“La lucha
simbólica pone en juego el monopolio de la nominación legítima, punto de vista
dominante que, al hacerse reconocer como punto de vista legítimo, se hace
desconocer en la verdad de punto de vista particular, situado y fechado.”
(Pierre Bourdieu, 1984)
Introducción
En este artículo nos proponemos comentar
el libro del sociólogo francés Pierre Bourdieu dedicado a la investigación
crítica del mundo universitario francés, Homo
academicus (1984). Vale aclarar que este comentario no pretende ser una
indagación exhaustiva sobre las ideas allí apuntadas por el autor, ni una
crítica académica profunda sino más bien un sencillo recorrido selectivo al
modo de un acercamiento al material en cuestión para algún futuro posible
lector, en miras de provocar cierto interés en su lectura.
Homo academicus se trata de una investigación que recae sobre el campo universitario, la cual busca
delimitar las particularidades del mismo (los habitus, las ilusio, las distintas formas de capital, las jugadas posibles, las
tácticas desarrolladas, los actores, etc.) y analizar racionalmente, a su vez,
los distintos movimientos dados en el campo en cuestión pero también más allá
de él (más allá que se analiza
especialmente en el Capítulo 5, “El momento crítico”). Las imbricaciones
singulares de los diversos agentes entre sí, los pliegues, despliegues y
repliegues de las disímiles estrategias en juego inasequibles para la intuición
ordinaria, las jugadas de los sujetos que apuestan (y que creen), las
posiciones y las disposiciones de los actores y la distribución entre dominantes
y dominados; todo este análisis, bajo la égida de un intento de ruptura para
con las falsas conjeturas que el sentido común realiza y tratando de apostar a la
objetivación crítica propia de un investigador, en el marco de una obra
compleja y para nada simple, que requiere para ser comprendida mucho más que
una lectura superficial, desde luego. Empero, quienes conocen a Bourdieu - su
estilo, su lenguaje – no habrían de esperar menos.
“¿Un “libro para quemar”?”
Desde luego, por lo demás, que
nos encontramos frente a una obra polémica y arriesgada, máxime cuando el mismo
escritor ocupa un lugar – y no cualquier
lugar – dentro del ámbito que pretende someter a objetivación. Esta
particularidad es señalada insistentemente por el propio Bourdieu en su
introducción al asunto, el Capítulo 1 que lleva el título de “¿Un “libro para
quemar”?” (aunque también podemos encontrar algo muy semejante en el Posfacio, “veinte años después”):
“Al tomar por objeto un mundo
social en el que uno se halla comprendido,
se obliga a tropezar, bajo una forma que podría llamarse dramática, con una cierta cantidad de problemas epistemológicos fundamentales,
ligados todos ellos a la cuestión de la diferencia entre el conocimiento
práctico y el conocimiento erudito, y especialmente a la dificultad particular de
la ruptura con la experiencia nativa,
originaria, y de la restitución del conocimiento obtenido al precio de dicha
ruptura. Uno sabe qué obstáculo representan para el conocimiento científico
tanto el exceso de proximidad como el exceso de distancia, y la dificultad de
instaurar esa relación de proximidad como rota y restaurada que, al precio de
un largo trabajo sobre el objeto pero también sobre el sujeto de la
investigación, permite integrar todo aquello que no se puede saber a menos que
uno lo sea y todo aquello que no se puede o no se quiere saber porque uno lo es.”[1]
De este modo, Bourdieu nos
introduce a un extenso y riguroso desarrollo de los recaudos epistémicos adoptados
por el investigador en miras de ejercer la objetivación pretendida sin caer en
una postura panfletaria, chismosa o gratuitamente calumniadora.
Por otro lado, la lógica del
análisis científico, al estar del sociólogo, nada tiene que ver con una cacería
de brujas o una denuncia de sujetos maquiavélicos que comandarían el campo a su
antojo cual si se tratara de un aparato
pasible de ser regulado por las intenciones y/o las voluntades individuales y/o
colectivas. Hay aquí una lógica que trasciende esta búsqueda victimizada de
“responsables”. Pese a ello, tampoco debería estimarse que el análisis
científico pretende disolver las responsabilidades subjetivas de cada agente en
cuestión respecto de su posición en
las relaciones objetivas que lo comprometen (conciente o inconscientemente). Comprender
una “inocencia” no equivale a justificarla sino que, estos medios que llevan a
su entendimiento, son los mismos que posibilitan su transformación. El
conocimiento científico de las leyes que determinan el campo, pues, conlleva el
resitúo de la responsabilidad precisamente allí donde se encuentran las
libertades que el sistema delimita,
sin caer entonces en un fatalismo o en un cinismo cobardes que pretendan
liberar a los agentes de la obligación de tener que responsabilizarse de su
posición.
