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“El anti-hegelianismo del acto psicoanalítico”



“Voy a mostrar con una observación experimental lo que, por lo demás, es un hecho que puede darse por reconocido en todo el ámbito de la experiencia. Supongamos una muchachita inocente a la que un hombre al pasar le lanza una mirada anhelante. La muchachita desde luego se llenará de angustia. También puede suceder que se llene de indignación y otros sentimientos parecidos, pero por lo pronto se llenará de angustia.”

(Sören Kierkegaard, El concepto de la angustia)

Hegel
¿Es posible resumir en unas pocas líneas una obra tan vasta y magnánima como la de este pensador de tamaña envergadura? A todas luces no, no es posible. Sin embargo, a los fines de nuestro presente desarrollo, es valedera una pretensión sintética que nos posibilite luego decir algo en el sentido de lo que queremos desembrozar a través de una articulación de carácter crítico. De esta manera, es sabido que Hegel representa al padre del idealismo alemán. Racionalismo, “concepción diurna”, esencialismo, filosofía del Verbo en tanto luz del intelecto, podrían ser algunos significantes que resuman de qué lado de la sistematización o no sistematización del pensamiento filosófico se encuentra. Como resume Héctor Mandrioni, en pocas palabras: “En esta concepción [hegeliana], lo real es devorado por lo racional y la verdad es reducida a la “totalidad” del inteligible cerrado sobre sí mismo, de manera que el sistema que totaliza la realidad se vuelve su pieza esencial.” (MANDRIONI, 1981, p. 204-6). Al igual que Fichte o Schelling, HEGEL es otro de los poskantianos que viene a ponderar al Ser en tanto Totalidad que “es y deviene” al mismo tiempo, en el marco de un recorrido o despliegue donde ese absoluto termina por cerrarse en sí mismo. “La logificación de lo real se extiende a todos los sectores; la realidad natural y artística, la religión, la cultura, la historia, la geografía, la nación, etc. se vuelven momentos y determinaciones del ineluctable proceso dialéctico del espíritu absoluto.” (MANDRIONI, 1981, Op. cit.). Lo subjetivo queda subsumido en el desarrollo de la idea objetiva, ambas series se unifican en el Espíritu Absoluto donde coinciden lo simbólico y lo real, en términos lacanianos. La conciencia y el Hombre, que no es sino devenir, se apropia del Ser y eso lo transforma en un Sujeto pleno, satisfecho, acabado. Obviamente, todo esto a través del concepto que es el eje central del universal devenir [MARÉCHAL, 1947, p. 449]. La Razón se entroniza sobre la pasión. Contemplación (filosófica) y sentimiento de sí (apetencia, deseo animal), son superados por la lógica del deseo como deseo del otro allí donde una conciencia desgraciada deja de serlo al ser reconocida por otra conciencia, dialéctica del Señor y el Siervo, que entroniza al primero y esclaviza al segundo (nótese cómo se justifica el feudalismo de un plumazo y posteriormente la mentalidad colonial e imperialista). Esta es también la posición del filósofo entre Civilización y Naturaleza. El Hombre es el Amo y lo natural aquello que debe y puede ser violado, ultrajado, arrasado. Porque el hombre posee la RAZÓN y la conciencia de sí le es dable ejercer su poderío sobre lo real, sin miramientos. Lo real es dominado por la mente. Hegel podría ser algo así como el más atroz de los obsesivos, a diferencia de lo que Lacan sostiene sobre su histeria – planteo que enfatiza la dinámica del deseo en tanto deseante no de algo sino de otro deseo; en efecto, esto es así, pero no debe olvidarse que eso vale para toda neurosis, por un lado, y que en este caso, por otro, hay una voluntad de someter al semejante a través de ese deseo y no meramente de seducirlo, ponerlo en falta, etcétera.

