"Enrico creía que la gente era
extremadamente peculiar. A veces, le resultaba maquínica, como si estuviera programada
cibernéticamente. En estas ocasiones, le daba la impresión de estar rodeado de
un verdadero conjunto de “autitos chocadores” particularmente satisfechos en
entrechocarse compulsivamente, a sabiendas o no de las consecuencias de una
vida así, rígida y tontamente mortificada.
Otros días, pues, Enrico estimaba a su
prójimo desde un lugar harto diferente. Los veía apacibles y solidarios, cautos
y comprensibles. La palabra y el buen trato le hacían ver en ellos una reunión
de pares destacablemente conectados entre sí, en donde las diferencias no
representaban necesariamente motivo de discordia o de querella alguna sino un
desafío a través del cual conocerse mejor y poner a prueba tanto la paciencia
así como la audacia para sortear coyunturas conflictivas cotidianas.
Una tercera postura, la más singular
de todas tal vez, consistía en que nuestro Enrico se abstenía calmadamente de
evaluar y de definir a sus otros, sosteniendo la creencia de que sólo el otro
es capaz de decirnos lo que le pasa. Y hasta ese otro padece la paradójica
situación de entenderse a medias en su circunstancia."
Ciudad de Mar del Plata, Enero de 2015.
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