El filósofo y sociólogo Didier Eribon publicó una obra titulada Principios de un pensamiento crítico la
cual, si bien es bastante reticente (y hasta reactiva) con respecto al campo
psicoanalítico, de todos modos, establece algunas cuestiones que resultan
interesantes a los fines del presente desarrollo. Por ejemplo, aquello que él
ubica como los dos principios fundamentales de cualquier pensar que pretenda
operar desde la crítica.
Esos
“dos grandes principios” son el principio determinista
y el principio de inmanencia. Al
primero lo define así:
“El pensamiento crítico es
necesariamente un pensamiento que se consagra a analizar la fuerza constitutiva
de los determinismos históricos y sociales mediante los cuales se da forma a
las existencias individuales y colectivas…”[1]
Este
principio junto al segundo, que a continuación describe, constituyen el marco
básico, elemental de un pensar desasido y capaz de romper con lo establecido o
con aspiraciones de avizorar lo actualmente impensado.
Cuando
el autor establece la cuestión de la inmanencia, lo que Eribon plantea es que
“el pensamiento crítico es necesariamente un pensamiento para el que la fuerza
de los determinismos es de carácter íntegramente histórico y social”[2]
lo cual supone, a su vez, un verdadero rechazo de cualquier apelación a un orden
suprasensible (platónico) trascendental que explicaría a priori el avance problemático de la historia –individual o
colectiva- y sus vicisitudes. En sus propias palabras:
“El análisis de los
determinismos históricos y sociales, por un lado, y el rechazo de las
trascendencias, los trascendentales o los casi trascendentales, por otro, (…),
delimitan a mi entender el campo del pensamiento crítico, si se considera este
como el lugar donde se anudan los hilos de un proceder a la vez teórico y
político que se asigna como horizonte –jamás alcanzado- el ideal de una
democracia radical y que, por consiguiente, aspira a estar siempre abierto a la
llegada del acontecimiento, de lo inédito…”[3]
Desde
el discurso psicoanalítico estos dos axiomas no solamente son respetados, a mi
entender, sino que inclusive la teoría y la praxis freudo-lacaniana ha profundizado
esa vertiente causal de un modo sumamente complejo y enriquecedor. Por ejemplo,
para Lacan el sujeto es efecto del Otro social y esta dimensión constituyente
–el orden simbólico- presenta mutaciones epocales que definen singularmente la
subjetividad. Este determinismo significante en absoluto se presenta como un
ente abstracto de pizarrón, sino que remite a configuraciones coyunturales sociohistóricas
específicas y también, por qué no, a constelaciones sociopolíticas y
socioeconómicas que los analistas –empezando por Freud- tratamos de situar
porque estimamos que nuestro sujeto no es ajeno a ellas.
Según
Eribon,
“…el pensamiento crítico
ganaría en radicalidad si estableciera un espacio de pensamiento no
psicoanalítico y se asignara la tarea de construir una teoría política del
sujeto, es decir, una sociología, una antropología y una historia de la
subjetivación.”[4]
[1]
Eribon, D. (2016): “Introducción” en Principios
de un pensamiento crítico. El cuenco de plata, Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, 2019. Pág. 10.
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