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“LA MORAL DE LOS BIENES NO HACE SIGNO DE AMOR”

 


 

“Por la muestra, a los tiranos no les conviene que se formen entre sus súbditos grandes valores ni amistades ni lazos fuertes; ahora bien, esto es lo que el Amor sabe hacer perfectamente”.

 

El banquete. Platón.

 

“La costumbre de producir bienes, sean útiles o no, de utilizar invenciones que sean necesarias o no, de aplicar energía, efectiva o no, penetra en casi todos los dominios de nuestra actual civilización. El resultado es que áreas enteras de la personalidad han sido desatendidas: las esferas de conducta que tienden hacia un fin, más bien que las simplemente adaptables, existen por tolerancia. Este penetrante instrumentalismo pone un obstáculo a las reacciones vitales que no pueden ser estrechamente unidas a la máquina, y amplifica la importancia de los bienes físicos como símbolos –símbolos de inteligencia y de habilidad y de perspicacia–, incluso se tiende a caracterizar su ausencia como un signo de estupidez o de fracaso”.

 

Técnica y civilización. Lewis Mumford.   

 

1

Quisiera iniciar estas reflexiones refiriéndome a algunos lugares que, tal vez, puedan parecer demasiado evidentes para algún lector. De todas maneras, considero que puede haber un método en esta manera de proceder. A fin de cuentas, ¿por qué no iniciar desde lo más “obvio”, desde lo que yace más “a mano” en lugar de precipitarnos intelectualmente yéndonos a esferas a las que, quizá, en algún momento de nuestra reflexión lleguemos (o quizá no)?  

Uno de esos lugares comunes al que me enfrento no solamente en mi experiencia cotidiana como psicoanalista sino también como persona y como ciudadano, es el problema al que podría definir como «pauperización de los afectos». ¿A qué me refiero con esta expresión? Pauperización implica la idea de empobrecimiento, ese punto está claro, al menos en principio. En cambio, afectos es una expresión más equívoca puesto que se habla de “los afectos” para hacer referencia a los seres que uno quiere (no exclusivamente la propia familia) y también a las pasiones a que uno lo afectan como el amor, la alegría, la angustia o la tristeza.  

Pues bien, creo que la degradación de los afectos conlleva esa doble implicación. Por un lado, supone una atomización cada vez más creciente respecto a los vínculos en general, exacerbada por la bajada de línea que, “veinticuatro por siete”, exige que nos pensemos como seres individuales y nada más que como seres individuales. Pueden existir otras razones para explicar o para tratar de entender esta hiper-individuación como, por ejemplo, el factor tecnológico que nos viene bárbaro para rellenar el vacío dejado por el otro. Los dispositivos y sus respectivas “apps”, se llevan muy bien con la creciente ola de individuación generalizada. También se llevan excelente con la soledad y con lo que los analistas denominamos autoerotismo. Ni qué hablar cuánto, gracias a estas tecnologías y al supuesto anonimato que garantizaría internet, los afectos no solamente se han empobrecido, sino que también se han pervertido teniendo esto como consecuencia una emergencia preocupante de la maldad, del odio y de la crueldad en sus diversas variantes (racismo, xenofobia, misoginia, etc.). Y esto último no es sino el segundo rostro de la doble implicación arriba mencionada. Los afectos se han pauperizado, también, en el sentido de que se han vuelto más primitivos, brutales y salvajes.  

Entonces estamos hablando de una «escena de deshumanización» y este es el segundo dato que extraigo de la evidencia más palpable: la de la vida cotidiana en nuestro contexto (Argentina, año 2025). ¿Qué es primero? ¿La pauperización afectiva o la deshumanización? No podría atreverme a establecer una causalidad, pero de lo que estoy absolutamente convencido es de que existe una relación entre una cosa y la otra. Como también estoy seguro de que para llegar a tratar al otro como a un objeto, antes uno mismo debió haberse deshumanizado lo suficiente.

¿Cuáles son aquellas cosas que deshumanizan a los seres humanos? En otras palabras, ¿qué convierte al sujeto en objeto? Desde el punto de vista del psicoanálisis, el advenimiento del sujeto al campo del lenguaje es primariamente en calidad de objeto. Esta fase inicial podría definirse como una «mortificación primaria» a la que le otorgamos el estatuto de estructural y, por ende, de necesaria. La operatoria que definimos como castración es el apaciguamiento de los efectos estridentes del significante (que en el mundo real es significante-hablado, o sea, voz) y la posible constitución de un ser que ya no será puramente objeto del Otro (es decir, su falo). El niño dejar de ser así la mera y simple fantasía que sostiene al deseo de la madre y comienza a investirse como alguien real más allá de su existencia de carne y hueso. Pasar de ser algo a ser alguien no es una tarea sencilla ni que pueda llevarse a cabo sin algún tipo de ayuda (función paterna, andamiajes identificatorios, la dimensión del juego).   

Pero volviendo sobre nuestra pregunta, ¿cómo se produce el proceso inverso, de ser factible? Es decir, ¿cómo se retrocede del estatuto subjetivo a la objetualidad? En el caso de un neurótico, los psicoanalistas encontramos esa chance en principio como fantasma o en el fantasma. Ahí es donde precisamente el sujeto está todo el tiempo próximo a convertirse en objeto del goce del Otro y por eso surge la angustia cuando algo relativo al fantasma –ya sea su vacilación o su reforzamiento– es puesto en juego. Ahora bien, la función del fantasma tal como la entiendo supone mantener esa escena en un plano virtual y que el sujeto no pase al acto (o que no se exponga al acto perverso del otro). Si, por ejemplo, alguien tiene el deseo inconsciente de violar a su madre (o el miedo secreto a ser violado por ella respecto del cual aquel deseo es defensa), el fantasma aportará elementos disuasorios para que la satisfacción permanezca en el terreno autoerótico, por ejemplo, bajo la forma del síntoma. Si, en cambio, el sujeto cayese de la escena y se produjera una violación (no necesariamente de la madre sino de quien haga-las-veces-de), eso querría decir que allí algo en relación con la función específica del fantasma ha fallado. Y creo que este es precisamente un rasgo de nuestra época. Si se caen los filtros que mantienen al goce velado, aparecen la violencia y otras expresiones de lo que la civilización exige mantener en suspenso, aplazado.      

Y ¿por qué? Es decir, ¿hay elementos específicos vinculados al contexto social e histórico, más allá de las razones particulares de cada caso? Remitiéndonos a un factor bastante general, pero de ninguna manera abstracto, ¿es responsable el sistema capitalista, en sus modos de producción y de consumo, de gran parte de los males de nuestra era referidos específicamente al trato entre los sujetos? Soy consciente que a la hora de desarrollar estas conjeturas -las cuales, por lo demás, no tienen evidentemente un carácter demasiado novedoso, lo sé- es difícil no caer como decía al inicio en lugares comunes o predecibles. Pero nada de esto es razón suficiente como para dejar de pensar. Estando tan problematizado el diálogo en los tiempos que corren y siendo consciente de las consecuencias que eso conlleva en términos de escalada de la violencia, no quisiera imaginarme qué sucedería si los seres humanos dejásemos definitivamente de pensar. Este es un asunto completamente actual: el problema no es ni que las máquinas piensen ni que lo hagan muchísimo mejor que nosotros, sino que nosotros abandonemos el pensamiento sin más, entregándonos… ¿a qué? ¿A “sentir” o, en realidad, a gozar? El interrogante es válido porque no son para nada lo mismo.

