La capacitación psicoanalítica no puede pensarse por fuera de la propia experiencia del análisis, tanto del propio como de aquellos respecto de los cuales nos hemos autorizado a apuntalar, en tanto dedicarse a sostener la función analítica forma parte de la propia cura -porque curando uno se cura.
Recuerdo el caso de una muchacha que me consultó para tomar unas clases particulares de Psicoanálisis (tenía que rendir un examen en la Facultad). En determinado momento, planteó algo así como -pasaron varios años ya, por lo que no podría reproducir exactamente sus palabras y, para el caso, tampoco sé si tendría sentido hacerlo- que ella "había superado a su propia analista." Claramente, a lo que ella apuntaba, no porque yo comprenda sino porque en el contexto de la clase particular estaba totalmente en juego esto, a lo que ella apuntaba era a la dimensión del SABER. Así, con mayúsculas.
Varios años más tarde, volví a pensar su actitud, que en su momento me dejó sin palabras por la vanidad obscena con la que el ego allí se enseñoreaba en un presunto dominio de la escena analítica bajo la inacabable ilusión del control. Simplemente me había limitado a no responder el mail con el que suspendía las clases. Creí pertinente allí, darle lugar al silencio, a la falta de respuesta, aún no siendo obviamente su psicoanalista. Era una cuestión de ética psicoanalítica en la extensión, diríamos.
¿Qué reflexión pude hacer, tiempo más tarde? Pues, ésta que señalé más arriba. Atender pacientes es la cuarta pata que debe agregarse al conocimiento teórico, a la supervisión del caso y al propio tratamiento psicoanalítico. En Freud esto era más que supuesto. Desde el origen de su praxis, nada escapa a la experiencia, a la práctica, al saber-hacer-allí. La jugada freudiana está expuesta en su letra. No es un filósofo especulador, ni un científico de laboratorio. Freud, de entrada, es alguien que no retrocede ante lo real de la clínica. Porque, si como dice Lacan, en el fenómeno está la estructura, no hay manera entonces de asir la estructura sin toparse primeramente con el fenómeno, respecto del cual hoy día encontramos una depreciación muy fuerte, producto de la quimera teoricista para la que "solamente alcanza con ser un buen lector".
Grupo de "estudio" -muy diferente del término lectura-, posgrados (que prometen la garantía de un ser analista inexistente más que en el fantasma de cada cual), residencias y/o concurrencias hospitalarias que confunden al psicoanálisis con la psicología clínica donde el espíritu crítico del decir freudiano decae en una psicopatología acartonada de cinco casilleros: psicosis, neurosis, perversión, pasaje al acto y acting out.
La psiquiatrización o la hiper-racionalización del pensamiento analítico, son modos de la resistencia al psicoanálisis. El rechazo a recibir pacientes, también. Esa preferencia por la teoría (el Saber) antes que por la praxis huele a una angustia de la que no quiere extraerse su certeza. A un temor del que no quiere aprenderse su verdad reprimida, que siempre es del orden del deseo inconsciente.
Otra consultante, dice en una de sus primeras entrevistas (es psicóloga), que "empezar a atender en x zona (muy asociada a su historia) sería equivalente a crecer."
En mi experiencia personal, también fue muy valioso correrme de la aglomeración porteña, escaparle a los lugares comunes. Volver al barrio, digamos. Conectarme en algún punto con "mi" gente. También en lo atinente a la formación. Renunciar a esas pantallas que encubren la castración y donde uno siente que está siendo parte de algo que, en realidad, no existe. Dejar de idealizar a ciertos personajes que viven del, como se dice, "autobombo". Que se presentan a sí mismos como la encarnación de la IDEA PSICOANALÍTICA en el planeta tierra.
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