Malbec, la asesina del sueldo
“No es la
primera vez que juzgo lo mortal; yo diría sin temor que los hombres tenidos por
profundos pensadores y sabios son los que suelen incurrir en mayor necedad.”
Mensajero. Medea,
Eurípides.
“El Mal no es el
no respeto del nombre de lo Otro, sino más bien la voluntad de nombrar a toda
costa.”
Badiou.
El recorrido de este año tuvo como eje la cuestión del
acto tanto en el campo
psicoanalítico, así como en el poético. Hicimos un recorrido por los actos
fallidos, el lapsus, los olvidos, etc., dentro de la psicopatología de la vida cotidiana
y, al mismo tiempo, nos sumergimos en la poética de un autor como Goethe, participamos
de la Feria del Libro de Buenos Aires leyendo poemas de nuestra autoría, fuimos
a ver la “Vis Cómica” de Kartún –que nos sirvió para abordar esa instancia real
llamada la crueldad– y también retornamos a “Habitación Macbeth” de Pompeyo
para continuar pensando cómo el acto poético arroja un piedrazo en el espejo del frente histórico. Además,
tuvimos la asistencia al ensayo general de “Los ojos de Carlitos” adaptación
dramatúrgica de la novela fantástica “La estrella letárgica” escrita por mí y
publicada a fines de 2023. De hecho, me centraré esencialmente en unas
reflexiones sobre esta última escritura.
Valga aclarar que no será mi intención explicar qué
quise decir con esta producción literaria, cómo si eso fuese lo importante: la
intención del autor. Eso supondría ir en contra de cómo el psicoanálisis piensa
el proceso creativo y estoy muy lejos de eso, pero sí me gustaría dejar algunas
cosas más claras. Siempre apuntando más a la verdad o a las verdades en juego
detrás de las obras, que es lo más valioso para el psicoanálisis, que a la
cuestión conceptual o referida al Saber en donde muchas veces se puede encallar.
Para el psicoanálisis el saber no es más que un rodeo que nos conduce, en el
mejor de los casos, hacia ese encuentro fallido con lo real a partir de donde
se puede empezar en serio a decir algo más que boludeces eruditas.
En principio, es patente que esta obra tiene un fuerte
atravesamiento del pensamiento psicoanalítico. La elección de términos como unario o vacío no ha sido casual, claramente, tampoco la sutil referencia a la
topología, disciplina a la que Lacan apeló para ir más allá del sentido común y
de lo intuitivo. Las referencias a Campo de Mayo o a la Inquisición no son inocentes,
sino que hay una toma de posición en relación a cuestiones de nuestra historia,
pero que hoy retornan como si se hubiesen vuelto a abrir ciertos portales. Portales de los que nunca se
sabe bien qué demonios pueden salir.
Yendo a una cuestión central dentro de la novela, el
combate (final o no) entre Unario y el reino de los mortales (articulado con
Vacío) puede interpretarse de muchas maneras.
Pero antes de abordar las distintas maneras de pensar
dicha lucha o pelea, quisiera hacer una aclaración sobre la figura de la
batalla en sí misma. Considero que se trata de algo que tanto el pensamiento
crítico en general, así como el psicoanálisis en particular tienen
especialmente en cuenta y que es la dimensión del conflicto cuya resolución siempre es parcial y relativa, nunca
definitiva, nunca absoluta. Ahora sí, paso a las posibles lecturas de este
tópico incluido en la producción.
En primer lugar, es la histórica batalla a la que Marx llamó lucha de clases donde diferentes sectores de una sociedad defienden sus intereses particulares, sólo que algunos son intereses mucho más mayoritarios que otros y otros, en cambio, mucho más particularistas y excluyentes. La democracia se supone que debe velar por el beneficio del conjunto, es decir, porque el goce o “la felicidad” estén lo más justamente distribuidos posible (sin utopías ni sociedades ideales). Sabemos que el concepto de goce es un término complejo y que no tiene el mismo significado en economía que en psicoanálisis. Sin embargo, aquí los tomo en su doble acepción económica y psicoanalítica. Si la riqueza no es distribuida, si lo que predomina es la lógica acumulativa (o retentiva) sin límite, entonces, eso traerá pestes a la comunidad en cuestión. En este caso Unario haría alusión al advenimiento de un capitalismo cada vez más feroz que ya no buscaría solamente la extracción de plusvalía sino, como ya lo estamos viendo de hecho, el plus de goce. Ya no apuntaría sólo a tomar la fuerza de trabajo y el tiempo del trabajador sino su vida misma. Esclavización corporal y psíquica.
Una segunda manera de pensar el conflicto es entre el pueblo versus la oligarquía. Está relacionada con la anterior, pero esta lectura propiamente peronista difiere de la marxista. Diferencias en las que no tiene sentido detenerse ya que cada cual puede investigarlas por su parte, con o sin googlear. El peronismo como movimiento, en sus versiones más verdaderas y no cosméticas o impostadas al menos, es una corriente revolucionaria que apunta fundamentalmente a la Justicia Social. En ese sentido, Unario representaría a la clase terrateniente argentina que no se contenta con una parte de la torta –ni siquiera con tener la mayor– y siempre quiere más y más, de modo insaciable. Que a esa elite histórica nacional además le guste el vino tinto, sería casi anecdótico sino fuera porque su copa no derrama nada para el pueblo sediento.