Entonces, recapitulemos junto a estas tres preguntas: ¿Cuáles son aquellas cosas que deshumanizan a los seres humanos? ¿cómo se retrocede del estatuto subjetivo a la objetualidad? ¿Es responsable el sistema capitalista, en sus modos de producción y de consumo, de gran parte de los males de nuestra era referidos específicamente al trato entre los sujetos?

Una guerra es sabido que deshumaniza ya que, aunque se diga que existen algunas reglas, la guerra es la ausencia de barreras para gozar del otro. Entonces, el otro es objeto, pero también lo soy yo. La expectativa angustiada es la de ser tomado como una cosa en cualquier momento. El terrorismo de Estado supone otra versión de lo mismo. El autoritarismo ya de por sí es angustiante, pero lo es aún más cuando su método es el terror. Todo esto produce una situación traumática. La inestabilidad económica podríamos decir que también es terrorífica para muchos sectores de la población, en particular, para los más vulnerables. El temor a “morirse de hambre”, a terminar en la calle como un mendigo, a tener que revolver bolsas de basura o depender de la caridad para subsistir, etc., todo eso también conlleva angustia y puede conducir al terror (pánico).

Las desigualdades que genera el capitalismo en su versión menos regulada y reglamentada poco a poco comienzan a producir mayor deshumanización. Porque, además, en una sociedad donde lo único importante es satisfacer las necesidades también se produce un empobrecimiento de lo simbólico en la medida en que los seres humanos dejan de “consumir” (y de producir), por ejemplo, arte, es decir, cultura. Una sociedad sin arte en particular y sin cultura en general es una sociedad mortificada, pero en segundo grado. Ya no se trata de la «mortificación primaria». Se trata de un redoblamiento, de una regresión a lo autoerótico, pero en un sentido estrictamente mortificante.

 

2

Voy a referirme ahora a otro elemento de la realidad, palpable, evidente, concreto, objetivo. Este “dato duro” que el mundo de hoy nos muestra a mi entender también da cuenta de las dos cuestiones antes señaladas, es decir, de la pauperización afectiva –que en el caso al que voy a referirme podría pensarse como una fuertísima indolencia internacional– y de la escena de deshumanización. Me refiero ni más ni menos que al genocidio que recae en estos momentos sobre el pueblo de Palestina por parte de un Estado al que no voy a dudar en calificar de terrorista por su accionar.

¿Queda alguna duda de que allí hoy, en Gaza, se violan de manera considerable los derechos humanos ante la pasividad fenomenal de la comunidad internacional, con honrosas excepciones? ¿Por qué nos cuesta tanto reconocer el sufrimiento de aquella comunidad? En Palestina hay colonización y racismo, como en su momento lo hubo en África, pero también en Latinoamérica (de hecho, lo sigue habiendo en sumo grado). ¿Cómo es posible que en estos lares nos pongamos del lado del Occidente blanco y conquistador habiendo sufrido nosotros, en cierta medida, la misma violencia por ejemplo durante la conquista de América? ¿Importa realmente que no seamos descendientes directos de aquellos pueblos originarios? Estas pampas, estas tierras estaban habitadas por seres humanos que fueron masacrados y despojados de su lugar, exactamente de la misma manera que hoy en día Israel invade a los palestinos, los aniquila sistemáticamente, los desplaza y pretende exterminarlos definitivamente. El “nazionismo” aparece como un títere del imperialismo en Medio Oriente, harto eficaz para asegurar el dominio de las potencias occidentales sobre la región. Me refiero a Estados Unidos y a Europa, principalmente, dado que los países del Tercer Mundo no sacamos ningún provecho de semejante atropello inhumano.             

 

3

Mientras escribo estas líneas acontece en la Provincia de Buenos Aires, aunque en conexión con la Ciudad y el exterior del país, un crimen horroroso: asesinan a tres adolescentes en el marco de una supuesta venganza “narco”. No solamente las matan, antes las violan y las torturan. Insisto: no solamente les quitan la vida, además después las descuartizan. ¿Puede haber un grado mayor de maldad? ¿Puede existir un nivel superior de crueldad y de odio que el expresado en semejante triple femicidio?

Con lo único que podría comparar esta aberración es con los crímenes de lesa humanidad perpetrados durante la dictadura. Quizá una diferencia importante sería que, durante aquellos años horrorosos, el terrorismo era estatal. Ahora bien, ¿hasta qué punto lo que sucede hoy en día excluye al Estado de toda responsabilidad? Yo diría que el Estado es completamente responsable, está claro que no sólo él, pero me atrevería a decir que lo es en primer lugar (a nivel municipal, provincial y nacional). Ahora bien, deteniéndonos específicamente en el plano nacional, el actual presidente durante la campaña dijo, completamente suelto de cuerpo: “Entre el Estado y la mafia, me quedo con la mafia”. Hace unas semanas, dentro de otra campaña electoral, pero que involucra al mismo espacio político, circuló una foto donde los candidatos se mostraban con un pasacalle que decía: “Kirchnerismo nunca más”. ¿No representa eso una enorme trivialización de las vejaciones que padeció la población argentina durante el “Proceso”? No sorprende, sin embargo, dado que para el actual mandatario las violaciones a los derechos humanos cometidas por los militares, solamente fueron “excesos”, tal como lo sostenía el mismo Massera.

Pibas, muy jóvenes, mujeres, pobres, sometidas al padecimiento de la necesidad, acaso adictas o no al algún tipo de sustancia, acaso vinculadas o no al trabajo sexual, acaso “viudas negras” o no, acaso se “zarparon con algún capanga” o no… A fin de cuentas, ¿qué mierda importa todo eso? ¿Merecían por algunos de esos factores ser mal-tratadas de esa manera tan ignominiosa, horripilante y atroz? ¿Merecían ese des-trato, tanta cosificación, ser reducidas de esa manera a un pedazo de carne sin valor alguno? ¿Merecían que su crimen fuese transmitido en vivo a través de una app de la manera más obscena posible para que los “soldaditos” del supuesto “poronga” vieran en directo el presunto poder de su psicopático Jefe?     

Aquí es donde quisiera retomar algo mencionado más arriba: para llegar a tratar al otro como a un objeto, antes uno mismo debió haberse deshumanizado lo suficiente. La subjetividad “narco” –si es que existe algo así-, nos habla de un sujeto que se de-subjetivó a un nivel tan, pero tan profundo que ya casi no hay rastros de subjetividad en su ser. Podríamos decir algo parecido del torturador, de los agentes de las fuerzas de seguridad cuando operan de manera tan inhumana, de los barrabravas y de cualquier clase de fanático dispuesto a dar la vida o a matar por un Ideal. Estamos hablando de subjetividades sumamente mortificadas de tanto entregarse al goce. Como si hubiese una identificación descarnada (sin velo, sin agalma) a lo que Lacan denomina el objeto a, pero no precisamente en su función de “causar el deseo” sino como demás, plus, exceso.  

¿Estamos hablando de sujetos con una posición subjetiva perversa? No necesariamente. A la hora de abordar la cuestión de las adicciones, algunos autores abordan las problemáticas con ese sesgo, quizá por un reduccionismo de la cuestión de la renegación o desmentida. Sinceramente, no me consta que este “mecanismo de defensa” sea ni lo esencial de la estructura perversa ni que pueda asociarse con exclusividad a esa posición subjetiva frente a la castración del Otro. Más bien, creo que la renegación es un acto en el sujeto psíquico, pero que le llega desde el Otro.

