CHARLA DEL VII DE JUNIO DEL MMXXI
Buenas noches a todas y a todos, también para aquelles que
no se consideren definides por la división binaria convencional. En el encuentro
de hoy, como saben, intentaré abordar la enigmática temática de LA FOBIA desde
una perspectiva freudo-lacaniana, a sabiendas de que ni Freud es Lacan, ni
Lacan fue Freud.[1]
Además, intentaré realizar un sucinto recorrido por lo que a este respecto han
dicho los autores “lacanianos” franceses así como algunos (y algunas) autores argentinos.
Es decir, luego de hacer un pequeño recorrido por Freud y Lacan, posteriormente
nos meteremos con la “escuela francesa” y seguiremos con la “escuela argentina”.
No está de más aclarar que, si el tiempo nos lo permite, tomaremos en cuenta
las preguntas que vayan haciendo en el chat de esta transmisión. Por último, para
concluir con el encuentro, intentaremos articular el desarrollo clínico con la
época y lo social, aspecto esencial que distingue al psicoanálisis de cualquier
psicología del individuo.
Empiezo por Freud. La temática de la fobia en este autor
implica una cantidad importante de textos y de cortes en su obra. Además, como
sucede siempre en Freud, es imposible no articular un concepto con la red de nociones
que hacen a su sistema teórico-clínico. El de Freud es un pensamiento en
movimiento. Un pensamiento crítico. Esto conlleva la dificultad de no poder
abordarse, aunque se lo haga, de manera totalmente dogmática. Desde muy
temprano, allá por 1895, la fobia en Freud aparece ligada a las obsesiones con
la diferencia de que estas últimas plantean una multiplicidad de afectos a
diferencia de aquella que únicamente se manifiesta en relación con la angustia.
Es decir, siguiendo el modelo de las neuropsicosis de defensa, en la obsesión
hay una sustitución de representaciones mientras que en las fobias la angustia
parecería responder más bien al esquema de las neurosis actuales: no se
encuentra qué sería lo reprimido. Se trata del miedo a volver a tener un ataque
de angustia el cual resultó ser la expresión de una “acumulación de la tensión sexual”.
La fobia sería la manifestación psíquica de la neurosis de angustia. Freud
destaca los fenómenos corporales que actualmente se asocian al “ataque de
pánico”, incluyendo ideas de muerte y de locura. El ejemplo típico es la
agorafobia que, en la actualidad, se ha convertido en un mero signo que puede
estar presente o no en el llamado “trastorno de angustia” (DSM). Lamentablemente,
la psicopatología psiquiátrica de hoy tapona la pregunta clínica acerca de la
posición subjetiva en juego, pudiendo diagnosticarse así indistintamente a un
neurótico o a un psicótico.
El segundo gran mojón en la obra
freudiana, es el caso Juanito de 1909. Es aquí donde aparece la definición de «histeria
de angustia»,
tan importante en la nosología de Freud. En este mismo historial, Freud ubica a
las fobias como síndromes que pueden aparecer en la histeria de conversión y en
la obsesión. Porque lo fóbico remite a las inhibiciones, a los parapetos, a la
evitación que el sujeto lleva adelante para defenderse de algo que le provoca
intensa angustia. La posición freudiana no es definida, es oscilatoria. La
fobia del pequeño Hans es pensada como la evolución crítica de una histeria de
angustia siendo este cuadro la neurosis universal de la infancia. No voy
desarrollar el caso porque no se trata de ese historial esta transmisión.
Solamente señalar a que esa altura todavía tenemos una teoría de la angustia en
la que ésta es posterior a la represión y no, como en “Inhibición, síntoma y
angustia” (1926), la angustia en tanto desencadenante de la represión. Lo que
establece el maestro vienés es que Juanito ante el nacimiento de la hermana
siente una profunda nostalgia por los mimos de la madre. En pleno Complejo de
Edipo, investiga sobre la sexualidad de sus padres y en especial de la madre. ¿Tiene
o no tiene el falo? Es decir, ¿soy o no soy lo que completa a mi madre? Esto lo
retomará Lacan en el Seminario IV como pérdida del ser amado. La interpretación
de la fobia de Juanito es bien clásica en Freud: el caballo es una sustitución del
padre odiado y temido, aquel mismo padre que el Tótem simboliza. Pero no es lo
único que Freud dice en el historial, el caballo también representa lo perverso
y polimorfo del propio Hans, su pulsión sexual autoerótica. Además, si bien la
fobia tapa la connotación sexual de la angustia del niño, no obstante, el
beneficio secundario del síntoma le permite estar cerca de mamá “como antes” de
que naciera la pequeña Anna. La cura psicoanalítica mediatizada por el padre
conlleva la curación de su “tontería”.
