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“Teoría” deviene etimológicamente de theorein, término que pone en juego la observación de una escena teatral. Teoría y teatro, entonces, parecerían tener una misma raíz etimológica. Jugando con tal origen, podríamos decir que toda Teoría encierra, pues, personajes. Leer implica, por parte del lector, la suposición de un ser, es decir, la atribución de un ser supuesto al autor y, precisamente por ello, una serie implícita de demandas y principios que tal “pensamiento cerrado” exigiría. Pretensión lectora de un universo de discurso que coincida con el ego en sus ansias de coherencia y principismo.

Respecto de esta cuestión de los personajes, estimo interesante transcribir ciertas palabras de Ulloa, quien decía lo siguiente:

“Bien puede decirse que en los comienzos de la vida, así como del aprendizaje de nuestros trabajos, somos lo que nos hicieron, en tanto profesamos a la manera de quienes nos iniciaron. Si logramos no quedar atrapados en aquellas identificaciones-auxiliares, durante un largo tiempo tenderemos a ser a la manera de lo que hacemos. En definitiva, y afirmando vocación, es posible que logremos hacer lo que somos. Esto último es el desiderátum de un oficio, que conservando las leyes válidas en cuanto a ética y a eficacia de toda profesión, va más allá de éstas y todas sus estandarizaciones, al ser atravesada por el estilo y el posicionamiento ético del oficiante.”    

Esto plantea, a mi entender, dos movimientos del acontecer subjetivo. “En los comienzos de la vida…”, el autor está hablándonos de la constitución misma del sujeto, “de la vida” subjetiva. Vida subjetiva gestada por la incidencia del discurso del Otro que trae aparejado identificaciones demandadas, exigencias de ser. El niño escapa al vacío-en-ser primordial de quien es meramente algo – puro objeto – para alguien (definición de signo que Lacan toma de Charles S. Peirce) haciéndose alguien para algo. Devenir sujeto es un proceso. El niño deja de ser algo manipulado por la Omnipotencia materna primitiva, para devenir sujeto que hace algo, por ejemplo, jugar. Sujeto del juego, sujeto del sueño, sujeto del síntoma, etc., todos estos nombres del sujeto del deseo inconsciente en su agenciamiento del significante. También podríamos decir que el niño deja de ser parte del Otro y deviene partícipe en el Otro. Es decir, a su infantil modo, toma la palabra, a su infantil modo, piensa críticamente. Pensar críticamente, siguiendo esta línea, implicaría regresar a esa inocencia de la infancia (transformarse en Niño, según Zaratustra), allí donde la potencia subjetiva no era sin ludicidad actuante. No obstante, si bien las identificaciones-auxiliares que gestan el ser alguien y el ser partícipe son subjetivantes, de todos modos, se es alguien y se es partícipe en el Otro.

Lo mismo sucede cuando, ya jóvenes o “adultos”, transitamos por nuevas instituciones, por eso Ulloa también habla del  “aprendizaje de nuestros trabajos”. Sabemos, en efecto, que el ciclo se repite, y que en esa reiteración se transfieren muchas de las vivencias vividas en la temprana infancia y los clisés que el sujeto fijó para afrontar lo que en cada institución, en cada Otro particular, no cierra ni se deja encerrar: lo real del Otro. Ahora bien, lo interesante – es decir, el desiderátum o “aspiración” de todo oficio - es poder ir más allá del Otro, es decir, darle cabida a la singularidad de un estilo que se descuente de lo ya instituido. Para ir más allá del Otro, hay que bancarse su falta, su inconsistencia. Romper con las estandarizaciones implica un agenciamiento que pueda subvertir el orden identificatorio-auxiliar, necesario pero no suficiente para que exista pensamiento crítico. La ética del psicoanálisis, en particular, se caracteriza por conllevar esta exigencia de singularidad por parte del oficiante:

“Toda concepción del análisis que se articule (…) definiendo el final del análisis como una identificación con el analista, delata así sus propios límites. Todo análisis cuya doctrina es terminar en la identificación con el analista revela que su verdadero motor está elidido. Hay un más allá de esta identificación, y está definido por la relación y la distancia existente entre el objeto a minúscula y la I mayúscula idealizante de la identificación.”    