Bourdieu, en este primer
capítulo, deja traslucir un cierto pesimismo esperanzado en el que el
pensamiento crítico si bien no es un superhéroe, no obstante, puede servir como
una herramienta genuina de apertura liberadora:
“La sociología induce demasiado
poco a la ilusión para que el sociólogo pueda pensarse aunque sea un solo
instante en el papel de héroe liberador. No obstante, al movilizar toda la
experiencia científica disponible para intentar objetivar el mundo social,
lejos de ejercer una violencia reduccionista o un imperio totalitario – como se
lo pretende a veces, particularmente cuando su trabajo se aplica a aquellos que
pretenden objetivar sin ser objetivados -, ofrece la posibilidad de una
libertad, y puede esperar al menos que su tratado de las pasiones académicas sea
para otros lo que ha sido para él mismo: el instrumento de un socioanálisis.”[2]
“El conflicto de las
facultades”
De este segundo capítulo, pueden
extraerse varias ideas realmente muy interesantes que constituyen, a nuestro
entender, los pasos decisivos que abren la investigación de Bourdieu. Nos
referimos a la objetivación que el sociólogo realiza situando con justeza la
ubicación del campo universitario en general - y de los profesores
universitarios en particular - con respecto a otros campos diferentes. El mejor
modo que encuentra el pensador francés de situar dicho campo es en el entre. Ahora bien, podríamos
preguntarnos: ¿entre qué y qué? Bourdieu responde: entre el campo de los
patrones de la industria y el comercio – dominantes en el campo más abarcador del
poder – y el campo intelectual,
constituido por los escritores y artistas, a quienes los profesores
universitarios dominan en el ámbito de la producción cultural en tanto poseedores
de una forma de capital mucho más institucionalizada
(la universidad y sus particularidades). Es decir, dentro de la tenencia de
esa forma de capital menor en la
estructura general del poder que es el capital
cultural, el campo universitario aparece como más poderoso respecto de la producción
de los escritores y artistas.
El autor comenta que es a partir
del siglo XIX como el campo universitario comienza a adquirir cada vez mayor
autonomía respecto del campo del poder económico o político pero también
respecto del campo intelectual. El grado de adhesión al orden dominante y la
integración social de un campo permiten distinguirlo de otros campos. De este
modo, nuevamente el campo universitario ha de aparecer en el entre respecto de los otros dos campos nombrados
recién.
Esta autonomía del campo
universitario respecto de otros campos, no obstante, no legitima considerar que
el mismo sea una unidad coherente y sin desarmonías internas, sin diferencias y
conflictos. Podríamos señalar que la noción de campo encierra más bien una objetivación legítima según la cual el
investigador recorta de lo real una zona que presenta cierta homogeneidad para con otras zonas de lo
social (de las que, en tanto igual a sí
misma, se diferencia por ello) pero, al mismo tiempo, una heterogeneidad interna específica que la
rubrica en tanto tal. El campo sitúa,
por un lado, un sitio de homogeneidad social que habilita la discontinuidad epistémica (el recorte
sobre lo real) y, por otro, un espacio de heterogeneidad específica que da
lugar a cierta continuidad formal (la
convergencia de fenómenos que parecerían no estar imbricados entre sí desde la
perspectiva de la doxa).
Al hablar del “conflicto de las
facultades” – tal es el nombre del capítulo 2 – Bourdieu nos invita a
considerar el intra-juego dado en el campo entre dominantes y dominados y,
a su vez, a considerar las diferentes especies de capital. Se trata de la heterogeneidad
de la que hablábamos más arriba, la cual da la consistencia necesaria a la
idea de un campo universitario. Esta
consistencia singular, no obstante, no debería llevar a creer que el campo
universitario se aleje mucho de la estructura superior del campo del poder. Tal
como lo señala Bourdieu: “El campo universitario reproduce en su estructura el
campo del poder cuya estructura contribuye a reproducir por su propia
acción de selección e inculcación. En efecto, es en y por su funcionamiento en
tanto espacio de diferencias entre posiciones (y, al mismo tiempo, entre las
disposiciones de sus ocupantes) que se lleva a cabo, fuera de toda intervención
de las conciencias y de las voluntades individuales o colectivas, la
reproducción del espacio de las posiciones diferentes que son constitutivas del
campo del poder.”[3]
Esta reproducción es la implicada a la hora de distinguir entre
dominantes y dominados, escisión cuya configuración particular en el campo
universitario aparece como sigue: “…las facultades temporalmente dominadas,
facultad de ciencias y, en un grado menor, facultad de letras, se oponen a las
facultades socialmente dominantes, que a este respecto prácticamente se
confunden, facultad de derecho y facultad de medicina, por todo un conjunto de
diferencias económicas, culturales y sociales, en las que se reconoce lo
esencial de lo que constituye la oposición, en el seno del campo del poder
entre la fracción dominada y la fracción dominante.”[4] Para decirlo con otras palabras, dentro
del mundo universitario no cesan de escribirse las diferencias irreductibles que
atraviesan a la sociedad en sí.