Otros textos que recomiendo
para seguir pensando la cuestión de la fobia en Freud son los textos de la
metapsicología. Por ejemplo, lo inconsciente. Allí Freud retoma el tema de la
histeria de angustia. La fobia es una formación protectora. En su Conferencia 25°,
llamada “La angustia” Freud vuelve a trabajar la cuestión de las fobias. Habla
de diferentes tipos que se diferencian por la irracionalidad del temor ante el
objeto. En este texto Freud distingue entre una angustia realista y una
angustia neurótica, ya sea como histeria u obsesión o como neurosis de
angustia. Hans correspondería al tipo ya descripto de la histeria de angustia, donde
no hay una explicación conciente del sentimiento de temor hacia el caballo. Es
necesario incorporar la hipótesis del inconsciente, es decir, de lo reprimido. Se
trata un peligro interior como si fuera un peligro exterior. El miedo es a la
propia libido. En “Inhibición síntoma y angustia” aparece la modificación de la
teoría de la angustia. Aquí interviene la angustia de castración como
motorizando la represión. La psicopatología freudiana ya no gira en torno al
síntoma sino en relación al Complejo de Castración.
La psicopatología lacaniana, sostenida
en una clínica del deseo, partirá exactamente desde este mismo punto, por lo
menos hasta el Seminario XVII donde la clínica de los discursos y el campo del
goce disuelven la idea de una psicopatología en sí ya que no se tratará más de
la satisfacción subjetiva. El goce, el plus de goce representado en los
discursos como S1, pasa a ser un elemento de la estructura. Toda la cuestión de
la cura radicará en cómo desembarazar al sujeto de esa traza asemántica que es
el rasgo unario y no tanto en el atravesamiento del fantasma (como en la
clínica del deseo). En la clínica de la fobia esto representa algo crucial
puesto que en esta posición del sujeto la modalidad de respuesta a la demanda
del Otro no es fantasmática sino por la vía de la angustia. La angustia marca
la imposibilidad del goce del Otro, de esta manera recorta el fóbico la
realidad.[2]
Está en el límite entre el mundo y la escena.[3]
La angustia de la fobia divide al sujeto pero no logra inscribirlo en el campo
del Otro. El fóbico no puede asumir lo que perdió como objeto al producirse
como sujeto. El objeto es el modo de regulación del goce en esta neurosis.[4]
El objeto fóbico constituye “un objeto del mundo elevado a la dignidad del
objeto a”.[5]
Retomando la cuestión del S1, Roland Chemama invita a pensar la fobia con el
discurso del amo: S1/$ - S2/a. En el lugar del agente un significante amo o
fálico imaginarizado, posición que obstruye “que la cuestión histérica pueda
ser planteada”. No obstante, si pensamos que la fobia es placa giratoria
(Lacan, Seminario XVI), el giro posibilitaría justamente el pasaje al discurso
histérico, la famosa histerización del discurso. De todas maneras, la fobia en
tanto placa giratoria también puede virar hacia la perversión y, por qué no,
hacia una posición psicótica. Esto último es posible pensarlo a partir de una
cita no muy conocida de Lacan en su Seminario 10 bis, “Los nombres del padre”.
En aquella única clase, Lacan estableció: “… no es verdad que el animal
aparezca como metáfora del padre al nivel de la fobia. La fobia no es más que
un retorno…”. ¿Pero qué sería lo que retorna en esta “enfermedad de lo
imaginario” como dice Charles Melman? El límite de la estructura es redoblado,
según Eric Porge. El significante fóbico es una cifra, una letra de goce según
Jean Allouch. La fobia en tanto blasón, armadura, cristal significante, “elucubración
de saber bajo el afecto del miedo” (Miller), barrera, borde, muralla, fortín. ¿Qué
retorna en la posición fóbica sino, como lo estableció el propio Freud con su
referencia al Tótem, sino algo del padre del goce o, si se quiere, de la
mismísima madre en tanto fálica, llámesela das Ding o la cosa éxtima
perturbadora? Es la voracidad del goce del Otro lo que amenaza con resurgir, la
castración en tanto perturbación económica, puesto que se carecería de la
apoyatura para esa falta o los recursos disponibles serían insuficientes para
metaforizar el deseo de la madre.
