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Conclusiones individuales, "Grupo de los Lunes" Año 2010

Habilitarse a leer, confrontarse a la “a-gnosis”



Tomo el caso del duelo. Una situación de duelo produce cierta inexistencia del Otro. Lo cual es una función de la interpretación: la interpretación siempre engendra un duelo porque se pierde una dimensión de la suposición de saber al Otro, y en este sentido es una caída del Otro. Entonces un duelo siempre es una interpretación. El duelo tiene este efecto de interpretación en la medida en que genera esa cierta inexistencia del gran Otro. Recordemos la referencia al Otro como lugar de la verdad, basada en un pacto con el gran Otro. A ese pacto se opone el objeto a. El objeto a se pone entremedio del sujeto y el gran Otro impidiendo que ese pacto se realice.”

(Norberto Ferreyra, “La experiencia del análisis”, 14 – 10 – 1992)


“… leer a Freud es volver a abrir las preguntas.”

(Jacques Lacan, “Las psicosis”, 25 – 1 – 1956)


Me resulta interesante la primera frase que utilizo como preludio, en tanto sitúa algo respecto de la función de la interpretación y que es a destacar: la dimensión de lo imposible de saber. Sabemos, en la medida en que hemos leído algo de Freud, algo de Lacan, que la cuestión del nacimiento del sujeto es problemática, o más precisamente, traumática. Ahora bien, habría que precisar qué sentido le brindamos a tal afirmación.


Originariamente, y por estructura, el pensamiento es ante todo de la Madre (ser pensado) y la plausibilidad de que allí (en ese bebé que adviene a la vida) algo se instaure en calidad de sujeto depende de que una instancia diferencial dé lugar al sentido del aburrimiento materno, es decir, dé respuesta al “qué mierda tiene en la cabeza esta mina”, situación en la que se despliega el deseo de saber sobre el saber del deseo que, el Padre, se supone que posee. Las dos preguntas que atraviesan la obra freudiana - qué quiere una mujer, qué es un padre -, Lacan las significantiza (algebraiza) con su metáfora paterna.


¿Qué significa pensar, entonces? ¿Cómo pensar más allá de lo ya pensado (dicho), esto es, más allá de lo actualmente articulado, de lo articulado articulable? La salida es el Padre, dado que esta función psíquica “es aquello que debe existir [mediar] en la dialéctica imaginaria, para que el falo sea otra cosa que un meteoro.” Es decir, dado que la dimensión tercera remite a la interpretación, al mismo tiempo, algo es dejado por fuera: si hay interpretación el Øtro no es el Otro y el código inexiste (no hay, de esta manera, “la correspondencia unívoca de un signo con algo”, como lo asevera Lacan en “Subversión del sujeto…”).


Consecuencia será que, en tanto lector, deberé situarme por fuera de la Madre (Teoría), universo instituido de sentido consensuado, y tendré que acariciar otras pieles y que son las del suplemento. La complementariedad queda objetada por el hecho mismo de hablar (¿y qué es una lámpara; un objeto o una palabra?). Dado que algo falta, entonces se trabaja sobre la dimensión del discurso, se presenta una exigencia estructural de movimiento. Me tengo que poner de acuerdo, no sólo con el Otro o con el otro, sino conmigo mismo en tanto que sujeto. Pero ¿cómo? Si carezco de ser, de reflexividad…


Pienso en el discurso como corral del goce, como tratamiento posible de ese espeso caldo que excede la palabra y que me toca en el cuerpo, que lo atosiga. El espíritu de la pesadez, diría Nietzsche. Lo radicalmente opuesto al deseo, que es falta.


El pasaje al acto, pensado a partir de Lacan, señala una impulsión que tira, que puja hacia lo pre-escénico, hacia lo pre-lingüístico – por qué no -, tendencia al retorno a un estado anterior – siguiendo la tesis freudiana relativa a la lógica de la pulsión de muerte. El pasaje al acto, modalidad alocada de manifestar un límite, escapa de la omnipotencia del Otro, de ese que lo sabe y lo goza Todo, que es Todo, o sea, que goza de sí plenamente y sin falta. Madre de la Horda primitiva que goza de todos los hijos en tanto extensiones de su propio narcisismo y que no quiere saber nada del Padre, es decir, de la castración. Madre excluyente de la condición perecedera (verganglich) del objeto y, de ese modo, del sujeto.