Más arriba nos preguntábamos: ¿Es responsable el sistema capitalista, en sus modos de producción y de consumo, de gran parte de los males de nuestra era referidos específicamente al trato entre los sujetos? Pues bien, creo que lo que al sujeto epocal le es transmitido por la época, es decir, hacia dónde lo arrastra la espiral actual es justamente hacia algo renegatorio en relación con la castración (que es falta, pérdida, angustia, duelo, “negatividad” pero también deseo, o sea, insatisfacción –si eso no se aguanta se recurre a las drogas, por ejemplo, incluyendo al poder hipnótico de las pantallas–). En los tiempos que corren habría algo en relación al no-todo que resultaría verdaderamente insoportable. Pero esto, ¿a qué se debe sino a la promesa constante de una satisfacción plena, de un goce total y sin barreras? ¿Será necesario hablar otra vez del padre de la horda primitiva y de cómo la identificación con semejante instancia produce efectos estragantes a nivel particular y colectivo?   

¿Y cuál es aquella cultura que, en lugar de transmitir recursos, herramientas, deseos, etc., transmite puros emblemas, puros prestigios, puros ideales y mandatos? Aquella cultura anticultural que va contra sus propios cimientos y columnas –el lazo social, la solidaridad, la justicia social, la igualdad, el amor, los derechos humanos, las leyes, las reglas de juego–, es una «Cultura de la Mortificación», es la mortificación o el malestar hechos cultura (es decir, naturalizados, instituidos, aceptados pasiva y acríticamente).

Por otro lado, la libertad no es el “libertinaje”, ¡parece algo obvio, pero evidentemente hay que aclararlo! Una cosa es autodefinirse “libertario”, pero otra muy distinta es ser un libertino. El libertinaje, según la RAE, es el “desenfreno es las obras o en las palabras” y tiene como sinónimos: desenfreno, vicio, deshonestidad, impudicia, indecencia. El libertino propiamente dicho es aquel que “se entrega sin mesura al placer sexual”. En términos psicoanalíticos, no diríamos “placer sexual”, diríamos que se entrega sin mesura al goce… que mejor no. Se entrega desenfrenadamente a satisfacer una o algunas pulsiones de muerte.

Muchos lectores, podrían preguntarse: ¿cómo puede existir un concepto semejante? Claramente la pulsión está referida al ser viviente, pero no a cualquier organismo biológico sino a uno atravesado por la lengua, por el discurso, por la estructura del lenguaje que es un conjunto de significantes. El significante ¿es “medio de comunicación”? Quizá. Sin embargo, lo que más se destaca para el psicoanálisis es el significante en su versión imperativa, como orden. El significante se destaca en el ser hablante, ante todo, como lo que se le impone y lo comanda. Lo comanda a él y comanda a su goce. Es más: le exige gozar, no le da respiro. La pulsión es una demanda y el anteriormente referido Ideal es, en definitiva, una voz que ordena: su rostro real más crudo, severo y cruel, es el superyó. La «Cultura de la Mortificación» que produce el -y reproduce al- sistema capitalista, podría pensarse como una encerrona de dos lugares que articularía perfectamente al sadismo del superyó con el masoquismo del yo, a escala diríamos que global.     

 

4

En La pregunta por la técnica (1954), Heidegger reflexionaba: “Ahora, a aquella interpelación provocante que reúne al hombre en [la tarea de] requerir como fondo lo que se desoculta, la llamamos im-posición (Ge-stell).” Según el filósofo alemán, la esencia de la técnica moderna radica en tal imposición y define a esta como “el modo según el cual lo real se desoculta como fondo”. En mi lectura, destacaría eso de desocultarse “como fondo”. O sea, me atrevería a decir: no como forma. Esta interpretación que propongo tiene su lógica dado que la Modernidad supone el ascenso a la escena del mundo, para decirlo de algún modo, del Hombre así con mayúsculas.

Entre una cantidad de características que definen lo moderno, quisiera destacar el protagonismo que adquiere el Hombre por sobre la Naturaleza (división sujeto/ objeto) y el predominio de la Razón en detrimento de otros modos de “desocultar lo real”. La forma (Gestalt), lo destacado, en la nueva escena del mundo son el Hombre y su voluntad, que lo erige en semidios. También podríamos decir que asciende su Yo, cuyo principal enemigo o, mejor dicho, quien a aquello a lo que más le intentará escapar es a la angustia (“temple de ánimo radical”, según dice Heidegger en otro lado), a pesar de que ella sea una referencia más válida para captar lo real que el pensamiento racional.

Pero tanto para este filósofo como para el psicoanálisis, no todo lo real es racional, pese a Hegel (entre otros). Basta con mirar cinco minutos al mundo para convencerse rápidamente de esto y que toda la especulación del idealismo quede puesta en tela de juicio.

Pero no quisiera desviarme del tema que me convoca a escribir, si es que existe algo así como un hilo conductor en estas líneas. Si existe o no existe ese hilo, eso quizá pueda establecerse a posteriori. Mientras tanto, para no desviarme simplemente prosigo con el encadenamiento de ideas.

En este punto y de manera jugada, voy a citar a otro filósofo, pero no a cualquiera sino a un pensador que polemizó fuertemente con el anterior. Me refiero a Emmanuel Lévinas quien en un artículo que viera la luz en 1969 (destaquemos el año en que fue escrito y también la actualidad de sus palabras) y hablando del sionismo como culto de un Estado totalitario, una forma de nazismo o una versión judía del nacionalismo alemán, dijo:

“Personalmente, estoy convencido de que la lucha más eficaz que nosotros podemos llevar a cabo contra el estado sionista –Israel– y contra el sionismo es la lucha ideológica. Debemos poner en evidencia que ese estado fue creado para asegurar la defensa de esa civilización occidental que dio como frutos Auschwitz e Hiroshima. Palestina es el tercer nombre que hay que agregar a esos dos. Palestina es la continuación de Auschwitz e Hiroshima. Las cámaras de gas, la bomba atómica, el judaísmo norteamericanizado por la vía del napalm son tres realizaciones monstruosas de la misma civilización técnica. El Estado de Israel es un Estado de Técnicos. Como ya dijimos, es la mayor realización, el más grande éxito de la política y la técnica occidentales.”[1]

           

Me parece que, al menos en este punto, el discurso de ambos pensadores empalma justamente. La técnica moderna en tanto imposición –prepotencia del ente en detrimento del ser– haya su realización más perfecta, pero también más brutal, en las atrocidades mencionadas: el campo de concentración, la bomba atómica y el fósforo blanco (entre otras armas) sionista en Gaza.

 

5

 

Retomando algo planteado más arriba, específicamente aquello de que la función del fantasma en tanto hace límite al impulso crudo o desenfrenado (manteniendo la satisfacción pulsional en un plano más bien virtual) estaría problematiza hoy en día, Roland Chemama (2008) decía: “Lo que más rápido percibimos [en nuestro mundo contemporáneo] es sin duda que al haber retrocedido fuertemente los límites del pudor, de decoro, pero también del gusto y el asco, la esfera de lo que es posible proponer al goce parece ampliarse, e incluir lo que todavía ayer parecía universalmente rechazado…”.[2]

Este mismo psicoanalista señala: “Cantidad de analistas ponen de manifiesto, (…), que nuestra época es aquella en que el sujeto resultaría más ocupado en su goce que en su deseo”.[3] ¿Por qué? Porque en este contexto capitalista “triunfa la idea de que cada apetito de goce podría ser satisfecho, por supuesto a condición de ponerle un precio”.[4] La referencia creo yo que es a la mercantilización generalizada no solamente de los placeres, los deseo y los goces sino de la vida humana en sí. “Todo es comprable/ vendible”. Nada queda por fuera, nada opera de exterior a esta lógica.

