“Siempre encontramos en este punto una ambigüedad cuyo origen es que tenemos una ciencia del sujeto, no del individuo. Ahora bien, sucumbimos a la necesidad de poner al principio al individuo, olvidando que el sujeto, como sujeto, no es identificable con el individuo. Aunque el sujeto esté ajeno, como individuo, al orden que le concierne como sujeto, ese orden no deja de existir.”
(Jacques Lacan, 27-2-1957)
El contexto de la cita no es una disquisición sobre la importancia del pensamiento crítico, sino una referencia a la particularidad de la clínica psicoanalítica. Sin embargo, la amplitud del significante en su resonancia, no nos obliga a cerrar el sentido de unas líneas permitiéndonos en cambio poner la letra al servicio de nuestro propio decir. En este caso, se trata de pensar cómo la época que nos atraviesa vuelve a caer una y otra vez en la bagatela de la individualidad, incluyendo el discurso de ciertos analistas locales, que se desentienden de la política por considerarla “esa cosa corrompida e impregnada de ideales” , desconociendo que el psicoanálisis también tiene la suya.
El desinterés del analista por la singularidad epocal del lazo social y los efectos sobre la subjetividad del contexto contemporáneo, que lo enclaustran en dispositivos atrofiantes – ya se trata de Escuelas, Cátedras o el propio consultorio cuando no interviene una terceridad interpelante (cosa que sucede muy a menudo) -, equivale a un empobrecimiento de su situación analítica no sólo en lo que él representa en tanto custodio de un lugar, sino ya como analizante mismo.
Repasemos de qué va la política psicoanalítica.
La política del psicoanálisis es una política del Sujeto y no del individuo. La noción de individuo es esencialmente anti-política, porque supone que el todo es equivalente a la suma de las partes lo cual es falaz, en tanto desconoce así el orden simbólico como trascendente a la mera adición de individualidades. Inclusive, puede decirse que una de las más subversivas definiciones políticas hecha hasta el momento es aquella que sostiene que “el deseo es el deseo del Otro”, porque incluye la alteridad sin integrarla ni reducirla.
Otro rasgo de la política del psicoanálisis, es la lectura. La lectura como política, que remite a la escritura, sin la cual no hay «sujeto historizado» posible – porque historizar es reescribir. La instancia de la letra en el inconsciente es el soporte material de la función de la palabra (que lleva hacia la media-verdad o verdad no-toda) y supone un camino de acceso a lo real pulsional que en lo simbólico es agujero, y que además interpela la lógica imperante de “caracteres” vacuos propia de este semiocapitalismo, a los que se les supone un Saber, un decir, pero que no remiten a nada más que a sí mismos casi delirantemente. Su verdad es la posverdad, es decir, la pura y simple mentira de lo ilusorio y hologramático.
Lo que se lee y escribe en psicoanálisis tiene que ver con el goce del cuerpo y, la política, en definitiva - en tanto basada a fin de cuentas en el ejercicio del Derecho -, no remite más que a la distribución, repartición y retribución de lo que toca al goce o, si se quiere, “de la riqueza” (en sentido amplio). Ni el psicoanálisis ni la política trabajan sobre entes virtuales, imaginarios, bidimensionales, a no ser un psicoanálisis canalla y una política de la misma factura – tal como la que propone el neoliberalismo actual con su votante tipo 2D.
Tanto la democracia como el psicoanálisis verdaderos parten de una condición fundamental: que haya renuncia al goce. Que haya interés por el otro goce, que es el que la mediación de la palabra hace posible. No siempre sucede, porque tenemos eso que no es de jure sino de facto en cuanto a los modos en que se ejerce el Poder a nivel gubernamental y ahí ya estamos en el Deber. O sea, en el superyó como imperativo, exigencia, imposición del goce. La falsa democracia, que captura la “atención” de los ciudadanos mediante estrategias de hipnotismo e infantilizaciones diversas, se propone como “de derecho” pero actúa “de hecho”, tal como ciertas psicoterapias - siempre bien recibidas por el neurótico en sus ansias de evitar la castración (falta, no-todo) – las cuales detrás de una serie de enunciados egosintónicos enmascaran una enunciación reaccionaria y renegatoria, cuando no forclusiva de la diferencia. Políticas y terapias de normalización siempre prestas a pauperizar la participación social, porque esta nunca es del todo calculable en sus efectos.
Buenos Aires, Febrero de 2018
Comentarios
Publicar un comentario