“El neologismo remite pues a la suprema, oscura y omnipotente intencionalidad del Otro absoluto. Un Otro en el que no falta nada porque el psicótico en su desubjetivación ha taponado la ausencia significante en el Otro.” (ENRIQUE RIVAS. PENSAR LA PSICOSIS)
La subjetividad psicótica encuentra entre sus síntomas por excelencia los trastornos del lenguaje. La experiencia psicótica pone de manifiesto al significante en lo real, por fuera del campo imaginario del sentido. Nos enseña a pensar en las dificultades de una existencia no orientada por la ley del deseo, la ley del intercambio social, la lógica filial referida a una genealogía simbólicamente ordenada. Nos muestra que no hay sino sujeto historizado, entramado, ubicado en una ficción que lo soporta y que cuando eso no se constituye de manera más o menos acabada, todo pende de un hilo frágil siempre presto a cortarse infinita y desgarradoramente.
A la vez, dentro de los trastornos del lenguaje, el paradigma de la experiencia psicótica es el neologismo. Este se caracteriza por ser la cúspide de un neo-código, de un neo-lenguaje donde el goce del Otro se intenta limitar. El neologismo psicótico condensa al goce del Otro y al goce mismo del sujeto psicótico atormentado por esa virulencia fenomenal que lo destruye subjetivamente, que lo planta en la posición de objeto desecho, resto, basura.
Tenemos que pensar el neologismo como un nuevo significante que nomina a este sujeto –siempre precario, siempre paródico- que es el psicótico desencadenado en su intento de curación. Nomina su goce, intenta introducir una discontinuidad y poner un coto a la desintegración esquizofrénica. Suple al significante forcluido, el significante paterno. El delirio aparece como una cuarta consistencia que viene a intentar anudar el desanudamiento de RSI:
“Cuando el psicótico nomina su constitución como objeto del goce del Otro a través del delirio o de su lenguaje neológico está intentando anudar con su cuarto registro las tres consistencias desanudadas.” (E. Rivas)
El psicótico es “charloteado”, hablado, ordenado, observado, vigilado, cuchicheado por el Otro. Un paciente escribe sugerencias dentro de un “pacto social” dirigidas al nuevo presidente que asumirá el gobierno el próximo 10/12/2019 y cuando se le pregunta si intentará hacérselas llegar por algún medio dice: “Alberto ya las está escuchando”. Ese es el Otro del psicótico, un Otro absoluto, cuyo goce y saber son totales y sólo mediante el delirio o la estabilización que supone la metáfora delirante puede acotarse tal omnipotencia, efecto de haber quedado estructuralmente como objeto de goce de la madre.
La locura de a dos –de a tres, de a cuatro, etc.- da cuenta de un lazo social absolutamente conectado al Otro, como si se tratara de un amor extático o de una ética acorde a lo que plantea Levinas: la ética como la apertura radical al otro. Como si dijéramos que el psicótico, en su locura de a dos, hace existir la relación sexual, de manera delirante (así como el neurótico a través de su fantasma recrea la inexistente sexual relación a su manera). Y eso puede estabilizar, en razón de lo cual las medidas punitivas de separación de los “amantes” puede resultar totalmente contraproducente.
Es en la psicosis donde el síntoma aparece más ligado a la estructura del lenguaje, donde mejor se ve que el ser humano es un ser hablado, antes que un ser hablante. El campo del lenguaje es el campo del goce de lalengua y el inconsciente será un saber-hacer con dicha opacidad originaria. El inconsciente supone ya una distancia, un corte, una separación con respecto a la mónada primitiva del goce. El inconsciente es la represión sustractiva del goce que mejor no. Su no-constitución implicará una inmixión entre principio de realidad y principio de placer aplastante. Una inmixión entre proceso primario y proceso secundario. Goce y significante no se divorciarán sino a costa de un esfuerzo radical siempre al borde del fracaso, que es el fracaso del sujeto por posicionarse como tal, frente al peligro acechante de devenir objeto por fuera del lazo social.
El Edipo rechazado retorna desde lo real. “Almicidio” puede significar, de ese modo, la relación incestuosa con el padre. El padre schreberiano es un padre no atravesado por la Ley de la castración. No fue un padre tierno, que haya depuesto su satisfacción pulsional en pos de que surgiese el sujeto del deseo, para lo cual sería necesario darle lugar al niño. Las pulsiones deben ser declinadas en su fin gozoso. Si el hijo es objeto directo de un superyó parental feroz, las consecuencias de tanta pulsión de muerte ilimitada aparecen en el sujeto como una división no acaecida. No opera la represión sino la forclusión. Mecanismo que supone un enérgico rechazo de la castración y, en definitiva, del sujeto.
El delirio es un neo-logismo, una nueva lógica. El “loco” no es una bestia irracional. Es un sujeto del diálogo y por qué no de la palabra. Alguien junto a quien, mediante la escucha y la conversación, se podrá restituir al menos parcialmente la condición subjetiva -tal vez no con las características del neurótico y su novela, pero sí restituir un sujeto del lenguaje que, con sus recursos singulares, tratará de reducir autónomamente ese su sufrimiento imparable que suponen el significante en lo real, el goce en el cuerpo, la desagregación de la realidad imaginaria oscurecida por la no-extracción de aquel objeto que, desde el psicoanálisis, pensamos que debe estar perdido para poder operar como causa del deseo.
Dejar de ser la causa del goce del Otro no es poca cosa. La escucha analítica puede contribuir, desde su lugar de testigo, a ese trabajo subjetivo de re-anudamiento de los registros desencadenados. Será el analista quien deberá convertirse en semblante de objeto condensador de goce, luego de un momento inicial donde más bien hubo de haber puesto en juego su propia división subjetiva,a los fines de conmover algo de la rigidez sufriente del sujeto en la psicosis.
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