Introducción
¿Cómo se
vincula el territorio de la idealización con el del amor? ¿Es la vertiente objetivante
la única posible para el amor? ¿Hay un amor más allá del superyó? ¿Qué amor habilita al
psicoanálisis? ¿Qué amor habilita el
psicoanálisis?
¡Cuántas
preguntas nos hemos hecho! Desde el psicoanálisis, sabemos el valor que la
dimensión de la pregunta comporta para nuestra clínica y lo poco interesante
que resulta responder de un modo anticipado.
Valiéndonos de esta posición, se torna pertinente jugar con las ideas,
tomándolas en serio pero no sin faltarles un poco el respeto. Si la Teoría se
vuelve un Amo incuestionable, nuestra clínica deviene en ejercicio de un poder
y nosotros unos estultos. Otras son las sendas a las que nos habilita la
lectura como recorte crítico y apertura, savoir-faire con los enunciados. Erniedrigung del Otro completo que, en
cuanto sustracción provocadora, puede contribuir a subvertir la no poco
habitual inhibición del lector-escritor, el síntoma de repetición de padrenuestros lacanianos y la angustia
de que todo ya esté dicho. Prosigamos.
La identifijación del bebe al ser «maeterno» ideal (promovido por su
fantasma)
En la clase
VIII del Seminario 5, “La forclusión del Nombre del Padre”, Lacan nos dice: “No es lo mismo decir que ha de haber
ahí una persona para sostener la autenticidad de la palabra, que decir que algo
autoriza el texto de la ley. En efecto, a lo que autoriza el texto de la ley le
basta con estar, por su parte, en el nivel del significante. Es lo que yo llamo
el Nombre del Padre, es decir, el padre simbólico.”[1]
Es decir, lo que el analista francés pretende situar es que es preciso el orden
del significante, de lo simbólico para pensar el estatuto del Padre en cuanto que
función psíquica.
Ahora bien, esta
dimensión psíquica (simbólica) del Padre puede o no estar presente en el sujeto
que ocupa el lugar materno. Si el niño representa
algo para ella (signo), esto nos introduce de algún modo en la vertiente
fálico-narcisista: hijo = pene. Es decir, presencia y ausencias maternas y
pregunta por el deseo. La madre atravesada por la ley de prohibición del
incesto, es una madre que se ausenta, que se deja fallar, es decir, que no
fagocita al bebe ya que desea Otra cosa.
Otra sería la situación si ese bebe no representara nada en especial para ella (o si ella no se dejara fallar, es
decir, si lo representara todo), tal
como lo señala Lacan en el Seminario 10: “… lo que la madre del esquizofrénico
articula de aquello que había sido para ella su hijo en el momento en que se
encontraba en su vientre – nada más que un cuerpo inversamente cómodo o
molesto…”[2]
Pero dejemos
de lado al pequeño esquizofrénico. Si nos remitimos al caso del bebe que
representa algo para ella, tendremos primariamente
un sujeto petrificado al “ser” exigido de modo implícito en la demanda inconsciente
materna. Dice Silvia Amigo: “… el niño se identifica en tanto “yo ideal”,
tomando las características del padre que está muerto y que permanece entonces en el orden del ser eterno.”[3]
El niño sutura, por consiguiente, la falta materna “identifijado” al Padre
muerto, esto es, al Padre ideal (puro símbolo): el de ella (implícito en su
demanda). El ser-exigido implícitamente en la demanda materna, es conforme al
modelo de ese Padre que suponemos operante en la madre (ya que posibilitó esto:
hijo = pene). Esto hace a cierta edificación yoica, desde luego. Pero se trata
de un primer momento, del punto de gestación del yo-ideal. En tanto ser eterno, yo-excepción no atravesado
por la lógica de Vergänglichkeit (lo
perecedero). A este
nivel, el bebe alienado no-piensa.
