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“Sin Otro, del Otro”




“Yo no canto para todos, sino para cada uno”
(Atahualpa Yupanqui)

Decía Lacan: “La verdad no es otra cosa sino aquello de lo cual el saber no puede enterarse de que lo sabe sino haciendo actuar su ignorancia.” Es decir, el saber va al lugar de la verdad sí y sólo si es un saber inconsciente, vale situar, un saber inagenciado por la Sustancia pensante, por el Sujeto unificante y subjetivante, dueño de las representaciones: su Majestad, el «Yo». El dueño del Saber es el Otro sin barradura, ese que desea ser - o del que desea depender - el obsesivo, en su afán de control y de cálculo.

Al punto en donde el saber se entera de la verdad haciendo actuar su ignorancia, Lacan lo define como una crisis real. Podríamos vincularlo, por qué no, con la emergencia de la angustia. Crisis real en el Otro, tragedia que repercute en la ontología del sujeto que se pretendía definido y conforme. Una interpretación psicoanalítica es una crisis real ya que apunta precisamente a la inexistencia del Otro del Otro. Prosigue Lacan:

“Esta dialéctica [la hegeliana] es convergente y va a la coyuntura definida como saber absoluto. Tal como es deducida, no puede ser sino la conjunción de lo simbólico con un real del que ya no hay nada que esperar. ¿Qué es esto sino un sujeto acabado en su identidad consigo mismo? En lo cual se lee que ese sujeto está perfecto allí y que es la hipótesis fundamental de todo este proceso. Es nombrado en efecto como su sustrato, se llama el Selbstbewusstsein, el ser de sí consciente, omniconsciente.”

Es el sueño del obsesivo, devenir un ser omniconsciente, dominador del inconsciente y de sus argucias. La plena simbolización, racionalización y formalización (¿formolización?) de lo real, la adecuación exacta entre sus teatros (teorías, sentidos, ficciones) y el devenir (la multiplicidad). Quizá por esto tanto a Freud como a Lacan no les agradaba la posición de la Filosofía, por su tendencia al cosmovisionismo, lindante con la paranoia, posición subjetiva para la cual el Otro sabe (nombra) todo, para la cual todo el Otro está nombrado (hay Otro del Otro). Sin ambages, Lacan definía al discurso filosófico como una variante del discurso del amo. La interpretación delirante nos habla de un Otro del Otro. La interpretación psicoanalítica nos habla de su inexistencia. Si la interpretación analítica no conmueve la enunciación psicótica es porque el “sujeto” aparece allí como puro-enunciado. El obsesivo se pretende puro-enunciado. Por suerte la angustia lo pone en su lugar de vez en cuando (eventualmente, una mujer). La Ciencia, en su pretensión de universalidad, no hace algo muy distinto cuando descarta lo singular, esto es, el rasgo que al pensar crítico debe interesarle.

Prosigue Lacan en donde estábamos:

“¿Quién no ve la distancia que separa la desgracia de la conciencia de la cual, (…), puede decirse que sigue siendo suspensión de un saber [siempre posible y próximo a advenir como absoluto]- del malestar en la civilización en Freud, aun cuando sólo sea en el soplo de una frase como desautorizada donde nos señala lo que, leyéndolo, no puede articularse sino como la relación oblicua (…) que separa al sujeto del sexo?”

Veamos. La relación oblicua no es otra cosa sino la inexistencia de la relación sexual de la que hablará el analista francés tiempo después, pero que está presente desde los inicios de su enseñanza (en el Seminario IV no deja de insistir en “la carencia de objeto” como motor del sujeto). La conciencia desgraciada nada tiene que ver con el sujeto de la falta. Lacan se burla, del algún modo, del planteo hegeliano situando la primacía en su pensamiento de la formulación freudiana. El malestar en la civilización es el malestar del goce, aquello que hace que la cosa no ande. La tecnocracia posmoderna pretende suturar (y no suplir) esa hiancia irreparable, ese lapsus irreductible que es el no-relación sexual.

El goce en el síntoma es disidente con la pretendida funcionalidad del Sistema.