Retengamos esta idea de la ausencia de algo exterior al capitalismo mismo como inexistente, es decir, como si el capitalismo fuese todo. Esto no es una metáfora o una bella idea un tanto pesimista que se le haya ocurrido a algún filósofo: es un hecho fáctico. El capitalismo, como señala Ezequiel Adamovsky (2023), “ya no tiene ´afuera´ para conquistar”. Y entonces:

 

“Para sostenerse, debe intensificar la presión hacia adentro. Hundir más sus raíces en el suelo que ya ocupa. Exprimirlo al máximo. El impulso a privatizar lo común y mercantilizar lo no mercantilizado se aplica sobre una sociedad que ya fue sometida a esa lógica. Se transforma entonces en un merodeo permanente alrededor de lo que queda.”[5]          

 

Un merodeo permanente alrededor de lo que queda. ¿No estamos hablando del movimiento pulsional tal como lo piensa el psicoanálisis? La pulsión apunta a reencontrar un objeto perdido por definición y, entonces, choca todo el tiempo contra el mismo vacío de goce. El trauma, en cierta medida, es eso. Es ese golpe que motoriza la repetición de una pérdida. ¿Por qué nos cuesta tanto convencernos de que el capitalismo así configurado o, siendo todavía más polémico, que el capitalismo mismo como sistema económico conduce esencialmente a la frustración y a la satisfacción exclusiva de algunos pocos (a los que tampoco parecería alcanzarle lo logrado)?

A continuación, veamos cómo el autor recién citado articula, entre otras cosas, la conexión entre lo que denominé más arriba «pauperización de los afectos» con la creciente mercantilización de la vida:

 

“La expansión de las relaciones mercantilizadas involucró un creciente proceso de descolectivización y atomización. La producción fue dejando de requerir vínculos extraeconómicos fuertes, sostenidos en el afecto, la vecindad, la lealtad política o religiosa, o la común pertenencia a guildas o asociaciones. Incluso los lazos familiares fueron perdiendo parte de su valor, a medida que la alimentación, el vestido, la compañía, la fecundación y otros bienes y servicios se pudieron adquirir en el mercado. Cada vez más, gracias a la creciente mercantilización, podemos llevar una existencia atomizada con vínculos escasos, débiles y efímeros con otras personas. Esto no es una mera disquisición teórica: los hogares unipersonales o los trabajos solitarios que solo involucran contacto mediante aplicaciones o que no requieren interactuar con personas vienen en aumento sostenido y, luego de 2018, países como Japón y el Reino Unido debieron establecer Ministerios de la Soledad para lidiar con las consecuencias prácticas y emocionales de la atomización”.[6]      

 

Como psicoanalista, conciente de los padecimientos que en el pasado producían tanto los lazos familiares constrictivos en el sujeto como todas las formas del poder disciplinario asociadas a los Estados-Nación de la Modernidad, no vería tan mal el hecho de que ciertas alienaciones o sujeciones se hayan debilitado sino fuese porque la escena contemporánea nos muestra el pasaje a una versión extrema donde la tónica es el desamparo, tal como lo estamos viviendo hoy en día en Argentina a raíz de las políticas de vaciamiento estatal que llevan adelante los “anarco-capitalistas”.

Detengámonos un momento en ese prefijo (“anarco”), dejando de lado por un momento el chiste fácil que permitiría asociarlos con el narcotráfico. Para el psicoanálisis, la anarquía forma parte de lo más pulsional, no es una referencia al deseo porque al deseo lo causa el objeto a, es decir, esa es su condición absoluta y entonces no va para cualquier parte, como un barrilete al que se lo lleva el viento. En cambio, lo anárquico, más que en relación al inconsciente y al deseo, aludiría al algo vinculado con el ello, con el caos, con la ausencia misma de sujeto y con la presencia absoluta del objeto en su función de plus de goce.           

 

6

 

4 de Octubre de 2025. Diario Tiempo Argentino. Leo un titular: “La falta de goce. Otro síntoma del país libertario”. En el artículo se cita un informe del Centro de Investigaciones Sociales de la UADE, las reflexiones de un sociólogo, a una periodista especializada en género, a dos psicoanalistas de la APA (como veremos, tiene cierta lógica con lo que me propuse cuestionar aquí) y otro informe del Instituto para Estudios Familiares de EEUU. En la nota la autora explora temas como la soledad, el amor, las citas a través de las apps y la “recesión sexual” que afecta hoy en día a gran parte de la población mundial y especialmente a los jóvenes. También hay una referencia a los hogares sin infancias como consecuencias de la baja en la tasa de natalidad.

Los fenómenos están bien documentados, la información es interesante y cualquier psicoanalista podría efectivamente mostrarse de acuerdo con (casi) todo lo que allí se expresa. Se habla, por ejemplo, de la intimidad “deshumanizada”, expresión que resuena con algunas de las cosas trabajadas aquí más arriba. En resumen, lo escrito por Luciana Rosende es muy pertinente y refleja una realidad contemporánea que nadie podría negar sin caer, precisamente, en algún tipo de negacionismo.

Nada más lejos, por mi parte, de querer caer en una postura semejante. El punto que quisiera cuestionar, que puede resultar insignificante para muchos, pero es precisamente lo que me llevó a leer la nota, es el título. ¿Se trata realmente de una “falta de goce” lo que los resultados de las encuestas y los autores citados o entrevistados refieren? Eso supondría pasar por alto la referencia que Rosende realiza a la dimensión de la “autosatisfacción”, es decir, del autoerotismo. El relevamiento hecho sobre estudiantes universitarios no indica que ellos, ellas o elles prefieran “no gozar” sino que disfrutan “por igual” del sexo con otrxs y de la satisfacción individual. Claramente, ese “por igual” habría que interrogarlo más a fondo, pero está claro que no es algo que se pueda realizar en una encuesta masiva.

En conclusión, lo que puede desprenderse de la lectura del artículo, entonces, es que no se trataría exactamente de una “falta de goce” –para el psicoanálisis, eso no estaría nada mal– sino en todo caso de una pauperización del deseo (hemos vuelto una vez más a la cuestión del empobrecimiento).   

Por otro lado, ¿es este otro síntoma del “país libertario”? Aquí habría que ver si primero es el huevo o primera es la gallina, desde mi punto de vista. No estaría tan seguro de que la pérdida del deseo (agregar el adjetivo sexual para un psicoanalista siempre es tautológico) sería un efecto de estar sometidos a un gobierno libertario –con todo lo que eso implica– o si, en cambio, ha sido la pauperización creciente de la dimensión deseante lo que nos ha conducido hasta aquí. Lo interesante de pensarlo de esta segunda manera es que, entonces, una potenciación de la dimensión deseante conllevaría un posible poder sacarnos de semejante atolladero político, social e (in)humano.    

Ahora bien, ¿podría lograrse eso? ¿cómo? Es decir, ¿cómo se potencia el deseo? En principio, los representantes políticos opositores, como primera medida, tendrían que reactivar la esperanza en la gente, quizá dejando de enfatizar lo mal que nos va a ir con estos personajes en el poder (cosa que muchos compatriotas ya viven diariamente en carne propia) y empezando a destacar lo bien que nos iría si ellos fuesen el gobierno, intentando persuadir de esa manera al electorado para que comience a soltarle la mano a la (extrema) derecha y empiece a mirar con anhelo la mano de quienes defiendan la justicia social (ardua tarea si las hay, a la vista de lo que fue el último gobierno supuestamente “nacional y popular”).   

