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La lengua, identidad y aflicción


El psicoanalista Ricardo Nacht presentó en el I Encuentro Internacional: derechos lingüísticos como derechos humanos, celebrado recientemente en Córdoba, una reflexión sobre la politicidad de la lengua aquí. El texto de la ponencia.
Comienzo con un agradecimiento y un reconocimiento a Raúl Vidal por haber abierto la cuña que hizo posible que haya hoy psicoanalistas hablando en este encuentro. Espero que cuando haya terminado de leer lo que escribí para hoy se pueda medir en toda su magnitud el alcance (político) de su gesto.
Intentaré ser breve y claro, intentaré escribir sostenido en argumentos y hechos. La entrada y el comienzo entonces deberán ser directos. Intentaré ir directamente a lo Real de la lengua. Una aclaración: lo que leeré a continuación es producto de un gran robo. El título mismo lo es: Identidad y Aflicción es el título de un importante ensayo de Nicolás Casullo en el que produce lo que llamó una Remoción de lo Moderno: un decir que no a la identidad. El robo es a mansalva, sólo mencionaré algunos nombres. Dado que se trata de un gran robo y que la lengua es impropia, me dispenso de usar comillas. La lengua tampoco es de “todos” como dato “natural”, como vienen a decirnos: esto sólo esconde quién sería su propietario. 
Dado que no hay lengua sin historia, toda relación entre estos dos términos pasa a ser, en la Modernidad, una relación política. Todo pensamiento y toda historia y toda lengua que no esté situada está perdida. Lo que es evidente a veces no es obvio. Toca insistir. Toca, para nosotros analistas, hacer un esfuerzo de pensamiento. Dado que pensar es tomar posición, si no pensamos desde aquí estamos perdidos; y también dominados: toda puesta en relación de la lengua con lo global, en cualquiera de sus formas, produce dominación, ese es su sentido; -produce obediencia. El real del que nos ocupamos no puede aprenderse como tal porque el pensamiento es obediente y dependiente de las condiciones sociales de producción: y esta es la función del pensamiento como ideología, dice Lacan. 
Se trata, también en y por la lengua, de una historia (geopolítica) de conquista, de colonización, de crimen, y de cuerpos ordenados y penetrados por los Estados, que van dominando toda la geografía del mundo haciéndolo inmundo. Ya nos detendremos en la lengua penetrada y penetrante, en la nuestra, la que pasa por nuestras bocas, la que va de boca en boca. La que se hace escuchar en las vueltas criminales llenas de desprecio y en la superposición inverosímil entre las voces indígena/indio y negro entre nosotros, que alcanzan un grado tal de naturalidad que hacen que el crimen, y su historia en la lengua (“el aluvión zoológico”), se den en cualquier instante. No hay pensamiento situado que no haya encontrado y producido su anclaje crítico. Si situar un pensamiento crítico es tomar posición, ¿dónde hacerlo si no en la lengua, cómo hacerlo sino en la historia? Si el psicoanálisis es una práctica crítica, haremos de la querella de la lengua en Argentina, de la politicidad de la lengua, nuestro anclaje. 
Formo parte de un colectivo de analistas (Zona de Frontera) que se dio como programa la lectura de libros escritos aquí, libros en los que se produce un pensamiento crítico situado. Qué sabemos de nuestra lengua y de nuestra historia es una pregunta necesaria para aflojar y poder abrir el nudo que sostiene a cada cuerpo, para así poder entrar en el agujero que producen la identidad, la Patria y el Estado. Para este colectivo, haber vuelto a abrir la pregunta de qué es la lengua, implicó tener que hacer un nuevo esfuerzo de pensamiento. La lengua no es un concepto, y menos universal, no es abstracta. La lengua es pulsional, transporta la llamada (pulsión) de muerte. Tampoco es un pensamiento: la lengua se practica. ¿Por qué, nosotros analistas, no sabíamos nada de nuestra lengua y nuestra historia y de cómo están cruzadas en la palabra Patria? Si lengua y frontera suele dar la lengua del exilio, me pregunto cuánto estaré penetrado por ella. La frontera, dice Josefina Ludmer, no es sólo el límite de un Estado, sino un instrumento conceptual particular: una zona inclusiva-exclusiva, una fisura que sutura. Zona de Frontera es entonces el lugar desde donde poder abrir eso que llamamos la identidad
Un cuerpo es algo que está hecho para ser marcado y cartesianamente clasificado, para ser penetrado por esa lengua; -no hay cuerpo sin esa marca escrita en la piel. Decir entonces que todo cuerpo está marcado es hablar de la historicidad de la lengua. Cada lengua produce vacilaciones propias dentro de la historia general del lenguaje, dice Lacan, que la vuelven, a tal o cual, más propicias para poner en evidencia la historia de Un sentido (siempre fijo). Vayamos hacia los que imperan en nuestra lengua. 