Entre las páginas 65-9 el lector
encontrará algunos indicadores interesantes que sustentan la investigación de
Bourdieu. Se tratan, principalmente, de diferentes indicadores o referentes de
las distintas formas de capital: capital
heredado o adquirido, capital académico, capital de poder universitario,
capital de poder o de prestigio científico, capital de notoriedad intelectual,
capital de poder político o económico. Es en función de considerar estos
referentes de capital cómo Bourdieu descubre que el campo universitario está
organizado según dos principios de jerarquización
antagónicos. La jerarquía social
sustentada en el capital económico y político y el capital heredado, se opone a
la jerarquía específica del campo, la jerarquía
cultural definida a partir del capital de autoridad científica o de
notoriedad intelectual.
El autor analiza un poco más
profundamente las implicancias de estos dos principios
de legitimación: “… el primero, que es propiamente temporal y político, y
que manifiesta en la lógica del campo universitario la dependencia que ese
campo tiene con respecto a los principios vigentes en el campo del poder, se
impone cada vez más completamente a medida que uno se eleva en la jerarquía
propiamente temporal que va de las facultades de ciencias a las facultades de
derecho o de medicina; el otro, que se funda en la autonomía del orden
científico e intelectual, se impone cada vez más claramente cuando se va del
derecho o a la medicina a las ciencias.”[5]
A partir de este análisis,
Bourdieu realiza un matiz en la idea de integración
social (como característica a graduar en los distintos agentes): a su
estar, la objetivación permite leer más bien el grado de integración al orden social, “en una palabra, una medida de lo que
podríamos llamar el gusto por el orden.”[6]
Desde luego, las cuestiones
desplegadas en este segundo capítulo son mucho más vastas y profundas,
exigentes de una lectura pormenorizada. Pero, vale decirse, para nada se trata
de un denso manual de terminología sociológica y, con cierto entusiasmo, la
lectura se vuelve ligera y entretenida por la lucidez misma del autor y la
ingeniosidad de su discurso, el cual juega permanente en dos puntas: por un
lado, recabando datos objetivos a partir de los instrumentos de medición
pertinentes; por el otro, interpretando agudamente y con creces estos elementos
y trasmutando cada simple detalle en la ocasión de una contundente sentencia de
análisis.
“Especies de capital y formas de poder”
El poder universitario (político,
económico, administrativo) y el prestigio científico definen los dos poderes
que rigen el mundo universitario, bipolaridad que deja a la facultad de letras y
ciencias humanas en un espacio intermedio
en el que las tensiones entre ambos principios de jerarquización aparecen más
equilibradas en comparación con otras “casas de estudio”, como lo son la
facultad de medicina y la facultad de derecho, por un lado, y la facultad de
ciencias, por el otro.
El poder universitario (temporal)
muestra su neto predominio en las facultades de medicina y derecho, a
diferencia de la dominancia del prestigio científico (más bien intemporal,
aunque Bourdieu no lo defina así explícitamente) situable en la facultad de
ciencias y que da lugar a la emergencia de fundamentalistas
o investigadores puros.
En cuanto a la facultad de letras
y ciencias humanas, en donde se juega el equilibrio de estos poderes, Bourdieu
nos dice: “En efecto, por un lado, participa del campo científico, y por lo
tanto de la lógica de la investigación y del campo intelectual (…), y por el
otro, en tanto institución encargada de transmitir la cultura legítima e
investida por ello de una función social de consagración y de conservación, es
el lugar de poderes propiamente sociales que, con las mismas credenciales que
las de los profesores de derecho y de medicina, participa de las estructuras
más fundamentales del orden social.”[7] Valga
esta cita no sólo para transmitir la idea que venimos subrayando sino también
para destacar la belleza, la lucidez y la simpleza con la cual, a lo largo de
todo el libro, el autor nos define la situación que él encuentra en el ambiente
universitario. Singularidad de un estilo que atrapa, que seduce, que
entretiene.
Un poco más adelante, nos encontramos
con una mayor precisión en relación a estos poderes. Bourdieu objetiva el poder
universitario dentro del ámbito de la facultad de letras y ciencias humanas en “el
dominio de los instrumentos de reproducción del cuerpo profesoral.”[8] A este
poder que se adquiere irreductiblemente dentro
de la institución universitaria, se le opone el poder propiamente científico fundado
en cierta apertura al afuera del
mundillo netamente académico. Bourdieu lo encuentra fundado por “la dirección
de un equipo de investigación, el prestigio científico medido por el
reconocimiento concedido por el campo científico, (…), la notoriedad
intelectual, (…), con la pertenencia a la Academia Francesa y la mención en el Larousse, la publicación en colecciones
que confieren una suerte de estatus de clásico (…), la pertenencia al comité de
redacción de revistas intelectuales, y por último la vinculación con los
instrumentos de amplia difusión, televisión, semanarios de gran tirada (Le Nouvel Observateur), que es el índice
a la vez de un poder de consagración y de crítica y de un capital simbólico de
notoriedad.”[9]
En este capítulo, Bourdieu ahonda
sin cobardía - y no escatimando en absoluto – en la recopilación de aquellos datos
que van haciendo posible y dándole consistencia a sus conjeturas y sus
reflexiones socioanalíticas.