Más allá de lo que los dirigentes hagan o dejen de hacer, es decir, allende la realidad política y pensando en la dimensión de lo político, ¿cómo se potencia el deseo? Yo creo que otra manera de estimular la dimensión deseante es ejercitando o provocando la emergencia del pensamiento crítico. Generar pensamiento crítico, ya sea en uno o en los otros –de hecho, nunca es una tarea individual–, me parece que puede ser un modo de comenzar a entrenar las astucias necesarias para que el pueblo deje de someterse a la legalidad impuesta y comience a interrogarse por la legimitidad de las demandas insatisfechas. Sin aquellas astucias o desvíos con respecto a la “la ley” (como aquello que comanda en sentido amplio y no solamente lo referido a las leyes escritas) podríamos creernos “el cuento completo” –como dice Ariel Pennisi en un diálogo con Miguel Benasayag– al estilo de los alemanes con el Führer y a diferencia de los italianos con el Duce (a quien no se lo tragaron completamente en su pantomima).

Entonces, la vertiente a considerar para pensar la potenciación del deseo, remite a una cuestión muy dejada de lado por estos lares y que se llama: Ética.   

Y los argentinos, ¿qué? ¿Nos tragamos al personaje que nos gobierna en toda su paparruchada o disentimos, supimos dejar un resto para la crítica, pudimos rescatar un trozo de aire puro desde el cual pensar críticamente la puesta en escena? La puesta en escena de un “topo” que se habría metido dentro del Estado para supuestamente debilitarlo, azotando cruelmente solamente a los que eran parte de la “casta”, es decir, a los políticos y blablablá. A prácticamente dos años de toda esta fantochada, lo único que hemos visto es un descenso de la inflación producto de una motosierra dirigida directamente a la clase trabajadora. Que la cuenta como quieran. Lo único que hemos visto y que vemos es un terrible retroceso en términos de identidad nacional. Un proceso, por suerte sofrenado en diversas instancias –tímidamente en el Congreso y con más fuerza en las calles–, de recolonización. Un plan de sometimiento.  

¿Esta era en serio la solución a la crisis que dejó la pandemia tanto material como espiritualmente en la sociedad? ¿Someterse infantilmente a la gran potencia del Norte, actualmente comandada por un sociópata importante? ¿Esta era realmente la solución a la depresión generalizada –tanto económica como psíquica– de nuestra población? ¿Ir a pedirle ayuda a un personaje internacional a quien podríamos comparar con el superyó? Eso suelen hacer los neuróticos para solucionar su síntoma, como lo vemos en la clínica particular. En lugar de responsabilizarse subjetivamente del goce sintomático que los afecta, lo medicalizan o lo “astrologizan”, etc., en miras de suponerle al “experto” un saber ideal sobre la solución del conflicto inconsciente que allí se expresa.    

Dije algo importante: en el síntoma hay goce. La pauperización deseante no supone “falta de goce” como indica el título de la nota que estoy comentando sino todo lo contrario. En todo síntoma hay satisfacción pulsional como más no sea masoquista, goce sufriente y/o mortífero.

El gobierno libertario y su “solución” de terminar de convertirnos en una colonia yanqui –o de vendernos al mejor postor, no importa si es un capo narco o un Estado genocida– representan un verdadero camino hacia el goce, es decir, una real “ruta hacia el infierno”, como dice la emblemática banda australiana Ac/ Dc.

Finalizando con estas reflexiones, quisiera interrogarme: ¿es ético utilizar el dolor ajeno para hacer política? Eso fue lo que se hizo con la pandemia. Un sector de la política, con tal de llegar al poder, se regodeó en el sufrimiento ajeno y lo utilizó perversamente. Muchas personas la pasaron pésimo durante el encierro al que nos obligó la peste y no solamente por perder algún familiar. Aun así, gran parte de la sociedad, sin creerse el ombligo del mundo ni ningún tipo de excepción, entendió que había que resistir y adecuarse al contexto para evitar males mayores. Lamentablemente, el sector negacionista que usó el dolor ajeno para sacar rédito político, triunfó. Está claro que no sin un tremendo apoyo propagandístico comparable, aunque con otros matices, con el de la Alemania nazi. Un bombardeo mediático sin fin, terminó pulverizando todo sentido crítico en el pensamiento. Ni qué hablar de impacto de las redes sociales, de su efecto hipnótico y de cómo han servido para potenciar lo más rancio de la especie (discursos de odio, racismo, xenofobia, etc.).      

 

7

 

Una vez más quisiera volver sobre uno de los interrogantes planteados más arriba: ¿es responsable el sistema capitalista, en sus modos de producción y de consumo, de gran parte de los males de nuestra era referidos específicamente al (mal)trato entre los sujetos?

Para no responder apresuradamente a este interrogante, es menester primero realizarse este otro, mucho más básico pero fundamental: ¿qué es el capitalismo?

Para aproximar alguna definición, como más no sea elemental, tomemos algunas reflexiones del economista Cédric Durand (2009): 

 

“El capitalismo es un sistema económico orientado a la acumulación ilimitada de capital. Esto último puede tomar diferentes formas: capital-dinero, en busca de oportunidades de inversión; capital financiero, constituido por títulos (acciones, obligaciones); capital-material o inmaterial, movilizado en el proceso de producción (instalaciones, máquinas, stock de repuestos de automóviles, patentes, software). Pero no se trata de un tesoro cuyo valor permanece inmutable, tiene la facultad particular de incrementarse en el curso de sus cambios de forma. Así, involucrado en el proceso de producción, aumenta con la ganancia extraída del trabajo. Esta «búsqueda apasionada» de la ganancia es el motor del capitalismo: el excedente que se desprende de una actividad económica se reinvierte incesantemente en una actividad nueva con vistas a un excedente aún más importante”.[7]

 

Es decir que, si tuviésemos que representarnos al capitalismo gráficamente, más que con la figura de un simple círculo, deberíamos representárnoslo con la de un espiral. No sólo gira en redondo, sino que, además, el diámetro va siendo cada vez mayor. La “torta” va haciéndose cada vez más grande, lo cual no implica que se vaya repartiendo cada vez mejor, situación que podría representarse con la paradoja de Zenón y la tortuga. Zenón sería el fatigado asalariado y la inalcanzable tortuga el burgués capitalista. La desventaja está en la esencia del sistema capitalista, el lucro, el sacar provecho de la fuerza del “esclavo” quien nunca llegará a ser el amo con el que sueña ser, puesto que el lugar del amo es una instancia vacía e ideal que no está ocupada ni por el propio capitalista. Es decir, a su manera el explotador también es un explotado (sin negar las diferencias entre las clases sociales, desde ya).

Así como el sádico algo conoce del masoquismo, el explotador algo sabe respecto de la explotación (históricamente el burgués estaba sometido al poder feudal).

