“Por la muestra, a los tiranos no
les conviene que se formen entre sus súbditos grandes valores ni amistades ni
lazos fuertes; ahora bien, esto es lo que el Amor sabe hacer perfectamente”.
El
banquete.
Platón.
“La costumbre de producir bienes,
sean útiles o no, de utilizar invenciones que sean necesarias o no, de aplicar
energía, efectiva o no, penetra en casi todos los dominios de nuestra actual civilización.
El resultado es que áreas enteras de la personalidad han sido desatendidas: las
esferas de conducta que tienden hacia un fin, más bien que las simplemente
adaptables, existen por tolerancia. Este penetrante instrumentalismo pone un
obstáculo a las reacciones vitales que no pueden ser estrechamente unidas a la
máquina, y amplifica la importancia de los bienes físicos como símbolos
–símbolos de inteligencia y de habilidad y de perspicacia–, incluso se tiende a
caracterizar su ausencia como un signo de estupidez o de fracaso”.
Técnica y
civilización.
Lewis Mumford.
1
Quisiera iniciar estas reflexiones refiriéndome
a algunos lugares que, tal vez, puedan parecer demasiado evidentes para algún
lector. De todas maneras, considero que puede haber un método en esta manera de
proceder. A fin de cuentas, ¿por qué no iniciar desde lo más “obvio”, desde lo
que yace más “a mano” en lugar de precipitarnos intelectualmente yéndonos a
esferas a las que, quizá, en algún momento de nuestra reflexión lleguemos (o
quizá no)?
Uno de esos lugares comunes al que
me enfrento no solamente en mi experiencia cotidiana como psicoanalista sino
también como persona y como ciudadano, es el problema al que podría definir
como «pauperización de los afectos». ¿A qué me refiero con esta expresión? Pauperización
implica la idea de empobrecimiento, ese punto está claro, al menos en principio.
En cambio, afectos es una expresión más equívoca puesto que se habla de
“los afectos” para hacer referencia a los seres que uno quiere (no exclusivamente
la propia familia) y también a las pasiones a que uno lo afectan como el amor,
la alegría, la angustia o la tristeza.
Pues bien, creo que la degradación
de los afectos conlleva esa doble implicación. Por un lado, supone una
atomización cada vez más creciente respecto a los vínculos en general,
exacerbada por la bajada de línea que, “veinticuatro por siete”, exige
que nos pensemos como seres individuales y nada más que como seres
individuales. Pueden existir otras razones para explicar o para tratar de
entender esta hiper-individuación como, por ejemplo, el factor tecnológico que
nos viene bárbaro para rellenar el vacío dejado por el otro. Los dispositivos y
sus respectivas “apps”, se llevan muy bien con la creciente ola de
individuación generalizada. También se llevan excelente con la soledad y con lo
que los analistas denominamos autoerotismo. Ni qué hablar cuánto, gracias a
estas tecnologías y al supuesto anonimato que garantizaría internet, los
afectos no solamente se han empobrecido, sino que también se han pervertido
teniendo esto como consecuencia una emergencia preocupante de la maldad, del
odio y de la crueldad en sus diversas variantes (racismo, xenofobia, misoginia,
etc.). Y esto último no es sino el segundo rostro de la doble implicación
arriba mencionada. Los afectos se han pauperizado, también, en el sentido de
que se han vuelto más primitivos, brutales y salvajes.
Entonces estamos hablando de una «escena
de deshumanización» y este es el segundo dato que extraigo de la evidencia más
palpable: la de la vida cotidiana en nuestro contexto (Argentina, año 2025). ¿Qué
es primero? ¿La pauperización afectiva o la deshumanización? No podría
atreverme a establecer una causalidad, pero de lo que estoy absolutamente
convencido es de que existe una relación entre una cosa y la otra. Como también
estoy seguro de que para llegar a tratar al otro como a un objeto, antes uno mismo debió haberse deshumanizado lo
suficiente.
¿Cuáles son aquellas cosas que
deshumanizan a los seres humanos? En otras palabras, ¿qué convierte al sujeto
en objeto? Desde el punto de vista del psicoanálisis, el advenimiento del
sujeto al campo del lenguaje es primariamente en calidad de objeto. Esta fase
inicial podría definirse como una «mortificación primaria» a la que le
otorgamos el estatuto de estructural y, por ende, de necesaria. La operatoria
que definimos como castración es el apaciguamiento de los efectos estridentes del
significante (que en el mundo real es significante-hablado, o sea, voz)
y la posible constitución de un ser que ya no será puramente objeto del Otro
(es decir, su falo). El niño dejar de ser así la mera y simple fantasía
que sostiene al deseo de la madre y comienza a investirse como alguien real más
allá de su existencia de carne y hueso. Pasar de ser algo a ser alguien no es
una tarea sencilla ni que pueda llevarse a cabo sin algún tipo de ayuda (función
paterna, andamiajes identificatorios, la dimensión del juego).
Pero volviendo sobre nuestra
pregunta, ¿cómo se produce el proceso inverso, de ser factible? Es decir, ¿cómo
se retrocede del estatuto subjetivo a la objetualidad? En el caso de un
neurótico, los psicoanalistas encontramos esa chance en principio como fantasma
o en el fantasma. Ahí es donde precisamente el sujeto está todo el
tiempo próximo a convertirse en objeto del goce del Otro y por eso surge la
angustia cuando algo relativo al fantasma –ya sea su vacilación o su
reforzamiento– es puesto en juego. Ahora bien, la función del fantasma tal como
la entiendo supone mantener esa escena en un plano virtual y que el sujeto no
pase al acto (o que no se exponga al acto perverso del otro). Si, por ejemplo,
alguien tiene el deseo inconsciente de violar a su madre (o el miedo secreto a
ser violado por ella respecto del cual aquel deseo es defensa), el fantasma
aportará elementos disuasorios para que la satisfacción permanezca en el
terreno autoerótico, por ejemplo, bajo la forma del síntoma. Si, en cambio, el
sujeto cayese de la escena y se produjera una violación (no necesariamente de
la madre sino de quien haga-las-veces-de), eso querría decir que allí algo en
relación con la función específica del fantasma ha fallado. Y creo que este es
precisamente un rasgo de nuestra época. Si se caen los filtros que mantienen al
goce velado, aparecen la violencia y otras expresiones de lo que la
civilización exige mantener en suspenso, aplazado.
Y ¿por qué? Es decir, ¿hay
elementos específicos vinculados al contexto social e histórico, más allá de
las razones particulares de cada caso? Remitiéndonos a un factor bastante general,
pero de ninguna manera abstracto, ¿es responsable el sistema capitalista, en
sus modos de producción y de consumo, de gran parte de los males de nuestra era
referidos específicamente al trato entre los sujetos? Soy consciente que a la
hora de desarrollar estas conjeturas -las cuales, por lo demás, no tienen
evidentemente un carácter demasiado novedoso, lo sé- es difícil no caer como
decía al inicio en lugares comunes o predecibles. Pero nada de esto es razón
suficiente como para dejar de pensar. Estando tan problematizado el diálogo en
los tiempos que corren y siendo consciente de las consecuencias que eso
conlleva en términos de escalada de la violencia, no quisiera imaginarme qué
sucedería si los seres humanos dejásemos definitivamente de pensar. Este es un
asunto completamente actual: el problema no es ni que las máquinas piensen ni
que lo hagan muchísimo mejor que nosotros, sino que nosotros abandonemos el pensamiento
sin más, entregándonos… ¿a qué? ¿A “sentir” o, en realidad, a gozar? El
interrogante es válido porque no son para nada lo mismo.
Entonces, recapitulemos junto a
estas tres preguntas: ¿Cuáles son aquellas cosas que deshumanizan a los seres
humanos? ¿cómo se retrocede del estatuto subjetivo a la objetualidad? ¿Es
responsable el sistema capitalista, en sus modos de producción y de consumo, de
gran parte de los males de nuestra era referidos específicamente al trato entre
los sujetos?
