El deseo del Otro es la negatividad absoluta. En épocas de una sociedad transparente, lo que se juega en forma permanente es la expulsión de esa instancia, que no me reconoce ni me desconoce, simplemente me disuelve, me eclipsa, me desaparece. Vale decir: fantasmáticamente. Porque también –y más allá - es causa, el motor mismo de la acción humana (la cual ya desde Hegel sabemos que conlleva esa particularidad, esto es, la de lo negativo). Por otro lado, el deseo participa del poder la muerte, en tanto negatividad, y de la certeza de la angustia, que no es ni huella ni huella-borrada, sino lo que no engaña en la red, en la trama del significante.
La civilización de la transparencia, positiva, evidente, post-política, porno, acelerada, post-privada, íntima, expuesta, pretende con su híper-comunicación e híper-información ser pura afirmación, radical no-engaño, pero allí reside su falacia porque justamente la súper explosión significante - Bifo hablaría de semiocapitalismo – es la explotación del artificio y no de lo certero. Son las trampas de la época, que en definitiva se articulan a lo que esta Civilización tiene de control:
“La peculiaridad del panóptico digital está sobre todo en que sus moradores mismos colaboran de manera activa en su construcción y en su conservación, en cuanto se exhiben ellos mismos y se desnudan.”
Además el deseo es el deseo del Otro. Es decir, se trata del inconsciente que es discurso y en nada se aproxima a un no sé qué interior, natural, “profundo”, ni mucho menos individual. Ahora bien, concretamente, se trata de la falla en lo que representa ese discurso transindividual, es decir, de lo que excede la dimensión del sentido o de las identificaciones que sostienen en lazo social y que también lo problematizan.
En el Seminario VIII, Lacan propone humorísticamente invertir el título del célebre texto freudiano, quedando de esta manera: “Psicología del yo y análisis de la masa”. Se refiere a la masa analítica y al ideal de esa grupalidad que la organiza, siendo según su crítica – entre otras cosas - el espejismo del «Yo fuerte». El deslizamiento del sentido del Ideal, convierte al ideal del yo en un Ego ideal (en inglés), es decir, en un yo ideal cuya representación efectiva sería el psicoanalista mismo. Un enroque en los términos “yo” e “ideal” según Lacan traduce “una verdadera implicación subjetiva del analista.” Es decir, el lapsus calami es un síntoma que remite a cierta perspectiva según la cual la transferencia es una relación intersubjetiva y cuyo horizonte sería la identificación al analista.
El analista francés cree que algo en el pensamiento de Freud no se pudo-supo-quiso entender. Efecto de discurso que provoca una cristalización, como si el sujeto humano necesitara pisar tierra firme, ante las profundidades del abismo que se abre cuando uno entrega a la verdad freudiana en toda su fecundidad.
Regresando a nuestra actualidad, como analistas – miembros de una masa de analistas la cual, a su vez, forma parte de una masa más vasta, a la que podríamos definir como Humanidad – quizá deberíamos interrogarnos por los desplazamientos semánticos vinculados a la enseñanza de Lacan en tanto y en cuanto no estamos exentos de reproducir aquel desvío referido al decir de Freud.
Esto es lo que habría que investigar hoy, quizá, en nuestras escrituras y publicaciones psicoanalíticas. Obviamente, hacerlo con la elocuencia y finura de Jacques Lacan, es mucho pedir. Pero la orientación es válida.
¿Cuánto de nuestra producción, participación, circulación e intercambio con nuestros colegas y/o analizantes, en definitiva, con la comunidad en general – analítica o no -, está teñido por las coordenadas alienantes de la masa, no sólo de analistas, insisto, sino ya epocal? Por ejemplo, el próximo número de una de las publicaciones más respetadas y difundidas sobre psicoanálisis en nuestro país, según me comenta alguien que participa mucho en toda esta batuta universitaria, de las cátedras, de los posgrados y de las escuelas (foros, colegios) analíticas locales, será sobre “Psicoanálisis y universidad”. Que sepan disculparme los lectores, pero ¿no se viene haciendo la misma pregunta hace décadas, sin que por ello se cambie un ápice en dicha articulación, avanzando y avanzado cada vez más a un matrimonio a todas vistas inseparable puesto que no sólo en la Universidad se profundiza en “estudios” lacanianos – con las condecoraciones específicas de un ámbito tal – sino que las mismas Escuelas psicoanalíticas cada vez más se proponen como pseudo-Facultades? A todas luces, pierde el discurso psicoanalítico, porque el universitario se lo traga. En la Universidad se convierte en Psicología. En las Escuelas, lo único que cambia – salvo raras excepciones – es que el psicólogo deviene “lacaniano”.
Quizá, tratando de acoplarnos al análisis de Lacan, el problema sea cómo se articulan los términos “psico” y “análisis”. O, aún más, la presencia de los términos mismos. Sin embargo, a esta altura, tal vez, pretender una transmutación terminológica no conlleve sino reproducir la lógica alienante contemporánea porque sería dar la batalla en el registro de un significante híper consumido, liquidado, explotado, transparente, que ya se lo usa para cualquier cosa menos para significar – como si existiera una tendencia histórica de retorno al signo, puro y simple.
Por eso, lo esencial, no creemos que se juegue a nivel de los enunciados. En este territorio, plano, positivo, superficial, cristalino, los eruditos de siempre, los memoriosos, los estudiosos, los que detentan el “saber expuesto” – como les gusta inclusive decir – salen ganando. Así, de hecho, es como sostienen gran parte de su negocio a todas luces capitalista. Vendiendo saber o, mejor dicho, vendiendo que saben. Para decirlo todo, el espíritu freudo-lacaniano en toda su subversión debe plantarse ante la farsa del Otro del Saber – magister, doctor o profesor adjunto -, desde lo que es la acción analítica, solidaria del corte, de la escansión, del respeto por la opacidad de lo real y el sinsentido.
Por esa vía es posible que se rescate la eficacia curativa del psicoanálisis, al que una y otra vez pretende sofocárselo resistencialmente volviéndolo una erudita teoría posmoderna, totalmente alejada de la realidad y petrificada en el pizarrón del sabelotodo. No vaya a creerse que este psicoanalista crea en “LA” realidad. No. Con ese vocablo, me refiero al deseo, esencia de esa realidad misma, es decir, a la castración simbólica que implica su orden. Porque el Otro del psicoanálisis es un Otro barrado.
Regresando al inicio de este escrito, podríamos decir: cuidaos de los analistas transparentes y de su enseñanza; “la moral de una transparencia total se trueca necesariamente en tiranía.”
Buenos Aires, Enero de 2018
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