Por otra
parte, Nunberg pensaba la instancia del yo-ideal como “el yo aún
inorganizado, que se siente unido al Ello...”[4]
La eternidad en cuestión no será platónica, entonces, a no ser que detrás del
Ser de los metafísicos leamos el empuje secretro y silente de la perentoriedad infatigable
de lo pulsional. Hipótesis, por lo demás, para nada descabellada. Diríamos,
entonces, con Nietzsche: “Ocurre con los hombres lo mismo que con los árboles. Cuanto
más intentan erguirse hacia la altura y hacia la luz, tanto más profundamente
hunden sus raíces en el suelo, hacia lo oscuro, hacia lo hondo - hacia el mal.”[5]
La perfección tan ansiada por los trasmundanos resultaría así una proyección
nostálgica a un «más allá» de aquel primitivo paraíso de la dicha fálica en donde el bebe obtura la hiancia
materna identifijándose al Padre muerto
ideal.
Podemos continuar desplegando estas
cuestiones acercándonos a otra referencia.
En
la clase XXIV del Seminario 8, “La identificación por Ein Einziger Zug”, Lacan vuelve a referirse a su “vieja temática
del estadio del espejo” para esclarecer con mayor precisión, una vez más, los
conceptos de yo-ideal e ideal del yo. En determinado momento, señala: “… no significa
que este einziger Zug, ese rasgo
único, esté por este hecho dado como significante. En absoluto. Es bastante
probable, si partimos de la dialéctica que trato de esbozar ante ustedes, que
sea posiblemente un signo. Para decir que es un significante haría falta más. Hace
falta que sea ulteriormente utilizado en, o que esté en relación con, una
batería significante. Pero lo que define a este ein einziger Zug es el carácter puntual de la referencia original
al Otro en la relación narcisista.”[6]
¿Qué
podemos decir de esta cita? Lacan está hablándonos aquí del I(A), como
introyección simbólica del signo de la plenipotencia
del Otro que sí responde, que da
sentido [s(A)], que colma. Es una identificación a lo simbólico del Otro real, es decir, al poder significante del
otro de los primeros cuidados. Lacan insiste en el carácter de signo. Podemos pensarlo, no obstante, como
un significante. Pero como un significante suelto, desencadenado. Más
exactamente, como un significante amo: S1 (todavía no I(A)). Un
primer significante ordenador, un rasgo o una traza unaria. Si regresamos a lo
anteriormente desarrollado, este significante amo apuntalaría la edificación primitiva
de un ego de puro goce, un yo placer purificado: el objeto primordial (para el
caso, la madre) es “incluido por el sujeto en la esfera narcisista, mónada
primitiva del goce con la que está identificado.”[7]
Esto es lo que hemos definido como el niño saturado de libido. El
bebe es identificado con el objeto del goce materno.
El amor nhombrante como puente del superyó a la causa: «lo père-cedero»
Ahora
bien, en nuestra nota anterior, decíamos: sin
redoblamiento del S1 no hay muerte del yo-ideal.
Podemos retornar a esta idea. Ese S1 primitivo podríamos pensarlo en
estricta sintonía con lo que Lacan algebraiza en su metáfora paterna del
siguiente modo: DM (como puro signo enigmático aún). Sabemos que en cierto momento de su
enseñanza Lacan articulará al significante amo (S1) más bien con la dimensión
del Nombre del Padre. No nos interesa aún esa articulación. Pensemos, por el
momento, el S1 como DM en cuanto se trata del empuje implícito en la
demanda materna, a ser lo deseado, a alcanzar la imagen ideal del Padre muerto
para suturar la falta. Este mandato imposible de cumplir – y que, por lo demás,
de no ser dialectizado por un S2 dejaría al bebe en la mera
objetivación - nos lleva a pensar también en la dimensión del despiadado superyó materno kleiniano. La pregunta que
se abre en relación al S1 no redoblado será: “¿Qué quiere el Otro de mí?” (destacando el “de”). El Otro
exige algo atinente a mi ser.