Una guerra es sabido que deshumaniza
ya que, aunque se diga que existen algunas reglas, la guerra es la ausencia de
barreras para gozar del otro. Entonces, el otro es objeto, pero también lo soy
yo. La expectativa angustiada es la de ser tomado como una cosa en cualquier
momento. El terrorismo de Estado supone otra versión de lo mismo. El
autoritarismo ya de por sí es angustiante, pero lo es aún más cuando su método
es el terror. Todo esto produce una situación traumática. La inestabilidad
económica podríamos decir que también es terrorífica para muchos sectores de la
población, en particular, para los más vulnerables. El temor a “morirse de
hambre”, a terminar en la calle como un mendigo, a tener que revolver bolsas de
basura o depender de la caridad para subsistir, etc., todo eso también
conlleva angustia y puede conducir al terror (pánico).
Las desigualdades que genera el
capitalismo en su versión menos regulada y reglamentada poco a poco comienzan a
producir mayor deshumanización. Porque, además, en una sociedad donde lo único
importante es satisfacer las necesidades también se produce un empobrecimiento
de lo simbólico en la medida en que los seres humanos dejan de “consumir” (y de
producir), por ejemplo, arte, es decir, cultura. Una sociedad sin arte en
particular y sin cultura en general es una sociedad mortificada, pero en
segundo grado. Ya no se trata de la «mortificación primaria». Se trata de un
redoblamiento, de una regresión a lo autoerótico, pero en un sentido
estrictamente mortificante.
2
Voy a referirme ahora a otro
elemento de la realidad, palpable, evidente, concreto, objetivo. Este “dato
duro” que el mundo de hoy nos muestra a mi entender también da cuenta de las
dos cuestiones antes señaladas, es decir, de la pauperización afectiva –que en
el caso al que voy a referirme podría pensarse como una fuertísima indolencia internacional– y de la escena
de deshumanización. Me refiero ni más ni menos que al genocidio que recae en
estos momentos sobre el pueblo de Palestina por parte de un Estado al que no
voy a dudar en calificar de terrorista
por su accionar.
¿Queda alguna duda de que allí hoy,
en Gaza, se violan de manera considerable los derechos humanos ante la
pasividad fenomenal de la comunidad internacional, con honrosas excepciones?
¿Por qué nos cuesta tanto reconocer el sufrimiento de aquella comunidad? En Palestina
hay colonización y racismo, como en su momento lo hubo en África, pero también
en Latinoamérica (de hecho, lo sigue habiendo en sumo grado). ¿Cómo es posible
que en estos lares nos pongamos del lado del Occidente blanco y conquistador
habiendo sufrido nosotros, en cierta medida, la misma violencia por ejemplo
durante la conquista de América? ¿Importa realmente que no seamos descendientes
directos de aquellos pueblos
originarios? Estas pampas, estas tierras estaban habitadas por seres humanos
que fueron masacrados y despojados de su lugar, exactamente de la misma manera
que hoy en día Israel invade a los palestinos, los aniquila sistemáticamente,
los desplaza y pretende exterminarlos definitivamente. El “nazionismo” aparece
como un títere del imperialismo en Medio Oriente, harto eficaz para asegurar el
dominio de las potencias occidentales sobre la región. Me refiero a Estados
Unidos y a Europa, principalmente, dado que los países del Tercer Mundo no
sacamos ningún provecho de semejante atropello inhumano.
3
Mientras escribo estas líneas
acontece en la Provincia de Buenos Aires, aunque en conexión con la Ciudad y el
exterior del país, un crimen horroroso: asesinan a tres adolescentes en el
marco de una supuesta venganza “narco”. No solamente las matan, antes las
violan y las torturan. Insisto: no solamente les quitan la vida, además después
las descuartizan. ¿Puede haber un grado mayor de maldad? ¿Puede existir un
nivel superior de crueldad y de odio que el expresado en semejante triple
femicidio?
Con lo único que podría comparar
esta aberración es con los crímenes de lesa humanidad perpetrados durante la
dictadura. Quizá una diferencia importante sería que, durante aquellos años
horrorosos, el terrorismo era estatal. Ahora bien, ¿hasta qué punto lo que
sucede hoy en día excluye al Estado de toda responsabilidad? Yo diría que el
Estado es completamente responsable, está claro que no sólo él, pero me
atrevería a decir que lo es en primer lugar (a nivel municipal, provincial y
nacional). Ahora bien, deteniéndonos específicamente en el plano nacional, el
actual presidente durante la campaña dijo, completamente suelto de cuerpo:
“Entre el Estado y la mafia, me quedo con la mafia”. Hace unas semanas, dentro
de otra campaña electoral, pero que involucra al mismo espacio político,
circuló una foto donde los candidatos se mostraban con un pasacalle que decía:
“Kirchnerismo nunca más”. ¿No
representa eso una enorme trivialización de las vejaciones que padeció la
población argentina durante el “Proceso”? No sorprende, sin embargo, dado que
para el actual mandatario las violaciones a los derechos humanos cometidas por
los militares, solamente fueron “excesos”, tal como lo sostenía el mismo Massera.
Pibas, muy jóvenes, mujeres,
pobres, sometidas al padecimiento de la necesidad, acaso adictas o no al algún
tipo de sustancia, acaso vinculadas o no al trabajo sexual, acaso “viudas negras”
o no, acaso se “zarparon con algún capanga”
o no… A fin de cuentas, ¿qué mierda importa todo eso? ¿Merecían por algunos de
esos factores ser mal-tratadas de esa manera tan ignominiosa, horripilante y
atroz? ¿Merecían ese des-trato, tanta cosificación, ser reducidas de esa manera
a un pedazo de carne sin valor alguno? ¿Merecían que su crimen fuese
transmitido en vivo a través de una app de la manera más obscena posible para
que los “soldaditos” del supuesto “poronga” vieran en directo el presunto poder
de su psicopático Jefe?
Aquí es donde quisiera retomar algo
mencionado más arriba: para llegar a tratar al otro como a un objeto, antes uno mismo debió haberse deshumanizado lo
suficiente. La subjetividad “narco” –si es que existe algo así-, nos habla
de un sujeto que se de-subjetivó a un nivel tan, pero tan profundo que ya casi
no hay rastros de subjetividad en su ser. Podríamos decir algo parecido del
torturador, de los agentes de las fuerzas de seguridad cuando operan de manera
tan inhumana, de los barrabravas y de cualquier clase de fanático dispuesto a dar la vida o a matar por un
Ideal. Estamos hablando de subjetividades sumamente mortificadas de tanto
entregarse al goce. Como si hubiese una identificación descarnada (sin velo,
sin agalma) a lo que Lacan denomina el objeto a, pero no precisamente en su función de “causar el deseo” sino
como demás, plus, exceso.
¿Estamos hablando de sujetos con
una posición subjetiva perversa? No necesariamente. A la hora de abordar la
cuestión de las adicciones, algunos autores abordan las problemáticas con ese
sesgo, quizá por un reduccionismo de la cuestión de la renegación o desmentida.
Sinceramente, no me consta que este “mecanismo de defensa” sea ni lo esencial
de la estructura perversa ni que pueda asociarse con exclusividad a esa
posición subjetiva frente a la castración del Otro. Más bien, creo que la
renegación es un acto en el sujeto psíquico, pero que le llega desde el Otro.