Al Sistema le viene bien el goce de las neurosis actuales, la toxicidad misma del aparato psíquico, la hiper-estimulación aplastante que impida la reflexión crítica. El significante stress o su partenaire infaltable, el ataque de pánico, nos hablan de cuerpos des-erotizados, maquinales, robotizados, asexuados. No hay tramitación vía el inconsciente como aquello que resta al Otro, que descompleta al Amo. Más neuróticos actuales y menos histéricas, en tanto la histérica, como lo muestra la historia misma del psicoanálisis, necesariamente convoca a esa otra escena que es el inconsciente freudiano. A partir de allí se abre la vía del sujeto, del deseo y de la transformación.

Cuerpos inundados, autoerotismo, llamados a nadie, silencio pulsional, mutismo del trabajador infatigable que sostiene laboriosamente al Sistema que demanda y demanda. Un síntoma histérico es un llamado a la interpretación. El inconsciente es un saber-hacer - una defensa - con el goce mortificante de lalengua. Implica, entonces, tramitación del goce. Si la histérica se defiende de ese opaco das Ding vía la acentuación de su falla - intensificando su deseo para la huída (demanda de puro deseo, deseo de insatisfacción) -, el obsesivo pretende matar enteramente la cosa. “La palabra mata la cosa”, en efecto, pero no completamente, aunque este sea el ensueño del obsesivo, ya que queda ese resto que es el objeto a. El obsesivo pretende la sutura plena de la hiancia en el Otro traumatizante, desea la pura demanda (lo imposible), la inexistencia del goce y del deseo. Un mundo sin opacidad o reducido a una opacidad controlada (por él). Anhelo de la “pura transparencia”, de la “cristalina limpidez”.

Pero yendo al punto, lo que me interesa destacar es que ambas posiciones (la histérica y la obsesiva) ya ponen en juego una defensa frente al goce aplastante, tendiente a la robotización del sujeto. Lo que se propone desde el Sistema como mortificación cotidiana, inundación de los cuerpos, va más bien en la línea de forcluir el inconsciente. Esta es la propuesta contemporánea y es lo que predomina en sectores sociales de pobreza, principalmente. No se trata de la boludez de que “el psicoanálisis es para burgueses”. Se trata más bien de denunciar que el Sistema cercena la subjetividad reduciendo al hablante a su objetivación por el goce mortificante de lalengua.

Por otro lado, me juego a que la televisión en esto que pasa tiene muchísimo que ver. Siempre habla el Otro, nada del orden del diálogo. Con la televisión no se habla. Es más, en la época actual no se habla ni con el celular, ya que “sirve” ampliamente a otros fines, más cercanos al predominio de lo imaginario. Un imaginario avasallante, múltiple, permanente, aplastante y un discurso no dialógico, un simbólico cuasi psicotizante donde el aparato televisión habla permanentemente por el televidente. Hiper-estimulación que fagocita las mentes, cercenando las posibilidades de que emerja pensamiento crítico.

Televisión, internet, celulares, tecnología, más tecnología, psicofarmacología, “Farmacity”… ¡Farma-city! La ciudad del fármaco… proliferación indefinida de objetos de consumo, todos estos modos contemporáneos cerrar la pregunta por la inexistencia de relación sexual.

En internet podemos encontrar ofertas como la del grupo Meetic, Meeticaffinity. Leemos en su sitio web:

“¡La armonía en una pareja es cuestión de afinidad! Te invitamos a descubrir una nueva manera de conocer gente. Meetic, líder de contactos online en Europa, se ha ganado la confianza de millones de solteros ofreciendo un servicio de encuentros de calidad, seguro y moderado. Hoy Meetic innova con la creación de Meetic Affinity. Gracias a este nuevo servicio, te proponemos únicamente a los solteros con los que tienes afinidad. Meetic Affinity te ayuda a conocer personas hechas para ti. Basándonos en tus respuestas al Test de afinidad, determinamos tus coincidencias con otros solteros y te proponemos únicamente a aquellos que responden a tus criterios. Con Meetic Affinity, no tienes que realizar una búsqueda: sencillamente, recibes los perfiles de las personas que comparten tus gustos y tu visión de la vida.”