Kierkegaard
Si hay un pensador decididamente antihegeliano, ese no es otro más que Sören Kierkegaard, cristiano y danés, quien es considerado el padre del movimiento existencialista. Concepción nocturna, existencia, cuerpo, misticismo. La singularidad antes que lo Universal. La razón discursiva, para este filósofo, no puede franquear ciertas zonas de lo real que aparecen como devenires, azares, discontinuidades o fragmentos propios de una densidad óntica y un devenir no sujeto plenamente a las leyes lógicas – calculadoras, anticipatorias - del Sujeto hegeliano, racionalista, cartesiano extremo y, finalmente, cientificista. Si el hegelianismo da lugar a una fundamentación más radical del espíritu científico (positivista), del lado del existencialismo en cambio, asistimos a una mirada espiritualmente profunda ligada a la Religión en tanto re-ligar, volver a conectar al ser humano con la ex-sistencia, de la que su ambición de poder y vanagloria pueden extraviarlo (en términos heideggerianos, olvido del ser por fetichización técnica del Ente). Esto no quita que posteriormente, dentro de esta corriente, haya habido pensadores ateos. Bergson, Klages, Camus o el propio Nietzsche en parte son continuadores o contemporáneos de este levantamiento anti-dialéctico, irracional, corporal. Dice Mandrioni a este respecto: “El devenir existencial está hecho de azares y contingencias, mientras que el devenir intelectual-conceptual está edificado sobre conceptos abstractos y universales, que fijan y determinan la libre, móvil y fluctuante realidad en el esquema inmóvil, escueto y petrificado de una idea necesaria y eterna.”

Cuando Kierkegaard distingue al maestro pagano del cristiano, plantea que, en este último caso, “el discípulo es salvado de sí mismo a través de un nuevo nacimiento”. Es decir, el hombre no se inmiscuye ocasionalmente en el discurrir de una trama enteramente impersonal ya sea pagana o idealista, como concepto abstracto que responde meramente a un momento de la eterna evolución de la Idea, sino que, gracias al magisterio cristiano, “se vuelve un hijo de tal manera ligado a su Padre que, a través de esa vinculación misericordiosa, se regenera y se salva.” De este modo, el tiempo representado no por la continuidad abstracta de la razón dialéctica, sino por el instante en tanto átomo de eternidad, religa precariamente la desgarrada existencia humana, definida posteriormente por Heidegger como un ser-para-la-muerte. Todo existente haya su trascendencia en la temporalidad de su ser, finito y mortal. Es aquello que, a la vez, le aporta dignidad de sujeto como singular efímero, perecedero pero capaz - he aquí su verdadera potencia – de dar un salto cualitativo, de una discontinuidad o acto correlativo de una transmutación subjetiva. Esta persona humana concreta o ese-hombre, padece del temor y temblor propios de un ente que no es como los demás, porque habla. Aquí es el habla, la palabra y no el lenguaje en tanto estructura anónima o, como decimos, lo simbólico aquello que condiciona la liberación del hablante. El uso del lenguaje – que es la función de la palabra – es aquello que incide directamente en esa posibilidad de ejercer la libertad o esa libertad de ejercer la posibilidad, según se prefiera. El sujeto, figurado excelsamente por la figura de Cristo, cuando irrumpe en la historia, “es algo ajeno a la inmanencia y al determinismo del devenir temporal”. Se trata más bien de una donación basada en el amor libérrimo – desprendido, separado - del Pater. Padre que en el pensamiento psicoanalítico es metáfora, creación, poesía pero también Ley, corte, salida. Sujeto-amor-ley, diferentes aristas de la misma cuestión, que interesan especialmente a la clínica psicoanalítica.