Dentro de la indagación respecto
del poder universitario en la facultad de letras y ciencias humanas, se detiene
especialmente en la lógica de la reproducción
del cuerpo de profesores. Aparece aquí la dimensión del tiempo como un factor que regula la
distribución del poder. Podemos decirlo de un modo muy sencillo: es el tiempo
el que da y/o quita poder. Las posiciones
se ocupan y des-ocupan en función de cierto ritmo especial al que hay que saber
atender ya que de este tacto temporal
dependerá, por lo demás, el éxito o
el fracaso de un agente dado en su
búsqueda de nuevas posiciones y en sus pretensiones de conservar la posición
conquistada.
Citamos al autor: “En todas las
situaciones donde el poder está poco o nada institucionalizado, la instauración
de relaciones durables de autoridad y
de dependencia reposa en la espera como
aspiración interesada a una cosa por venir que modifica duraderamente (…) la conducta
del que cuenta sobre la cosa esperada; y también en el arte de hacer esperar, en el doble sentido de suscitar,
estimular y mantener la esperanza mediante promesas o mediante la habilidad para
no decepcionar, desmentir, o desesperar las anticipaciones, al mismo tiempo que
la capacidad de frenar y de contener la impaciencia, de hacer soportar y
aceptar la dilación, la frustración continua de las esperanzas…”.[10]
Tiempo y poder se articulan íntimamente.
La dimensión temporal regula, sujeta y condiciona el movimiento de las posiciones
y disposiciones de los agentes, las cuales a su vez regulan, sujetan y condicionan
las diferentes estrategias de acción posibles. El buen maestro-político debe saber
“soltar a tiempo” al discípulo prometedor sin retenerlo mucho (lo cual
generaría su frustración y su eventual renuncia), pero sin librarlo demasiado
pronto (arriesgándose así a generar un nuevo competidor por la clientela). El buen maestro-político debe saber
servirse de él para permanecer posicionado como un agente de poder, un “patrocinante” prestigioso, deseable y
demandado en tanto garante del éxito de la carrera del “pretendiente-pollito”
así criado. El buen pretendiente, por su lado, debe estar en sintonía con el
hecho de que el éxito de una carrera
académica está estrictamente signado por la correcta elección de un
patrocinante de poder y no necesariamente de un patrocinante “famoso” (como,
por ejemplo, lo podría ser un Hyppolite, un Canguilhem, un Ricoeur). Como
fuere, debe destacarse que la relación de
dependencia está atada a estrategias recíprocas entre el dominante y el
dominado de cuya lógica ambos extraen (o pueden extraer) algún beneficio.
Se trata, en principio, de
aceptar las reglas del juego: tiene que existir cierta ilusio. La dimensión de la creencia
es irreductible en el sostenimiento de toda esta orquestación sistemática. Orquestación
inconsciente más que deliberada, desde ya, en tanto compromete la puesta en
acción de estrategias del habitus y
no del “sujeto de la conciencia”.
Otro punto de especial interés de
este tercer capítulo del libro en cuestión es el dedicado a lo que Bourdieu
denomina los heréticos consagrados. Básicamente,
se refiere así a aquellos que, a pesar de cumplir funciones de enseñanza, se
dedican principalmente a la investigación
y a la producción de nuevos saberes, interrumpiendo
la lógica netamente universitaria de reproducción del saber y de reproducción del
cuerpo de reproductores del saber (los profesores). No ocupan posiciones muy
dominantes, no dirigen tesis y se los encuentra con mayor frecuencia en las
nuevas disciplinas (o en la articulación de nuevos saberes en las disciplinas
canónicas). Más que “clientes” detentan un poder simbólico basado en alumnos y discípulos
que los siguen y, además, son poseedores de un poder social notable basado en
la circulación exitosa en las afueras del mundillo estrictamente académico. Van
“más allá del aula” (dehors de la classe).
Bourdieu ubica a Lévi-Strauss
como un ejemplo paradigmático de esta trayectoria marginal y exitosa y envidiable a la vez. Al estar del pensador
francés, al darse la existencia de este tipo de agentes, de estos heréticos consagrados, nos encontramos
aquí con la reproducción de una oposición estructural ya situada anteriormente:
“… la oposición entre los profesores más volcados a la investigación y los profesores
más volcados hacia la enseñanza reproduce dentro de los límites del campo
universitario (…), la oposición estructural entre los profesores y los
escritores, entre las libertades y las audacias de la vida del artista y el
rigor estricto y un poco estrecho del homo
academicus.”[11]
“Defensa del cuerpo y ruptura de los equilibrios”
En este capítulo, Bourdieu se
dedica a analizar, tal como lo anticipa el título en cuestión, las diferentes
estrategias llevadas a cabo por los defensores del cuerpo profesoral frente a
la amenazante ruptura de los equilibrios,
es decir, de la homeostasis del campo
universitario hasta antes de las crisis (en especial, la de Mayo 1968).