Más arriba nos preguntábamos: ¿Es responsable
el sistema capitalista, en sus modos de producción y de consumo, de gran parte
de los males de nuestra era referidos específicamente al trato entre los
sujetos? Pues bien, creo que lo que al sujeto epocal le es transmitido por la
época, es decir, hacia dónde lo arrastra la espiral actual es justamente hacia
algo renegatorio en relación con la castración (que es falta, pérdida, angustia,
duelo, “negatividad” pero también deseo, o sea, insatisfacción –si eso no se
aguanta se recurre a las drogas, por ejemplo, incluyendo al poder hipnótico de
las pantallas–). En los tiempos que corren habría algo en relación al no-todo
que resultaría verdaderamente insoportable. Pero esto, ¿a qué se debe sino a la
promesa constante de una satisfacción plena, de un goce total y sin barreras?
¿Será necesario hablar otra vez del padre de la horda primitiva y de cómo la
identificación con semejante instancia produce efectos estragantes a nivel
particular y colectivo?
¿Y cuál es aquella cultura que, en
lugar de transmitir recursos, herramientas, deseos, etc., transmite puros
emblemas, puros prestigios, puros ideales y mandatos? Aquella cultura
anticultural que va contra sus propios cimientos y columnas –el lazo social, la
solidaridad, la justicia social, la igualdad, el amor, los derechos humanos, las
leyes, las reglas de juego–, es una «Cultura de la Mortificación», es la
mortificación o el malestar hechos
cultura (es decir, naturalizados, instituidos, aceptados pasiva y
acríticamente).
Por otro lado, la libertad no es el
“libertinaje”, ¡parece algo obvio, pero evidentemente hay que aclararlo! Una
cosa es autodefinirse “libertario”, pero otra muy distinta es ser un libertino. El libertinaje, según la RAE, es el “desenfreno es las obras o en las palabras”
y tiene como sinónimos: desenfreno, vicio, deshonestidad, impudicia,
indecencia. El libertino propiamente dicho es aquel que “se entrega sin mesura
al placer sexual”. En términos psicoanalíticos, no diríamos “placer sexual”,
diríamos que se entrega sin mesura al goce…
que mejor no. Se entrega desenfrenadamente a satisfacer una o algunas pulsiones de muerte.
Muchos lectores, podrían
preguntarse: ¿cómo puede existir un concepto semejante? Claramente la pulsión está
referida al ser viviente, pero no a cualquier organismo biológico sino a uno
atravesado por la lengua, por el discurso, por la estructura del lenguaje que es
un conjunto de significantes. El significante ¿es “medio de comunicación”?
Quizá. Sin embargo, lo que más se destaca para el psicoanálisis es el
significante en su versión imperativa, como orden.
El significante se destaca en el ser hablante, ante todo, como lo que se le
impone y lo comanda. Lo comanda a él y comanda a su goce. Es más: le exige
gozar, no le da respiro. La pulsión es una demanda y el anteriormente referido
Ideal es, en definitiva, una voz que
ordena: su rostro real más crudo, severo y cruel, es el superyó. La «Cultura de
la Mortificación» que produce el -y reproduce al- sistema capitalista, podría
pensarse como una encerrona de dos lugares que articularía perfectamente al
sadismo del superyó con el masoquismo del yo, a escala diríamos que global.
4
En La pregunta por la técnica
(1954), Heidegger reflexionaba: “Ahora, a aquella interpelación provocante que
reúne al hombre en [la tarea de] requerir como fondo lo que se desoculta, la
llamamos im-posición (Ge-stell).” Según el filósofo alemán, la esencia
de la técnica moderna radica en tal imposición y define a esta como “el modo
según el cual lo real se desoculta como fondo”. En mi lectura, destacaría eso
de desocultarse “como fondo”. O sea, me atrevería a decir: no como forma.
Esta interpretación que propongo tiene su lógica dado que la Modernidad supone
el ascenso a la escena del mundo, para decirlo de algún modo, del Hombre así
con mayúsculas.
Entre una cantidad de
características que definen lo moderno, quisiera destacar el protagonismo que
adquiere el Hombre por sobre la Naturaleza (división sujeto/ objeto) y el
predominio de la Razón en detrimento de otros modos de “desocultar lo real”. La
forma (Gestalt), lo destacado, en la nueva escena del mundo son
el Hombre y su voluntad, que lo erige en semidios. También podríamos decir que
asciende su Yo, cuyo principal enemigo o, mejor dicho, quien a aquello a lo que
más le intentará escapar es a la angustia (“temple de ánimo radical”, según
dice Heidegger en otro lado), a pesar de que ella sea una referencia más válida
para captar lo real que el pensamiento racional.
Pero tanto para este filósofo como
para el psicoanálisis, no todo lo real es racional, pese a Hegel (entre
otros). Basta con mirar cinco minutos al mundo para convencerse rápidamente de
esto y que toda la especulación del idealismo quede puesta en tela de juicio.
Pero no quisiera desviarme del tema
que me convoca a escribir, si es que existe algo así como un hilo conductor en
estas líneas. Si existe o no existe ese hilo, eso quizá pueda establecerse a
posteriori. Mientras tanto, para no desviarme simplemente prosigo con el
encadenamiento de ideas.
En este punto y de manera jugada,
voy a citar a otro filósofo, pero no a cualquiera sino a un pensador que
polemizó fuertemente con el anterior. Me refiero a Emmanuel Lévinas quien en un
artículo que viera la luz en 1969 (destaquemos el año en que fue escrito y también
la actualidad de sus palabras) y hablando del sionismo como culto de un Estado
totalitario, una forma de nazismo o una versión judía del nacionalismo alemán,
dijo:
“Personalmente, estoy convencido de que la lucha más
eficaz que nosotros podemos llevar a cabo contra el estado sionista –Israel– y
contra el sionismo es la lucha ideológica. Debemos poner en evidencia
que ese estado fue creado para asegurar la defensa de esa civilización
occidental que dio como frutos Auschwitz e Hiroshima. Palestina es el tercer
nombre que hay que agregar a esos dos. Palestina es la continuación de
Auschwitz e Hiroshima. Las cámaras de gas, la bomba atómica, el judaísmo
norteamericanizado por la vía del napalm son tres realizaciones monstruosas de
la misma civilización técnica. El Estado de Israel es un Estado de
Técnicos. Como ya dijimos, es la mayor realización, el más grande éxito de la
política y la técnica occidentales.”[1]
Me parece que, al menos en este
punto, el discurso de ambos pensadores empalma justamente. La técnica moderna
en tanto imposición –prepotencia del
ente en detrimento del ser– haya su realización más perfecta, pero también más
brutal, en las atrocidades mencionadas: el campo de concentración, la bomba
atómica y el fósforo blanco (entre otras armas) sionista en Gaza.
5
Retomando algo planteado más
arriba, específicamente aquello de que la función del fantasma en tanto hace
límite al impulso crudo o desenfrenado (manteniendo la satisfacción pulsional
en un plano más bien virtual) estaría problematiza hoy en día, Roland Chemama (2008)
decía: “Lo que más rápido percibimos [en nuestro mundo contemporáneo] es sin
duda que al haber retrocedido fuertemente los límites del pudor, de decoro,
pero también del gusto y el asco, la esfera de lo que es posible proponer al
goce parece ampliarse, e incluir lo que todavía ayer parecía universalmente
rechazado…”.[2]
Este mismo psicoanalista señala:
“Cantidad de analistas ponen de manifiesto, (…), que nuestra época es aquella
en que el sujeto resultaría más ocupado en su goce que en su deseo”.[3]
¿Por qué? Porque en este contexto capitalista “triunfa la idea de que cada
apetito de goce podría ser satisfecho, por supuesto a condición de ponerle un
precio”.[4] La
referencia creo yo que es a la mercantilización
generalizada no solamente de los placeres, los deseo y los goces sino de la
vida humana en sí. “Todo es comprable/ vendible”. Nada queda por fuera, nada
opera de exterior a esta lógica.