La sexualidad es constitutiva del sujeto humano. Cada cultura tiene su saber-hacer con la sexualidad. La cultura posmoderna, donde prima una lógica de acumulación de riquezas en pocas manos (grupos económicos)/ forclusión masiva de seres humanos vía la acentuación de la pobreza, propone una modalidad de actuación para con la sexualidad donde estos forcluidos quedan robotizados por la carencia de recursos para hacer con lo sexual. O para volver sexual – erótico – el estar en la Cultura. Pero el autismo también acecha a los más “favorecidos” (acumuladores). Esto que vemos más arriba como Meeticaffinity es una clarísima muestra de que la pregunta por la relación sexual inexistente no cesa de angustiar ya que no cesa de no cerrarse. Aparición de modos renegatorios donde el Saber calculador pretende brindar la garantía del encuentro con la media naranja perdida. Los poderosos buscan salidas alternativas que apacigüen la llama del deseo, disparada por la carencia de objeto-total. Con el dinero se pretende saciar el precio subjetivo que no se quiere pagar.

¿Cuál es el planteo del psicoanálisis en la posmodernidad, frente a tanto pragmautismo? ¿Qué hay del amor en estos tiempos tan autísticos y narcisistas? Decía Lacan el 21 de Enero de 1975: “¿Pues de qué se trata en el amor, sino de fracturar ese muro donde uno no puede sino hacerse un chichón en la frente, puesto que no hay relación sexual?” ¿Tratar de escribir contingentemente algo de lo imposible? Esta es realmente una apuesta formidable. Pero no sin chichones, desde luego, y sin garantías. Mas los chichones son del muro, muro que es el de la relación/proporción sexual, siempre obturada por el falo. Sólo el amor puede hacer condescender el goce al deseo ya que es el amor aquello que introduce la dimensión de la falta. Sólo el amor a una mujer puede hacer que un macho renuncie al goce fálico que lo preserva completito. No se trata de estar más acá del falo (más acá en donde podemos ubicar tanto a las psicosis como a la cultura mortificada, no psicótica pero sí psicotizada – forcluida, objetivada, asexuada), sino más allá.

La orientación es lo femenino: S (Ⱥ).

Veamos qué dijo Lacan de las mujeres. En su Seminario del 20 de febrero de 1973, el analista francés señalaba lo siguiente:

“Sólo hay mujer excluida de la naturaleza de las cosas que es la de las palabras, y hay que decirlo: si de algo se quejan actualmente las mujeres es justamente de eso, sólo que no saben lo que dicen, y allí reside la diferencia entre ellas y yo. No deja de ser cierto, sin embargo, que si la naturaleza de las cosas la excluye, por eso justamente que la hace no toda, la mujer tiene un goce adicional, suplementario respecto a lo que designa como goce la función fálica.”  

Como Lacan mismo lo señala, haber dicho suplementario fue adrede, para evitar decir complementario. Hablando de los goces, Lacan insiste en la no-correspondencia entre lo macho y lo femenino. El complemento, nos llevaría de nuevo, ¿a dónde? Al Todo unificante. Al ex-sistir el suplemento, hay desborde, exceso, no-todo.

Esto nos viene muy bien para pensar la lógica de lo que he desplegado, de alguna manera, a lo largo de este escribir. Por ejemplo, cuando hablaba de una disimetría entre Moral y Ética (como no-todo de la Moral), pues, hacía alusión precisamente a esta dimensión del suplemento. La Ética es a la Moral, entonces, tal y como lo femenino es a lo fálico, es decir: interpelación de su supuesta circularidad, completitud, autosuficiencia. En la lógica psicoanalítica, lo femenino aparece como lo que transciende a lo macho-fálico en su estasis hedonista de libido narcisista, puro goce idiota. Prosigue Lacan:

“Hay un goce de ella, de esa ella que no existe y nada significa. Hay un goce suyo del cual quizá nada sabe ella misma, a no ser que lo siente: eso sí lo sabe. Lo sabe, desde luego, cuando ocurre. No les ocurre a todas.”