El sociólogo francés nos previene
de considerar las causas solamente en el orden de las tensiones entre fuerzas internas al campo, ya que también variables externas al mismo producen
efectos para nada insignificantes: “Las transformaciones globales del campo
social afectan al campo universitario, especialmente por intermedio de los
cambios morfológicos, de los cuales el más importante es la afluencia de la
clientela de estudiantes que determina, por una parte, el crecimiento desigual del
volumen de las diferentes partes del cuerpo docente y, por otro parte, la
transformación de la relación de fuerzas entre las facultades y las
disciplinas, y sobre todo, dentro de cada una de ellas, entre los diferentes
grados.”[12]
La posguerra conlleva un
incremento de la tasa de fecundidad y
esto, a su vez, implica un aumento de la tasa de escolaridad el cual repercute hondamente en la morfología del mundo
académico superior en la década del ´60. Por ejemplo, si tomamos como
referencia la facultad de derecho, vemos que el número de 263 docentes y 39.056
estudiantes que había en 1949 pasa a 2.772 docentes y 131.628 en 1969.[13] Por
ello, Bourdieu se propone esbozar, a partir de los datos disponibles, una historia estructural del campo
universitario para delimitar, así, los efectos
de dicho cambio morfológico sobre el cuerpo profesoral en su conjunto.
El crecimiento estudiantil, y su
correlativa necesidad de un incremento en el cuerpo profesoral, implicaron, por
parte de los antiguos defensores del modelo, una renuncia a ciertas condiciones
antiguamente requeridas a la hora de seleccionar a los candidatos como, por
ejemplo, las vinculadas a los títulos académicos, el sexo y la edad. Exigencias
tácitas y hasta inconscientes en el reclutar pretérito y que salen a la luz a
partir de la crisis. Emerge así la gran preocupación por acrecentar el cuerpo
sin contribuir a su degradación: “… lo que está en juego en la política de reclutamiento
es la eternización del modo de reproducción académica cuyo producto es la
competencia de los maestros, y la perpetuación del mercado en el que sus
productos pueden recibir un valor…”.[14]
El estado de la institución
universitaria antes de la crisis ponía en acción un verdadero habitus universitario, es decir, una
reproducción y una aplicación inconsciente y no deliberada de la ley del cuerpo social, ley tanto más eficaz
en su accionar cuanto menos expresa y explícitamente se manifestaba en un
llamado al orden. Las características sociales y académicas de los maestros, constantes
y homogéneas, los tornaba prácticamente meras piezas intercambiables entre sí. Este
estado de cosas, llevaba a una adecuación permanente, en las sucesiones, a los
tiempos propios del status quo: “El
buen alumno es aquel que, ajustado a los ritmos del sistema, se siente y se
sabe retrasado o adelantado y actúa en consecuencia, para mantener las
distancias o anularlas; asimismo, el profesor adecuado es aquel que, habiendo incorporado
la estructura de las edades normales, puede siempre sentirse demasiado joven o
demasiado viejo, cualquiera sea su edad, para postularse o reivindicar una
posición, una ventaja, un privilegio.”[15]
En este capítulo en particular,
como a lo largo de todo el libro en general, Bourdieu se inmiscuye en ciertas
polémicas filosóficas y/o epistemológicas de cierta densidad pero que resultan atractivas
en tanto esclarecen la lectura de los datos estadísticos y demás. Como si el
autor, paralelamente a la explicación detallada de las cuestiones históricas
acaecidas y su reflexión sociológica respectiva, fuese enseñándonos además a cómo
leer su lectura o a cómo leer desde
su lectura. Fisicalismo, mecanicismo, racionalismo, funcionalismo, etc., son trascendidos
por la concepción compleja y elaborada del sociólogo francés quien introduce
nociones especiales (como, por ejemplo, el concepto de habitus) destinadas específicamente a evitar los atolladeros a los
que conducen dichas posiciones filosóficas y/o epistemológicas. Dice Bourdieu:
“Hay que escapar a la visión mecanicista que reduciría a los agentes a simples partículas
arrojadas en campos de fuerza reintroduciendo no sujetos racionales que trabajan
por realizar sus preferencias dentro de los límites de las coerciones sino agentes socializados que, aunque
biológicamente individuados, están
dotados de disposiciones transindividuales, y por ende llevados a engendrar prácticas objetivamente orquestadas y más o
menos adaptadas a las exigencias objetivas, es decir, irreductibles tanto a las
fuerzas estructurales del campo como a las disposiciones singulares.”[16]
Hacia el final del capítulo, el
pensador francés instituye una de las tesis centrales de su posición en
relación a la crisis universitaria. A su entender, se trata de una crisis que
afecta especialmente el orden de las creencias.