Digamos también que tanto la historia como la lengua son un campo de batalla no decidido de antemano. Digamos también, benjamianamente, resistentemente, que la historia es el modo en que relampaguea en el presente, y en la lengua, el instante de peligro.  Por algo se ha afirmado, y con razón, que la lengua, por la captura que produce, es fascista. Ésta es también la historia del capitalismo: ¿por dónde circula la economía si no es por la lengua? Dónde si no en la lengua ocurre eso que llamamos subjetivación; de allí la subjetividad, de allí el sujeto. La dimensión del o/Otro, de aquello que está siempre antes como punto de partida, es la historia de una relación de exclusión-inclusión y de un concepto: es la relación entre Europa y sus Otros expulsados conceptualmente por la vía regia de la identidad como concepto capital. Es la historia de los cuerpos ordenados disciplinariamente por un concepto moderno, aquel en el que se sostienen lo mismo y la diferencia; -aquello que todo cuerpo sostiene, aquello que mueve al mundo, al crimen y a la economía-. La identidad está en la lengua, la tenemos adentro, es el nudo que sostiene cada cuerpo: un agujero hecho de sexo, género, raza y clase. Cuatro términos que si bien se pueden distinguir, no se pueden separar. Será por esto que no hay concepto moderno más confuso, contradictorio, resbaladizo y ambiguo que éste, como afirma Eduardo Grüner. Es el concepto del Imperio y de la conquista, el de la frustración y de la agonía que exige todo aquello que no se alcanza. A esto se le ha dado en llamar también la Cosa: es la forma de la agonía que exige la Cosa para que se la alcance. Todo cuerpo está colonizado, todo cuerpo es una/esa Cosa. Es lo eternamente inalcanzable, núcleo duro y obsceno de un particular concreto que se esconde detrás de la universalidad abstracta de la ley.
Lo que llamamos síntoma es un nudo hecho de lengua, agujero, marca e historia; es lo que une estos diferentes registros, siempre de manera particular. Para lo que llamamos identidad (igualdad-equivalencia), seguimos la indicación crítica wittgensteniana: tomar en cuenta siempre los principios de partida. Siempre imperiales, siempre coloniales. Si toda lengua está penetrada, sólo hay  entrelenguas, toda lengua es mestiza, toda lengua materna es bilingüe. Para lo que se pretende hacer valer como unidad, seguimos aquella potencia y voluntad de pensamiento crítico que postula una parcialidad radical: la relación entre el objeto parcial y la Historia da una heterogeneidad que se sustrae al concepto, a la unidad y a toda identidad. La lengua, que no es un concepto, será penetrada por unos cuantos. La mestización de las lenguas es una condición para poder abrir lo más olvidado, lo más rechazado y forcluido: el punto de fractura sobre el que se construyó, en la Modernidad, un sujeto nuevo y su lengua (en cada historia y en cada geografía). La mestización de las lenguas es lo que nos permitiría leer los libros escritos allí, aquí. Pero sobre todo y también, leer los libros muchas veces poco leídos, escritos aquí. Sólo así cobraría sentido (situado) que, como dice Lacan, en relación al Real (de la lengua, agrego), el nuestro sea un saber que avanza: allí está el sentido, dice, de lo que es una crítica de la ideología, parte integrante, dice, de una subversión que introducimos en el Real. Para cada lengua, según su identidad, su subversión. 
