En las dos conferencias en Dartmouth, intituladas “Sobre el comienzo de la hermenéutica de sí, 1980”, Foucault rescata la propuesta de Habermas respecto de las técnicas que pueden distinguirse en las sociedades humanas a lo largo de la historia. Estas tres son, según este último: técnicas de producción, técnicas de dominación y técnicas de significación. No obstante, el pensador francés, se ve llevado (tal como es habitual en él) a agregar algo más. Es así que nos dice:
“… hay en todas las sociedades (…), otro tipo de técnicas: técnicas que permiten a los individuos efectuar, por sus propios medios, un cierto número de operaciones sobre sus propios cuerpos, sobre sus propias almas, sobre sus pensamientos, sobre su conducta, y ello de tal modo que se transforman a sí mismos, se modifican, y alcanzan un cierto estado de perfección, de felicidad o pureza, de poder sobrenatural, etc. Llamamos a esta clase de técnicas, técnicas o tecnologías de sí.”
Ahora bien, un poco más abajo, introduce un elemento esencial, absolutamente importante para nuestra temática y para nuestro lugar en la Cultura como psicoanalistas:
“… si se quiere analizar la genealogía del sujeto en la civilización occidental, hay que tener en cuenta no sólo las técnicas de dominación, sino también las técnicas de sí. Digamos que se ha de tener en cuenta su interacción…”
Creemos que esta precisión foucaultiana resulta de vigencia crucial para pensar la época. Nos encontramos en un momento de proliferación de terapias pseudo-clínicas, prácticas de sugestión vinculadas en algunos casos a planos “artísticos” o “espirituales” que, operando en el registro del principio de placer, refuerzan realidades crudas y de opresión porque adormecen en lugar de conducir hacia el despertar. En este sentido, son propuestas que muchas veces forman parte de la alienación epocal. No es casual que se presenten bajo la forma de lo agradable, de lo breve, de lo liviano, de lo simple, inclusive de lo SMARTH. Hay una cuota de espiritualidad dentro del mercado mismo además del mismo mercado de la espiritualidad que apunta a un rechazo de la castración muy decidido, que no quiere saber nada de lo real, puesto que prefiere únicamente todo lo que pueda pensarse como pleno, armónico, placentero, transparente, positivo, afirmativo y, más exactamente, renegador. Cuanto menos haya que pensar, que preguntarse, que cuestionar, discutir, debatir, conversar, dialogar, reflexionar, analizar… mejor. Renovada fe en el Ser – nombre de un yogurt muy de moda en estos tiempos de lo liviano -, en el individuo. Coaching ontológico, liderazgo, meritocracia, la infaltable psicoterapia. Pero también yoga, reiki y flores de Bach. No se trata de pretender que el Psicoanálisis sea la ÚNICA vía de subversión subjetiva con consecuencias. Pero sí de diferenciarlo y desmarcarlo de todas aquellas propuestas que pretenden haberlo superado luego de una supuesta “depuración” de sus elementos más anacrónicos (que en realidad son los más escandalosos), como en el caso de muchas psicoterapias ´psicoanalíticas´.
Una genealogía de la clínica psicoanalítica, nos llevaría a registrar que nace de la objetivación médica del paciente, mas para dar un paso al costado de cualquier técnica de dominación (es archisabido que Freud abandona la hipnosis y la sugestión). Tiene un origen que la enlaza con las técnicas de sí, mas se diferencia de ellas en el punto donde no propone ninguna aspiración ideal hacia la felicidad, la perfección, la pureza. Es una propuesta crítica y una apuesta ética en medio de la maleza de pseudo-soluciones al conflicto existencial. El psicoanálisis no cree que haya que “solucionar” la existencia. Se puede elaborar lo traumático de estar-ahí, arrojado a la tierra y su sin sentido. No es reversible esta condición.
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