Retengamos esta idea de la ausencia
de algo exterior al capitalismo mismo como inexistente, es decir, como si el capitalismo
fuese todo. Esto no es una metáfora o una bella idea un tanto pesimista que se
le haya ocurrido a algún filósofo: es un hecho fáctico. El capitalismo, como
señala Ezequiel Adamovsky (2023), “ya no tiene ´afuera´ para conquistar”. Y
entonces:
“Para sostenerse, debe intensificar la presión hacia
adentro. Hundir más sus raíces en el suelo que ya ocupa. Exprimirlo al máximo.
El impulso a privatizar lo común y mercantilizar lo no mercantilizado se aplica
sobre una sociedad que ya fue sometida a esa lógica. Se transforma entonces en
un merodeo permanente alrededor de lo que queda.”[5]
Un merodeo
permanente alrededor de lo que queda. ¿No estamos hablando del
movimiento pulsional tal como lo piensa el psicoanálisis? La pulsión apunta a
reencontrar un objeto perdido por definición y, entonces, choca todo el tiempo contra el mismo vacío de goce. El trauma, en
cierta medida, es eso. Es ese golpe que motoriza la repetición de una pérdida. ¿Por
qué nos cuesta tanto convencernos de que el capitalismo así configurado o,
siendo todavía más polémico, que el capitalismo mismo como sistema económico conduce
esencialmente a la frustración y a la satisfacción exclusiva de algunos pocos
(a los que tampoco parecería alcanzarle lo logrado)?
A continuación, veamos cómo el
autor recién citado articula, entre otras cosas, la conexión entre lo que
denominé más arriba «pauperización de los afectos» con la creciente
mercantilización de la vida:
“La expansión de las relaciones mercantilizadas
involucró un creciente proceso de descolectivización y atomización. La
producción fue dejando de requerir vínculos extraeconómicos fuertes, sostenidos en el afecto, la vecindad, la
lealtad política o religiosa, o la común pertenencia a guildas o asociaciones. Incluso los lazos familiares fueron
perdiendo parte de su valor, a medida que la alimentación, el vestido, la
compañía, la fecundación y otros bienes y servicios se pudieron adquirir en el
mercado. Cada vez más, gracias a la
creciente mercantilización, podemos llevar una existencia atomizada con
vínculos escasos, débiles y efímeros con otras personas. Esto no es una
mera disquisición teórica: los hogares unipersonales o los trabajos solitarios
que solo involucran contacto mediante aplicaciones o que no requieren
interactuar con personas vienen en aumento sostenido y, luego de 2018, países
como Japón y el Reino Unido debieron establecer Ministerios de la Soledad para
lidiar con las consecuencias prácticas y emocionales de la atomización”.[6]
Como psicoanalista, conciente de los
padecimientos que en el pasado producían tanto los lazos familiares constrictivos
en el sujeto como todas las formas del poder disciplinario asociadas a los
Estados-Nación de la Modernidad, no vería tan mal el hecho de que ciertas alienaciones
o sujeciones se hayan debilitado sino fuese porque la escena contemporánea nos
muestra el pasaje a una versión extrema donde la tónica es el desamparo, tal
como lo estamos viviendo hoy en día en Argentina a raíz de las políticas de
vaciamiento estatal que llevan adelante los “anarco-capitalistas”.
Detengámonos un momento en ese
prefijo (“anarco”), dejando de lado por un momento el chiste fácil que permitiría
asociarlos con el narcotráfico. Para el psicoanálisis, la anarquía forma parte de lo más pulsional, no es una referencia al
deseo porque al deseo lo causa el objeto a,
es decir, esa es su condición absoluta y entonces no va para cualquier parte,
como un barrilete al que se lo lleva el viento. En cambio, lo anárquico, más
que en relación al inconsciente y al deseo, aludiría al algo vinculado con el ello, con el caos, con la ausencia misma
de sujeto y con la presencia absoluta del objeto en su función de plus de goce.
6
4 de Octubre de 2025. Diario Tiempo
Argentino. Leo un titular: “La falta de goce. Otro síntoma del país
libertario”. En el artículo se cita un informe del Centro de Investigaciones
Sociales de la UADE, las reflexiones de un sociólogo, a una periodista
especializada en género, a dos psicoanalistas de la APA (como veremos, tiene
cierta lógica con lo que me propuse cuestionar aquí) y otro informe del
Instituto para Estudios Familiares de EEUU. En la nota la autora explora temas
como la soledad, el amor, las citas a través de las apps y la “recesión sexual”
que afecta hoy en día a gran parte de la población mundial y especialmente a los
jóvenes. También hay una referencia a los hogares sin infancias como
consecuencias de la baja en la tasa de natalidad.
Los fenómenos están bien
documentados, la información es interesante y cualquier psicoanalista podría
efectivamente mostrarse de acuerdo con (casi) todo lo que allí se expresa. Se
habla, por ejemplo, de la intimidad “deshumanizada”, expresión que resuena con
algunas de las cosas trabajadas aquí más arriba. En resumen, lo escrito por
Luciana Rosende es muy pertinente y refleja una realidad contemporánea que
nadie podría negar sin caer, precisamente, en algún tipo de negacionismo.
Nada más lejos, por mi parte, de
querer caer en una postura semejante. El punto que quisiera cuestionar, que
puede resultar insignificante para muchos, pero es precisamente lo que me llevó
a leer la nota, es el título. ¿Se trata realmente de una “falta de goce” lo que
los resultados de las encuestas y los autores citados o entrevistados refieren?
Eso supondría pasar por alto la referencia que Rosende realiza a la dimensión
de la “autosatisfacción”, es decir, del autoerotismo. El relevamiento hecho
sobre estudiantes universitarios no indica que ellos, ellas o elles prefieran
“no gozar” sino que disfrutan “por igual” del sexo con otrxs y de la
satisfacción individual. Claramente, ese “por igual” habría que interrogarlo
más a fondo, pero está claro que no es algo que se pueda realizar en una
encuesta masiva.
En conclusión, lo que puede
desprenderse de la lectura del artículo, entonces, es que no se trataría
exactamente de una “falta de goce” –para el psicoanálisis, eso no estaría nada
mal– sino en todo caso de una pauperización
del deseo (hemos vuelto una vez más a la cuestión del empobrecimiento).
Por otro lado, ¿es este otro
síntoma del “país libertario”? Aquí habría que ver si primero es el huevo o
primera es la gallina, desde mi punto de vista. No estaría tan seguro de que la
pérdida del deseo (agregar el adjetivo sexual para un psicoanalista
siempre es tautológico) sería un efecto de estar sometidos a un gobierno
libertario –con todo lo que eso implica– o si, en cambio, ha sido la
pauperización creciente de la dimensión deseante lo que nos ha conducido hasta
aquí. Lo interesante de pensarlo de esta segunda manera es que, entonces, una potenciación
de la dimensión deseante conllevaría un posible poder sacarnos de semejante
atolladero político, social e (in)humano.
Ahora bien, ¿podría lograrse eso? ¿cómo?
Es decir, ¿cómo se potencia el deseo? En principio, los representantes
políticos opositores, como primera medida, tendrían que reactivar la esperanza
en la gente, quizá dejando de enfatizar lo mal que nos va a ir con estos
personajes en el poder (cosa que muchos compatriotas ya viven diariamente en
carne propia) y empezando a destacar lo bien que nos iría si ellos fuesen el
gobierno, intentando persuadir de esa manera al electorado para que comience a
soltarle la mano a la (extrema) derecha y empiece a mirar con anhelo la mano de
quienes defiendan la justicia social (ardua tarea si las hay, a la vista de lo
que fue el último gobierno supuestamente “nacional y popular”).
