“Dotados de los mismos títulos de nobleza
universitaria¸ es decir, de la misma esencia, los jóvenes y los viejos
solamente han alcanzado grados diferentes de realización de la esencia. La
carrera no es sino el tiempo que hay que esperar para que la esencia se
realice. El ayudante es prometedor; el maestro es promesa realizada, ha pasado
ya sus pruebas. Todo ello concurre a producir un universo sin sorpresas y a
excluir a los individuos capaces de introducir otros valores, otros intereses,
otros criterios en relación con los cuales los antiguos resultarían devaluados,
descalificados.”[1]
“Vayamos más lejos. El analista es aún menos libre
en aquello que domina estratega y táctica: a saber, su política, en la cual
haría mejor situarse por su carencia de ser que por su ser.”[2]
Buenos días. Lo que sigue
intentará situar algunas coordenadas generales respecto de lo que ha sido
nuestro trabajo durante este Año 2012 que declina y se hunde en su ocaso.
Este Año nos hemos propuesto
abordar la cuestión del deseo del
psicoanalista, punto axial y agente de la cura analítica en el pensamiento
de J. Lacan, ya que a su entender es lo que en último término opera en el
análisis. La temática que elegimos no es para nada simple, ya que ponerse a
trabajar sobre tal concepto nos interroga a su vez sobre qué nos pasa a cada
uno de nosotros con eso. No estimo casual que al escribir estas líneas que hoy comparto,
cierto malestar me invada y me problematice el poder pronunciarme lúcidamente.
Algo de incomodidad en sostener esa función,
desde luego, parecería jugarse: ¿será, tal vez, la incomodidad de enfrentarse
con la libertad que genera la imposibilidad que nos trasmite el psicoanálisis
cada vez que nos revela la inexistencia de un modelo a seguir en función del cual sostener una ontología como
analistas?
El deseo del analista nos convoca a pensar en el psicoanálisis más
allá del consultorio, también, al menos a mí, en tanto es aquella función que se
pone en juego, del algún modo, cada vez que intervenimos, a la hora de tomar la palabra en relación a lo que el
psicoanálisis intenta transmitir. En este sentido, esta noción de Lacan de la
cual nos apropiamos, y a la cual estimo central
en lo que a nuestra praxis respecta, nos
pone de cara a una serie de cuestiones que van más allá de la mera escucha de
un relato en sesión. Involucra también: los modos de construir teoría, de
conceptualizar la orientación de la cura, de escribir y de leer los textos, de
pensar los conceptos, de conversar entre nosotros, de formarnos como analistas,
en suma, de circular. El deseo del analista es inseparable de
todas estas cuestiones. Implica, básicamente, tomárselas en serio.
Quisiera abordar la cuestión
convocante por la vertiente de nuestra formación como analistas, haciendo en
principio especial énfasis en lo que observo como ofertas actualmente articuladas para llevar adelante tal emprendimiento. Cuando
digo “actualmente articuladas” no lo digo ingenuamente, ya que es la definición
misma que nos da Lacan de la dimensión de la demanda. Hay una demanda de ser
psicoanalista que podemos detectar con facilidad por diversos ámbitos. La
cuestión es ver cómo los analistas se posicionan frente a esta demanda de ser (como toda demanda). Se
observa con singular frecuencia la respuesta, una oferta que se brinda, desde
el lugar del Saber (S2), saber avalado, consistente, legitimado. Esta
es la respuesta, vamos a decir… dominante.
Por esta vía, se cae en lugares donde el interés que prima primordialmente es
ver quién sabe más, a lo cual se le agregan otra serie de intereses asociados:
ver quién tiene más títulos y de qué, quién conserva más anécdotas biográficas
con personalidades eminentes; en suma, se trata de la cuestión del curriculum. O sea, lo académico-laboral
se asocia claramente al discurso imperante epocal donde el saber vale por su
supeditación al superyó capitalista. Se vende, se compra, se consume saber. Basta,
por lo demás, con preguntarle a google cualquier
cosa que no sepamos que él nos la responde. Quizá de aquí pueda inferirse la
proliferación neoplásica de tantas “maestrías en psicoanálisis”. Cada vez más “magisters”… y menos psicoanalistas. O
mejor dicho: cada vez más demanda de ser
psicoanalista y menos deseo del
analista.
La demanda de ser analista, no es la búsqueda de autorización sino de autoridad, matiz al
cual deberíamos prestarle mucha atención. Hace tiempo que acuñé la expresión Otro del Saber para delimitar aquello
que motiva la sed del neurótico, ese incansable militante de la impotencia.
Podemos decir que la búsqueda de
un Dios o de un Metalenguaje, si seguimos a Freud cuando nos habla del narcisismo, es propia del Hombre en
tanto este, a ese nivel, permanece atado a una horda liderada por un Jefe.