Un goce inagenciado por la instancia del Saber, un goce que desborda al Otro del Saber y que va más allá de la Ley fálica, Ф. Sólo sabe que lo siente, si eso ocurre. Pero no sabe de qué se trata eso que sabe que siente. Tematizarlo será mal-decirlo, necesariamente. Eso hace el macho cuando aborda a la mujer, a saber, la mal-dice, la degrada, la aborda desde el falo como significante haciéndola objeto-complemento de su deseo masculino. Vuelvo a Lacan, nuevamente:

“La mística no es todo lo que no es la política. Es una cosa seria, y sabemos de ella por ciertas personas, mujeres en su mayoría, o gente capaz como San Juan de la Cruz, pues ser macho no obliga a colocarse del lado x x. Uno puede colocarse también del lado del no-todo. Hay allí hombres que están tan bien como las mujeres. Son cosas que pasan. Y no por ello deja de irles bien. A pesar, no diré de su falo, sino de lo que a guisa de falo les estorba, sienten, vislumbran, la idea de que debe de haber un goce que esté más allá. Eso se llama un místico.”

Al igual que el hablanteser que goza femeninamente, el místico en su testimonio afirma un goce, pero un goce del que nada sabe. Algo de lo no-mensurable, de lo no-calculable, de lo no-contable se juega en esa experiencia. Lacan se pregunta si no es acaso, ese goce que se siente pero del que nada se sabe, aquello que nos encamina hacia la ex-sistencia. La ex-sistencia como una trascendencia antimetafísica, no supra-mundana sino más allá de lo meramente ente. Ex-sistencia para con el ser de las cosas, que es el ser de las palabras, el Otro del significante. Podríamos situar esto esquemáticamente así:




Si el sujeto encontrara al complemento, esto, retroactivamente, le devolvería una consistencia. No pasa nunca, más que imaginariamente, en tanto el encuentro con el supuesto objeto complementario es más bien la identifijación a algún significante que hable de la omnipotencia del Otro, es decir, al Ideal. Como se sabe, a partir de la introyección del Ideal se constituye y adquiere su estabilidad el ego. Por el contrario, la direccionalidad subjetiva hacia lo suplementario provocaría en su retroacción el advenimiento de la ex-sistencia. Estimo que tal vez sea erróneo hablar de “direccionalidad” por cuanto nos habla de un sujeto que busca. A mi entender, la búsqueda va del lado fálico, macho (Lacan ubica al $ de este lado). Buscar gozar es eminentemente masculino e inclusive histérico. Acentuar la búsqueda para prevenirse del encuentro. Del lado hembra no se busca: se encuentra. El goce femenino, lejos de buscarse como una meta, más bien, ocurre.    

Lo femenino, en psicoanálisis, aparece como lo radicalmente Otro, es decir, aquello que atempera la omnipotencia macha y también al pensar fálico-calculante. Hay cierta equivalencia entre hablar de lo femenino y del no-saber. Lo femenino es uno de los nombres de la falta en el Otro. En Aún, Lacan homologa Ф y S1, significante amo. Uno podría decir, entonces, que el discurso del amo/ inconsciente tiene como dominante al Falo. La constitución del inconsciente será entonces la afirmación de la referencia y de la prevalencia fálicas para un ser hablante, el Falo es “soporte del sujeto”. El Falo insiste con sus efectos de sentido que, no obstante, tarde o temprano encalla, puesto que no hay relación sexual. El sentido (fálico) no es más que semblante y el Falo no es más que suplencia. La política del psicoanálisis apunta a darle lugar al no-todo, a lo que está más allá del falo, del “goce del idiota”. Sacar al sujeto del pragmautismo donde cree existir (consistir), para confrontarlo con el camino conducente a la ex-sistencia. Sacarlo de sí-mismo para confrontarlo con su otredad.  

En este punto podríamos introducir una dicotomía entre un pensar/ decir calculador - renegador - en oposición a un bien decir acerca de la opacidad de lo real. Me atrevería a afirmar que tanto la cura analítica así como el pensamiento crítico en acción¸ son procederes que buscan acentuar el pasaje desde lo primero hacia lo segundo. No puedo evitar, en este punto, pensar en el danzar lenguajero de Zaratustra y en su decir aforístico. Decía Ulloa acerca de este modo de enunciar:  

