Introducción
Para comenzar esta quinta entrega (numeración
que no implica progresión teórica
alguna) destinada a una sucinta indagación sobre el amor, me interesaría
retomar la sentencia del poeta mexicano Octavio Paz, según la cual el amor es “una
apuesta insensata por la libertad ajena.” Esto me servirá para pensar en cierta
escisión entre lo que llamo, por un lado, amor
garra en su diferencia para con lo que denomino, por otro, amor desprendimiento. Estimo que la
formulación de Paz está en neta sintonía tanto con lo que yo acabo de presentar
como amor desprendimiento así como con
la propuesta del psicoanálisis a este respecto. Veamos.
Amor
garra/ amor desprendimiento
“El
amor, (…), sólo puede postularse en ese más allá donde, para empezar, renuncia
a su objeto. Esto nos permite comprender que todo refugio donde pueda
instituirse una relación vivible, temperada, de un sexo con el otro, requiere
la intervención de ese médium que es la metáfora paterna; en ello radica la
enseñanza del psicoanálisis. El deseo del análisis no es un deseo puro. Es el
deseo de obtener la diferencia absoluta, la que interviene cuando el sujeto,
confrontado al significante primordial, accede por primera vez a la posición de
sujeción a él. Sólo allí puede surgir la significación de un amor sin límites…”
(Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, J. Lacan)
En su libro “La llama doble. El amor y
el erotismo” (1993), el poeta deviene ensayista y nos habla sueltamente sobre
tal fogosa dualidad. Resulta de gran pertinencia aproximarse a su posición
respecto de la concepción platónica del amor, puntualmente, ver qué es lo que afirma
el autor acerca de El Banquete. Allí
nos dice: “En El Banquete, erotismo en su más pura y alta expresión,
no aparece la condición necesaria del
amor: el otro o la otra que acepta o rechaza, dice Sí o No y cuyo mismo
silencio es una respuesta. El otro, la otra y su complemento, aquello que convierte al deseo en acuerdo: el
albedrío, la libertad.”[1]
Es decir, para Paz, de lo que se trata
en El Banquete es del erotismo y no del amor, en tanto no está presente, precisamente, la posibilidad electiva
en el partenaire que habilitaría la reciprocidad,
el acuerdo, el contrato amoroso. El propio Lacan, en el Seminario VIII, cuestiona la creencia que deja traslucir Platón
acerca de “la verdadera razón del amor”, la cual consistiría “en llevar al
sujeto por las escaleras que le permitan la ascensión hacia lo bello, cada vez
más confundido con lo bello supremo.”[2]
Para Lacan, la “verdadera razón del amor” está en otro punto, cuestión que ya
he mencionado en alguna de las notas anteriores, pero que retomaré en esta.
Resulta más que valioso destacar que
para el ensayista que tomamos como referencia, el amor nace, históricamente, a
partir de que el «objeto erótico» comienza a convertirse en «sujeto deseante».
Como si se hubiese producido, culturalmente hablando, una suerte de sustitución donde el otrora liso y llano
erómenos (deseado) es reemplazado por
el erastés (deseante) implicando
esto, entonces, la introducción de todas las pasiones que hacen de este
deseante algo más que un mero “objeto de deseo”, sino una persona, un alma, un sujeto henchido de múltiples pasiones,
afectos, desarmonías y contrariedades, en definitiva, una subjetividad. Subjetividad cuya emergencia Lacan, en sus
apreciaciones sobre la transferencia, planteará en tanto que sujeta a un duelo por parte de quien se ubique como psicoanalista.
El analista debe aproximarse lo más que pueda a pagar, en la lógica de la cura, con su ser de sujeto ya que, en la
relación analítica, no debe existir reciprocidad
subjetiva.
Esto último, es decir, cuál es el
destino del amor de transferencia, Lacan lo esclarece brillantemente – casi tan
brillantemente como el propio Freud – en diversos lugares de su enseñanza, pero
en especial en el Seminario ya
citado. Aproximémonos un poco a algo de lo que plantea el analista francés allí:
“… si el analista realiza algo así como la imagen popular, (…), de la apatía,
es en la medida en que está poseído por
un deseo más fuerte que aquellos deseos de los que pudiera tratarse, a
saber, el de ir al grano con su paciente, tomarlo en sus brazos o tirarlo por
la ventana.”[3] Nuevamente,
emerge la función deseo del analista
como subvirtiendo la inercia imaginarizante, ese punto donde los encuentros
analíticos comienzan a ponerse un poco… densos.