En
nuestra entrega anterior señalábamos, a través de una cita de Lacan, cómo
incide la no referencia del niño al Otro en el marco del estadio del espejo: captura imaginaria que produce cierta
desposesión simbólica la cual imposibilita el advenimiento del sujeto de la
falta y al armado del yo-auténtico. En esta ocasión, quisiéramos inquirir en
los efectos no de la ausencia de la referencia sino en su exceso, es decir, en las consecuencias del no redoblamiento de esa
referencia primitiva basada en la mirada del Otro materno. ¿No podríamos pensar,
acaso, en los efectos igualmente estragantes de la constitución subjetiva por el
sujetamiento irrevocable a un imperativo a-dialéctico que demanda ser… lo
imposible? El S2 que redobla al S1 fatal no es sino el
Nombre-del-Padre, al que nosotros tomamos a los fines de esta entrega en
solidaridad con lo que Silvia Amigo ubica como traza paterna (S1 en su elaboración): “… la traza
[paterna] se apoya sobre la imagen yoica ideal y la hiende, permitiendo una
correcta separación entre el yo y el resto que no ingresa al yo, colocado ahora
ese resto como prenda de la motorización del deseo según la diferencia sexual y
en la exogamia.”[8]
El
S1 puro mandato que
demanda perfección mutará gracias a la intervención del plano del amor, sin el cual no existiría la
metáfora paterna. Estimamos que hay serias razones para pensar en la
solidaridad de la metáfora paterna y lo que Lacan llama la metáfora del amor. En
principio, podemos señalar lo siguiente: la madre, completa en su relación al
bebe como extensión narcisista, debe advenir erómenos (amada) de un hombre. Pero para que esto se produzca, el
hombre en cuestión, debería posicionarse, necesariamente, como erastés (amante) de esa mujer. No
podemos dejar de citar aquí la valiosa afirmación de Lacan en el Seminario 22, RSI:
“Un padre no tiene derecho al respeto, sino al amor, más que si el dicho
respeto, el dicho amor, está (…) père-versement orientado, es decir, hace de una mujer, objeto a que causa su
deseo.”[9] No
basta con esto, no obstante, para que haya metáfora paterna, puesto que la metáfora
del amor debe darse en el erómenos. Es
decir, hay metáfora paterna si la madre erómenos
se sustituye como erastés de ese
hombre que la toma por objeto a,
causa de su deseo. Allí sí, pues, el hombre amante deviene padre gracias a este movimiento retroactivo y el bebe es
significado fálicamente (sφ), subvirtiéndose entonces la alienación estragante,
propiciada por una madre sujetada al irresoluto Penisneid de su Complejo de Castración. Se trata de la emergencia
de lo que podríamos llamar, junto a Colette Soler, un amor nombrante[10]
que hace de puente desde la
«maeternidad» primitiva hacia el orden del “notodismo” femenino. La incidencia
metafórica del Nombre-del-Padre, en cuanto que operacionalizado por el amor nombrante de una mujer por un hombre-amante contingente, hace del niño un falo metáfora
- significación poética del amor de esa mujer por ese «nhombre». La eficacia
paterna transmutará lo aborrecido del espejo (el objeto resto) ni más ni menos
que en objeto causa del deseo.
Por
otro lado, si el “amor” materno por el Padre muerto ideal al que está atada (como niña) y el goce histérico (en la privación) que
le es concomitante, no cede en favor del amor por el hombre-del-padre (como
apertura a su goce femenino) pues, el destino de ese bebe será el de
yo-excepción. Yo-excepción que, en las psicosis (especialmente en la vertiente
paranoica), florece siniestramente como irrealidad acontecida e irrevocable,
quedando el residuo insoportable (el a)
del lado del Otro (la conocida inocencia
paranoica).[11] En
cambio, en la neurosis, el redoblamiento paterno del S1 debe
pensarse como solidario de la separación y
de la estructuración del fantasma: S2 / S1 ≡ ($ ◊ a). Por el Nombre-del-Padre, el S1 adviene agente de la ubicación del sujeto en el
fantasma (como sujeto historizado). Ahora sí daríamos, pues,
con la edificación del yo-auténtico
[i´´(a)] en tanto, por el Nombre-del-Padre, el S1 primitivo (superyó
materno como ley sin dialéctica)
deviene Ideal del yo. La pregunta puede pasar a ser esta otra: “¿Qué quiere el
Otro para mí?” (destacando el
“para”).[12] Podríamos
entonces matematizar el nuevo estatuto del einziger
Zug: I(A). El Ideal ya no como mandato imposible y aplastante (“¡Goza!”) sino
como futuridad y abertura.