Me ahorro tener que “explicar” escolarmente esta compleja cita. Simplemente sigo trayendo agua para mi molino discursivo y para afirmar la lógica de la lectura que vengo realizando. Aquí hay dos caminos diferentes. Un camino de mismidad y de reproducción acrítica, por un lado, y un sendero tendiente a la emergencia de una singularidad, por otro. También, podríamos decir, un camino que se queda en la exactitud y otro que va hacia la verdad. Esta diferencia la retomaré más adelante.    

Habitualmente solemos creer que «la falta» es sinónimo de impotencia, de insatisfacción, de inquietud, de fracaso, de malestar, etc. Pero es preciso señalar que todo esto no es lo nodal de la falta, sino que son tematizaciones, versiones de la misma. La falta, implica, más bien, movimiento, producción, devenir y, en tanto allí se despliega nuestra potencia, en última instancia, «alegría». Los espíritus alegres son aquellos que se mofan de las vetustas verdades eternas e incuestionables, de la rigidez mortuoria de la homogeneidad zombie, propia de la masa, de la muchedumbre (en el sentido de una intensificación de lo imaginario). Es un lugar común el falso pensador que reza enunciados congelados. Allí predomina la momificación ascética, esto es, la sacrificial entrega a preservar y conservar algo sin vida. «Sin vida» quiere decir: sin el empuje genuino y determinante del deseo de quien enuncia por cuanto dicha potencia es un deseo no liberado aún. Un deseo liberado, una voluntad de poder despierta, fue de la estulticia al desasimiento. Es decir, de la tonta convicción de ser agente del deseo hacia el hecho crucial de posicionarse como causa del deseo del Otro:




Que ciertos universitarios enseñan a no pensar, es cosa que a todo el mundo resulta evidente. A veces sueño con una Universidad menos falsamente crítica y más hondamente comprometida. Que la tecno-jerga academicista no anule el espíritu crítico y el deseo de agenciarse de lo instituido en pos de dar cabida a contribuciones instituyentes. El compromiso subjetivo que no es el comprometedor pacto, ligazón mercantilista o burocrática, ligazón sin corazón, en definitiva. El compromiso del estilo de vida, del oficio, del savoir-faire, de poner el cuerpo, del deseo. La ligazón religioso-militarista al “dueño de la verdad” es lo manifiesto de una debilidad (mental) latente inconfesada y no asumida como tal. Se trata de un sí-mismo que “ya es incapaz de hacer lo que quería por encima de todo: crear algo, superándose a sí propio” (Nietzsche).

¿Ha escuchado, usted lector, hablar del superyó? ¿Ha escuchado el chirriante zumbido de su tronador presagio? Sierpe que se agazapa tras las más bellas formas del mundo, es esa ladera imperativa de la colina del lenguaje donde el «Teatro» en su maquínico hermetismo intensifica el sujetamiento. Hablar se troca en repetir signos ya hablados, en ronronear o ladrar esbozos fallidos de palabras caducas, predicar al vacío o escuchar sin oídos. La palabra, el universo que habitamos y que nos define, se transforma en un demonio sarcástico que hace brotar mil maldiciones de toda flor posible, mil venenos en todo árbol habido y por haber, sangre negra en cada niño inocente. Pero ese letal enemigo de la vida que es el superyó puede ser combatido. Hay que poder decirle que no al goce al que ese espíritu de la pesadez invita.

La inercia libidinal es la causa del detenimiento en el crecimiento subjetivo y, por ende, cultural. La juventud que no confronta generacionalmente, que no disiente ni polemiza realmente, en espacios y ámbitos donde el decir tenga efectos y consecuencias, es una juventud que está destinada a perderse en el olvido, en donde moran tímidamente las almas cobardes y timoratas, dubitativas y cansinas. Esa juventud resignada queda… re-signada, o sea, demasiado agarrada por el destino confeccionado para ella ad hoc. Decía el sociólogo francés Pierre Bourdieu:

“La lucha simbólica pone en juego el monopolio de la nominación legítima, punto de vista dominante que, al hacerse reconocer como punto de vista legítimo¸ se hace desconocer en la verdad de punto de vista particular, situado y fechado.”