Para decirlo criollamente, no hay que tomarse las cosas de la mala manera, como si tratara de algo personal, ya que en el análisis,
precisamente, no somos personas.
Por otro lado, recuérdese que la
transferencia es la puesta en acto de la
realidad sexual del inconsciente, es decir, la escena analítica conlleva la
presentificación de lo inconsciente reprimido y la tarea del analista será redirigir
los productos sintomáticos que advengan al vínculo a la trama del tratamiento y a la biografía
(historia) del analizante.[4]
Discurriendo sobre la dimensión del
deseo del analista, Lacan advierte el meollo del análisis particular del
psicoanalista: producir una mutación en la economía de su deseo, un
distanciamiento en su subjetividad del automatismo
de repetición y, en ese sentido, de lo más tanático de su ser. Como si Lacan nos dijera que el deseo del analista es uno de los
destinos posibles de la pulsión de muerte
o un saber-hacer con su inercia mortificante. Para que prevalezca y se sostenga
el encuentro tiene que haber una
posición crítica frente al automatón (automatismo
de repetición). Analizarse es tratar de ir más allá de la repetición incesante de
escenas comandadas por aquellos significantes-amo - o “marcas englobantes” - a
los que estamos alienados en tanto sujetos del lenguaje. El analista transmite,
en la cura, algo de esta posición crítica frente a lo que el amor (y su
eventual variante, el odio) transferencial viene a velar y, a la vez, a presentar:
el goce.
La vertiente del goce podemos pensarla
en sintonía con lo que yo defino como amor
garra. Jugando con las palabras hube de decir lo maeterno. Este neologismo, que puede parecer una pavada, para mí no
lo es en absoluto ya que encuentro allí una interesante condensación entre lo materno como lugar originario de goce – das Ding – y lo atemporal [zeitlos] de la aún no acaecida constitución subjetiva. El tiempo
se instaura como categoría subjetiva (así como el espacio y, en definitiva, la realidad)
a partir del corte, del límite, de la acción efectiva de la Ley.
Algo de esto ya he dicho en alguna de las notas anteriores: sin cesión de goce,
sin vaciamiento libidinal, el yo
auténtico (imaginario) no se constituye como tal porque su correlato
simbólico (el sujeto de la palabra) no ha advenido acabadamente (por ejemplo,
por forclusión de la Ley). Por eso el psicótico no puede decir intransitivamente “Pienso, luego
existo”, ya que nada es menos seguro para él.
Acción del juicio (lo bueno, lo malo, lo
feo, lo lindo), interdicción del goce, principio de realidad, tiempo, espacio, etc.,
son todos nombres del sujeto del deseo como abertura,
sustracción de lo inanimado[5]
que implica la fijeza a los S1 pura marca (¿ni siquiera signo?) de
lo maeterno.[6]
Hay una poesía de Luis de Góngora (1561-1627)
que me resulta particularmente ilustrativa de lo que defino amor garra. Se llama “Vana rosa” y la
comparto:
“Ayer naciste, y morirás mañana.
Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
¿Para vivir tan poco estás lucida?
Y, ¿para no ser nada estás lozana?
Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
¿Para vivir tan poco estás lucida?
Y, ¿para no ser nada estás lozana?
Si te engañó tu hermosura vana,
bien presto la verás desvanecida,
porque en tu hermosura está escondida
la ocasión de morir muerte temprana.
Cuando te corte la robusta mano,
ley de la agricultura permitida,
grosero aliento acabará tu suerte.
No salgas, que te aguarda algún tirano;
dilata tu nacer para tu vida,
que anticipas tu ser para tu muerte.”
Muchas cosas pueden decirse de esta
interesante poesía. Pero lo fundamental, a los fines de esta articulación que
voy realizando, creo que aparece sintetizado en la última estrofa: dilatad el nacer
para la vida por cuanto así os preservareis de vuestro ser-para-la-muerte.