Dice
Silvia Amigo: “Gracias a la función paterna, S1 se hace deíctico del
objeto a. Por la eficacia de esta
función, el objeto se integra al discurso como posible agente.”[13]
Esta articulación nos da cierta alegría ya que podríamos responder, al menos
parcialmente, a una pregunta de las propuestas. Si nos preguntábamos qué amor habilita al psicoanálisis,
pues aquí hemos dado con cierto esbozo de respuesta, ya que la metáfora paterna
(en su articulación con la metáfora del amor), entonces, hace a la integración del
a como posible agente del discurso. Lo que llamamos el discurso del analista. El discurso del analista, por consiguiente,
opera allí donde el sujeto del
analizante advino como efecto del amor de una
mujer por el hombre-del-padre, es decir, de un amor no-todo atado del Padre
muerto ideal y, entonces, no renegatorio de la castración. Constitución
subjetiva atravesada por un amor, entonces, que no repulsó de la “mancha”[14]
y que dio lugar a la causa.
Por
lo demás, a ese amor atado al Padre muerto ideal, ¿deberíamos llamarlo propiamente
amor? Citaríamos en este punto a
Octavio Paz, para darle al menos mayor contundencia a la pregunta. Dice el
poeta mexicano, en un libro que tendremos la oportunidad de visitar en otras
oportunidades, seguramente: “El amor filial, el fraternal, el paternal y el
maternal, no son amor: son piedad, en
el sentido más antiguo y religioso de esta palabra. Piedad viene de pietas. Es el nombre de una virtud, nos
dice el Diccionario de Autoridades,
que «mueve e incita a reverenciar, acatar, servir y honrar a Dios, a nuestros
padres y a la patria.» La pietas es
el sentimiento de devoción que se profesaba a los dioses en Roma. (…) La piedad
o amor a Dios brota, según los teólogos, del sentimiento de orfandad: la
criatura, hija de Dios, se siente arrojada en el mundo y busca a su Creador.”[15]
La
devoción ferviente e incondicional - conciente o inconfesada - al Otro que sí
responde o al Padre-Dios, no es amor sino piedad.
Sentimiento que brota de la indefensión originaria del sujeto ante la falta-en-ser
que lo afecta irreductiblemente. Volvemos a citar al poeta: “Es natural que los
poetas místicos y los eróticos usen un lenguaje parecido; no hay muchas maneras
de decir lo indecible. No obstante, la diferencia salta a la vista: en el amor
el objeto es una criatura mortal y en la mística un ser intemporal que,
momentáneamente, encarna en esta o en aquella forma. (…) El amor humano es la
unión de dos seres sujetos al tiempo y a sus accidentes: el cambio, las
pasiones, la enfermedad, la muerte. Aunque no nos salva del tiempo, lo
entreabre para que, en un relámpago, aparezca su naturaleza contradictoria, esa
vivacidad que sin cesar se anula y renace y que, siempre y al mismo tiempo, es ahora
y es nunca. Por esto, todo amor, incluso el más feliz, es trágico.”[16]
Si
la vertiente de la alienación, de la piedad
y de la poesía mística ponen en primer plano el orden del ser eterno, pues, del lado del amor no tanto “humano” como humanizante
(subjetivante) - el de esa-mujer, el de ese-hombre –, se pondrá en juego entonces
la dimensión propiamente temporal
como un real irreductible: Vergänglichkeit.
Dimensión a la que, no sin delirar concienzudamente, podríamos redefinir como
la de «lo père-cedero», allí donde del padre se acepta su mortalidad, es decir,
su castración.