La angustia del bien o del mal – Lo demoníaco – El ensimismamiento - Lo súbito

Prosigamos un poco más en la perspectiva del existencialismo danés. A estos efectos, nos basaremos en el famosísimo libro suyo El concepto de la angustia. En el capítulo IV de dicha obra, intitulado LA ANGUSTIA DEL PECADO O LA ANGUSTIA COMO CONSECUENCIA DEL PECADO EN EL INDIVIDUO, Kierkegaard distingue entre la esclavitud del pecado y lo demoníaco. Él, nos dice: “En la primera formación tenemos que el hombre está en pecado, pero se angustia por el mal. Esta formación, (…), se halla en el bien; pues, por eso mismo, tiene el individuo angustia del mal. La segunda formación es lo demoníaco. El individuo está en el mal y se angustia ante el bien. La esclavitud del pecado es una relación forzada con el mal, pero lo demoníaco es una relación forzada con el bien”. El pecado, en términos psicoanalíticos, es la falta. Se puede estar libre de pecados, pero del pecado fundamental que es el hecho de existir. Con respecto a este, sólo queda la salvación, la redención que en la perspectiva cristiana va por una vía – que es la de la fe - y, en cambio, en la nuestra, va por otra muy distinta, la del deseo. Aquí ya van apareciendo las diferencias entre el Psicoanálisis y su filosofía. El mal podríamos decir que es lo que llamamos el goce. El bien - ni supremo ni soberano, dado que no estamos ahora en un paradigma idealista o universal -, podemos pensarlo desde el campo freudiano como la ley del deseo. El deseo subjetivo en tanto corolario de la intervención por el deseo del Otro, que es su causa, allí donde este se reduce en lo orígenes – míticos o perdidos – un objeto al que JACQUES LACAN llamó petit a. Ver a otro subsumido en lo demoníaco – o el síntoma, en tanto satisfacción pulsional -, dice Kierkegaard, provoca compasión. Pero, ¡ojo!, nos advierte: “La compasión solamente cobrará su auténtico sentido cuando el compasivo se conduzca en ella y con respecto al que sufre, de tal manera que comprenda con la mayor rigurosidad que es su propia causa la que está en juego…, sólo será auténtica compasión cuando el compasivo sepa identificarse con el que sufre de tal suerte que su lucha por buscar una explicación al mal del otro sea también lucha por sí mismo, habiendo renunciado de antemano a todo lo que sea vacuidad intelectual, sentimentalidad o cobardía.” Estar atado-al-pecar angustia, porque equivale a darse cuenta de la irreductibilidad de la falta—en-ser que nos habita. Pero esa angustia resulta interesante, así enfocada, en tanto allí el hombre (que para Kierkegaard “constituye una síntesis de alma y cuerpo sostenida en el espíritu”) está abierto a la libertad de actuar y esto lo conduce hacia los otros, la vida, el mundo como posibilidad de salir de ese dolor de existir. Esos otros pueden calmar sus ansias vitales, consolar sus dolores, sosegar sus miedos, atenuar sus temblores. En cierta medida, podría decir que, para el psicoanálisis, no hay acto sino social – así como no hay síntoma sino autoerótico - en el sentido de que es exigible para que este se dé la presencia de un Otro (aun cuando el instante exacto del actuar, que marca un antes y un después, en cierta forma no lo considere). Por el contrario, la angustia ante el bien definida como “lo demoníaco” equivale para este pensador a “la no-libertad que quiere clausurarse en sí misma.” Por eso dirá un poco más adelante, que lo demoníaco conlleva ensimismamiento y apertura involuntaria. Para Kierkegaard la libertad es siempre comunicativa, es libertad de hacer lazo social. La no-libertad se rebela al entrar en relación con la libertad de afuera. Se encierra cada vez más dentro de sí misma y no quiere tener ninguna comunicación. En palabras del propio filósofo: “El ensimismamiento es cabalmente mutismo; el lenguaje y la palabra, en cambio, son lo salvador, lo que redime de la vacía abstracción del ensimismamiento.” Esto no impide que el endemoniado – el estulto en términos filosóficos o el neurótico para nosotros – no padezca, empero, una apertura acrítica y del goce del blablabla. Palabra vacía, perorata o monserga. El sujeto instalado en el goce habla desde allí, revela más fácilmente su secreto porque todo en él habla del mismo, a pesar suyo, lo cual no implica que quiera hacerse cargo. Finalmente, si lo demoníaco es angustia ante el bien y ensimismamiento a toda relación comunicativa en su contenido, cuando se percibe su forma temporal, aparece como lo súbito. Es la compulsión, a la que Freud justamente le atribuyó siempre un carácter particularmente diabólico u ominoso: “…lo súbito no conoce ninguna ley. No es algo que pertenezca a los fenómenos de la naturaleza, sino que es un fenómeno psíquico, una manifestación de la no-libertad." Acá hay pura continuidad sin corte, en tanto es una continuidad que no se manifiesta hacia el exterior donde el punto, el límite, la falla es el otro hablante, sino que se dirige autoeróticamente hacia sí mismo. Una continuidad compulsiva que no conduce a ninguna discontinuidad, término muy importante para el pensamiento de este autor, así como para el de todos los antihegelianos de la Filosofía, porque remite a la trascendencia que es posible para el ex-sistente en tanto salto cualitativo transformador (piénsese en Zaratustra y la superación de sí mismo).

Ramos Mejía, La Matanza, Buenos Aires, Argentina
Septiembre de MMXVII


 



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