Podemos ubicar el origen del
pensamiento crítico en occidente en dos tiempos. Yendo de adelante hacia atrás,
en primer lugar es menester ubicar el nacimiento de la actitud crítica como un
contrapoder surgido frente al avance gubernamental del poder pastoral allí por
los siglos XV, XVI. Foucault ubica la importancia del texto kantiano “¿Qué es
la Ilustración?” para pensar el ordenamiento de esa exigencia de autonomía como
crecimiento espiritual del sujeto, allende las instancias exteriores de
autoridad. Pensar críticamente es pensar desde la emancipación respecto de lo
legitimado. Pensar críticamente es pensar emancipadamente, desprendidamente,
separadamente, desasidamente. Si uno recuerda los dichos de Séneca respecto de
la stultitia, entonces, el
pensamiento crítico es exactamente lo opuesto: es salir de ella, es dejar de
ser estulto.
Bayle y Hume, además de Kant, también
abordaron el concepto de crítica en términos de un discernimiento, un análisis,
un sopesar la fuerza argumental de un razonamiento.
Sin embargo, mucho más atrás en
la historia de occidente, allí por los dos primeros siglos en Grecia y Roma,
aparece una práctica discursiva llamada parresía
cuya etimología significa “decirlo todo”, es decir, hablar francamente en miras
de asir la dimensión de la verdad. Lazo político, por un lado, en la medida en
que aparece como un derecho reservado a los considerados ciudadanos de la Polis y ético, por el otro, en tanto y cuanto
exige la presencia del otro, que tampoco
es cualquier otro sino justamente un parresiasta,
en quien se deposita una confianza esencial respecto de lo que menos se puede
decir es que equivale a un verdadero antecedente del concepto freudiano de transferencia. El parresiasta es, en
cierta medida, un Otro de quien se espera la sanción –la puntuación- de mi
palabra en tanto plena.
Freud, el Psicoanálisis, hereda
todo este entramado crítico. Su discurso y pensamiento, a todas luces dan
cuenta de una inserción en esta tradición crítica, allende ciertas
coincidencias que uno podría hacer encajar anacrónicamente. Lo que está en
juego respecto de la vinculación entre pensamiento crítico y psicoanálisis, es
una enunciación común, un espíritu común, un decir común, una soledad común.
Ambos comparten un horizonte político en el sentido de rescatar al sujeto de su
alienación originaria en miras de conducirlo hacia un despliegue de su
contrapoder –toma de la palabra- pero, por eso mismo, se presentan aunados por
un tercer anillo que borromeamente los anuda y que es la Ética. Por cierto, no
cualquier ética sino justamente una que sea del deseo. Una ética de la
diferencia y del lazo social.
El psicoanálisis es el
pensamiento crítico esencial del siglo XX y por qué no del siglo XXI –no decimos
que sea el único tampoco- y el pensamiento crítico es la Ética que, por fuerza,
se impone para la época. Época de estulticia generalizada, de anarcocapitalismo
salvaje, de endeudamiento y culpabilidad globalizada, de semioneoliberalismo,
de contrainsurgencia colonial, bélica e informática. Época que pretende vivir
sin angustia, que exige subjetividades alienadas al mandato de éxito individual,
meritocráticas, empresarios de sí mismos que se autoexplotan en pos de contentar
un superyó cada vez más salvaje.
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