Pienso inmediatamente en las palabras de un padre a quien cuyo propio padre lo
abandonó de muy pequeño y quien, al enterarse del embarazo de su mujer,
inmediatamente pensó: “Ahora nunca más voy a estar solo…”, frase que signaría
el inicio de un vínculo de intensa fijación al niño. ¿Qué significación cobra
ese nuevo viviente para el Otro que lo alojará? ¿Podrá este hombre, atravesado
por un duelo no superado en lo tocante a su propio padre, hacer función paterna en relación a ese hijo? ¿Cómo
llamar a ese “amor” que pretende renegar la falta haciendo uso del otro (en
este caso, del hijo) como objeto paliativo, taponador? Un amor que no deja crecer, que no deja faltar. Un amor infernal,
garra, tal como lo hemos visto con
Sartre, por cuanto busca subyugar una
libertad (un sujeto) para refugiarse (defenderse)
en ella del mundo (esto es, de la
castración). Esto último es lo que yo llamaría un amor que desmiente su razón verdadera.
En oposición al amor garra como alienante cobardía, la propuesta del poeta mexicano
del amor como apuesta insensata (léase:
desarmónica para con los ideales hedonistas del yo) por la libertad del otro y del psicoanálisis, donde el
amor sólo puede existir plenamente renunciando... a la plenitud.
¿Qué he querido decir, lector, con
esto último? Que puede existir otro amor que sea, para decirlo humorísticamente
(pero no tanto), separadora valentía.
Un amor que no desmienta su razón verdadera. Aquí introduciría una segunda
poesía (tal vez conocida en al ámbito psicoanalítico), que me sirve
perfectamente para ilustrar lo que está en la vereda de en frente del amor garra y que me gusta denominar como
amor desprendimiento. Un lazo
libidinal que contemple la política que se manifiesta en las líneas que siguen:
“Yo estoy muerto porque no tengo deseo,
No tengo deseo porque creo poseer,
Creo poseer porque no ensayo dar;
Ensayando dar uno ve que no tiene nada,
Viendo que uno no tiene nada, uno ensaya darse,
Ensayando darse, uno ve que es nada,
Viendo que se es nada, se desea devenir,
Deseando devenir, uno vive”
Esta
bella poesía (“Yo estoy muerto”), del francés René Daumal, sitúa en la cúspide
de su ética el movimiento y no la quietud.[7] Es
decir, no lo inanimado de lo pulsional mortificante - verdadero destino
de un aparato psíquico seducido por el principio del placer -, sino el
movimiento en tanto desear devenir, es decir, como futuridad y abertura. El que
ensaya dar, pospone la satisfacción inmediata, renuncia al objeto del
goce dado (o más bien, a sí mismo como objeto de goce) y se engancha en la
senda de la búsqueda motorizante, edificativa, productiva. Productiva, ante
todo, de sí mismo (nótese que dije de y no para): “Yo amo a quien quiere crear algo
superior a él, y por ello perece.”[8]
En su
Seminario sobre la transferencia, Lacan decía: “… el deseo en su raíz y en su
esencia es el deseo del Otro, y es aquí hablando con propiedad, donde está el resorte del nacimiento del amor, si
el amor es lo que ocurre en ese objeto hacia el cual tendemos la mano mediante
nuestro propio deseo, y lo que, cuando nuestro deseo hace estallar su incendio,
nos deja ver por un instante esa respuesta, esa otra mano que se tiende hacia
nosotros como su deseo.”[9]
Cuando Freud
decía que uno de los objetivos de la cura psicoanalítica era devolverle al
sujeto su capacidad de amar[10],
planteaba, en sus términos, este giro libidinal donde el neurótico sale de la
Religión que lo ata, yendo de un amor
garra hacia un amor desprendimiento.[11]
Desde la idealización, como síntoma
de una fijación incestuosa reprimida, hacia la degradación como única vía de acceso al acto. Desde una economía libidinal tendiente (y tendenciosa) a la
renegación de su “verdadera razón”, hacia una economía libidinal que no recuse
de su genuino trasfondo: ¿de su causa?[12]
[1] Paz,
O.; “Eros y psiquis” en La llama doble.