La fobia reintroduce algo del
no-todo. En el Seminario IV suple al significante del Nombre-del-Padre. Es lo
que le permite a Juanito pacificar su relación con ese pene real que no deja de
menearse porque le es transmitido el significante fálico en la cura con Freud
(fantasías del fontanero). Además, el significante fobígeno pone un coto a la
demanda incestuosa de la madre. Le permite no quedar a merced de su goce. Lo
rechaza con angustia. En el Seminario V, la fobia es un síntoma, es “algo que
le da miedo” y que le permite al niño salir del sometimiento, del
amedrentamiento al que lo somete la angustia de ser el falo de la madre. Madre
que lo lleva como apéndice y que no lo quiere más que como falo metonímico y no
como metafórico. En el Seminario 8, la estructura fóbica es otra manera, la más
radical, de sostener el deseo. Ni en la imposibilidad ni en la insatisfacción
sino en la angustia misma. ¿La angustia como modo de goce? Lacan no va tan
lejos. Hay más referencias en Lacan. En la familia, dice que la fobia es la más
simple de las neurosis. En el Seminario 10 la angustia es ante la falta de la
falta. En el Seminario 22 Lacan dice que Juanito está “embarazado de falo”. En
la “Conferencia de Ginebra sobre el síntoma” dice que lo que está en el
principio de su angustia y de su fobia es ese goce radicalmente hetero llamado
goce fálico, fuera de cuerpo. En “El acto psicoanalítico” Lacan dice que la
fobia es “un baluarte desmesuradamente avanzado”. Y en “Radiofonía y televisión”
señala que después del paseo que Juanito les pegó al padre y a Freud, los que
tenemos miedo somos nosotros les analistas. Y esto, en tanto desde la clínica
del deseo el psicoanálisis interroga a la fobia. Es ella la que aporta a la
teoría lacaniana y freudiana. Pero desde la clínica del goce es la fobia la que
nos interroga y enseña. Nos enseña a ubicarnos en un lugar que no puede ser el
de Sujeto Supuesto Saber, ni el del ideal del yo. Sí o sí, debemos operar como
semblante de objeto a y procurar no ser maltratadores, es decir, no caer
transferencialmente en el lugar del “padre maltratador” como sucede en las
otras neurosis, puesto que eso redoblaría la angustia del fóbico ya que es su
manera de recortar la realidad y de sostener una relación con el deseo como
deseo del Otro.
Desde lo fenoménico, la
fobia constituye un empleo radical de los límites del espacio y del cuerpo. El
espacio fóbico constituye una verdadera “topografía del miedo” (Jorge Alemán),
condicionada por una topología del vacío.
Cualquier monumento indica un vacío. Los límites que el fóbico traza en su mapa
sintomal operan como señal de angustia, como apronte angustiado. Lo que busca
evitarse, según nos dice Freud en Más
allá del principio del placer, es mediante el miedo la angustia y mediante
la angustia el terror (cuyo rasgo principal es el efecto sorpresa sin apronte
angustiado). El fóbico teme entrar en crisis sin tener en qué refugiarse. Tiene
miedo de “el cielo se le caiga en la cabeza” (Mario Pujó). El objeto fobígeno
representa el “no sin” de la angustia en tanto no sin objeto. Por el desvío
hacia lo imaginario, se representa algo del goce sexual intrusivo, imposible de
simbolizar. Más arriba hablamos de ϕ. El significante fálico remite a un goce
radicalmente forcluido pero que amenaza con retornar. El goce fálico del que el
fóbico se agarra sirve como instrumento
para no sucumbir ante el goce del Otro, es decir, la colisión misma de lo
simbólico o el desanudamiento total de RSI, según como se piensa la estructura.
A nivel corporal, se pone en juego la angustia con diferentes grados de
intensidad que pueden verse moderados por la presencia del semejante, es decir,
la relación a-a´ cobra una función clave. La crisis de pánico es una puesta en
suspenso de la existencia. El cuerpo pierde su consistencia imaginaria y se
reduce al organismo. Opresión, sudor, vértigo, dificultades respiratorias, palpitaciones,
etc. El fóbico rechaza la creencia y el sentido. Lo que le sucede no es culpa
de nadie. Es un asunto privado. Hay algo secreto, oculto en su padecimiento. Como
si de lo que se tratara fuese de LO REAL. En lo referido al discurso fóbico,
hemos dicho algunas cosas más arriba, pero más allá de la enunciación, el
enunciado fóbico se caracteriza por la importancia de la madre e inclusive de
la muerte de la madre. En cambio, el padre aparece allí como una estatua. Cualquier
orientación hacia el padre o “pere-versión” está obstruida por la angustia que
redirige al sujeto hacia el Otro primordial.
En el nudo la fobia sostiene
el anudamiento de lo real y lo simbólico, según Isabelle Morin. Ella dice que “es
sobre la unidad sinthome-real [empalmada
por el analizante en su cura] sobre la que hay que tratar para estrechar el
anudamiento de manera diferente al que tiene lugar con el Nombre-del-Padre.” Pero
según Melman la fobia en tanto simbólica sostiene lo imaginario (donde a
diferencia del imaginario especular no encubre la castración sino que la
muestra más que nunca) y lo real (por ejemplo, de la mirada pero también del
goce oral tan patognomónico de la neurosis fóbica en su regresión). Estas
referencias están basadas en el SEMINARIO 23.