El punto de vista dominante que define los principios de jerarquización legítimos
(y que se hace desconocer en su realidad de punto de vista particular, situado
y fechado) conlleva subrepticiamente el reconocimiento
por parte de los agentes del campo por él atravesado en su dominancia, aún
cuando dicha aceptación implícita significara quedar dominado como más no sea temporalmente.
El modo de reclutamiento
pretérito estaba basado en un orden de
sucesiones entre sujetos potencialmente semejantes. Es decir, los antiguos maestros
seleccionaban pares potenciales, agentes
menos poderosos que ellos pura y simplemente por la fe, el respeto y el credo
hacia el orden temporal. Condición sine qua non para garantizarse el acceso
algún día al puesto tan ansiado: “Dotados
de los mismos títulos de nobleza universitaria¸ es decir, de la misma esencia,
los jóvenes y los viejos solamente han alcanzado grados diferentes de
realización de la esencia. La carrera no es sino el tiempo que hay que esperar
para que la esencia se realice. El ayudante es prometedor; el maestro es
promesa realizada, ha pasado ya sus pruebas. Todo ello concurre a producir un
universo sin sorpresas y a excluir a los individuos capaces de introducir otros
valores, otros intereses, otros criterios en relación con los cuales los
antiguos resultarían devaluados, descalificados.”[17]
Las transmutaciones morfológicas de la institución universitaria,
producto de la transformación acaecida en el campo social, transforma el estado
orgánico de la misma dando lugar a una ruptura en el orden dóxico (relativo a las creencias) que gestará un estado
crítico signado por nuevos conflictos internos. Los jefes de ayudantes reclutados
según la nueva modalidad, se confrontan con la frustración irreductible que
significa no poder alcanzar las expectativas
inscriptas en su posición antiguamente, cuando los sujetos que a ella accedían
lo hacían según el modo antiguo de reclutamiento. Comienzan a verse relegados y
privados de poder, además, aquellos que se obstinan en reproducir el ciclo de
la vida universitaria anterior para la cual ciertos emblemas institucionales (tener
el título de normalista o de agregado, por ejemplo) constituían la garantía intachable
de un porvenir exitoso. Esta subversión de la lógica antigua tiene una
correlativa incidencia en el sostenimiento de la fe, especialmente en aquellos que otrora se hubiesen visto
beneficiados.
De este modo, al romperse la credibilidad (ilusio) en el juego, se impone cada vez más la lógica de las luchas
sindicales por sobre la pretérita lógica patrimonial basada en el liberalismo y
en el fair play. Sería erróneo, no
obstante, según Bourdieu, identificar estas luchas con una lucha de clases o un
conflicto al estilo obreros-patrones, ya que se producen intensas discontinuidades que cuestionan la
organicidad de los “grupos” enfrentados (categorías estatutarias como las de
profesor, jefe de ayudantes, adjunto, ayudante, etc.) en la medida en que se
articulan estrategias y alianzas por parte de individuos que hacen mayor
énfasis en su “salvación” personal que en la restitución colectiva y que, por
ello, no coinciden con los agrupamientos sindicales.
“El momento crítico”
Llegando al final de esta poderosa investigación, en el capítulo 5 Bourdieu
se inmiscuye en el análisis de ese acontecimiento
crítico que fue la crisis de Mayo de 1968. Como se sabe, durante la famosa
fecha - “el Mayo francés” – se produjo un intenso levantamiento de protesta por
parte de la juventud universitaria de izquierda que produjo correlativamente un
encadenamiento de protestas semejantes y solidarias en otros grupos (obreros
industriales, sindicatos y el Partido Comunista Francés), sumatoria de posiciones
disconformes con el status quo que decantó
en la mayor huelga general de la historia de Francia, con cerca de nueve
millones de trabajadores adheridos. El sociólogo francés se vale, en este punto,
de las poderosas herramientas de indagación a su alcance para intentar gestar
una concepción menos ingenua de lo acaecido en aquella fecha histórica.