El amor y el erotismo. Ed. Seix Barral, Barcelona, 1993. Pág. 48. Subrayado
mío.
[2]
Lacan, J.; “La transferencia en presente” en El Seminario, Libro 8, La transferencia. Paidós, Buenos Aires, 2013.
Capítulo XII, Pág. 207.
[3]
Lacan, J.; “Crítica de la contratransferencia” en Op. cit. Capítulo XIII, Pág. 214.
[4] Freud, S. (1912); "Sobre la dinámica de la
transferencia", Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu, Vol.
XII. Pág. 105.
[5]
Lacan, en el Seminario VIII, clase
del 8 de Marzo de 1961, sostiene que la idea de lo “inanimado” es metáfora
freudiana de “la acción de la cadena significante, (…), en tanto impone su
marca a todas las manifestaciones de la vida en el sujeto que habla.”
[6] Una
hipótesis: pura marca en relación a
la vertiente esquizofrénica o autista de las psicosis. Pura marca quiere decir
que el niño o “no representa nada” para esa madre o que “lo representa todo”,
que es lo mismo o, tal vez, peor. La expresión “lo representa todo” brilla por
su equivocidad. Si hay plenitud (¿planitud?)
representacional, entonces, esto quiere que “todo lo simbólico es real” (o a la
inversa). O sea, no hay falla, hiancia en el Otro. Si el ser de las cosas es el
ser de las palabras, el psicótico esquizofrénico mortificado por la planitud de su relación al significante,
es una cosa más, como lo puede ser,
qué se yo, una silla, una lámpara. Por otro lado, el signo en referencia a la posición paranoica: convicción, intuición
delirante. El niño sí “representa algo para alguien”, empero, no se sabe qué. Se sabe que el Otro quiere (como lo afirma desmesuradamente
el delirio mismo, aunque este en tanto entramado ya suponga una dialectización),
pero no se sabe qué cosa. Hay significación fálica en la madre pero huelga el agenciamiento subjetivo de la misma,
agenciamiento necesario para que pueda estatuirse el “paraíso de la dicha
fálica” de nuestro querido Juanito
(que, en castellano, debería ser Juancito,
más bien). Sin agenciamiento fálico, allí donde la madre no se abstiene de morfarse al pequeño, hay infierno
semántico por cuanto la metonimia de su deseo juega para el pequeño como goce del
Otro. Juanito, en su dicha
fálica, llega un punto donde empieza a decirnos con su fobia: “Bueno, bueno, ya
estuvo bien esto del juego especular en relación al falo meteoro, ahora, ¿dónde
está el falo paterno?”. Como si intuyera lo que puede acaecer si ese “paraíso” no
comienza a acotarse. Lo que oculta eso tan celestial es lo infernal del goce del Otro, como si el niño tuviera algún tipo
de saber respecto de ese tiempo que yo conjeturo como antecedente lógico. Si el
Padre no viene a acotar el goce del Otro, en lugar de progresión, habrá
regresión. El “infierno” está ligado a los tiempos de signo y de pura marca, ya
que allí continua existiendo una posición objetal insoportable, que no es la
del fantasma ya estructurado (la desgracia
en ser neurótica no es la palea
melancólica, por ejemplo).
[7] Movimiento del cual el neurótico, más
que una Política, hace una ideología,
en la medida en que opera fanática y mecánicamente guiándose por un deseo defensivo frente a lo que se le
antoja un goce del Otro insoportable.
El neurótico permanece fijado al
trauma que significó atravesar la castración en el Otro y al no poder conmover
esa quietud libidinal inconsciente, cualquier
aproximación a la falta será motivo de huida defensiva. El movimiento neurótico va en la vía del acting out y del pasaje al
acto. El psicoanálisis buscará reorientar el deseo que allí se manifiesta,
intentando encarrilarlo en las vías del acto.
Pero este último (el acto) implica – estoy conjeturando - renunciar al pseudoser
imaginario que otorga el acting out y/o
al pseudoser pulsional (real) que presentifican las impulsiones.