Nos situamos. Aquí, “el desierto”. El desierto como el lugar sobre el que están escritos los fundamentos situados de nuestra literatura, de nuestra lengua tramada con nuestra historia. El desierto también como el territorio de una criminal cacería y domesticación de cuerpos y lenguas, como la forma siempre violenta con la que una identidad se impone en la lengua. Semejante violencia siempre ha traído aparejada la expropiación de territorios. El desierto como aquel territorio sin ley a ser penetrado por la lengua, por la cultura, por la ley. El sentido político de hacer estallar hoy el género en la lengua (feminismo mediante) pareciera claro. Los modos en los que la transmisión de la lengua se apoyan en la palabra género (uno de nuestros cuatro términos), no tanto. Si, como dice Piglia, somos los libros que hemos leído, la lengua que ha penetrado nuestros cuerpos está escrita. Como dice Carlos Gamerro, están los libros que inventaron la Argentina. ¿Y cómo se llama el libro de Ludmer que debiera atravesar todo lo que desde aquí podamos decir sobre la lengua?... se llama Aquí América Latina. Desierto, lengua y crimen vuelven a escribirse hoy, para este contexto y para esta historia. A Ludmer le interesa no qué significa una literatura sino cómo operan las ficciones en la definición y distribución de identidades. A modo de ejemplo citamos dos: La Argentina manuscrita –La cautiva en la conciencia nacional–, de Horacio González, y Las aventuras de la china Iron, de Gabriela Cabezón Cámara.
La manera en que tenemos tramada lengua e historia está escrita, y es política. Abramos la politicidad de nuestra lengua de manera breve, y espero clara. En “El género Gauchesco –Un tratado sobre la patria–”, Josefina Ludmer toma posición en la lengua citando a Chomsky. En mi opinión, dice él, la noción de lengua no es una noción lingüística, no es un concepto lingüístico, ni una definición lingüística. ¿Qué es el chino?, se pregunta. Son razones políticas las que definen qué es el chino. Son políticas las razones que explican lo que cada lengua tiene de particular. 
La palabra género es a su vez la que trama una relación entre lengua, patria y Estado. Es por el género que la lengua penetra en los cuerpos, ahora escritos (¿qué si no letras como cicatrices es lo que soportan?). Es por el género que la lengua produce identidad fijando para cada uno y cada cuerpo lo que será su racismo, su clasismo y su sexismo. El género es la alianza, dice Ludmer, entre una voz oída y una palabra escrita. Sus enunciados no son ni frases ni proposiciones, sino la relación entre tonos y sentidos. La alianza, el género, es una relación de fuerzas poéticas y políticas entre voces y sentidos producidos por los enunciados del género; no existe antes ni fuera de ellos. Su lógica es deseada y postulada: un deber ser escrito como ser, dice Ludmer. Es todo lo que tiene la forma de lo ya sabido (aunque el ser no sepa ser como ser). Leo un párrafo de su libro: Y también inventaron entre todos, con ese mismo tono, una lengua penetrada de arrogancia, de xenofobia, de sexismo y de racismo. Con esos tonos escribieron sus ficciones legales para el Estado liberal. (Recordemos que Macri tiene fonoaudióloga y, como vemos, son políticas las razones que lo explican)
Vayamos hacia el hecho de que toda lengua está penetrada y es penetrante. Hacer un viaje por la lengua la lleva a Ludmer hacia El cuerpo del delito. Un libro muy poco leído, según Daniel Link. El crimen y el delito están en la lengua y produciendo riqueza, tal como Ludmer lo muestra citando a Marx. Su viaje va hacia los cuentos de educación y matrimonio de la coalición que fundó la cultura aristocrática en la Argentina, porque ellos inventaron, entre todos, dice, un tono y una manera de decir que quiso representar lo mejor de lo mejor de un país latinoamericano en el momento de su entrada en el mercado mundial (con ese tono se entraría, nos dicen hoy), y que se hizo clásico en Argentina.  
Hablando de penetración, Oscar Masotta lo dice así: soy un nudo de repugnancias que yo no he puesto en mí. Afirmación que, según Carlos Gamerro, vale como una iluminación benjamiana que, dice, define el odio de clase y el asco racial mejor que ninguna otra que conozca. Raza, clase, asco y entonces el odio como destino inevitable. La identidad está en la lengua, son tonos (tanto de voces como de colores) y sentidos; una agonía.
Ahora acompañemos este tono con un toque de Benveniste: el cuerpo ante lo sonoro está desprovisto de piel; el sonido no retorna ni como imagen ni como reflexión. El sonido es la cosa misma, es el tiempo (la historia) de la cosa. La cosa, en cada lengua, ahora calzada entre sonido y sentido. El sonido está en la lengua como su deriva líquida, en su carencia de cierre, en su movimiento continuo y su conexión al goce del cuerpo. El sonido es la materialidad del lenguaje, es el soporte material de todo lo que se escucha.
