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Jornada del 3 de Diciembre de 2011: "Edipo, angustia e inconsciente"



"Mucho de nuestro trabajo del año estuvo en relación con el sentido, mejor dicho con hacer faltar al sentido. Hacerle agujeros a tanto saber académico y dar lugar a nuevos conceptos. Un proceso por momentos incomodo por momentos más feliz (o más faliz diría Luis). No es fácil sostener un no saber, un no todo. Pero en ese camino armamos algo propio, algo nuestro. Y sobre todo hablamos. Acotamos mucho goce. Cuando uno comienza un análisis es en busca de un sentido, una dirección, algo que organice tanta angustia desligada. Desde acá pensamos esa angustia como nuestra brújula. Lo mismo cuando se comienza un grupo de estudio. La incomodidad puede indicar cosas interesantes. Trabajamos con el error porque creemos que no hay discurso sin fallas. Entonces ponemos a trabajar esas fallas, las cuestionamos, las volvemos a decir. Entonces nuestro sentido como grupo es más bien errante. Por momentos pareció tener lógica y bastó una pregunta para desarmarla. Afortunadamente. Porque sin hablar somos. Al decir nos faltamos en ser. Porque nunca terminamos de explicar nada de forma acabada. Otra vez, afortunadamente.
Siguiendo ésta lógica intentaré exponer algunas cuestiones trabajadas.


“El sujeto vive ficcionalmente”, dijimos alguna clase. Una ficción en el sentido de una historia, un relato neurótico. Su novela le permite circular por el sin sentido de la existencia portando un diccionario, un compendio de significantes fundados por el más importante de ellos: el significante fálico. El mismo le permite significar algo del devenir. Ficcionar lo imposible. Novelar el desencuentro. Creer que conoce. Que se dirige. Pensamos el fantasma como defensa del deseo del Otro. Otro a quién se le atribuye todas las posibles respuestas, el significante que lo nombre “ser”. ¿Cómo llega esa trama al sujeto?


En su encuentro con el lenguaje, o lo que llama Colette Soler la “operación lenguaje” (implicando con ésta definición algo de la dimensión de la pérdida) el sujeto es dividido, el ser hablante queda indefectiblemente en falta. Nunca podrá obtener un último saber acabado sobre si mismo. Diferenciamos en varias oportunidades la diferencia entre el sujeto del inconsciente y el sujeto del conocimiento. Este último ligado a un saber que ordene el caos y conserve al individuo. Lacan propone un sujeto del inconsciente que no hace uso de las palabras, sino que es dirigido por las mismas, un sujeto que no tiene garantías de obtener una respuesta sin equívocos. ¿A quién le demanda garantía sino a su Otro? Que sólo tiene para darle su propia falta. De ese encuentro con un A barrado empieza su construcción mítica en torno a esa falta, un fantasma que le disfrace el deseo. El lenguaje lo separó definitivamente de un encuentro total con el objeto, ya que esto estará siempre mediatizado por significantes. En el fantasma se juega a alcanzar el objeto, lo protege de tanto real y de su propia dependencia significante. Se consiste de forma imaginaria. Ese objeto en el fantasma lo pensamos como defensa de quedar como objeto de goce del Otro, aplastado por él. Entonces se pregunta ¿que soy para ese Otro? Y se inventa una respuesta propia, una respuesta inconsciente que dé cuenta de su deseo de ser algo para el Otro.


Es trabajo del análisis vaciar de sentido el fantasma. El analista evita ocupar un lugar de supuesto saber y cuestionará esas palabras eficaces inconscientes que dirigen el síntoma del sujeto. El paciente demandará respuestas. Dice Lacan que se pide porque se habla. Pero no es dueño de eso que habla. La falla, el lapsus, el error se impone en el discurrir de palabras en un análisis. El paciente cree que que sabe que quiere o necesita, pero no sabe que desea. Dice Lacan en La dirección a la cura y los principios de su poder: “Los analistas se niegan a prometer la felicidad”


Armando un analista



¿Qué es ser un psicoanalista? Nos preguntamos esto numerosas veces. Repetíamos; es hacer análisis, supervisarse y estudiar los seminarios de Lacan a la letra. También esto lo pusimos en cuestión. Aquí algunas “conclusiones”:


- No hay un ser psicoanalista. Hay una invención. Ser analista es una operación. Por ejemplo una interpretación al paciente. Entonces hablamos de abstenerse de ser quien es.
- No hay un quehacer psicoanalista. Hay más bien un saber que no se sabe, ni sobre ese paciente ni sobre su deseo. Sólo sabe sobre su propia falta.
- Un psicoanalista puede armar conceptos teóricos con palabras como “pata de pollo” o “velador”
- Un psicoanalista pregunta y mucho. A otros y a sí mismo. Nada “va de suyo”
- Un psicoanalista no tiene muchas respuestas y no teme quedar como un inútil.
- Un psicoanalista a veces es un poco insoportable, y eso un poco nos divierte."


(El presente escrito constituye una Ponencia presentada por uno de los participante del "Grupo de los Viernes")
[La imagen corresponde a Vladimir Kush]

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