El poder de la nominación legítima es el poder de definir qué es lo verdadero, qué es la realidad, qué es lo válido, qué es lo justo, cuál es la interpretación correcta y exacta… y que no lo es. La lucha simbólica implica la confrontación por ese poder de hacer valer la propia posición, de que mi palabra y mi versión sean consideradas en el juego. Cuando una juventud acrítica reconoce el statu quo quedando atrapada en los estrechos confines del sentido instituido de las prácticas y de las instituciones por las que dicha juventud circula, entonces, se desconoce así el carácter contingente y no absoluto de la versión predominante. Ceguera determinante que garantiza la preservación de lo dado y que oblitera toda pretensión transmutadora, del mundo y de mi ser en el mundo. El destino es el síntoma, en tanto el síntoma es el precio que la voz reprimida se cobra cuando no se la quiere escuchar.

El miedo es la aparición espectral por excelencia que se avalancha sobre el alma joven. Mil sucesos le han enseñado a desconfiar de sí, pero en un sentido aplastante y no movilizador, sino inhibitorio, paralizante. No es lo mismo “no correr peligros” que “no correr el riesgo.” El miedo implicado en la segunda expresión, juega para la quietud. Es preciso desestructurar esa quimera maléfica, tomar la posta del deseo prometeicamente (aunque el Otro no nos la quiera pasar) y transitar nuevos rumbos en nuestro navío «esperanza humilde» no sin nuestro cañón de guerra «la palabra jugada».

Muchas orejas yacen aturdidas por el zumbido de las abejas de la muerte, a consecuencia de verse hinchadas como ratas por la pútrida miel del amor infernal, ese canto de sirena que “busca subyugar una libertad para refugiarse en ella del mundo” (Sartre), es decir, para escabullirse pusilánimemente de lo real, de la castración y del devenir.

“Dilata tu nacer para la vida que anticipas tu ser para la muerte”, le decía el poeta Luís de Góngora a la vana rosa. “Yo no moriré nunca” pretende el Amo que rechaza su castración, su falta, su deseo, su condición perecedera, transitoria. Por eso, el Amo perverso propone salidas falsas, sintomales, renegatorias, que hagan las veces de. El Amo perverso quiere que el esclavo no se libere jamás de las cadenas que él ha dispuesto sobre su cuello, en miras de preservar su consistencia de ser, su goce de Amo, su completitud narcisista. Panorama ilusorio donde se cree que el Amo tiene un esclavo. Atadura sado-masoquista que debe ser subvertida. El trasfondo de la compasión y de la comprensión incondicional es el aguijón venenoso del Saber sobre el otro. Ser comprendido, anhelo cuya doble significación debería alertarnos: ¿ser abarcado, totalizado por el Otro? Posición soberbia la del sujeto que se pretende Amo que implica un inconfesado sometimiento. El Amo propone alienación encubierta, toma la posta por el esclavo, allí donde el esclavo es el resultado de un sujeto que ha cedido de sus responsabilidades. El precio que paga el sujeto que cede sus responsabilidades a otro, sea el que fuere, es la propia objetivación.

El Amo quiere responsabilizarse de la vida de cualquier sujeto dispuesto a ceder, eso lo esclaviza a su vez al Amo ya que el sujeto que llega a Amo es aquel que tomó a su cuenta las responsabilidades del otro, pero cedió las suyas. Amo y esclavo son dos caras de una misma moneda, dialéctica de la demanda y del goce. El deseo está del lado de la falta, allí donde el esclavo transita ya sin cadenas por el desierto y donde el Amo se confronta con su incompletitud, con que lo que quería era amar y no someter, pero su miedo lo traicionó y amando, ató.

