(Antes de poner la imagen que acompaña este breve
escrito, he tenido la precaución de utilizar el antivirus para chequearla, programa
que, cuando comienza a ponerse en acción, señala al usuario su inicio con la
siguiente palabra: ANALIZAR. ¿Será ese el significante de un deseo?)
Voy a agarrar un poco esa escoba que se llama deseo del analista para situar mi compromiso político con el
psicoanálisis. Porque el psicoanálisis nada tiene que ver con la mera “psicopatología”
con la que muchas veces se intenta reducir la potencia crítica del pensamiento
analítico en cuanto tal. Voy a tomar esa escoba
para barrer la mugre del sentido
común, esa máscara imaginaria con la cual se hace predominar lo peor, es decir,
aquello que atenta contra el deseo, contra la falta, contra la castración
(todos estos, nombres de la política
del psicoanálisis). Barrer y barrar, por suerte, no están tan lejos. Barramos
entonces al sentido común.
El psicoanálisis es una
posición política ante la realidad, y ante todo, ante la propia realidad. Nada
tiene que ver con una mera “terapia psicológica” cuya función sería la de
reducir los síntomas y tornar la vida del sujeto “más feliz”. Esto es lo que se
conoce como adaptación, por muy
encubierto que esté de tenor psicoanalítico. Como neuróticos que somos, nos
conformamos muchas veces con el principio
del placer y no estamos dispuestos a ceder nuestra “fiaca” (léase: goce) y
a realizar el esfuerzo que implica
poner en acto nuestros deseos, darle lugar a nuestro deseo. Porque el deseo para ponerse en acto implica aceptar la
castración: hay que pasar por ahí sí o
sí. No hay chance de jugar (en) el deseo sin bancarse la castración
simbólica, es decir, la falta-de-ser. Si no renunciamos a nuestra ontología (siempre
alienada, aunque la creamos muy “nuestra”), el deseo queda en la inhibición, en
el olvido.
Suelen muchos pacientes (aunque
pienso en uno en particular, desde luego, ya que siempre pensamos desde nuestra
clínica) pretender suspender su análisis ante el levantamiento del síntoma,
ante cierta mejoría de su padecimiento. Allí aparece el sentido común, cuya voz
afirma: “Terapia no es para siempre, uno va a terapia para curarse de los
síntomas y listo, no quiero quedar en una posición de dependencia…”. Prejuicios
generalizados que dan cuenta de lo poco común que es el camino que propone el
psicoanálisis y que hay que saber transmitir. No es fácil. Pero he allí un
desafío al que hay que estar dispuesto afrontar para que el psicoanálisis como
tal sobreviva al Sistema.
Esta situación de prejuicios
generalizados y comprensibles (“¡es
tan obvio y evidente lo que estoy diciendo!”) pone en primer plano el deseo del analista como función clínica,
ya que las resistencias del analista pueden hacer que aquel que debería
sostener dicha función pacte con esos
prejuicios comunes, netamente del orden de lo imaginario. El sentido común y el
psicoanálisis se contraponen poderosamente. El sentido común está en el orden
del yo y, en ese sentido, de aquello
que pretende la no-transformación y la quietud, el control, la conservación de
lo mismo, la no-apertura. En el esquema Lambda
el sentido común es el vector a-a´. El inconsciente como discurso del Otro -
sujetador, basado en S1 alienantes - se vincula con el vector A – S.
Este vector es el determinante, el que marca la dirección de la cura, el que
señala el progreso del análisis.
El analizante que no quiere “depender”
del analista se olvida que el lazo analítico se dirige precisamente hacia la separación, hacia el desprendimiento. La
degradación de lo simbólico a lo imaginario es ubicar la “dependencia” al
inconsciente como “dependencia” al analista. Quiero soltar al analista porque hay algo otro que no estoy dispuesto a soltar.
Aunque no sepa que lo sé.
El analista es ese objeto separador que desaliena al sujeto de sus sobredeterminaciones inconscientes. Este
es el movimiento de cada sesión y de la cura. No es algo que se pueda calcular
su término. El analizante no duda en pagar su prepaga mensualmente, consumir
sosegadamente, adormecidamente los objetos postizos, fetichizados que el
Sistema ofrece permanentemente para hacer predominar la estulticia generalizada
(los hombres en la búsqueda de poder, necesitan que predomine la estulticia, el
morbo, el desánimo, la no-fe, siempre el deseo en acto es inquietante para
cualquier orden de statu quo). Pero
sí el analizante tiene serias razones para suspender y/o cancelar su análisis
allí donde para el yo la situación
comienza a carecer de sentido...