La primera disquisición pertinente que introduce Bourdieu es la relativa
a la diferencia entre el “discurso del buen sentido” y el discurso del
investigador. El primero aparece ligado, pues, a lo que podría definirse como
una visión totalizante que pretende
instaurar una realidad definitiva y casi
siempre acorde a lo que se supone que el mercado potencial busca escuchar. Es
decir, se trata de una simplificación
que rechaza los tiempos propiamente científicos del discurso del investigador, discurso
este último menos preocupado por el “éxito” de sus aseveraciones que por la
rigurosidad de sus conjeturas. Dice Bourdieu: “Una de las razones del retraso
de las ciencias sociales, incesantemente expuestas a una regresión hacia el
ensayismo, es que las oportunidades de obtener un éxito puramente mundano,
ligado al interés de actualidad, disminuyen a medida que aumenta el tiempo
invertido en el trabajo científico, condición necesaria, aunque no suficiente,
de la calidad científica del producto.”[18]
El discurso del buen sentido (o también, por qué no, del sentido común),
aísla acríticamente el momento nodal de emergencia de una crisis tomándolo como
telos, esto es, como final, meta del desarrollo histórico, concepción hegeliana, progresiva y
lineal, donde los agentes del acontecimiento aparecen como clase universal y última
de dicha evolución histórica. Visión escatológica e ingenua que se distingue radicalmente
de la posición del cientista social: “La intención científica (…) apunta a
resituar el acontecimiento extraordinario en la serie de los acontecimientos
ordinarios dentro de la cual se explica, para preguntar de inmediato en qué
reside la singularidad de aquello que no deja de ser un momento cualquiera de
la serie histórica, como bien se lo ve con todos los fenómenos de umbral, saltos cualitativos en los que
la adición continua de acontecimientos ordinarios conduce a un instante singular,
extraordinario.”[19]
Bourdieu estima que la probabilidad de que los factores estructurales que
afectan a un campo particular (y que llevan a manifestar una crisis “local”) empujen
a una crisis más generalizada, se vuelve tanto mayor cuando, paralelamente, en
otros campos están latentes posibles rupturas del orden instituido. La crisis
general aparece como integración de
crisis locales, por cuyas causas Bourdieu se pregunta. Sólo anulando la
singularidad de cada crisis local y prestándole atención a los elementos
convergentes, es como puede concebirse la lógica de sincronización claramente detectable en este proceso de integración
crítica. Sincronización que debe
entenderse, a su vez, como coincidencia,
en el mismo tiempo objetivo, de crisis latentes, esto es, como un proceso de unificación que suspende los límites que
hacen a la autonomía relativa de cada campo y en donde se pone en marcha una orquestación objetiva entre los agentes
de los distintos campos en tanto poseen una identidad
de condición (social), o bien, una homología
de posición (cada uno en su campo particular de pertenencia: “dominados”).
La transformación morfológica apuntada
en el acápite precedente y sus consecuencias (devaluación de los títulos,
frustración de las expectativas, degradación de las posiciones, imposibilidad
de acceso a lo esperado, etc.) son un elemento que no debemos desconsiderar a
la hora de pensar en las causas del “Mayo francés”. Ahora bien, Bourdieu introduce
un preciso matiz en la cuestión de la afluencia
de los estudiantes en tanto sus
efectos no son los mismos en cada espacio del campo académico: “… los efectos
sociales y académicos del aumento del público son tanto más marcados en una institución
educativa (…) cuanto más la predispone su disciplina (…) a servir de refugio a
estudiantes que, en el anterior estado del sistema, habrían sido excluidos o se
habrían eliminado ellos mismos.”[20]
Es en el desajuste entre las
aspiraciones de un agente y las posibilidades concretas de su realización en
donde el sociólogo francés sitúa una convergencia específica entre el campo
universitario y otros campos. Nos brinda el ejemplo de muchos obreros industriales
calificados que vieron con claridad que sus capacitaciones y especializaciones habían
sido en vano en tanto no eran retribuidas acorde a sus expectativas por el
mundo laboral objetivo.
Por mucha estratagema psicológica que se emprenda de denegación de la posición real que los
agentes ocupan en el campo, tarde o temprano, según dure el tiempo mismo del
duelo, la imagen ideal de la posición ocupada, cede, y la lucha frente a la
devaluación que implicó movimientos alternativos para no ver dónde se estaba
genuinamente situado, termina asimismo interrumpiéndose, llevando todo esto a
un profundo cuestionamiento del orden establecido en el que el juego se llevaba
adelante. Aceptación de la falla del sistema que lleva su tiempo pero que termina
saliendo a flote gracias a la emergencia de este catalizador que es la toma de posición por parte de los jóvenes
universitarios otrora excluidos del mundillo académico, en primer lugar.
Bourdieu encuentra en todo esto un modelo general de los procesos
revolucionarios: “… la ruptura objetiva del círculo de las esperanzas y de las posibilidades
conduce a una fracción importante de los menos dominados entre los dominados (…)
a salir del camino, es decir, de una lucha de competencia que implica el
reconocimiento del juego y de las apuestas en juego propuestas por los
dominantes, y entrar en una lucha que se puede llamar revolucionaria en la
medida en que apunta a instituir otras apuestas y a redefinir así más o menos completamente
el juego y las bazas que permiten triunfar en él.”[21]
Al exigir el efecto de sincronización una toma de posición que sea coherente y no disarmónica con la posición
ocupada, la crisis aparece entonces como un verdadero revelador. La crisis conlleva un efecto de politización, un recrudecimiento de las ideologías y la intensificación
de las escisiones inherentes al campo propiamente político. Los atravesamientos políticos son puestos en primer
plano, teniendo esto como corolario la ruptura de los pactos otrora sostenidos
y que hacían posible tanto la coexistencia de dominantes y dominados
así como la existencia misma del juego.
