En
términos psíquicos la discapacidad repercute como “falta”, es decir,
castración. Ahora bien, se trata de la castración imaginaria y no de la
simbólica -que nos atraviesa a todos por el hecho de ser hablantes (tenemos
pulsión y no instinto; deseo y no necesidad). La castración imaginaria es creer
que el que está en falta es uno y solamente uno.
Durante
el embarazo, ninguna madre –más allá de sus temores- espera que su hij@ nazca
con alguna diferencia. Se espera al hijo “sano”, “normal” y en cierto modo
“ideal”. Es por eso que el diagnóstico de discapacidad suele repercutir de
manera fuerte en el psiquismo de los padres. Emocionalmente puede hasta ser
algo traumático y es preciso que, por eso mismo, en la medida de lo posible
pueda ser conversado con algún profesional (las sensaciones, los afectos, los
miedos, las preguntas e inquietudes).
Se
tratará fundamentalmente de llevar adelante un duelo por el/la hijo/a deseadx. ¿En qué consiste un duelo? Es un
trabajo simbólico de aceptación de una falta (privación). Es decir, hay que
sacar a la familia de la frustración imaginaria que conlleva la pérdida del
Ideal del hijo no nacido, fantaseado para conectarla con lo real del bebé sí
advenido. Sin este pasaje de aceptación, superación va a ser muy difícil que
puedan trabajarse los recursos y las potencialidades del sujeto con
discapacidad ya que su mismo entorno –por su rechazo, consciente o
inconsciente- va a estar atrofiándolo a ese lugar de impotencia.
Desde
el psicoanálisis sabemos que la angustia puede paralizar o movilizar. Lo más
interesante es la segunda posibilidad. Salir de la inhibición o de la
melancolía que conlleva la no aceptación de la falla. Despegotearla de la
cuestión de la discapacidad y empezar a entenderla como algo que nos atraviesas
a todes: familia, profesionales, etc. Para el discurso y la clínica
psicoanalíticos ningún ser hablante, ningún sujeto está exento o exceptuado del
atravesamiento traumático que implica el significante. No existe una verdad
última sobre nuestro ser de sujeto sino marcas simbólicas con las que nos hemos
identificado para poder ser “alguien” y dejar de ser “algo”. Esto último es
clave en el trabajo con la discapacidad. Es importante entender que estos niñes
y no tan niñ@s no son un objeto a ser “curado”, “tratado”, “dirigido”,
“educado” sin más. Aquí se abre la visión ética que aporta la experiencia
psicoanalítica. Todo ser humano está en falta, es incompleto y necesita del
otro para sobrevivir. Además de las necesidades básicas de alimentación y aseo
(etc.) el cachorro humano demanda amor, que es fundamental.
Luis F. Langelotti
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