En la Hermenéutica del sujeto, Michel Foucault sitúa tres técnicas ligadas al navegar en tanto metáfora alusiva a la propia conversión espiritual. La medicina, el gobierno político y el cuidado de sí. Este último es muy riesgoso confundirlo con la psicoterapia. Nada que ver. La psicoterapia conduce a lo peor. El cuidado de sí, bien interpretado, está ligado al pensamiento crítico como desplazamiento, movimiento, esfuerzo, trayectoria.

¿Puede una madre querer…? Esta pregunta es inquietante enigma. Pero suponiendo que sea afirmativa nuestra respuesta, emerge – y urge – la pregunta respecto de qué hace cada cual por equivocar ese fulgurante poder devastador (en el sentido de que ese goce tiende a obliterar nuestra carencia de ser). El hecho humano es falta-en-ser en tanto es interpretación del Otro. Pero hay más allá de ese angustiante e incesante sentido del Otro, omniabarcador. Sólo que dicho más allá, algún costo, ha de llevar. Más allá del bien y del mal, más allá del principio del placer… Me pregunto por el sentido de la tierra y no lo tiene. Esto hace que la dominación sea inminente, ya que necesitamos el sentido. Somos seres de sentido, efectos de sentido, llenos de sentido: el sentido nos constituye en cuanto tales. Pero el exceso de un-sentido, cuando pretende suturar el núcleo de sinsentido que motoriza la búsqueda misma de sentido, mortifica. La manipulación, el dominio, etc., son cuestiones que deben sintonizarse con el orden de la satisfacción que el hombre obtiene del hecho de “mamar” un sentido ready made, o bien, del hecho de imponerle al otro, a mi semejante, mi verdad. De este modo, lo “objetivo” no deja de ser nunca más que lo subjetivo del otro. Si es la historia lo que introduce la verdad en lo real (Lacan), ergo, es aquel que la define, el que la escribe, el que triunfa (y no a la inversa). Lo objetivo es el reconocimiento universal que implica el desconocimiento de un particular subjetivo ahora entronizado. Lo exacto es instauración posterior de un movimiento subversivo primero que interpreta lo que es dándole un nuevo sentido (y, de ese modo, transformándolo). Exactas serán las representaciones que se adecúen a la interpretación consolidada y que no tiendan a ponerla en peligro, enjuiciándola. Heréticas (y falsas) serán las versiones que se desvíen del conjunto de los enunciados admitidos y que pretendan, en su lucidez y lúdicidad, ensanchar los parámetros de sentido y la vitalidad imaginativa de un universo dado.

Muchos medios de comunicación masivos (mass media) buscan construir la imagen de un relator neutro e imparcial que, cual “voz en off”, describe una realidad en sí, dada, consistente e igual a sí misma. Mas, esto reniega del posicionamiento perspectivista subyacente solidario de un beneficio inconfesado (inclusive para sí mismos). Es tarea del pensar crítico ser «agente de división», esto es, causa de análisis, de multiplicación de matices, del incremento de posturas no nominadas o explicitadas hasta entonces. Se trata de señalar lo que ya está ahí en acción, siendo el síntoma no más que su fachada. Si el superyoico pensar tiene como objetivo objetivar, unificar, consolidar, robustecer y fortalecer “lo que se cree”, el pensar controversial debe pretender la fragmentación y el quiebre, la apertura y la liberación. Decía Karl Jaspers:

“… sólo llegamos a ser nosotros mismos en el remontarnos por encima de la sujeción a las pasiones, no con la extirpación de éstas. Por eso tenemos que atrevernos a ser hombres y a hacer lo que podemos, para avanzar hasta una independencia con contenido. Entonces padeceremos sin quejarnos, dudaremos sin hundirnos, nos conmoveremos sin derrumbarnos totalmente, cuando se haga dueño de nosotros lo que brotará de nosotros como independencia interior.”