La noción de momento crítico
hace referencia a ese punto histórico donde todo
parece posible. Es decir, donde
no se sabe qué pasará, las referencias habituales se han caído, el mundo ya no
es el mismo. Suspensión de las rutinas, de las prácticas habituales y de los
códigos consensuados. Terror de los dominantes, ilusión de los dominados. Surge
lo impensado, las esperanzas más “locas” tienen cabida, eventos disruptivos
florecen por doquier. Lo que se revela y peligra son los habitus mismos, esto es, las disposiciones inconscientes sostenidas
hasta entonces, acordes al estado orgánico
del campo.
Dice Bourdieu: “La crisis del campo universitario como revolución
específica que pone directamente en cuestión los intereses asociados a una
posición dominante en ese campo tiene por efecto suspender la distancia con
respecto a los intereses propiamente universitarios que la autonomía relativa
de la lógica propiamente política podía introducir: las reacciones primarias
ante la crisis tienen claramente como principio la posición de los docentes en
el campo universitario, o, más precisamente, el grado en que la satisfacción
presente y futura de sus intereses específicos depende de la conservación
o de la subversión de las relaciones de fuerza constitutivas del campo
universitario.”[22]
Para el sociólogo francés, la producción
simbólica colectiva que se despliega durante la crisis no responde ni a una
“adición mecánica” ni a una “fusión mística” de conciencias exaltadas sino que
reproduce, a otra escala, la misma lógica de producción y reproducción inherente
al estado orgánico del campo. Es decir, se realiza siguiendo la dinámica de un
intercambio -casi siempre unidireccional - entre los agentes de construcción y de
definición del mundo social y aquellos a quienes se supone que representan. Grupúsculos
y sectas políticos invaden la escena y toman
la palabra… la palabra del otro, ironiza Bourdieu. En efecto, al estar del
pensador, la emergencia neoplásica de plenipotenciarios y de portavoces competentes
en el manejo de los instrumentos retóricos y de oratoria, conllevó irreductiblemente
cierto movimiento de desposeimiento,
efecto de la delegación del poder.
En este punto, Bourdieu señala la paradójica situación de los sindicatos
y demás grupos destinados a mantener, durante el predominio del estado orgánico,
cierto estado de crisis constante. Al
estallar una crisis genuinamente no-calculada, pues, estos aparatos (partidos
de izquierda, sindicatos de obreros, etc.) se vieron desbordados y hasta vieron
peligrar su misma existencia.
La crisis de Mayo, introdujo una transformación social que trascendió la
estrechez del campo universitario. Tuvo implicancias sociales y culturales
radicales que conmovieron el orden mismo de lo que, en términos de Bourdieu,
llamaríamos los habitus de una
sociedad. Las incidencias del movimiento social acaecido en Francia no dejó de
incidir en otros puntos del mapa. Podríamos mencionar el histórico Cordobazo, por ejemplo, para situar la potencia
de sus efectos incalculables.
La crisis implicó una verdadera revolución
simbólica consistente en una transmutación de los modos de pensamiento y de
comportamiento epocales. Subversiones y conversiones en donde “la revisión
política se acompaña de una regeneración de la persona, atestiguada por los
cambios de la simbología indumentaria y cosmética que sellan el compromiso
total en una visión ético-política del mundo social, instituida como principio
de toda la conducta de vida, privada tanto como pública.”[23]
Luis F. Langelotti. Abril 2013.
Fuente: http://www.revistanuevasvoces.com.ar/index.php/ensayos/item/154-homo-academicus-de-pierre-bourdieu
[1] Bourdieu, P.; “¿Un “libro para
quemar”?” en Homo academicus, Buenos
Aires, Siglo XXI editores, 2012, Capítulo 1, Pág. 11.
[2] Op. cit. Pág. 16.
[4] Op.
cit. Pág. 61.
[5] Op.
cit. Pág. 71.
[6] Op.
cit. Subrayado nuestro.
[7] Op.
cit. Pág. 100.
[8] Op.
cit. Pág. 107.
[9] Op.
cit. Págs. 107 y 109.
[10] Op.
cit. Págs. 120. Subrayado en el original.
[11] Op.
cit. Pág. 146.
[12] Op.
cit. Págs. 171-2.
[13] Op.
cit. Anexo 2. Tabla 1. A. Págs. 268.
[14] Op.
cit. Págs. 184-5.
[15] Op.
cit. Págs. 189.
[16] Op.
cit. Págs. 195. Subrayado nuestro.
[18] Op.
cit. Págs. 208.
[19] Op.
cit. Págs. 209.
[20] Op.
cit. Págs. 214.
[21] Op.
cit. Págs. 224.
[22] Op.
cit. Págs. 243.
[23] Op.
cit. Págs. 248.
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