Prosiguiendo con las ideas de Durand, este autor se detiene en la importancia de la conquista de América como hecho que posibilitó la consolidación del capitalismo en la era industrial, mientras en paralelo las clases dominantes europeas ponían su bota roñosa sobre la cabeza de los compatriotas más vulnerables:      

 

“Mientras las masacres teñían la conquista del «nuevo mundo», se inició un violento movimiento de proletarización de los pobres europeos. En el siglo XVI, la importación masiva de metales preciosos en Europa se tradujo en un alza de los precios, que produjo el empobrecimiento de una gran parte de la población. En respuesta a las revueltas, se adoptó una primera serie de medidas represivas. Se prohibieron las coaliciones obreras en Francia en 1539 (edicto de Villers-Cotteréts). En Inglaterra, a lo largo del siglo XVI, en el mismo momento en que los campesinos comenzaban a ser expulsados de sus tierras para desarrollar allí la cría extensiva (movimiento llamado «de cercamiento»), se dictaban las primeras leyes sobre los pobres: castigaban el vagabundeo con el látigo, el encarcelamiento, la ejecución y la reducción a la condición de esclavo”.[8]

 

Aquí vemos cómo, ya desde sus orígenes, el sistema capitalista estuvo siempre anudado a la violencia, al odio y a la crueldad. Al destrato y al desprecio por el otro, por el vulnerable, por el más desamparado y necesitado. La fase inicial de acumulación capitalista durante el siglo XVI supuso una radicalización de la opresión hacia los sectores más débiles, una maniobra de despojo, de «acumulación por expropiación» (término de D. Harvey). Durand lo explica del siguiente modo:

 

“La fase inicial de acumulación del capital se efectuó principalmente a través del comercio de los mercaderes y la banca. Esta se alimentaba de los consumos de la nobleza y del clero, cuyos ingresos salían del trabajo del campesinado, pero también del flujo de riquezas provenientes del saqueo de las Américas y de los productos de la esclavitud y del trabajo forzado en las minas y las plantaciones. El desarrollo de la producción capitalista siguió siendo sumamente limitado, pero se delineaba a través de un doble proceso: por un lado, las diferentes formas de apoyo de los Estados a la creación de manufacturas; por otro lado, el sometimiento del trabajo artesanal a los negociantes, la expulsión de los campesinos de sus tierras y los dispositivos represivos contra los pobres.”[9]

 

Saqueo de las Américas, trabajo forzado, esclavitud, sometimientos de los artesanos, expulsión de los campesinos de sus tierras, represión contra los pobres… ¡qué significantes! ¡qué genealogía! Qué (pre)historia tan salvaje la de este sistema supuestamente evolucionado y que hoy se presenta bajo la faceta tecnológica. Qué antecedentes los del capitalismo, realmente. La historia ya nos ha mostrado que un sistema capitalista sin regulación alguna, puede tornarse monstruoso, como lo fue desde sus orígenes.    

 

 

8

 

Por otro lado, todo el mundo sabe que lo que se busca cuando se dice que “achicar el Estado es agrandar la Nación”, lo que se quiere es reducir la distribución para que el excedente quede en manos de una elite. Tal como lo plantea el periodista Bercovich en su último libro:

 

“En realidad, lo que se presenta públicamente como una discusión en torno al tamaño del Estado o a la supuesta eficiencia de mercado no es más que un velo para tapar la verdadera disputa: cuánto de la riqueza social administran los dueños del capital y cuánto se apropian los trabajadores activos, inactivos (como los jubilados) y otros sectores sociales cuya supervivencia no garantiza el libre juego de la oferta y la demanda”.[10]

Dicho esto, un poco más abajo, Bercovich articula su idea con una referencia directa al presente argentino: “Milei hace explícita como nunca esa contienda y también su posición, abiertamente del lado del capital”.[11]

Obscenamente del lado del capital concentrado, de “los dueños de la Argentina (y del mundo)”. Pornográficamente del lado del poder real.[12] Aquí es donde se encuentra nuestro país y nuestro pueblo en este momento histórico. Es decir, el Gobierno nacional es una gobernanza clara y directa a favor de los poderes fácticos que desde hace tiempo manipulan la opinión pública desde las sombras, sólo que ahora se animan a mostrar parte de la cara. Y no sólo sesgan la opinión pública, sino también la distribución equitativa de la riqueza. Porque, de hecho, desde que los grandes millonarios del país comenzaron a enviar sus fortunas a paraísos fiscales, la erosión del poder del Estado se aceleró independientemente de la “mala praxis” (léase: corrupción) de los políticos de turno. Carente de recursos, por mucha voluntad que haya, el Estado no puede hacer prácticamente nada si no recauda. Más adelante retomaré algunas de estas cuestiones acercándome al pensamiento de Piketty.  

 

 

9

 

En el Seminario XVII Lacan, comentando el artículo de una colega sobre la paternidad, señala que el final del mismo parecería dar a entender que muchas cosas se derivarían de la muerte del padre (de la horda primordial), entre ellas, un supuesto ir más allá de su ley, un supuesto liberarse de la ley a lo que, por otra parte, el psicoanálisis contribuiría. A este respecto, el analista francés señala que sería “en este registro donde una referencia libertaria podría vincularse con el psicoanálisis”.[13] Acto seguido y sin demora alguna, Lacan aclara que no se trata de eso en psicoanálisis y nos recuerda que el asesinato del padre –o la idea filosófica Dios ha muerto– “lejos de poner en cuestión lo que está en juego, es decir la ley, más bien la consolida”. En otras palabras, si Dios ha muerto ya (casi) nada (de goce) está permitido.

Pero lamentablemente los libertarios locales y actuales –que de anarquistas no tienen nada– creen que, al revés, suprimir la ley permitiría un acceso pleno al goce-todo. ¿Sabrán ellos de que hablan cuando hablan del goce? ¿Serán conscientes de cuáles son los dioses a los que convocan al evocar al goce absoluto, al pregonar un acceso a la satisfacción pulsional sin filtro cultural alguno?

Una sociedad sin padre –sin ley, sin límites, sin lo imposible– no es una sociedad con felicidad ilimitada, con placer infinito, un paraíso, un Edén, etc. Si existe algo así como el amor al padre –del que tanto habla la religión– es porque lo que la instancia paterna representa es una barrera, un límite a la apropiación caprichosa del sujeto por el Otro en calidad de objeto. Cuando un progenitor intenta fagocitar a su prole, se supone que el tercero de apelación está allí para interrumpir esa encerrona que podría devenir trágica.

Por lo demás, el tipo de liberación al que aspiran estos liber-truchos es a la pura y simple “libertad de mercado”, a que todo lo regule (o, más bien, lo desregule) la famosa “mano invisible” del Sr. Adam Smith. Para eso necesitan atar de pies y de manos al Estado o, más precisamente, a la clase dirigente que lo animan (los tres poderes). Necesitan un Poder Ejecutivo, un Poder Judicial y un Poder Legislativo sumiso, obediente, servicial, cómplice y connivente con sus intereses. Los dueños del país necesitan un Estado cochino, sucio, híper-corrupto. Está claro que los capitalistas mundiales sueñan con un mundo sin Estado o, mejor dicho, sin ley alguna que esté por encima de sus caprichos. ¿Será muy alocado interpretar que están en una posición infantil e incestuosa en tanto rechazan la función paterna?                

 

 

10 

 

En 1829 Víctor Hugo escribió El último día de un condenado. Se trata de una novela breve que representa un alegato a favor de la abolición de la pena de muerte. Antes de la ficción en cuestión hay un breve ensayo de 1832 que opera como Prólogo y una brevísima obra teatral titulada “Una comedia a propósito de una tragedia” donde el autor plasma la reacción de la sociedad ante su novelita (no está de todo claro si esto está basado en su imaginación o si teatraliza las verdaderas reacciones de su tiempo). Quisiera compartir los fragmentos que más me impactaron de la narración, pensando en la cuestión de los derechos humanos que, en cierta manera, es uno de los grandes trasfondos de estas reflexiones que estoy volcando en estas páginas.

Al protagonista lo van trasladando por distintas instituciones penitenciarias y judiciales antes de llevarlo a la guillotina en París. En todo ese lapso que dura unas seis semanas, nos va transmitiendo sus penurias, sus angustias, todo su dolor. En este sentido, el escrito en un testimonio narrado en primera persona.