“Un aforismo como producción perelaborativa, (…), condensa en una frase elegante y cargada de sentido el reflejo de la desmesura entrevisto en el instante de contemplación. Transcurrida esa fugacidad, sólo queda la nostalgia de lo que ya no es, junto a esa joya del pensamiento arrancada a la opacidad. A partir de ese resto, arduamente irá el poeta densificando lo sutil hasta la condensación en obra; de la misma forma el analizante avanzará en su cura. Si poeta y analizante hubieran sostenido la contemplación, tal vez habrían aproximado algo inherente a la mística…”

Puede ser muy angustiante no tener palabras para nombrar acabadamente las verdaderas cosas. El espíritu de la pesadez que sostiene al pensar calculante se aterra frente a la simpleza con que lo real de la vida se sustrae a toda pretendida logicización nominadora, a toda tentativa de hiper-racionalizar lo que acaece. Recuerdo algo que señalaba Alejandro Dolina escribiendo sobre “La ciencia en Flores” (en su clásico Crónicas del Ángel gris):

“Los Refutadores de Leyendas han sostenido siempre que toda la Naturaleza puede expresarse en términos matemáticos. Lo poco que queda fuera no existe.  Así, esta comparsa  racionalista se ha esforzado, utilizando cifras, vectores y logaritmos, en representar cosas tales como el  tango ´El Entrerriano´  o los celos de las novias de la calle Artigas. Cuando fracasaban, simplemente  declaraban superstición lo que no conseguían encuadrar en sus estructuras científicas. Existía un minucioso catálogo de cosas inexistentes que se actualizaba cada año. Allí figuraban los sueños, las esperanzas, el hombre de la bolsa, el alma, el ornitorrinco, el catorce de espadas, el Ángel Gris de Flores, el gol de Ernesto Grillo a los ingleses, la generala servida y la angustia.”

El sujeto que se queda en “lo que se ve”, fiel gozante de los enunciados, se pierde de lo que realmente vale, a saber, lo significativo que allí se despliega, allende la captación yoica y racional de lo que sucede. Se queda en los enunciados sin poder pesquisar la enunciación y el lugar que bien podría ocupar en tal o cual escena, en lugar de evadirla con argumentos racionales. Degradar la situación para no hacerse cargo de la responsabilidad que la misma reclama. Aburrirse de lo que pasa para no posicionarse como agente de producción de eso otro que falta. Estamos en la queja pura y simple, siempre tan igual a sí misma, tan redonda y esférica.

Las verdaderas cosas, aquello que subjetiva a cada cual, no cabe en la ventana por la que el ego mira. Lo deseable, como objeto-meta, motoriza el aburrimiento degradante en tanto lo que sucede efectivamente queda depreciado ya que podría estar sucediendo algo supuestamente más interesante.

Es que toda genuina producción es siempre producción subjetiva. Y toda producción subjetiva conlleva cierta aceptación de la carencia de ser como condición para desplegarse. Un sujeto saturado, lleno, colmado es un sujeto desbordado que cae más bien en cierto lugar objetal, ligado a lo que a ese sujeto se le juega a nivel fantasmático. La repetición está motorizada por el fantasma como escena construida a partir de ciertos significantes englobantes que soportan al sujeto. La subjetividad neurótica implica la insistencia de un material inconsciente que, por estar reprimido, en su retorno colma la realidad conciente y perturba tanto el lazo social como el acto. Inhibición, síntoma y angustia como modos diversos de esa insistencia, de esa perturbación. Un quantum de la vida amorosa del Hombre, en el transcurso de su constitución subjetiva, no encuentra una satisfacción total y es esta parcialidad misma del goce lo que hará a la edificación de sustitutos, de subrogados que vengan a calmar (y a colmar) algo de esa turgencia misma de lo libidinal, de la sexualidad. Se trata del territorio de la fantasía en donde el principio del placer continúa imperando en cierta medida y en donde el sujeto encuentra un objeto complementario. Como lo plantea claramente Freud en El proyecto, lo que promueve lo fantasmático, el primado del principio del placer y la realización alucinatoria de deseo, es la vivencia de satisfacción ligada al Otro. El Otro que sí responde instala una vía facilitada que tenderá a la identidad de percepción. Ahora bien, más allá de la vivencia de satisfacción, está la vivencia de dolor que es el (des)encuentro con la no-respuesta del Otro, con la falta. Instante traumático que cuestiona la otrora garantida presencia constante del Otro maeterno y que deja un resto al que llamamos afecto, o sea, la angustia. En otras palabras, al develarse problemática la satisfacción ligada a lo fantasmático, en tanto la tensión psíquica no deja de estar, es decir, al no existir una genuina trasmutación económica sino una paliación, el aparato psíquico se defiende primariamente de ese primado del principio del placer (solidario de la repetición del trauma en su terquedad) posibilitando esto la aparición de ese rodeo que será el principio de realidad. El principio de realidad se instala a posteriori de la vivencia de dolor (del trauma) e implica en su esencia la intromisión de la dimensión temporal que es uno de los nombres del padre. Para acceder a una genuina transmutación económica es preciso aceptar que el camino facilitado, más rápido, ya sabido, conocido, etc., se presenta como deseable pero termina conllevando un precio más caro. Un precio que se incrementa por cuanto la vía facilitada reniega de la presencia irreductible de la falta en el Otro, la imposibilidad de que el Otro colme la sexualidad del sujeto. El fantasma opera fetichistamente, intensificando y absolutizando lo que hay para desmentir lo que falta. El síntoma aparece entonces como una formación de compromiso entre el principio de placer (lo fantasmático puesto a su servicio) y el principio de realidad (ligado a la falta).