Me detengo un momento aquí para esbozar un caminito tangencial.
¿Qué es lo que no se entiende de una
película como El Jockey? No digo que la película no tenga su complejidad, sus
condensaciones y desplazamientos, sus metáforas y metonimias. Mas considero que
muchos de esos elementos, con un poco de esfuerzo, pueden articularse. La
película –y este creo que es un rasgo en común con “La estrella letárgica”–
puede abordarse como un sueño. Es lo
que sucede con el cine de poesía, como lo vimos el año pasado con Favio.
También “Los ojos de Carlitos” va en esa dirección. Se trata de poner en jaque
la dimensión misma de lo que entendemos por realidad.
De hecho, podemos preguntarlo abiertamente: ¿Qué es la
realidad? ¿Lo que nos muestra X? ¿Lo que dicen los medios masivos de comunicación?
¿Lo que afirman las redes sociales? ¿Lo que opinan los trolls y los haters de
internet? ¿Lo que dicen o muestran la radio y la televisión (un tanto
perimidas)? La realidad material existe, no la estamos negando y no adscribimos
a ningún tipo de negacionismo. Existen los hechos, los actos, los
acontecimientos. El asunto es que la realidad humana es de facto pero también y, acaso sobre
todo, es de jure, es decir, es en
y por la Ley que, para los seres hablantes, es la Ley de la palabra y del
lenguaje. Para nosotros ninguna pesa más que la otra, ambas están articuladas y
resultan inseparables. Cuando se olvida alguno de los dos aspectos o todo se
vuelve significante, lo que conduce a la esquizofrenia, o todo se vuelve
literalidad, hecho que nos dirige a la mortificación.
El cine de Luis Ortega no es esencialista, cuestiona
la noción de identidad. El asunto no pasa por la realización narcisista sino
por la desidentificación: dejar de ser alguien para devenir otra cosa. Antes de
convertirse en Dolores, el jockey Manfredini es un personaje bastante alienado
y que da la impresión de ser un cínico, un desimplicado, un mortificado más.
Una mera pieza dentro de un engranaje que, en este caso, es el engranaje de las
apuestas y de la mafia, ya que su jefe así llamado Sirena es un mafioso a todas
luces cuya obsesión con los bebes hasta podría interpretarse como una alusión a
una de las prácticas más aberrantes y canallescas de la última dictadura
eclesiástico-cívico-militar: la apropiación ilegal de recién nacidos. Cito unas
palabras de la antropóloga Julieta Greco en la Revista Anfibia sobre el cine de
Ortega. Según ella, se trata de
“Películas en donde los
protagonistas son ladrones sin necesidad, asesinos por placer, autodestructivos
porque sí. Infames, abyectos; marginales en el sentido más estricto de la
palabra, personajes siempre en un borde. A punto de caer: del sentido común, de
un orden simbólico socialmente determinado. Personajes que están en el borde
mismo de la libertad entendida como el desdén por “lo normal”. No cualquiera
puede ser libre.”
Por último y acaso la lectura más interesante u
original que podría realizarse de “La estrella letárgica”, excede el plano
político y se adentra en la dimensión ética. De un lado, el pensamiento único y
el rechazo de la diferencia. La lógica de la masa aunada en torno a un líder de
quien se destaca un elemento particular que puede ser un bigote… o una peluca.
También una motosierra como emblema fálico que daría a entender la supuesta
virilidad de quien la ostenta. En general, como perro que ladra no muerde, eso
no viene sino a encubrir una severa impotencia que puede ser, por ejemplo, la
impotencia del rico para amar. El rico, a diferencia del Santo, no quiere
renunciar a nada porque cree que esa es la vía para tenerlo todo, pero eso lo conduce
a la mortificación de quien no es capaz de desear. El Santo, dice Lacan,
renuncia a algunas cosas, es decir, no se priva tampoco absolutamente, pero
para tenerlo todo. Sólo que este “todo” es radicalmente simbólico. Al
psicoanalista, no obstante, no se le exige tanto. La ética del deseo no va por
esa vertiente del Todo/ Nada, blanco/ negro.
Esto último sirve para cuestionar lo que sería una
lectura maniquea de “La estrella letárgica” que bien podría realizarse puesto
que tiene algo de eso, pero lo interesante es ir más allá. Después habría que
ver cómo.
Retomando el tercer modo posible de interpretación de la obra, cuando Freud habla de los tres tipos de identificaciones que son la primordial al padre, la identificación regresiva con el objeto amado u odiado y, por último, la histérica, en los tres casos aclara que dicha identificación se produce ein einziger Zug. Es decir: a un rasgo unario. A un trazo único que engloba, que engarza y que también, por qué no decirlo así, ensarta al sujeto. Lo aliena con el riesgo que eso siempre conlleva de petrificarlo. Sabemos que hay una dimensión ligada a la mortificación que es estructural, pero también sabemos que existen redoblamientos. Para la ética del psicoanálisis la cuestión pasa por apostar a la separación y no por insistir con la cosa alienante que es muy propia de la sociedad capitalista.