Por ejemplo, en cierto momento el condenado dice: “Los carceleros, los guardias, los llaveros –no les guardo rencor por eso– conversan y ríen, y hablan de mí, delante de mí, como de una cosa”.[14] La cosificación es prácticamente constante. El trato deshumanizado hacia la persona condenada es patente y está perfectamente ilustrado en la ficción de Víctor Hugo. La pluma magistral del poeta nos conecta de manera directa con ese sujeto que, si bien es ficcional, representa con alto grado de realismo a los miles de condenados reales que pasaron por allí.  

El protagonista escribe desde la prisión antes de ser llevado al cadalso. Al dejar un testimonio escrito cree poder así llevarles un mensaje, en especial “a los que mandan”. Veamos cómo lo dice él con sus propias y agónicas palabras:

 

“Este diario de mis sufrimientos, hora tras hora, minuto tras minuto, suplicio tras suplicio, si encuentro las fuerzas para llevarlo hasta el instante en que me sea físicamente imposible continuar, esta historia de mis sensaciones, necesariamente inacabada pero tan completa como sea posible, ¿no llevará consigo una enseñanza grande y profunda? ¿No habrá, en el atestado de mi pensamiento agonizante, en esta progresión de dolores siempre creciente, en esta especie de autopsia intelectual de un condenado, más de una lección para los que mandan?”[15]

 

La pena capital recién se abolió en Francia en el año 1981. Es decir, los amos se tomaron su tiempo para considerar el diario sufriente de aquel ficticio condenado. Básicamente, ciento cincuenta años. Recién hoy la pena capital dejó de ser considerada un acto de justicia y pasó a estimar una violación a los derechos humanos. Sin embargo, en muchas partes del mundo aún no se ha abolido, sigue vigente.

Ni qué hablar de lo que podría definirse como una verdadera pena capital de hecho. En Argentina podría ejemplificarse con la así llamada “doctrina Chocobar” en referencia al caso del policía que, omitiendo lo que dicta la ley, ejecutó a un delincuente por la espalda y luego fue felicitado por la entonces ministra de Seguridad. Si bien es cierto que en Argentina no hay pena capital vigente de jure, no menos cierto es que la hay de facto y es lo que se llama comúnmente “gatillo fácil”.

Acerquémonos un poco, ya que ha aparecido el tema, a la cuestión de la facticidad, por ejemplo, según el pensamiento de Juan Grabois:

 

“Con el término facticidad me refiero a una cualidad de la vida contemporánea que se expresa en una disociación cada vez más grande entre la letra del contrato social y la realidad efectiva de los contratantes. El contrato está, pero no se cumple, no tiene vigor; en particular, las cláusulas destinadas a resguardar los derechos económicos, sociales y culturales de las mayorías populares”.[16]

 

Lo que menciona el dirigente social es muy importante. ¿A qué responde esta disyunción cada vez más horrorosa entre lo que las leyes marcan y lo que en los hechos acontece? Para decirlo de manera directa: ¿por qué la gente infringe cada vez más abiertamente los límites? ¿Por qué, en particular en nuestro país, el respeto y la solidaridad se han empobrecido de manera tan abrupta?  

En realidad, considero que el problema es más profundo y viene de antaño, habría que investigar sus orígenes, pero la cuestión que no podemos dejar de señalar es la singular emergencia de cosas locas, por no decir psicóticas, en la Argentina de los últimos años. Cosas locas que, en tanto no se esclarecen y quedan olvidadas, van llevando a naturalizar la locura misma.

Tomemos un caso al que estimo paradigmático de los últimos años. Me refiero al así llamado “caso Vicentín”. En diciembre de 2019 la empresa cerealera informó que estaba en quiebra. Luego salió a la luz que tenía deudas millonarias con el Banco Nación, es decir, con el Estado argentino. O sea: con todes nosotres (uso el lenguaje inclusivo adrede porque sé muy bien cuánto le fastidia a los reaccionarios, a los nazis y a los imbéciles). El anuncio de la intervención estatal produjo un enardecimiento inusitado de parte de cierto sector de la sociedad pese a la evidencia de que se trataba de una banda de estafadores. Prestémosle atención al siguiente párrafo de Carlos del Frade, quien publicó un libro sobre el asunto en cuestión:

 

“Veintisiete personas, ocho de ellas directivos de la empresa y diecinueve integrantes del Banco Nación y del Banco Central, entre agosto de 2019 y enero de 2020, a través de 1418 transferencias bancarias, le robaron al pueblo 791 millones de dólares. Eso ya está comprobado en las causas penales que se mueven en forma paralela al extraño y curioso concurso preventivo de acreedores”.[17]

 

¿Cómo se explica que un sector no menor de la sociedad haya salido a ponerse del lado de los grandes estafadores, es decir, de quienes abiertamente estaban perjudicando a la sociedad en su conjunto? ¿Cuándo se rompió el lazo entre la sociedad civil y el Estado? ¿En qué momento la gente dejó de sentirse representada por lo público? A la vista de los resultados electorales del 10 de diciembre de 2023 nada de esto hoy sorprende. La cadena de cosas locas fue in crescendo. La manipulación mediática, el famoso bombardeo psicotizante, tuvo efectos reales, duraderos y siniestros. La inoculación enfermiza de miedo, primero, y de odio, en segundo lugar, sirvió perfecto al plan macabro de convertir al pueblo en su propio peor enemigo.  

 

 

11

Jean Genet (1910-1986) escribió una pequeña obra de teatro que se titula “Severa vigilancia”. De hecho, es su primera pieza teatral (1949). Creo que leerla es una buena excusa para aproximarse a algunos conceptos del psicoanálisis que, a su vez, nos permitan echar luz sobre ciertos acontecimientos epocales.

Se trata de una comedia “marginal” en el sentido de que sus protagonistas son tres muchachos (Ojos Verdes, Mauricio y Julio) que están en prisión. La secuencia podría tranquilamente discurrir en otro espacio, por ejemplo, en una tribuna popular de cualquier cancha del fútbol argentino o en el famoso “tercer tiempo” de los “pibes” que se juntan a jugar un picado una vez por semana.

En esta obra aparecen la prestancia, la tensión agresiva y sexual con el semejante, la rivalidad mezclada con la homosexualidad inconsciente entre los varones. Hay un cuarto personaje que aparece brevemente que es el Guardia, apuesto y joven al igual que aquellos tres. También hay una permanente referencia a otros dos personajes, uno de los cuales aparece elevado e idolatrado y otro que, en cambio, aparece más bien degradado. En realidad, por momentos se los denigra y por momentos se los idealiza –se los ensalza– a ambos, como si no fuese posible colocarlos en un término medio. Esto es muy propio del registro imaginario, es decir, de las relaciones del yo con sus objetos especulares. Los personajes aludidos en cuestión son Bola de Nieve –el negro más admirado y poderoso de la cárcel– y la propia mujer de Ojos Verdes, a quien en cierto momento de la obra este quiere que la maten, tal como él asesinó a una jovencita en un rapto de locura e impulsividad sin sentido (no fue ni para robarle ni para violarla).  

Ojos Verdes está condenado a la guillotina (otra vez el asunto de la pena capital) y se jacta de eso permanentemente ya que, en la escala de códigos y valores carcelarios, ser un asesino y estar condenado parecerían ser elementos que dan mayor prestigio al presidiario, lo hacen más “polenta”, “picante” o “pesado”, diríamos por estos lares.