La orientación por lo
real, según Lacan, excluye el sentido. Para Alicia Lowenstein, en la fobia el
sujeto solamente quiere perder el exceso de angustia, no la angustia en sí.
Esta autora se pregunta si acaso el fóbico no retiene la angustia al modo anal
o si, acaso, no existe algo así como una “adicción” a la angustia. De allí, en
parte, el título que elegí para esta conferencia: ¿gozar de la angustia? La
castración que es un goce, defiende de otro goce. Del goce como goce del Otro.
El goce transitivo es el de la clínica del deseo, es decir, a nivel del
fantasma. A partir de la clínica de goce, no hay más transitivismo. El goce es
la relación de cada cual con su cuerpo, entiendo por este algo radicalmente
diferente del organismo. Mi respuesta a la pregunta respecto de si en la fobia
se goza de la angustia sería afirmativa únicamente en los casos de neurosis de
angustia, donde se trata de una angustia tóxica que es la promovida por el
Capitalismo y la cultura de la mortificación. Es una angustia paralizante funcional
a la lógica del sistema. El discurso capitalista tiene como condición la plusvalía
lo que trasladado al campo del psicoanálisis se llama plus de goce, S1, letra. La
explotación contemporánea se manifiesta en estas pandemias que son la depresión
y el ataque de pánico. Sujeto que se presentan en posición de objetos. En
cuanto a la fobia como elucubración ulterior a la histeria de angustia, pienso
que allí la angustia deja de ser un modo de goce. Ya hay un saber-hacer, es
decir, se trata de la construcción del fantasma en la cura, la intromisión del
inconsciente. El sinthome es lo que confiere a lo simbólico el estatuto de
inconsciente. El sinthome es lo que suple, anuda, emparcha. Eso puede darse
también por la vía de algún Ideal. Pasar de la clínica del deseo a la clínica
del goce es pasar también de la estructura fóbica a la estructura de la fobia.
Declinación del padre y
ascenso del plus de goce al cenit social son las coordenadas que marcan la
época del capitalismo tardío, la era del vacío a la que se responde llenándose.
Hinchándose yoicamente, lo cual repercute en la clínica. Sujeto llenos de
libido narcisista, que no pueden amar, que no consienten al deseo del Otro,
cada cual goza solo por su lado autoeróticamente. Esto en el contexto de esta pandemia
se ve más que nunca. La interrupción de lazo social, cada cual produciendo plusvalía
desde su home office es el ideal del capitalismo neoliberal. La subjetividad uberizada (Mario Pujó) es la
subjetividad neoliberal, cada cual corriendo contra la corriente en búsqueda de
la salvación individual. No es casual que la angustia y el miedo formen parte
de las coordenadas clínica del momento.
Finalmente, ¿de dónde
saldrá el miedo al populismo? ¿la fobia al diferente: gordo, negro, gay, vegano,
feminista, inmigrante, zurdo, K, podemista, etc.? El miedo es un factor de la
política, la otra escena de la otra escena (Badiou). Desconocerlo sería posicionarse
renegatoriamente ante la realidad social que nos atraviesa. El auge de
políticos derechistas responde a la misma estructura de retorno de la que la
fobia es testimonio. Se fomenta el miedo al populismo para velar que detrás de la
propuesta neoliberal se esconde el goce que mejor no. El capitalismo
neoliberal, cual madre incestuosa, les susurra a sus hijites que teman al padre
castrador (el Estado benefactor de Roosevelt quien justamente indicó que había
que perder el miedo) para devorárselos más fácil. Quienes no quieren un intervencionismo
estatal no son más que los mismos que apoyan a personajes siniestros y nefastos
como Donald Trump o Jair Bolsonaro, personalidades de excepción que rechazan la
diferencia. A esos sí que verdaderamente habría que tenerles miedo, porque la
historia demostró que son el TERROR. Pero no el miedo bobo de la neurosis, ya
sea fóbica, histérica u obsesiva, sino el miedo en tanto recurso como
verdaderamente opera en la infancia y no en la adultez. Porque en la infancia
la fobia es recurso. En cambio, el miedo en la edad adulta es un ANCLA que si
bien permite no sucumbir ante lo pulsional, tampoco permite navegar hacia las
costas del deseo y de la transformación sociopolítica.
[1] No
dijeron lo mismo, no pensaron las cosas de la misma manera, pero eso no excluye
una íntima solidaridad enunciativa, porque si no, no podríamos ni siquiera
pensar en algo así como el campo psicoanalítico. Es decir, si considerásemos
que entre Freud y Lacan hay una discontinuidad insalvable, ¿podríamos seguir
hablando de psicoanálisis? Tampoco creo que hablar de “los” psicoanálisis salve
mucho la cuestión. En fin…
[2]
Alicia Lowenstein.
[3] Lacan,
Seminario 10.
[4]
Juan Carlos Cosentino.
[5] Guy
LeGaufey.
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