¿Por qué será que, en el caso del “Hombre de las Ratas” o en el caso “Dora”, de la madre prácticamente no se habla? Todo parecería girar, en el discurso de estos pacientes, pero también en el análisis de Freud aunque en menor medida, sobre la falla del Padre. La Madre aparece en la clínica como ligada más bien al silencio. Pero no al silencio en tanto evocación de un sentido ligado a la falta y al deseo. No. Se trata de un silencio articulado a lo pulsátil. Cuanto mayor es la ausencia articulada de un significante, tanto mayor parecería ser su carga libidinal, su excesiva pulsionalidad. De eso no se puede hablar, hablar de eso conllevaría despertar una hoguera, un infierno de goce. Pero la defensa frente al saber en dónde se está, no ubica al sujeto en otra parte. Y el neurótico, en el inconsciente, está en la Madre, como se quejan las histéricas rioplatenses de sus novios obsesivos: “está en Otra”.


¿Y cuando leemos? ¿Estamos en Otra - la Madre – o nos orientamos en el Padre? Las resistencias contra el psicoanálisis Freud las relacionó estrictamente con la problemática del narcisismo, o sea con ese lugar que no es sino el cuerpo de la Madre. Esto implica que, correrse de la letra admitida, es renunciar al falo del Otro.


Freud habla, cuando despliega el declive del Edipo, de una “imposibilidad interna”, ¿cómo interpretar esta expresión? Podríamos decir que, el niño, debe renunciar a ocupar un lugar que en realidad le corresponde al Padre. O más exactamente, debe dejar de ocupar un lugar que le corresponde al pene de su padre real, en la medida en que entre este y el deseo de la madre hay una relación de goce que, no por parcial, es menos satisfactoria.


Una obra, si se la piensa como totalidad y no como conjunto – tengo en mientes la definición de estructura de Lacan del 1956 – es denegatoria de la vertiente interpretante exigida a todo hablante, en tanto la retórica dice algo de la puesta en acto de la potencia subjetiva. Proceso de diálogo y no de “captación”, autonomía del discurso que me deja en falta como “persona” dado que me sujeto al Otro como alocutario que dice de mí, más allá de mí. ¿Y cómo yo decir más del Otro? Cuando tomo el lenguaje – ese aparato que lenjuega permanentemente – me hago de él, y pongo el cuerpo. Se trata de una renuncia al goce de la palabra en tanto objeto: estrategia neurótica habitual, gozar en el fantasma de la palabra del Otro, “pegan a un niño”, gozar como objeto del Otro de la palabra.


Estimo que no existe, en psicoanálisis, LA manera de transmitir y de formarse. En la medida en que Freud señala la “inevitable imperfección de una enseñanza en psicoanálisis” y en que Lacan postula la inexistencia del “Otro del Otro” como “el gran secreto del psicoanálisis”, ¿qué enseñanza que se suponga más “genuina” per se no estaría sino en las antípodas de lo que dice nuestra política? No por respetar los enunciados dejamos de traicionar la enunciación. Y no por ir más allá de aquellos, nos alejamos necesariamente de esta última... hasta se podría decir: todo lo contrario. El peligroso deseo de todo aspirante a analista: “recibir como en la autoescuela el permiso de conducir por las vías previstas e incluyendo el mismo tipo de examen…” (Lacan, Seminario XVII). Las resistencias más peligrosas, quizá, no son otras que las de los analistas mismos en tanto no se trata, en psicoanálisis, de un saber que aplaque los efectos del inconsciente, en el sentido de un control obsesivo por el deseo (“ya no me hace falta analizarme”) sino que se trata, precisamente, de analizarse y de capitalizar esos efectos analíticos (Überzeugung, convicción) en aras de una escucha menos ingenua.


Finalmente: ¿cómo dar cuenta de lo trabajado durante este año 2010 que perece, es decir, que se trasforma, en el marco de nuestro pequeño Grupo de los Lunes? Retomando la lógica de esta ponencia, no-todo puede ser nombrado. No se trata de que, por la palabra, no-todo es posible, si no más precisamente de que Todo es imposible, es decir, es posible no-todo. Y no-todo, como principio ético intransferible, no negociable, sitúa una exigencia de estilo que singularice mi propia producción. Y así:


La clínica psicoanalítica es un intercambio de palabras (conversación) en donde cobra singular relevancia el testimonio que el paciente brinda sobre los fenómenos psíquicos y/o somáticos (síntomas) que lo afectan, en el sentido de que allí cobran valor de verdad (mito individual). Clínica que confronta al sujeto con la condición perecedera de su ser (falta-en-ser) y que no propone como vía otra cosa sino un proceso de duelo (trabajo simbólico) que haga de la angustia frente al “ausentido” de la existencia (estúpida, inefable), una posibilidad de afirmarse más allá de toda idealidad (y de todo síntoma). Así como Lacan afirmaba que no hay “formación del analista” y sí tan sólo formaciones del inconsciente, nosotros podemos decir que no hay “posición del analista” sino en la medida en que haya posición del inconsciente, esto es, una sumisión a lo real del decir del enfermo que abra la posibilidad de que esa Otra escena que sobredetermina su realidad, sea formalizada e interrogada.

Buenos Aires, Diciembre 2010

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