Podríamos agregar: una independencia de nosotros mismos. ¿Cómo? Esto es, de esa persistente “esencia” que busca imponerse permanentemente, de esa fijeza mortificante que hace que se vaya la palabra, el amor, el deseo, la ternura, el cariño, el humor. Lo pasional-pulsional nos domina en el origen al ser seres que padecemos la sexualidad y no sus agentes. Inauguralmente, somos objetos del goce y del deseo del Otro. Ahora bien, la extirpación de eso pasional-pulsional primitivo, como lo señalaba Freud, es imposible sin la eliminación misma del sujeto y de la Cultura:

“Según la teoría psicoanalítica, los síntomas de las neurosis son satisfacciones sustitutivas, desfiguradas, de fuerzas pulsionales sexuales a las que, por obra de resistencias interiores, se les denegó una satisfacción directa. Más tarde, cuando el análisis rebasó su campo de trabajo originario y pretendió aplicarse a la vida anímica normal, intentó demostrar que esos mismos componentes sexuales, susceptibles  de  desviarse  de  sus  metas  inmediatas y de dirigirse  a otras, aportan las más importantes contribuciones a los logros culturales del individuo y de la comunidad.”

La Cultura implica cierto cercenamiento del goce autoerótico en pos de la inversión de esa fuerza en metas “más elevadas”, es decir, una elaboración libidinal con cierta pérdida. De hecho, podríamos decir que la Cultura es en cierta medida el efecto, el producto de esa renuncia, de esa elaboración (decíamos algo parecido del yo). Si predomina el goce, estamos hablando de la pulsión de muerte y de la decadencia cultural. La neurosis es aquella posición subjetiva que apela a la represión y a la fantasía para velar algo de ese real gozar primigenio, que angustia. Resistencias interiores ligadas a puntos de un goce fijado, petrificado y sujetador, delimitan la represión de aquellas pasiones emergentes que no coincidan con la demanda de ese goce autoerótico que marcó. Pero esto puede detener el crecimiento subjetivo.

El neurótico – que no sabe qué perdió pero sí que perdió -, satisface a las antiguas pasiones pero sólo sustitutivamente, ya que atravesó la castración. Darle pleno acceso a lo nuevo implicaría aceptar que se aceptó lo real. Mejor no saber que se sabe. A mitad de camino entre lo real y lo fantasmático, he allí al neurótico. Para el psicoanálisis, no hay sorpresa sin reubicación del resto como resto. Remontarnos realmente por encima de la sujeción a las pasiones primitivas (que ahora habitan en los síntomas y en el yo, el cual tal vez no sea más que un modo particular de aquellos), implicará pues, ceder de aquellas versiones sustitutivas destinadas a sosegar el deseo (el a en el fantasma).

El goce aporta el material libidinal con el que se construye escénicamente el fantasma, función que sujeta al deseo en cierto circuito significante cerrado a lo diferente (a lo real), siempre dentro del principio del placer. Empero, el deseo aparece como una fuerza instituyente que reclama realizarse y concretizarse en una realidad no renegatoria, es decir, no sintomática. Hay creencias y amores que de-tienen (el amor-garra, como yo lo llamo), creando así férreos adeptos dispuestos a velar perversamente su castración, haciendo primar el principismo y la civilidad, el decoro y el “lameculismo”, en suma, el “no fallarle al Otro”. Pero también hay creencias que motorizan, que impulsan, que activan y que despiertan. Hay amores infernales, teorías y teatros dictatoriales. Pero, también, amores vitalizantes, no esclavizantes sino que provocan seductoramente la edificación de altivos paisajes. Hay versiones y versiones. La versión de un hombre entero, debe, necesariamente, no ser «lenitiva», es decir, no puede pretender lo imposible. Pretender lo imposible sería, por ejemplo, querer que el deseo ceda en su movimiento constante y transfigurador, que se conforme con lo que el fantasma le ofrece. Que el deseo se sosiegue. Pero el pensar crítico, apuesta más al sinthome que al síntoma, es decir, apuesta a la construcción de una versión cuya función no sea la de evadir la castración sino su aceptación genuina. En otros términos, el pensar crítico, apuesta a que la ´esencia´ caiga como resto y a asumir esa pérdida para que devenga causa. La palabra asumir brilla en su equivocidad, en tanto nos pone de cara al hecho de tener que hacerse cargo, de responsabilizarse, de la pérdida.

La “independencia interior”, antes nombrada por Jaspers, podemos pensarla en estos términos.

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