En este punto, resulta de
interés retomar la diferencia que introduce Lacan al trabajar el caso del
“Hombre de las ratas” de Freud, en donde sitúa que lo inexacto de su interpretación no va en detrimento de lo verdadero de la misma. Del mismo modo, algo
puede ser muy “exacto” desde el punto de vista de la realidad objetiva - es
decir, imaginaria -, pero no tener ningún valor de verdad en términos de la
realidad psíquica o subjetiva. En lo tocante a nuestra formación como analistas,
creo que podríamos pensarlo de la misma manera. Hay un camino que privilegia el
entendimiento “riguroso” y “fiel” a la santa palabra del “especialista en lacanismo”
o del “traductor de lacanés”, como si el discurso de Lacan fuese un lenguaje, subrayando el un. Es el camino de la exactitud, donde se cita al autor “a la
letra”, con número de página, párrafo, renglón. Se sigue, vale aclararlo, el
ideal de la transmisión científica que forcluye el testimonio en pos de una supuesta objetividad, netamente
pre-lacaniana, por más que duela aclararlo. Una nueva corriente de “objetividad”
nada menos que… en psicoanálisis. Pero el testimonio
es signo de que un sujeto toma la palabra, involucrándose, implicándose,
agenciándose de la Teoría, jugando con ella (lo cual no es sin aceptar
previamente su falta). El testimonio
no es transmisión desinteresada, sino la toma de una posición crítica.
Una lectura debería ser el sinthome
con que cada analista supla la no
relación sexual que lo atraviesa con la Teoría psicoanalítica como Otro. La
transmisión academicista, cuando se pretende LA lectura – la que vale para
todos, como La Ciencia o La Religión -, más que sinthome es un síntoma, liso y llano. Es decir, la realización de
un deseo incestuoso donde el lector copula con el Ideal, esa teoría Toda, o
sea, Madre. De allí la imprescindibilidad del propio análisis: para no coger
con los libros.
Puede pensarse que la
transmisión de corte academicista, donde el “Maestro” (que sabe) enseña – en el doble sentido de la
palabra – al “Alumno” (que no sabe), tiende ni más ni menos que a la forclusión
del deseo del analista. Esta es una
conjetura muy personal, que a cada cual le tocará comprobar. Creo que tiende a
la forclusión del deseo, ya que anula el estilo,
piedra de toque de la autorización, privilegiando el enunciado antes que la enunciación.
Forcluye el deseo – como recién decía, es una conjetura - en tanto promueve la
existencia de un Saber que responde a la demanda de ser psicoanalista, llenando el lugar que debería quedar vacío. Parafraseando
a Lacan: Si el psicoanálisis habita en la
falla irreductible a todo Saber, no le es dable desconocerla sin alterarse en
su discurso.
Ahora bien, la cuestión a
interrogar quizá sea por qué más allá de los “ofertadores de respuestas” consoladoras,
es por qué hay quienes buscan y aceptan eso.
Estar en tal o cual Cátedra universitaria, estudiar en un grupo privado con tal
o cual profesor, o en tal o cual Institución psicoanalítica, trabajar para OSDE, etc. Metas del deseo con que muchos se atiborran de papilla asfixiante, para no tener que tomar la
palabra en nombre propio.
Pero otra respuesta a esa
demanda, de la cual todos los que nos interesamos en el campo analítico formamos
parte, es posible, de este testimonia nuestro Grupo de los Viernes. Y esta respuesta necesariamente tiene que
venir por la vía del deseo, es decir, por lo que de la demanda es irreductible
a la satisfacción de una pura y simple “necesidad”. Nada debería de haber de necesario es querer ejercer la posición
del analista. Eso resultaría, cuando menos, sospechoso. El deseo del analista,
cuando impera despóticamente en un análisis, es pulsión de muerte. La impureza
del deseo del analista remite a que no existe EL psicoanalista, básicamente y que no queda otra más que savoir-faire con el psicoanálisis, cada
cual siguiendo su propio camino, respetando sus propios tiempos, sus propias
limitaciones, sus propios obstáculos, sabiendo valorar también los propios
aciertos y cediendo un poco de esa ilusión de que existiría algún Otro que sabe
más o que podría hacerlo mejor.
En “La dirección de la cura…”,
polemizando con “el psicoanálisis de hoy”, Lacan situaba la creencia de algunos
autores en lo innato del ser del analista,
analistas que pretendían que en la cura es más importante lo que se es que lo que se dice o hace. De ahí la
ideología del “Yo fuerte” al que habría de conducir una cura, en el sentido netamente
obsesivo de identificarse al Amo, cuanto más muerto mejor. A esto Lacan
respondió con la apuesta de concebir una ética
que integre las conquistas freudianas sobre el deseo, para situar en su cúspide
la cuestión del deseo del psicoanalista.