Notas
[1]
Lacan, J.; “La forclusión del Nombre del Padre” en El Seminario 5. Las
formaciones del inconsciente. Paidós, Buenos Aires, 2005. Clase VIII, Pág. 150.
[2]
Lacan, J.; “Pasaje al acto y acting out” en El
seminario 10. La angustia. Paidós, Buenos Aires, 2007. Pág. 132.
[3]
Amigo, S.; “Apuntes sobre el superyó”. Fuente: http://www.efba.org/texto-detalle.asp?idarticulo=22
[4]
Citado por Daniel Lagache en su célebre informe El psicoanálisis y la estructura de la personalidad.
[5]
Nietzsche, F.; “Del árbol de la montaña” en Así
habló Zarathustra, Madrid, Ed. Sarpe, 1987, Pág. 59.
[6]
Lacan, J.; “La identificación por Ein
Einziger Zug” en El Seminario 8, La
transferencia, Paidós, Buenos Aires, 2008. Clase XXIV, Pág. 395.
[7] Lacan, J.; Op.
cit. Pág. 387.
[8]
Amigo, S.; Op. cit.
[9]
Lacan, J.; Seminario del 21 de Enero de 1975 en RSI, traducción de Ricardo E. Rodriguez Ponte para circulación
interna de la EFBA. Subrayado nuestro.
[10] Se
pregunta la psicoanalista francesa: “… ¿cuál es el valor del amor de una madre,
para la humanización de su hijo? Los fenómenos de hospitalismo nos indican que
los cuidados del cuerpo no son suficientes: la humanización del pequeño hombre
pasa por un deseo no anónimo. Concluimos entonces que, para un niño, la
dedicación materna vale tanto más, cuanto ella no es toda de él, y cuando ella
no está tampoco en otro lugar insondable: es aun necesario que su amor de mujer
sea referible a un nombre. No hay amor sino de un nombre, decía Lacan: aquí, el
nombre de un hombre puede ser cualquiera, pero que por el solo hecho de que se
pueda nombrar se constituirá en un límite a la metonimia del falo y a la
opacidad del Otro absoluto. Solamente bajo esta condición, el niño podrá ser
inscripto en un deseo particularizado.” Soler, C.; “La angustia de la madre” en
Lo que Lacan dijo de las mujeres,
Paidós, Buenos Aires, 2008. Pág. 148-9.
[11] Hablando
de las implicancias clínicas de la «maeternidad», sabemos de la pauperización
psicótica en cuanto a la dimensión del tiempo:
realidad zeitlos [atemporal] objetivante
cuyo testimonio el psicótico no deja de brindarnos. Recordamos el discurso de una
paciente que decía: “Yo siento mucha angustia. Angustia permanente. Estoy tratando cada vez de sentirme bien…” ¿No podemos leer allí, acaso, algo de la
crudeza del no-corte, es decir, de la atemporalidad del goce no escandido edípicamente?
[12] La metáfora delirante schreberiana
produciría un pasaje homólogo al ir desde “ser la puta de Flechsig” (como
imposición superyoica desarmónica con el yo) hacia “ser la mujer de Dios”
(sintonía “gratificante” del Ideal con el ego). Cierta pacificación suplente de
la metáfora faltante, remedo del Padre forcluido por impostor.
[13]
Amigo, S.; Op. cit.
[14] Volvemos
a citar a Silvia Amigo: “Y debiera un niño ser mirado también como portador de
la mancha que señala en la imagen del niño el fracaso de una total
identificación. Fracaso que indica que el niño no está enteramente en su imagen,
sino que se nuclea alrededor de un real propio que en ella no entra. No siempre
ocurre que el Otro acepte un niño con su mancha, a un niño que no responda por
entero a la imagen fabricada ad hoc para
su satisfacción.”
[15] Paz,
O.; “Un sistema solar” en La llama doble.
El amor y el erotismo. Ed. Seix Barral, Barcelona, 1993. Pág. 108-9.
[16] Paz,
O.; Op. cit. Pág. 110-1.
Publicado también en: http://imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=1922
La imágen corresponder a Aida Carballo, "De los amantes".
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