Más allá de lo que los dirigentes
hagan o dejen de hacer, es decir, allende la realidad política y pensando en la
dimensión de lo político, ¿cómo se
potencia el deseo? Yo creo que otra manera de estimular la dimensión deseante
es ejercitando o provocando la emergencia del pensamiento crítico. Generar
pensamiento crítico, ya sea en uno o en los otros –de hecho, nunca es una tarea
individual–, me parece que puede ser un modo de comenzar a entrenar las
astucias necesarias para que el pueblo deje de someterse a la legalidad
impuesta y comience a interrogarse por la legimitidad de las demandas
insatisfechas. Sin aquellas astucias o desvíos con respecto a la “la ley” (como
aquello que comanda en sentido amplio y no solamente lo referido a las leyes
escritas) podríamos creernos “el cuento completo” –como dice Ariel Pennisi en
un diálogo con Miguel Benasayag– al estilo de los alemanes con el Führer y a
diferencia de los italianos con el Duce (a quien no se lo tragaron
completamente en su pantomima).
Entonces, la vertiente a considerar
para pensar la potenciación del deseo, remite a una cuestión muy dejada de lado
por estos lares y que se llama: Ética.
Y los argentinos, ¿qué? ¿Nos
tragamos al personaje que nos gobierna en toda su paparruchada o disentimos,
supimos dejar un resto para la crítica, pudimos rescatar un trozo de aire puro
desde el cual pensar críticamente la puesta en escena? La puesta en escena de
un “topo” que se habría metido dentro del Estado para supuestamente
debilitarlo, azotando cruelmente solamente a los que eran parte de la “casta”,
es decir, a los políticos y blablablá. A prácticamente dos años de toda esta
fantochada, lo único que hemos visto es un descenso de la inflación producto de
una motosierra dirigida directamente a la clase trabajadora. Que la cuenta como
quieran. Lo único que hemos visto y que vemos es un terrible retroceso en
términos de identidad nacional. Un proceso, por suerte sofrenado en diversas
instancias –tímidamente en el Congreso y con más fuerza en las calles–, de recolonización.
Un plan de sometimiento.
¿Esta era en serio la solución a la
crisis que dejó la pandemia tanto material como espiritualmente en la sociedad?
¿Someterse infantilmente a la gran potencia del Norte, actualmente comandada
por un sociópata importante? ¿Esta era realmente la solución a la depresión
generalizada –tanto económica como psíquica– de nuestra población? ¿Ir a
pedirle ayuda a un personaje internacional a quien podríamos comparar con el superyó?
Eso suelen hacer los neuróticos para solucionar su síntoma, como lo vemos en la
clínica particular. En lugar de responsabilizarse subjetivamente del goce
sintomático que los afecta, lo medicalizan o lo “astrologizan”, etc., en
miras de suponerle al “experto” un saber ideal sobre la solución del conflicto
inconsciente que allí se expresa.
Dije algo importante: en el síntoma
hay goce. La pauperización deseante no supone “falta de goce” como indica el
título de la nota que estoy comentando sino todo lo contrario. En todo síntoma
hay satisfacción pulsional como más no sea masoquista, goce sufriente
y/o mortífero.
El gobierno libertario y su “solución”
de terminar de convertirnos en una colonia yanqui –o de vendernos al mejor
postor, no importa si es un capo narco o un Estado genocida– representan un
verdadero camino hacia el goce, es decir, una real “ruta hacia el
infierno”, como dice la emblemática banda australiana Ac/ Dc.
Finalizando con estas reflexiones,
quisiera interrogarme: ¿es ético utilizar el dolor ajeno para hacer política?
Eso fue lo que se hizo con la pandemia. Un sector de la política, con tal de
llegar al poder, se regodeó en el sufrimiento ajeno y lo utilizó perversamente.
Muchas personas la pasaron pésimo durante el encierro al que nos obligó la
peste y no solamente por perder algún familiar. Aun así, gran parte de la
sociedad, sin creerse el ombligo del mundo ni ningún tipo de excepción, entendió
que había que resistir y adecuarse al contexto para evitar males mayores.
Lamentablemente, el sector negacionista que usó el dolor ajeno para sacar
rédito político, triunfó. Está claro que no sin un tremendo apoyo propagandístico
comparable, aunque con otros matices, con el de la Alemania nazi. Un bombardeo
mediático sin fin, terminó pulverizando todo sentido crítico en el pensamiento.
Ni qué hablar de impacto de las redes sociales, de su efecto hipnótico y de cómo
han servido para potenciar lo más rancio de la especie (discursos de odio,
racismo, xenofobia, etc.).
7
Una vez más quisiera volver sobre
uno de los interrogantes planteados más arriba: ¿es responsable el sistema
capitalista, en sus modos de producción y de consumo, de gran parte de los
males de nuestra era referidos específicamente al (mal)trato entre los sujetos?
Para no responder apresuradamente a
este interrogante, es menester primero realizarse este otro, mucho más básico
pero fundamental: ¿qué es el capitalismo?
Para aproximar alguna definición,
como más no sea elemental, tomemos algunas reflexiones del economista Cédric
Durand (2009):
“El capitalismo es un sistema económico orientado a la
acumulación ilimitada de capital. Esto último puede tomar diferentes formas:
capital-dinero, en busca de oportunidades de inversión; capital financiero,
constituido por títulos (acciones, obligaciones); capital-material o
inmaterial, movilizado en el proceso de producción (instalaciones, máquinas,
stock de repuestos de automóviles, patentes, software). Pero no se trata de un tesoro cuyo valor
permanece inmutable, tiene la facultad particular de incrementarse en el curso de sus cambios de forma. Así, involucrado
en el proceso de producción, aumenta con la ganancia extraída del trabajo.
Esta «búsqueda apasionada» de la ganancia es el motor del capitalismo: el
excedente que se desprende de una actividad económica se reinvierte
incesantemente en una actividad nueva con vistas a un excedente aún más
importante”.[7]
Es decir que, si tuviésemos que
representarnos al capitalismo gráficamente, más que con la figura de un simple
círculo, deberíamos representárnoslo con la de un espiral. No sólo gira en redondo,
sino que, además, el diámetro va siendo cada vez mayor. La “torta” va
haciéndose cada vez más grande, lo cual no implica que se vaya repartiendo cada
vez mejor, situación que podría representarse con la paradoja de Zenón y la
tortuga. Zenón sería el fatigado asalariado y la inalcanzable tortuga el burgués
capitalista. La desventaja está en la esencia del sistema capitalista, el
lucro, el sacar provecho de la fuerza del “esclavo” quien nunca llegará a ser
el amo con el que sueña ser, puesto que el lugar del amo es una instancia vacía
e ideal que no está ocupada ni por el propio capitalista. Es decir, a su manera
el explotador también es un explotado (sin negar las diferencias entre las
clases sociales, desde ya).
Así como el sádico algo conoce del
masoquismo, el explotador algo sabe respecto de la explotación (históricamente
el burgués estaba sometido al poder feudal).
