Quizá debamos distinguir al “sujeto
del conocimiento” del sujeto del
pensamiento, en la medida que postulamos la existencia de pensamientos
inconscientes. El sujeto, tal como lo concibe el psicoanálisis, no conoce sus
pensamientos –o al menos una parte considerable de ellos. El sujeto del
pensamiento inconsciente, de hecho, es menos activo que pasivo respecto de
ellos, es menos su agente que su efecto. Por eso decimos sujeto en tanto
sujetado. Esclavo del discurso del Amo, que es como pensamos al inconsciente,
en tanto este es el discurso del Gran Otro. En la imagen especular nos
convertimos en dominantes del deseo, creemos saber lo que deseamos, quiénes
somos, hacia dónde nos dirigimos, cuál es el sentido de nuestra acción. El
conocimiento, en lo tocante al sí mismo o ello pulsional, siempre es un desconocimiento.
Nuestro yo no puede saber nada de allí sin denegarlo. Por eso le es prácticamente
imposible a nuestro narcisismo entender la verdadera naturaleza del síntoma,
más que como una piedra en el zapato. El síntoma representa lo reprimido, la
cara sujetada de nuestro ser en la que somos objetos de pasiones silentes (a
veces ruidosas) respecto de las que no nos queremos hacer cargo. Porque eso
implica sentir el movimiento en el que vivimos, que no somos permanentemente
iguales a nosotros mismos. Fluctuamos como fluctúa el agua en el río de
Heráclito.
El pensamiento crítico como ética
existencial, supone estar-abierto a lo cambiante de nuestro horizonte deseante
y estar en apertura respecto de lo que acaece en nosotros mismos. No creer en
el “ser” en tanto representa una ilusión que el síntoma interpela. El
psicoanálisis rescata al sujeto del pensamiento para llevarla por fuera de sí. La
expresión foucaultiana “pensamiento del afuera” posee dos sentidos dependiendo
del genitivo que se acentúe. Pensar el afuera o pensar desde afuera. Podríamos
agregar un tercero: pensar hacia afuera. Pensar críticamente como ética del
cuidado y del gobierno de sí, supone este triple sentido. Pensar lo ignoto,
pensar desde categorías no establecidas, pensar hacia el misterio. Dispensar el
ego, palabra que resuena con des-pensar. No-pensar. En rigor: no pensar lo ya
pensado, lo ya triturado por el Otro. No pensar lo mismo, lo que quiere ser
pensado, lo que se impone pensar, lo que se piensa pensable circular e
infinitamente pero que mata a la subjetividad.
Por no pensar, naturalizamos
burdamente los hechos como evidencias en sí mismas patentes. Desconociendo así
el carácter profundamente construido de la realidad circundante. Olvidamos el
grado de responsabilidad del ser hablante en la realidad (individual, social,
política, histórica) que le toca vivir. La responsabilidad
subjetiva representa una noción clave para poder articular: psicoanálisis,
pensamiento crítico y ética. Algunos hoy, dentro del campo analítico mismo,
proponen abandonarla apelando a una etimología barata. ¿Qué entendemos, humildemente,
por esa expresión? Que el sujeto del psicoanálisis, que no es el yo, es un ser
ético por excelencia puesto que es capaz de elegir aunque esta elección no sea
entendida en el sentido del libre albedrío de la conciencia. La clínica psicoanalítica
se trata, en la dirección de la cura, de puntuar la cobardía frente al deseo y
frente a la vida –que son falta, fragmento, devenir, incompletitud. Esto no
implica que la cobardía puntuada sea siempre la del sujeto. Puede ser la del
Otro (su falta) y ese Otro estar simbolizado en un padre, una madre, un abuelo,
un hermano, una tía (la familia originaria) o ir más allá aún, es decir, estar
representado por una Escuela, el trabajo, los amigos, una comunidad, la sociedad,
la cultura.
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