¿En qué momentos clave comienza a faltar el sentido a la
cita analítica? Pues bien, esto suele suceder cuando los síntomas desaparecen,
cuando el alivio hace su aparición, cuando la inhibición cesa, cuando la
alegría y la potencia subjetiva se hacen acto, cuando el sujeto ya no se
angustia. “Ya estoy curado…”. Pero en el análisis no se trata de lo normal y de
lo patológico. El analizante se creyó enfermo y se enteró que detrás de su “patología”
había un deseo. El psicoanálisis es ese puente
que le posibilitó desentrañar el síntoma para desplegar el deseo que allí se
jugaba desfiguradamente Analizarse está del lado de apuntar, de apostar, de
orientarse hacia la máxima singularidad… ¿por qué “soltar”, porque “frenar”,
etc., ese movimiento? ¿Por qué no
profundizar ese movimiento, esa dirección?
En los momentos en que un
análisis parece perder el sentido, que “ya todo está bien”, “ya todo está dicho”¸
etc., pues, allí es donde ante el querer claudicar deben predominar los votos. Relanzar la apuesta, afianzar
la movida singular de ese analizante. No retroceder ante el sentido común,
disfraz de las más hondas resistencias:
“Deseo del analista es la función que se alivia del objeto que la
demanda trata de ubicar, para el relanzamiento de la asociación libre. Deseo
del analista es aquel deseo que se realiza en que la cura prosiga”. (Daniel
Mutchinick, 2011).
Se trata de poner el cuerpo
y la palabra para que se sostenga una política. El deseo no se congela, no se
pierde, no se cancela… no se le debe soltar
la mano al deseo. Que prevalezca la docta
ignorancia, esa que separa lo sabido de lo por saber, que matiza lo sabido
relativizándolo en su petulancia absolutista. Deseo del analista como acción del no-saber que agujerea la
realidad por lo real del deseo mismo, que siempre es un más allá de la demanda,
que siempre falta, agujero, vacío... ¿futuro?
No olvidarse sino fingir olvidar que el analista es causa del trabajo analítico mismo. Olvidarse
pone al analista en el lugar de sujeto y nos habla no del deseo del analista
sino de la resistencia y de su goce. La clínica psicoanalítica es lo que no
cesa de no escribirse en el fantasma. Lo cual quiere que el sentido común siempre vela, tapona,
detiene el despliegue de esta clínica. El analista debe dejar vacante el lugar
de su deseo como sujeto, apostar a que se abra la dimensión del deseo del
analizante. Bancarse ser la causa de ese deseo. Hacerse cargo de ese lugar, no
querer borrarse de allí, no claudicar en sostener el deseo de analizar el cual,
en tanto deseo de deseo, es deseo del deseo de analizarse. Causar el deseo de
analizarse. Esa es la responsabilidad del analista frente a un analizante, esto
es, frente un paciente del psicoanálisis. No olvidarse del encuentro para nada común de esos dos deseos: el de
analizarse y el de analizar. Sostener ese encuentro (tyché) aliviándolo de la repetición significante (automatón). Encuentro nada común donde los prejuicios de saber, el
fantasma, el yo, el masoquismo, el superyó, etc., intentarán cuestionar permanentemente.
Cuestionar, entonces, estos permanentes cuestionamientos.
Resguardar el deseo de analizarse, ese que singulariza
al analizante y por el que se puede sentir mucha angustia, cada vez que
transitar un análisis es atreverse a emprender el trayecto que involucra la
jugada del deseo, único camino para asir un destino singular y fuera de lo
común.
El fin de análisis es un real que sucede cuando tiene que suceder,
contingentemente: como la muerte. No es algo que se prevea ni que se anticipe,
ni que se controle. Si pasa, pasa. El análisis no es eterno (A), tiene un fin (Ⱥ),
como la vida misma. Pero, mientras tanto,
se trata de bancarse el cada vez y cada vez. Obvio que esto no es sencillo.
Pero allí debe estar el analista, para ponerle voz y carne a esa política. La
Política del psicoanálisis.
Buenos
Aires. Agosto de 2013.
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