitud soportadas por ideales –el capitalismo como amo
moderno- que delimitan un adentro y un afuera de manera aún más tajante y
brutal que en tiempos del predominio del amo antiguo. El amo moderno ya no
quema libros como el antiguo dictador, sino que escribe recetas –letras de goce- sobre cómo quemar a la
gente o, más bien, al enemigo. Entiéndase que esta incineración simbólica no
siempre lo es tanto: puede devenir real.
Un
ejemplo de esta idea del “adentro y del afuera” radical al que asistimos en
esta época, es la serie brasilera 3 %, ficción
que “se desarrolla en un futuro distópico en Brasil en el
que a las personas se les da la oportunidad de ir a la «mejor cara» de un mundo
dividido entre el progreso y la devastación, pero solamente el 3
% de los candidatos va a tener éxito.”[8] Allí, los sujetos miembros
del Continente que han llegado a los veinte años, tienen la única oportunidad
en su vida de acceder al “Proceso” –travesía psicopática, individualista,
darwinista social y meritocrática extrema- para ser seleccionados como los
elegidos que pasaran a Mar Alto, mundo ideal, pleno, consistente pero en el
cual está prohibida la posibilidad de tener hijos (¿hay peor crueldad hacia un
sujeto que imponerle la imposibilidad de dejar descendencia?).
[1]
Salecl, R.: “Introducción” en Angustia.
Ed. Godot, CABA. Pág. 33.
[2]
Alemán, J.; Para una izquierda lacaniana…
Grama Ed., Buenos Aires, 2009. Pág. 59.
[3]
Salecl, R.: “Éxito en el fracaso: el hípercapitalismo se apoya en los
sentimientos de inadecuación” en op. cit.
Pág. 82. Subrayado mío.
[4]
Rubio Carracedo, J.: “La irrenunciable autonomía” en en Carlos Thiebaut ed., La herencia ética de la Ilustración.
Editorial Crítica, Barcelona, 1991. Pág. 71.
[6]
Ulloa, F.; “El síndrome de padecimiento” en Salud
ele-Mental, con toda la mar detrás. Buenos Aires, Ed. Del Zorzal, 2011.
Pág. 139.
[7] Ulloa, F.; Op.
cit. Pág. 140.
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