Prosiguiendo con las ideas de
Durand, este autor se detiene en la importancia de la conquista de América como
hecho que posibilitó la consolidación del capitalismo en la era industrial,
mientras en paralelo las clases dominantes europeas ponían su bota roñosa sobre
la cabeza de los compatriotas más vulnerables:
“Mientras las masacres teñían la conquista del «nuevo
mundo», se inició un violento movimiento
de proletarización de los pobres europeos. En el siglo XVI, la importación
masiva de metales preciosos en Europa se tradujo en un alza de los precios, que
produjo el empobrecimiento de una gran parte de la población. En respuesta a
las revueltas, se adoptó una primera serie de medidas represivas. Se prohibieron las coaliciones obreras en
Francia en 1539 (edicto de Villers-Cotteréts). En Inglaterra, a lo largo
del siglo XVI, en el mismo momento en que los
campesinos comenzaban a ser expulsados de sus tierras para desarrollar allí
la cría extensiva (movimiento llamado «de cercamiento»), se dictaban las primeras leyes sobre los pobres:
castigaban el vagabundeo con el látigo, el encarcelamiento, la ejecución y la
reducción a la condición de esclavo”.[8]
Aquí vemos cómo, ya desde sus orígenes,
el sistema capitalista estuvo siempre anudado a la violencia, al odio y a la
crueldad. Al destrato y al desprecio por el otro, por el vulnerable, por el más
desamparado y necesitado. La fase inicial de acumulación capitalista durante el
siglo XVI supuso una radicalización de la opresión hacia los sectores más
débiles, una maniobra de despojo, de «acumulación por expropiación» (término de
D. Harvey). Durand lo explica del siguiente modo:
“La fase inicial de acumulación del capital se efectuó
principalmente a través del comercio de los mercaderes y la banca. Esta se
alimentaba de los consumos de la nobleza y del clero, cuyos ingresos salían del
trabajo del campesinado, pero también del flujo de riquezas provenientes del
saqueo de las Américas y de los productos
de la esclavitud y del trabajo forzado en las minas y las plantaciones. El
desarrollo de la producción capitalista siguió siendo sumamente limitado, pero
se delineaba a través de un doble proceso: por un lado, las diferentes formas
de apoyo de los Estados a la creación de manufacturas; por otro lado, el
sometimiento del trabajo artesanal a los negociantes, la expulsión de los campesinos de sus tierras y los dispositivos
represivos contra los pobres.”[9]
Saqueo de las Américas, trabajo
forzado, esclavitud, sometimientos de los artesanos, expulsión de los
campesinos de sus tierras, represión contra los pobres… ¡qué significantes! ¡qué
genealogía! Qué (pre)historia tan salvaje la de este sistema supuestamente
evolucionado y que hoy se presenta bajo la faceta tecnológica. Qué antecedentes
los del capitalismo, realmente. La historia ya nos ha mostrado que un sistema
capitalista sin regulación alguna, puede tornarse monstruoso, como lo fue desde
sus orígenes.
8
Por otro lado, todo el mundo sabe
que lo que se busca cuando se dice que “achicar el Estado es agrandar la
Nación”, lo que se quiere es reducir la distribución para que el excedente
quede en manos de una elite. Tal como lo plantea el periodista Bercovich en su
último libro:
“En
realidad, lo que se presenta públicamente como una discusión en torno al tamaño
del Estado o a la supuesta eficiencia de mercado no es más que un velo para
tapar la verdadera disputa: cuánto de la riqueza social administran los dueños
del capital y cuánto se apropian los trabajadores activos, inactivos (como los
jubilados) y otros sectores sociales cuya supervivencia no garantiza el libre juego
de la oferta y la demanda”.[10]
Dicho esto, un poco más abajo,
Bercovich articula su idea con una referencia directa al presente argentino: “Milei
hace explícita como nunca esa contienda y también su posición, abiertamente del
lado del capital”.[11]
Obscenamente del lado del capital
concentrado, de “los dueños de la Argentina (y del mundo)”. Pornográficamente
del lado del poder real.[12]
Aquí es donde se encuentra nuestro país y nuestro pueblo en este momento
histórico. Es decir, el Gobierno nacional es una gobernanza clara y directa a
favor de los poderes fácticos que desde hace tiempo manipulan la opinión
pública desde las sombras, sólo que ahora se animan a mostrar parte de la cara.
Y no sólo sesgan la opinión pública, sino también la distribución equitativa de
la riqueza. Porque, de hecho, desde que los grandes millonarios del país
comenzaron a enviar sus fortunas a paraísos fiscales, la erosión del poder del
Estado se aceleró independientemente de la “mala praxis” (léase: corrupción) de
los políticos de turno. Carente de recursos, por mucha voluntad que haya, el
Estado no puede hacer prácticamente nada si no recauda. Más adelante retomaré
algunas de estas cuestiones acercándome al pensamiento de Piketty.
9
En el Seminario XVII Lacan, comentando el artículo de una colega sobre la
paternidad, señala que el final del mismo parecería dar a entender que muchas
cosas se derivarían de la muerte del padre (de la horda primordial), entre
ellas, un supuesto ir más allá de su ley, un supuesto liberarse de la ley a lo
que, por otra parte, el psicoanálisis contribuiría. A este respecto, el
analista francés señala que sería “en este registro donde una referencia libertaria podría vincularse con el
psicoanálisis”.[13]
Acto seguido y sin demora alguna, Lacan aclara que no se trata de eso en
psicoanálisis y nos recuerda que el asesinato del padre –o la idea filosófica Dios ha muerto– “lejos de poner en
cuestión lo que está en juego, es decir la ley, más bien la consolida”. En
otras palabras, si Dios ha muerto ya
(casi) nada (de goce) está permitido.
Pero lamentablemente los
libertarios locales y actuales –que de anarquistas no tienen nada– creen que,
al revés, suprimir la ley permitiría un acceso pleno al goce-todo. ¿Sabrán
ellos de que hablan cuando hablan del goce? ¿Serán conscientes de cuáles son
los dioses a los que convocan al evocar al goce absoluto, al pregonar un acceso
a la satisfacción pulsional sin filtro cultural alguno?
Una sociedad sin padre –sin ley,
sin límites, sin lo imposible– no es una sociedad con felicidad ilimitada, con
placer infinito, un paraíso, un Edén, etc. Si existe algo así como el amor al
padre –del que tanto habla la religión– es porque lo que la instancia paterna
representa es una barrera, un límite a la apropiación caprichosa del sujeto por
el Otro en calidad de objeto. Cuando un progenitor intenta fagocitar a su prole,
se supone que el tercero de apelación está allí para interrumpir esa encerrona
que podría devenir trágica.
Por lo demás, el tipo de liberación
al que aspiran estos liber-truchos es a la pura y simple “libertad de mercado”,
a que todo lo regule (o, más bien, lo desregule) la famosa “mano invisible” del
Sr. Adam Smith. Para eso necesitan atar de pies y de manos al Estado o, más
precisamente, a la clase dirigente que lo animan (los tres poderes). Necesitan
un Poder Ejecutivo, un Poder Judicial y un Poder Legislativo sumiso, obediente,
servicial, cómplice y connivente con sus intereses. Los dueños del país
necesitan un Estado cochino, sucio, híper-corrupto. Está claro que los
capitalistas mundiales sueñan con un mundo sin Estado o, mejor dicho, sin ley
alguna que esté por encima de sus caprichos. ¿Será muy alocado interpretar que están
en una posición infantil e incestuosa en tanto rechazan la función paterna?
10
En 1829 Víctor Hugo escribió El último día de un condenado. Se trata
de una novela breve que representa un alegato a favor de la abolición de la
pena de muerte. Antes de la ficción en cuestión hay un breve ensayo de 1832 que
opera como Prólogo y una brevísima obra teatral titulada “Una comedia a
propósito de una tragedia” donde el autor plasma la reacción de la sociedad
ante su novelita (no está de todo claro si esto está basado en su imaginación o
si teatraliza las verdaderas reacciones de su tiempo). Quisiera compartir los
fragmentos que más me impactaron de la narración, pensando en la cuestión de
los derechos humanos que, en cierta manera, es uno de los grandes trasfondos de
estas reflexiones que estoy volcando en estas páginas.
Al protagonista lo van trasladando
por distintas instituciones penitenciarias y judiciales antes de llevarlo a la
guillotina en París. En todo ese lapso que dura unas seis semanas, nos va
transmitiendo sus penurias, sus angustias, todo su dolor. En este sentido, el
escrito en un testimonio narrado en primera persona.
Por ejemplo, en cierto momento el
condenado dice: “Los carceleros, los guardias, los llaveros –no les guardo
rencor por eso– conversan y ríen, y hablan de mí, delante de mí, como de una
cosa”.[14]
La cosificación es prácticamente constante. El trato deshumanizado hacia la
persona condenada es patente y está
perfectamente ilustrado en la ficción de Víctor Hugo. La pluma magistral del
poeta nos conecta de manera directa con ese sujeto que, si bien es ficcional,
representa con alto grado de realismo a los miles de condenados reales que
pasaron por allí.