La política del psicoanálisis es la de resistir a la demanda del analizante para
que reaparezcan los significantes en que su frustración está retenida. Esto
confrontará, pues, al sujeto con la carencia de ser que la metonimia del
significante introduce en la “relación de objeto”, es decir, con su deseo. Mas
no responder a la demanda, por su parte, implicará concebir que la clínica
psicoanalítica es lo que no cesa de no
escribirse en el fantasma, ¿en cuál? En el fantasma del analista.
Nuestra modalidad de pensar y
de construir en psicoanálisis, nos llevó reunirnos, no sin nuestras
dificultades, desde luego, durante todo el año una vez a la semana. Esta es la
manera que encontramos de hacer-con
el psicoanálisis y fundamentalmente con nuestro deseo en relación al
psicoanálisis, más allá de los espacios ya instituidos y conocidos por todos. Es
decir, nos cortamos un poco de esos mismos lugares, de esos lugares comunes, bella metáfora cuyo
sentido ilustra fuertemente lo que intento situar. Porque, vale decirlo, “alumno”,
“maestro”, etc., también son lugares.
El lugar del analista no viene dado
por ningún aval: ni estatal, ni organizacional, ni metafísico. Se trata de otra
cosa. Se trata de autorización.
Si el testimonio plantea algo
harto disímil de “formarse en la exactitud”, es que introduce la dimensión de
la verdad tal como esta es
descubierta por la experiencia psicoanalítica, es decir, como verdad subjetiva. Si el Grupo de los
Viernes y esta Jornada, hablan, ante
todo hablan de nosotros nos los protagonistas. Por eso, un camino otro que el de
lo actualmente articulado, un camino que habilite la broma, el sin sentido, la
angustia, el no saber, la contradicción, la paradoja, el oxímoron, el amor, el
juego, la poesía, la invención y la creatividad, donde cada cual pueda ponerle
el cuerpo a los enunciados del psicoanálisis y no, como el fanático, los
enunciados del psicoanálisis al cuerpo, gozando de la verdad.
El esquema que sitúo en la
pizarra nos permite pensar un poco la cuestión de la dirección de la cura en
psicoanálisis:
Este esquema que es producto
de nuestras reuniones, puede resultar una obviedad para muchos pero para
nosotros, constituye un hallazgo, una verdadera invención en tanto representa
algo significativo en donde pudimos
poner nuestro propio criterio, jugando
con los matemas lacanianos. La dirección de la cura en tanto camino regrediente de la estulta y neurótica orientación al objeto del deseo con el cual el sujeto se identifica – llameseló yo ideal, realidad o como fuere -, pasando por la sujeción significante a los
signos englobantes del Otro primitivo, hasta situar algo de lo que podríamos pensar
como desasimiento respecto de ese Gran
Otro a través de la instrumentalización de cierto objeto significativo, al
mejor estilo objeto transicional. En
este sentido, en lo que respecta a la formación en psicoanálisis, creo que
hemos tratado de enfatizar más la vertiente de lo significativo que de lo ideal.
Y esto se dio, gracias a que siempre pusimos en primer lugar la dimensión de la
conversación, de la escucha, del diálogo y de la palabra. En lugar de tratar de
adaptarnos nosotros a lo legitimado del psicoanálisis, hemos tratado más de
bien de adaptar lo instituido del psicoanálisis a nosotros, a nuestras
singularidades en miras de producir efectos instituyentes.
Esto, a mi entender, va netamente en la línea subversiva inaugurada por Lacan,
más allá del discurso del Amo o Universitario que se hace con sus enunciados y
en los cuales eventualmente podemos caer. Lo que nos interesa es su enunciación.
La enunciación del psicoanálisis apunta a la interpelación de la
sujeción ignorada a la eficacia de una palabra que se tiene por inquebrantable,
a los efectos de causar en un analizante la puesta en acto de su potencia
subjetiva en el sentido de que tome la
palabra, pasando, de este modo, de “ser parte” de un Otro absoluto a “ser partícipe” de un proyecto único e inédito.
Esta fue nuestra apuesta
durante este Año 2012, ser agentes de división
entre “ser partes” y “ser partícipes”, poder situar y dar lugar a esta contradicción
inherente a lo grupal. Lo primero (ser partes) en tanto co-funde ser y realidad
– como habitualmente lo hacen los medios masivos de comunicación, por ejemplo,
pero no sólo -, lleva a una posición triste y renegatoria donde nada nuevo
podrá acontecer. En cambio, lo segundo, castrando de ser a la realidad, habilita la maleabilidad y la construcción de la
misma acorde a nuestro genuino querer - ese querer que nos singulariza y que
nos hace irrepetibles – promoviendo no la tristeza sino la alegría. Y esta es la alegría que transmite haber coordinado
durante este año al grupo. Se trata de la alegría de ser causa y de contagiar algo
del deseo, poniendo a circular más que aquello que se tiene, lo que nos falta.
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