[9]
Lacan, J.; Op. cit. Pág. 207.
Subrayado mío.
[10] Otro
de los objetivos freudianos era devolverle al sujeto la capacidad de
“trabajar”, objetivo que habría que interpretar - cuestión que excede el
espacio de estas entregas. Yo agregaría un tercero: devolverle a un sujeto la
capacidad de pensar críticamente.
[11] O amor desasimiento, también. No dejo de pensar en la “virtud
dadivosa” del superhombre, virtud que
hace regalos, en oposición a la avaricia acumulativa y claramente fálica a la
que nos acostumbra la sociedad contemporánea (y la historia de la humanidad en
general), vertiente imaginaria de la voluntad de poder, esta última, donde el
deseo como deseo del Otro es interrumpido
por el cortocircuito narcisista en relación al deseo como deseo del otro. La nietzscheana argentina Mónica
Cragnolini brinda una interesante reflexión acerca del amor del superhombre: “Frente al sujeto que domina, que se cree
dueño de la realidad, la “voluntad de poder” del ultrahombre supone,
paradójicamente, abandono, “desasimiento”.” Ver: Cragnolini, M.; “Ello piensa: la
“otra razón”, la del cuerpo” en Cosentino J. C. y Escars C.;
El problema económico: yo - ello - súper yo – síntoma. Buenos Aires, Imago Mundi, 2005. Pág. 155-6. El amor garra, es amor posesión, amor netamente narcisista: amar es, a nivel narcisista, buscar ser amado. Pero también está la otra cara del amor, la parte no estrictamente imaginaria, sino, como lo planteo en el cuerpo del trabajo, su fuente (no utilizo en vano esta expresión) real. Recuerdo aquí unas interesantes palabras de Lacan, del 21 de Noviembre de 1972 (Seminario XX): “El análisis demuestra que el amor en su esencia es narcisista, y denuncia que la sustancia pretendidamente objetal – puro caramelo – es de hecho lo que en el deseo es resto, es decir, su causa, y el sostén de su insatisfacción, y hasta de su imposibilidad.” La sustancia objetal, la “libido de objeto”, que sostendría el lazo con el otro lejos de ser, para el analista francés, puro caramelo – dulzura, ternura – es, strictu sensu, el resto mismo que motoriza al deseo como tal: a. Concepción materialista del amor, a mi entender, y que se inscribe en neta sintonía con lo propuesto por el propio Freud en el capítulo “Enamoramiento e hipnosis” de Psicología de las masas y análisis del yo.
El problema económico: yo - ello - súper yo – síntoma. Buenos Aires, Imago Mundi, 2005. Pág. 155-6. El amor garra, es amor posesión, amor netamente narcisista: amar es, a nivel narcisista, buscar ser amado. Pero también está la otra cara del amor, la parte no estrictamente imaginaria, sino, como lo planteo en el cuerpo del trabajo, su fuente (no utilizo en vano esta expresión) real. Recuerdo aquí unas interesantes palabras de Lacan, del 21 de Noviembre de 1972 (Seminario XX): “El análisis demuestra que el amor en su esencia es narcisista, y denuncia que la sustancia pretendidamente objetal – puro caramelo – es de hecho lo que en el deseo es resto, es decir, su causa, y el sostén de su insatisfacción, y hasta de su imposibilidad.” La sustancia objetal, la “libido de objeto”, que sostendría el lazo con el otro lejos de ser, para el analista francés, puro caramelo – dulzura, ternura – es, strictu sensu, el resto mismo que motoriza al deseo como tal: a. Concepción materialista del amor, a mi entender, y que se inscribe en neta sintonía con lo propuesto por el propio Freud en el capítulo “Enamoramiento e hipnosis” de Psicología de las masas y análisis del yo.
[12]
Sabemos que el neurótico vive desentendiéndose (en su posición subjetiva)
olímpicamente de lo que significativamente lo causa (a -► $), adhiriéndose
ilusamente (simbólico-imaginariamente) a objetos
postizos ($ ◊ a) que no le planteen tener que pagar el
costo de la carencia-en-ser.
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