El protagonista escribe desde la
prisión antes de ser llevado al cadalso. Al dejar un testimonio escrito cree
poder así llevarles un mensaje, en especial “a los que mandan”. Veamos cómo lo
dice él con sus propias y agónicas palabras:
“Este
diario de mis sufrimientos, hora tras hora, minuto tras minuto, suplicio tras
suplicio, si encuentro las fuerzas para llevarlo hasta el instante en que me
sea físicamente imposible continuar,
esta historia de mis sensaciones, necesariamente inacabada pero tan completa
como sea posible, ¿no llevará consigo una enseñanza grande y profunda? ¿No
habrá, en el atestado de mi pensamiento agonizante, en esta progresión de
dolores siempre creciente, en esta especie de autopsia intelectual de un
condenado, más de una lección para los que mandan?”[15]
La pena capital recién se abolió en
Francia en el año 1981. Es decir, los amos se tomaron su tiempo para considerar
el diario sufriente de aquel ficticio condenado. Básicamente, ciento cincuenta
años. Recién hoy la pena capital dejó de ser considerada un acto de justicia y
pasó a estimar una violación a los derechos humanos. Sin embargo, en muchas
partes del mundo aún no se ha abolido, sigue vigente.
Ni qué hablar de lo que podría
definirse como una verdadera pena capital de
hecho. En Argentina podría ejemplificarse con la así llamada “doctrina
Chocobar” en referencia al caso del policía que, omitiendo lo que dicta la ley,
ejecutó a un delincuente por la espalda y luego fue felicitado por la entonces
ministra de Seguridad. Si bien es cierto que en Argentina no hay pena capital
vigente de jure, no menos cierto es
que la hay de facto y es lo que se
llama comúnmente “gatillo fácil”.
Acerquémonos un poco, ya que ha
aparecido el tema, a la cuestión de la facticidad, por ejemplo, según el
pensamiento de Juan Grabois:
“Con el término facticidad
me refiero a una cualidad de la vida contemporánea que se expresa en una
disociación cada vez más grande entre la letra del contrato social y la
realidad efectiva de los contratantes. El contrato está, pero no se cumple, no
tiene vigor; en particular, las cláusulas destinadas a resguardar los derechos
económicos, sociales y culturales de las mayorías populares”.[16]
Lo que menciona el dirigente social
es muy importante. ¿A qué responde esta disyunción cada vez más horrorosa entre
lo que las leyes marcan y lo que en los hechos acontece? Para decirlo de manera
directa: ¿por qué la gente infringe cada vez más abiertamente los límites? ¿Por
qué, en particular en nuestro país, el respeto y la solidaridad se han
empobrecido de manera tan abrupta?
En realidad, considero que el
problema es más profundo y viene de antaño, habría que investigar sus orígenes,
pero la cuestión que no podemos dejar de señalar es la singular emergencia de cosas
locas, por no decir psicóticas, en la Argentina de los últimos años. Cosas
locas que, en tanto no se esclarecen y quedan olvidadas, van llevando a
naturalizar la locura misma.
Tomemos un caso al que estimo paradigmático
de los últimos años. Me refiero al así llamado “caso Vicentín”. En diciembre de
2019 la empresa cerealera informó que estaba en quiebra. Luego salió a la luz
que tenía deudas millonarias con el Banco Nación, es decir, con el Estado
argentino. O sea: con todes nosotres (uso el lenguaje inclusivo adrede porque
sé muy bien cuánto le fastidia a los reaccionarios, a los nazis y a los
imbéciles). El anuncio de la intervención estatal produjo un enardecimiento inusitado
de parte de cierto sector de la sociedad pese a la evidencia de que se trataba
de una banda de estafadores. Prestémosle atención al siguiente párrafo de
Carlos del Frade, quien publicó un libro sobre el asunto en cuestión:
“Veintisiete personas,
ocho de ellas directivos de la empresa y diecinueve integrantes del Banco
Nación y del Banco Central, entre
agosto de 2019 y enero de 2020, a través de 1418 transferencias bancarias,
le robaron al pueblo 791 millones
de dólares. Eso ya está comprobado en las causas penales que se mueven
en forma paralela al extraño y curioso concurso preventivo de acreedores”.[17]
¿Cómo se explica que un sector no
menor de la sociedad haya salido a ponerse del lado de los grandes estafadores,
es decir, de quienes abiertamente estaban perjudicando a la sociedad en su
conjunto? ¿Cuándo se rompió el lazo entre la sociedad civil y el Estado? ¿En
qué momento la gente dejó de sentirse representada por lo público? A la vista
de los resultados electorales del 10 de diciembre de 2023 nada de esto hoy
sorprende. La cadena de cosas locas fue in
crescendo. La manipulación mediática, el famoso bombardeo psicotizante, tuvo
efectos reales, duraderos y siniestros. La inoculación enfermiza de miedo,
primero, y de odio, en segundo lugar, sirvió perfecto al plan macabro de
convertir al pueblo en su propio peor enemigo.
11
Jean Genet (1910-1986) escribió una
pequeña obra de teatro que se titula “Severa vigilancia”. De hecho, es su
primera pieza teatral (1949). Creo que leerla es una buena excusa para
aproximarse a algunos conceptos del psicoanálisis que, a su vez, nos permitan
echar luz sobre ciertos acontecimientos epocales.
Se trata de una comedia “marginal”
en el sentido de que sus protagonistas son tres muchachos (Ojos Verdes,
Mauricio y Julio) que están en prisión. La secuencia podría tranquilamente
discurrir en otro espacio, por ejemplo, en una tribuna popular de cualquier
cancha del fútbol argentino o en el famoso “tercer tiempo” de los “pibes” que
se juntan a jugar un picado una vez por semana.
En esta obra aparecen la
prestancia, la tensión agresiva y sexual con el semejante, la rivalidad
mezclada con la homosexualidad inconsciente entre los varones. Hay un cuarto
personaje que aparece brevemente que es el Guardia, apuesto y joven al igual
que aquellos tres. También hay una permanente referencia a otros dos
personajes, uno de los cuales aparece elevado e idolatrado y otro que, en
cambio, aparece más bien degradado. En realidad, por momentos se los denigra y
por momentos se los idealiza –se los ensalza– a ambos, como si no fuese posible
colocarlos en un término medio. Esto es muy propio del registro imaginario, es decir, de las relaciones
del yo con sus objetos especulares.
Los personajes aludidos en cuestión son Bola de Nieve –el negro más admirado y
poderoso de la cárcel– y la propia mujer de Ojos Verdes, a quien en cierto
momento de la obra este quiere que la maten, tal como él asesinó a una
jovencita en un rapto de locura e impulsividad sin sentido (no fue ni para
robarle ni para violarla).
Ojos Verdes está condenado a la
guillotina (otra vez el asunto de la pena capital) y se jacta de eso
permanentemente ya que, en la escala de códigos y valores carcelarios, ser un asesino
y estar condenado parecerían ser elementos que dan mayor prestigio al
presidiario, lo hacen más “polenta”, “picante” o “pesado”, diríamos por estos
lares.
En cierto momento de la obra Ojos
Verdes le dice a Julio:
“No sabes nada de la desgracia si crees que se puede
elegir. Yo no deseé la mía. Ella me eligió. Me cayó buenamente encima. Y todo
lo intenté para deshacerme de ella. Me defendí, hasta bailé y puedes reírte. La
desgracia la rechacé primero, tan sólo cuando vi que no había más remedio me tranquilicé.
Tan sólo ahora acabo de aceptarlo. Me convenía que fuera total”.[18]
Me
convenía que fuera total.