El psicoanálisis insiste en la división entre lo que
es del orden de la sobredeterminación significante que identifica al sujeto –sujetándolo a una trama que, si bien lo sostiene,
también lo constriñe–, por un lado, y lo que
atañe o está referido a la causa.
Aristóteles ubicaba cuatro tipos de causas: la material, la formal, la
eficiente y la final. Tratándose de una piedra que rueda por un escalón, la
material sería la materia misma de la que está hecha la piedra; la formal haría
referencia a la posición en la que la piedra está ubicada en el escalón; la
eficiente remitiría al empujón que se le dio a la piedra para que caiga y, por
último, la final estaría asociada a la tendencia de la roca a buscar el nivel
más bajo, es decir, la fuerza de la gravedad. La ciencia física hoy en día
considera como causa esencialmente a la causa eficiente, que en el ejemplo
sería el empujón que hizo rodar a la piedrita. Ahora bien, en el campo de la
Ética la causa final no puede ser desconsiderada en absoluto. ¿Qué buscó el
sujeto realizar con su acción, más allá de si lo logró o no logró? Es decir, el
fin último del acto humano no puede ser desconsiderado, aunque no sea tan
claro, es decir, aunque sepamos que la fuerza motivacional de nuestro hacer
radique en lo inconsciente.
Por otro lado, ¿y si la causa estuviera en relación con la verdad? Para
la magia, dice Lacan, la verdad como causa opera en tanto causa eficiente. Para
la religión la verdad como causa opera en tanto causa final. Para la ciencia,
la verdad como causa opera en tanto causa formal. El psicoanálisis, por su
parte, acentúa el aspecto de la verdad como causa material. Así es cómo incide
el significante. El significante es la causa material del sujeto de
inconsciente. Pero, sin embargo, hemos vuelto al inicio del problema porque a
mi entender aquí seguimos estando dentro del campo de la sobredeterminación simbólica.
En este sentido, sin la introducción de la teoría del objeto a, resulta imposible concebir con claridad
el estatuto de la causa, pero como causa del deseo.
El objeto a introduce una
disyunción entre el saber y la verdad. Sería lo que hace posible la
diferenciación entre el orden de las máquinas reguladas por la información (big
data, algoritmos) y el terreno propiamente del ser hablante. Y hay objeto a porque hay cuerpo. Sin la materialidad
corporal no habría zonas erógenas, pulsiones, ni libido. Tampoco deseo en tanto
este emerge de la coartación del goce cuya causa final es la muerte. La causa
final del deseo no es la satisfacción y en eso se diferencia radicalmente de la
pulsión.
Lo único eficaz para limitar a las potencias destructivas del Unario es
el deseo que no es puramente significante sino ante todo palabra. La dimensión
de la palabra en tanto pacto, marco, abstinencia. La palabra pone en juego el
vacío dado que si alguien habla es porque le hace falta pedir algo.
Las fuerzas de Unario representarían a quienes, bajo diversas máscaras
generalmente muy encumbradas, cultivan satisfacciones que mejor no, no tienen
ningún interés en renunciar a algo, en dejar por fuera algo. Al contrario, cuando
los mortales se conectan con Vacío se desmarcan de ese territorio incierto e
ingobernable que es el de las pulsiones anárquicas y autoeróticas donde el yo
cree manejar el guion siendo en realidad un personaje secundario.
La ética que se desprende del pensamiento freudiano establece: “Allí
donde ello era, yo debe advenir”. Esto se traduce de diversos modos. Por
ejemplo, “allí donde objeto era, sujeto debo advenir”. O también: “Allí donde
reinaba la búsqueda de satisfacción inmediata, el rodeo que habilita el deseo
debe predominar”. Esta sería, en palabras de Lacan, “la paradoja de un
imperativo que me insta a asumir mi propia causalidad.” Lo cual es muy
diferente de creerse un “hombre libre” que es “dueño de sí mismo”.
El oráculo délfico apuntaba: “Conócete a ti mismo”. Foucault propuso
acertadamente darle otro tono: “Ocúpate de ti mismo”. O también: “Gobiérnate a
ti mismo”. En términos del psicoanálisis, esto podría leerse del siguiente
modo: el sujeto no puede ser causa de sí, mas sí puede hacer de sí su propia
causa.
Culmino este escrito con un poema de un gran cineasta al que hemos
citado frecuentemente en el Seminario, Pier Paolo Pasolini:
Si no se grita viva la libertad
con amor
no se grita viva la libertad.
Ustedes, hijos de los hijos
gritan con desprecio
con rabia, con odio
viva la libertad.
Por eso no gritan
Viva la libertad.
Universidad de La Matanza, noviembre de 2024.
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