En cierto momento de la obra Ojos Verdes le dice a Julio:

 

“No sabes nada de la desgracia si crees que se puede elegir. Yo no deseé la mía. Ella me eligió. Me cayó buenamente encima. Y todo lo intenté para deshacerme de ella. Me defendí, hasta bailé y puedes reírte. La desgracia la rechacé primero, tan sólo cuando vi que no había más remedio me tranquilicé. Tan sólo ahora acabo de aceptarlo. Me convenía que fuera total”.[18]  

 

Me convenía que fuera total. Es decir, no le basta con haber cometido un crimen y estar en prisión. También es necesaria la pena capital. La obra termina con la consumación de aquel acto con el empieza, a saber, el asesinato de Mauricio por parte de Julio Lefranc quien parecería cometer el crimen para estar a la altura de su admirado Ojos Verdes. Pero este lo traiciona sin tapujos llamando al Guardia para que responda por su acto ante él. Todo esto tiene mucho de superyoico. El superyó es esa instancia que hace actuar al sujeto no tanto en el sentido del acto sino más bien del acting. Todo parecería indicar que Lefranc es inconscientemente incentivado a cometer el homicidio para poder “sentirse parte” de los “porongas” de la prisión. ¿No hay mucho de esto en la trama social? ¿Cuántos pibes se hacen delincuentes para poder sentirse parte de un mundillo como más no sea de un mundillo mortificado y mortificante? ¿Cuántos pibes se meten en una barrabrava para buscar allí el lugar que la sociedad les negó? En una barrabrava como en cualquier otro grupo hay una escala de valores. Hay un Ideal del yo y un yo ideal. Estas instancias psíquicas no entienden de contenidos, son vacías y se llenan de lo que la cultura proporciona.  

Bola de Nieve aparece como una encarnación de aquel Padre Primordial de Tótem y tabú. Ojos Verdes lo llama, un tanto irónicamente, el “Gran Jefe”, quien “tiene derecho a matar a la gente” e incluso de comérsela, porque “es un salvaje”, porque “vive en la jungla”. Más allá de las connotaciones racistas de lo que dice Ojos Verdes, mi lectura va por otro lado. Hay una referencia a un Otro sin castrar, por eso dije Padre Primordial en alusión al padre que goza de todas las mujeres, que acumula goce sin fin. La ley que lo gobierna es la de su propio arbitrio. En cambio, a él –a Ojos Verdes– le basta con haber recibido el buen guiño, le alcanza con ser el falo del negro (todo el mundo sabe qué fantasías existen en torno al falo de la gente afrodescendiente). Eso lo vuelve también a él un poco negro, más allá de su mortecina palidez. A Julio el asesinato lo vuelve un poco ojitos verdes o, al menos eso era lo que él esperaba. En realidad, el que se comporta como un “verde” (inmaduro, estulto, manipulable) es él. Mauricio se identifica al falo de Ojos Verdes, quiere rendirle pleitesía incondicional, pero eso lo confronta con Julio, quien lo asesina. Al inicio de la obra Ojos Verdes los separa. Al final, deja que se maten.

En cuanto a Lacan, sus comentarios en el Seminario V son sobre otra obra de Genet que es de las más conocidas: El balcón. Según el analista francés, allí aparecen en escena “las funciones humanas en cuanto vinculadas con lo simbólico”.[19] Es decir, en El balcón tiene mayor relevancia lo simbólico que lo imaginario, a diferencia de lo que predomina en Severa vigilancia donde la tensión agresiva y erótica propia de ese registro es lo que más prevalece. Todos los personajes que los asistentes a la “casa de ilusiones” (un burdel) encarnan al disfrazarse y escenificar situaciones (que los excitan sexualmente) “representan funciones con respecto a las cuales el sujeto se encuentra como alienado”. Los personajes quedan sometidos a la ley de la comedia y, en tanto lectores, nos ponemos a representarnos qué es gozar de esas funciones que encarnan (el Juez, Cristo, el General, el Obispo, un Rey).  

Dice Lacan sobre un personaje en particular de los asistentes al prostíbulo: “Vemos así al sujeto, sin dudas perverso, complacerse en buscar su satisfacción en esta imagen, pero en cuanto reflejo de una función esencialmente significante”.[20] Estimo que el abordaje que Lacan realiza sobre la obra, si bien nos permite pensar la cuestión de la perversión, además nos posibilita reflexionar sobre la dimensión del fantasma. Esa instancia donde la oposición entre la verdad y la mentira pierde toda consistencia. Ese plano donde la verdad adquiere estructura de ficción y la ficción se vuelve verdadera.

En cierto momento, quien encarna al Obispo dice “¡Que la función se vaya a cagar!”. Sin embargo, como reflexiona Lacan, por más degradadas que estén las funciones simbólicas y la función misma de la palabra, esta subsiste de manera autónoma. Aún en los momentos en los que la cultura se degrada a niveles extremos, hay que apostar al sujeto de la palabra. Independientemente del nivel de mortificación que trae aparejado, por ejemplo, este sistema capitalista que empuja al consumo desenfrenado e ilimitado.

Lo simbólico insiste, excede las contingencias culturales. Podríamos decir que ex-siste: sostiene la escena imaginaria del mundo desde afuera. ¿Y lo real? Los tres registros están anudados. En El balcón este registro podría estar representado por la revolución (el caos exterior al burdel). Y obviamente por las satisfacciones que el prostíbulo hace posibles. Tanto la revolución como lo real llevan las cosas siempre al mismo lugar. La «subversión» es otra cosa. Más que “dar vuelta hacia abajo”[21], yo diría dar vuelta el orden instituido desde abajo.

     



[1] Levyne, E.: “El sionismo es la versión judía del nazismo alemán” en M. Ghandi, “Che” Guevara, Mostefá Lacheraf: La Revolución palestina y el Tercer Mundo. Ed. Tres Continentes, Buenos Aires, 1970. Pág. 252-3.

[2] Chemama, R.: El goce, contextos y paradojas. Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 2008. Pág. 71.

[3] Ibíd. Pág. 13.

[4] Ibíd.

[5] Adamovsky, E.: Del antiperonismo al individualismo autoritario. UNSAM EDITA, 2023. Pág.107.

[6] Ibíd.: Pág. 110.

[7] Durand, C.: ¿El capitalismo es insuperable? Ed. Universidad Nacional de Moreno, Buenos Aires, 2014. Pág. 17. Subrayado mío.

[8] Ibíd. Pág. 24.

[9] Ibid. Pág. 25.

[10] Bercovich, A.: “Introducción” en El país que quieren los dueños, Ed. Planeta, CABA, 2025, pág. 12.

[11] Ibíd.

[12][12] “¿Vos te crees que incomodás al poder [real] votando a la izquierda?” le preguntó Cristina Fernández de Kirchner en cierta oportunidad al periodista que estoy citando. Más allá de si uno está o no de acuerdo con la pregunta retórica de la actual Presidenta del Partido Justicialista, lo cierto es que lamentablemente el último gobierno –en teoría– peronista tampoco se caracterizó por incomodarlo mucho. Esperemos que el próximo gobierno que se autorice a hablar en nombre de la Justicia Social, la independencia económica, la felicidad del pueblo y la soberanía (entre otras reivindicaciones), les haga verdadera justicia a esos emblemas del movimiento nacional y popular.

[13] Clase del 18/3/1970. Subrayado mío.

[14] Víctor Hugo: El último día de un condenado. Buenos Aires, Ed. Losada, 2015. Pág. 77.

[15] Ibíd. Pág. 79.

[16] Grabois, J.: “Bases y puntos de partida” en Argentina humana, CABA, Ed. Sudamericana, 2024. Pág. 18.

[17] “Vicentin, una historia de fraude, lavado, vaciamiento y delitos de comercio exterior” en Página 12. 31/1/2021

 

[18] Genet, J.: “Severa vigilancia” en El balcón. Severa vigilancia. Las sirvientas. Ed. Losada, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2021. Pág. 230.

[19] Clase del 5/3/1958.

[20] Subrayado mío.


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