Es decir, no le basta con haber cometido un crimen y estar en prisión. También es
necesaria la pena capital. La obra termina con la consumación de aquel acto con
el empieza, a saber, el asesinato de Mauricio por parte de Julio Lefranc quien
parecería cometer el crimen para estar a la altura de su admirado Ojos Verdes.
Pero este lo traiciona sin tapujos llamando al Guardia para que responda por su
acto ante él. Todo esto tiene mucho de superyoico. El superyó es esa instancia
que hace actuar al sujeto no tanto en
el sentido del acto sino más bien del acting.
Todo parecería indicar que Lefranc es inconscientemente incentivado a cometer
el homicidio para poder “sentirse parte” de los “porongas” de la prisión. ¿No
hay mucho de esto en la trama social? ¿Cuántos pibes se hacen delincuentes para
poder sentirse parte de un mundillo como más no sea de un mundillo mortificado
y mortificante? ¿Cuántos pibes se meten en una barrabrava para buscar allí el
lugar que la sociedad les negó? En una barrabrava como en cualquier otro grupo
hay una escala de valores. Hay un Ideal del yo y un yo ideal. Estas instancias
psíquicas no entienden de contenidos, son vacías y se llenan de lo que la
cultura proporciona.
Bola de Nieve aparece como una
encarnación de aquel Padre Primordial de Tótem
y tabú. Ojos Verdes lo llama, un tanto irónicamente, el “Gran Jefe”, quien “tiene
derecho a matar a la gente” e incluso de comérsela, porque “es un salvaje”,
porque “vive en la jungla”. Más allá de las connotaciones racistas de lo que
dice Ojos Verdes, mi lectura va por otro lado. Hay una referencia a un Otro sin
castrar, por eso dije Padre Primordial en alusión al padre que goza de todas
las mujeres, que acumula goce sin fin. La ley que lo gobierna es la de su
propio arbitrio. En cambio, a él –a Ojos Verdes– le basta con haber recibido el
buen guiño, le alcanza con ser el falo del negro (todo el mundo sabe qué
fantasías existen en torno al falo de la gente afrodescendiente). Eso lo vuelve
también a él un poco negro, más allá de su mortecina palidez. A Julio el
asesinato lo vuelve un poco ojitos verdes o, al menos eso era lo que él
esperaba. En realidad, el que se comporta como un “verde” (inmaduro, estulto,
manipulable) es él. Mauricio se identifica al falo de Ojos Verdes, quiere
rendirle pleitesía incondicional, pero eso lo confronta con Julio, quien lo
asesina. Al inicio de la obra Ojos Verdes los separa. Al final, deja que se
maten.
En cuanto a Lacan, sus comentarios
en el Seminario V son sobre otra obra
de Genet que es de las más conocidas: El balcón.
Según el analista francés, allí aparecen en escena “las funciones humanas en
cuanto vinculadas con lo simbólico”.[19]
Es decir, en El balcón tiene mayor
relevancia lo simbólico que lo imaginario, a diferencia de lo que predomina en Severa vigilancia donde la tensión
agresiva y erótica propia de ese registro es lo que más prevalece. Todos los
personajes que los asistentes a la “casa de ilusiones” (un burdel) encarnan al
disfrazarse y escenificar situaciones (que los excitan sexualmente)
“representan funciones con respecto a las cuales el sujeto se encuentra como
alienado”. Los personajes quedan sometidos a la ley de la comedia y, en tanto
lectores, nos ponemos a representarnos qué es gozar de esas funciones que
encarnan (el Juez, Cristo, el General, el Obispo, un Rey).
Dice Lacan sobre un personaje en
particular de los asistentes al prostíbulo: “Vemos así al sujeto, sin dudas
perverso, complacerse en buscar su satisfacción en esta imagen, pero en cuanto reflejo de una función
esencialmente significante”.[20]
Estimo que el abordaje que Lacan realiza sobre la obra, si bien nos permite
pensar la cuestión de la perversión, además nos posibilita reflexionar sobre la
dimensión del fantasma. Esa instancia donde la oposición entre la verdad y la
mentira pierde toda consistencia. Ese plano donde la verdad adquiere estructura
de ficción y la ficción se vuelve verdadera.
En cierto momento, quien encarna al
Obispo dice “¡Que la función se vaya a cagar!”. Sin embargo, como reflexiona
Lacan, por más degradadas que estén las funciones simbólicas y la función misma
de la palabra, esta subsiste de manera autónoma. Aún en los momentos en los que
la cultura se degrada a niveles extremos, hay que apostar al sujeto de la
palabra. Independientemente del nivel de mortificación que trae aparejado, por
ejemplo, este sistema capitalista que empuja al consumo desenfrenado e
ilimitado.
Lo simbólico insiste, excede las contingencias culturales. Podríamos decir que ex-siste: sostiene la escena imaginaria del mundo desde afuera. ¿Y lo real? Los tres registros están anudados. En El balcón este registro podría estar representado por la revolución (el caos exterior al burdel). Y obviamente por las satisfacciones que el prostíbulo hace posibles. Tanto la revolución como lo real llevan las cosas siempre al mismo lugar. La «subversión» es otra cosa. Más que “dar vuelta hacia abajo”[21], yo diría dar vuelta el orden instituido desde abajo.
[1] Levyne,
E.: “El sionismo es la versión judía del nazismo alemán” en M. Ghandi, “Che”
Guevara, Mostefá Lacheraf: La Revolución palestina
y el Tercer Mundo. Ed. Tres Continentes, Buenos Aires, 1970. Pág. 252-3.
[2] Chemama, R.: El goce, contextos y paradojas. Ed.
Nueva Visión, Buenos Aires, 2008. Pág. 71.
[3] Ibíd. Pág. 13.
[4] Ibíd.
[5] Adamovsky, E.: Del antiperonismo al individualismo
autoritario. UNSAM EDITA, 2023. Pág.107.
[6] Ibíd.: Pág. 110.
[7] Durand, C.: ¿El capitalismo es insuperable? Ed.
Universidad Nacional de Moreno, Buenos Aires, 2014. Pág. 17. Subrayado mío.
[8] Ibíd. Pág. 24.
[9] Ibid. Pág. 25.
[10] Bercovich,
A.: “Introducción” en El país que quieren
los dueños, Ed. Planeta, CABA, 2025, pág. 12.
[11] Ibíd.
[12][12] “¿Vos te crees que
incomodás al poder [real] votando a la izquierda?” le preguntó Cristina
Fernández de Kirchner en cierta oportunidad al periodista que estoy citando.
Más allá de si uno está o no de acuerdo con la pregunta retórica de la actual
Presidenta del Partido Justicialista, lo cierto es que lamentablemente el
último gobierno –en teoría– peronista tampoco se caracterizó por incomodarlo
mucho. Esperemos que el próximo gobierno que se autorice a hablar en nombre de
la Justicia Social, la independencia económica, la felicidad del pueblo y la
soberanía (entre otras reivindicaciones), les haga verdadera justicia a esos emblemas del movimiento
nacional y popular.
[13] Clase
del 18/3/1970. Subrayado mío.
[14] Víctor
Hugo: El último día de un condenado.
Buenos Aires, Ed. Losada, 2015. Pág. 77.
[15] Ibíd. Pág. 79.
[16] Grabois,
J.: “Bases y puntos de partida” en
Argentina humana, CABA, Ed. Sudamericana, 2024. Pág. 18.
[17] “Vicentin, una historia de fraude, lavado, vaciamiento y
delitos de comercio exterior” en Página
12. 31/1/2021
[18] Genet,
J.: “Severa vigilancia” en El balcón.
Severa vigilancia. Las sirvientas. Ed. Losada, Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
2021. Pág. 230.
[19] Clase
del 5/3/1958.
[20] Subrayado
mío.

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