Podríamos preguntarnos, a partir de lo dicho hasta aquí, cuál es el planteo de un análisis. Principio de placer y goce fálico deben pensarse prácticamente como sinónimos. A nivel de la fantasía lo que se vela es de la diferencia sexual. Si el goce femenino no se adecúa al goce del fantasma es porque implica precisamente un descompletamiento del universo fálico donde en el Otro falta la falta. “No hay Otro del Otro” quiere decir que el Otro no tiene su complemento. Hay una cara suplementaria del Otro y es del orden del goce que lo desborda. Lacan articula la dimensión de la invención justamente con lo femenino. Volvemos a lo que decíamos más arriba, la invención como producción subjetiva implica aceptar el vacío, lo suplementario. Los síntomas neuróticos no sean quizá más que creaciones particulares que no ponen en juego la vertiente de lo singular. La represión es un modo de aceptación de la falta, pero no genuinamente su superación. Tal vez, la vía de superación de la falta, un grado elevado de su elaboración, sea la confrontación directa con el vacío. El vacío en ser como un modo de pensar la vertiente mística que proporciona el pensamiento lacaniano al hablarnos del goce femenino. Una dit-mensión allende el significante fálico y la satisfacción por él establecida.    

Por su parte, el análisis apuntaría a que el sujeto ponga sus fantasías al servicio de la falta como futuro – pro-jectarse, lanzarse o arrojarse hacia delante, hacia lo que aún no es - y a favor, también, de la singularidad, es decir, de un destino pulsional único e irrepetible cuya justipreciación aparece como una exigencia ética que sólo el psicoanálisis parecería plantearse. Las fantasías en un rumbo edificador, implicarían un ir aceptando la castración en lugar de desmentirla, esto es, un agenciamiento no renegatorio que posibilite entonces la emergencia de nuevas vías no facilitadas de obtener placer.  

No se trata simplemente de acentuar la búsqueda, quizá, sino de introducir más bien una verdadera apertura subjetiva para que lo que tenga que ocurrir - de no mediar la calculadora inhibición yoica, fálica y fantasmática -, ocurra. Por lo demás, la búsqueda relacionada con la lógica de la investigación, si bien aparecen como loables desde el punto de vista epistémico (en su articulación con la docta ignorancia), estimamos que es el partenaire de “lo escondido” proyectado psíquicamente en el campo del Otro. El peligro es que aquí puede persistir la idea de que esta alteridad aún atesora lo mío, lo cual plantea una vía de deseo neurotizado, muy cercano a la demanda. Lo que se haya coligado al encuentro, es más bien, la «pérdida». De este modo, deja de ser una exigencia buscar maníacamente el ser, sino que pasa a convertirse en imperativo el hacer para, contingente e incalculadamente, dar-con algún registro de invención. Ya no reencontrar lo supuestamente sido o tenido, sino toparse con lo fuera de cálculo.

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