Para finalizar quisiera detenerme en una pregunta para la que, entiendo, lo dicho hasta aquí debiera dejarnos a la puerta de una respuesta. Tomaremos a la pregunta misma como un síntoma del que nosotros, los analistas, debiéramos hacernos cargo en tanto nos pertenece: ¿cómo fue posible, qué hizo posible, que los organizadores de este Encuentro no hayan considerado, en un primer momento, ni la necesidad ni la conveniencia, de que hubiese psicoanalistas participando del campo de batalla al que la lengua llama hoy? 
Detengámonos en la nuestra, o sea la que hablamos, en general, los analistas lacanianos cuando practicamos deportivamente un idiolecto (casi como una lengua pura y perfecta) hecho de palabras traducidas del francés, para expresar lo que fue pensado en otra lengua, en otro lugar, para otra historia; –para así poder soñar el sueño del pensamiento perfecto y la reflexión. Es el sueño dominante de la Universidad (de Buenos Aires, que es la que conozco) y de lo universal. Nos preguntamos, entonces, por la real razón que hizo posible que los organizadores de este Encuentro no hubiesen considerado necesario que hubiese analistas hablando aquí. Tuvimos que pedir un lugar, dado que pensamos, junto con algunos otros, que una práctica crítica que se realiza en la lengua obliga a tomar posición, en ella y en la historia. ¿Se jugaría ahí nuestro instante de peligro? Hacer entrar a Lacan en nuestra lengua sin haber primero tomado posición en ella no desemboca en ninguna práctica crítica, ni es capaz de producir la crítica ideológica que cada lengua por separado se merece. 
Tocar o interpretar un síntoma, per vía di lévare, como indica Freud, requiere situarlo en su génesis y en su origen, situarlo en la historia, para así dar con su fuerza y su significación, aquello que Benjamin llamó la movilización de la experiencia histórica de los sujetos. Una interpretación crítica y activa es ya una transformación de lo Real, en la medida que altera radicalmente la relación del sujeto con la cultura (siempre de masas). Así movilizados dimos, en la historia de nuestra lengua, y gracias al trabajo de Fernando Alfón (La querella de la lengua en la Argentina), con el momento en el que comienza a afrancesarse nuestra cultura y nuestra lengua, y las razones que lo explican. Lo escribe J. B. Alberdi en 1838, en La emancipación de la lengua (texto desconocido por cada participante del colectivo del que formo parte). Alberdi intenta explicarse por qué la lengua de ciertos jóvenes de talento se va afrancesando, por qué aspiran a eso ciertos jóvenes galicados. Su pregunta, y la conjetura que deriva de ella, nos resultan de una actualidad apabullante: como la lengua, según él, es una faz del pensamiento, perfeccionar una lengua es perfeccionar el pensamiento. El francés, dice, llegó a la mayor simpleza, exactitud, brevedad y elegancia (así es la lengua estética del concepto); e imitar una lengua perfecta es imitar un pensamiento perfecto, es adquirir lógica, orden y claridad, es perfeccionar nuestro pensamiento mismo: ¿la función del pensamiento como ideología? Si la lengua perfecta está en otro lado, solo nos queda obedecer. Repito algo dicho al comienzo: toda puesta en relación de la lengua con lo global, en cualquiera de sus formas, produce  dominación, ese es su sentido. No ser analistas obedientes requiere un esfuerzo (una voluntad y una potencia) de pensamiento crítico y de imaginación. Creemos haber dado así con aquello que nos ha hecho obedientes, creemos haber abierto un poco más aquello que ya se ha dicho de manera precisa y contundente: que estamos colonizados en nuestras categorías mentales. La lengua no es un concepto, tampoco una reflexión ni un pensamiento. La falta de una voluntad de pensamiento crítico sobre la lengua en Argentina es el síntoma que los psicoanalistas lacanianos (salvo pocas y honrosas excepciones –entre las cuales quisiéramos poder estar–) portaríamos en Buenos Aires. Y esa es la razón por la cual casi no tuvimos lugar en este Encuentro. Es así y no de otra manera, esa es hoy mi conjetura.
* Leído en el marco del I Encuentro Internacional: derechos lingüísticos como derechos humanos, Córdoba (29 de marzo de 2019), dentro de la mesa “Lo real de la lengua contraría lo real de la RAE”, junto a Raúl Vidal y Virginia Vogliotti.

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